Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La lectura de los artículos del escritor egipcio Alaa Al
Aswany es un interesante ejercicio tras la (primera etapa de la) revolución en
su país y en el conjunto de la denominada “primavera árabe”. Es ilustrativo
leer el día a día de los tiempos previos y cómo se iba acercando algo que nadie
veía por exceso de proximidad. Sorprendentemente, las revoluciones cayeron
sobre los gobiernos como los pianos caen sobre los transeúntes, de golpe y por
no hacer caso al que te pide que te eches a un lado.
Alaa Al Aswany, según su sucinta biografía española en la
Wikipedia en un escritor que ejerce de dentista. La biografía en inglés no
aporta mucho más, si bien lo expresa de otra manera. Vivió y estudio odontología
en los Estados Unidos, tras lo cual se instaló de nuevo en Egipto. Para el
mundo, Al Aswany es el autor de El
edificio Yacoubian, una novela sobre un viejo inmueble de El Cairo, un
microcosmos representativo de la sociedad egipcia.
La novela tuvo un gran éxito en su país, en los países
árabes y allí donde fue traducida mostrando una realidad cruda. Tal como era
característico de otros autores de generaciones anteriores, la corrupción y la
brutalidad represiva era los dos ejes del retrato de la sociedad. No había otro
delante. El remedio para ese estado político y social tras la revisión
novelística, lo afirmaba Al Aswany al término de cada uno de sus artículos
durante estos años: “la democracia es la solución”. Con esta frase concluyen la
mayor parte de los artículos recogidos en esta edición. La afirmación es
constante y rotunda: ¡democracia!
No es irrelevante que Al Aswany haya estudiado en el
extranjero y regresara a ejercer a su país. Por el contrario. Es un ejemplo más
de una generación de ciudadanos egipcios que se formaron fuera y regresaron. La
experiencia de vivir fuera de Egipto y regresar debió de ser traumática para
casi todos ellos. Era difícil llegar de algún lado que no te hiciera encoger el
corazón ante el espectáculo de degeneración progresiva, de aumento de la represión
que suponía el régimen de Hosni Mubarak. Al Aswany aprovechó el tirón de popularidad
de la obra y fue miembro fundador y participó en el colectivo Kefaya (¡Basta!), que en los últimos
tiempos exigía el cambio del régimen. Kefaya logró atraer la atención de una
sociedad con poca creencia en las posibilidades de cambio, una sociedad que debatía
entre seguir con Mubarak o aceptar a su hijo Gamal como sucesor. Egipto no se planteaba una revolución, sino
algún cambio en el humor de los gobernantes. Pero la presión negativa del
propio régimen y los contagios de ánimos de países como Túnez, cambiaron esa sensación
de que nada cambiaría nunca, y la gente se lanzó a la calle. No había nada que
perder cuando no se iba a ninguna parte. Eso es lo que pensaron los mártires
que quedaron muertos por las calles. También los que los lloraron y recogieron
sus cuerpos heridos y torturados.
El edificio Yacoubián |
Los artículos de Alaa Al Aswany han estado apareciendo
durante estos años denunciando la situación de Egipto. Nos muestran cómo —al
igual que se ha visto en las dictaduras más crueles— las mentes se someten a
una extraña distorsión de la realidad para poder reajustarse ante lo que viven.
Las dictaduras crean su propia psique colectiva, una mente doble
característica: la de los que buscan justificaciones para realizar la represión
y la viven en mitad del miedo con aparente normalidad. Estando claras las situaciones
de los represores y de sus víctimas directas, los que se rebelan —y son víctimas
de los ataques y torturas—, el gran misterio es el de los millones de personas
que viven su día a día con la aparente normalidad de engañarse pensando que allí
no ocurre nada.
Tuvimos ocasión, en mitad de la revolución, de comentar un
cuento del gran escritor egipcio Yúsuf Idris [ver entrada], en el que analizaba esas
reacciones de la gente, esa ceguera adaptativa para no perder lo que se tiene
o, simplemente, no vivir con la inquietud, en el desgaste permanente del miedo.
De todas las emociones básicas, el miedo es socialmente la más destructiva
porque hace que se ignore la realidad escondiéndola, tal como ocurre con el
denominado Síndrome de Estocolmo. El
misterio de tantos lugares en los que el horror está delante de los ojos y se ignora para
evitar sentir la angustia de que pueda tocarte a ti.
Al Aswany nos va contando ejemplos de cómo esa clase política
y económica que se fue generando alrededor de la familia Mubarak acabó
perdiendo el sentido de la realidad de su pueblo y siempre actuaba con el miedo
a perder el favor de los más poderosos. En uno de los artículos, Al Aswany nos
cuenta un pequeño acontecimiento: cómo la entonces Ministra de Trabajo, Aisha
Abdel Hady, besa la mano de la esposa del presidente Hosni Mubarak. Señala:
Los egipcios pueden besar la mano
de su madre o de su padre en señal de profundo respeto, pero, fuera de eso,
besar la mano de alguien se considera en nuestro país contrario a la dignidad y
al respeto propio. ( “El arte de complacer al presidente” 31)
Nos dice Al Aswany que la Ministra nunca soñó con ocupar un
ministerio, pues no logró acabar la educación básica. Y se pregunta, cómo va a
defender la dignidad de los trabajadores egipcios una ministra que se rebaja de
esa manera a los ojos de todos, que demuestra tal grado de sumisión. Pues de
eso se trata, de crear un régimen en el que solo la sumisión sea la vía para
alcanzar metas, para ascender en la escala desde el más humilde lugar. La base
del totalitarismo de este tipo es el control social de los mínimos mecanismos
de movilidad. Hay dictaduras que oprimen. Otras más sutiles practican el arte
de la obediencia como pedagogía. Esto lo vemos reflejado ya en las mismas
novelas de Naguib Mahfuz. Es el arte de besar la mano para llegar lejos. Cuanto
más te rebajas moralmente, más confianza mereces. Sumiso con los de arriba, despótico con los de abajo. Esa es la cadena social.
Quizá uno de los artículos más reveladores sea el titulado “Conversación
con un oficial de la seguridad del estado”. En él, nos cuenta Al Aswany su
encuentro, durante una boda, con un oficial de la policía que controlaba el
país. Le llama la atención la “marca de la oración”, oscura, en su frente. No
se resiste a la tentación de preguntarle por cómo conjuga sus creencias con sus
actividades:
«Disculpe. Por lo que veo es usted religioso, ¿verdad?».
«Gracias a Dios».
«Y, ¿no encuentra contradicción alguna y ser religioso y
trabajar en la seguridad del Estado?».
«¿Dónde está la contradicción?», me preguntó.
«Los detenidos por la seguridad del Estado son golpeados,
torturados y violados, a pesar de que las religiones prohíben tal prácticas»,
le respondí.
Empezó a perder la calma y me dijo: «Primero, a todos los
que golpeamos se lo tienen merecido. Segundo, si estudias tu religión
detenidamente verás que lo que hacemos en la seguridad del Estado es acorde con
las enseñanzas del islam».
«Pero el islam es una de las religiones que más insisten en proteger
la dignidad humana», argumenté.
«Eso son generalidades. He leído la jurisprudencia islámica
y conozco bien sus preceptos», respondió.
«Pero no hay nada en la jurisprudencia islámica que permita
torturar a las personas».
«Por favor, escúcheme hasta el final. El islam no conoce la
democracia ni las elecciones. Los jurisconsultos han establecido como
obligación en todo momento obedecer al gobernante, lo hayan elegido los propios
musulmanes o haya llegado al poder por la fuerza. Es obligatorio obedecerlo,
incluso aunque haya usurpado el poder o sea corrupto o injusto. ¿Sabe cuál es
el castigo por rebelarse contra el gobernante en el islam?».
No le respondía, así que prosiguió con entusiasmo: «El
castigo es la hiraba, o amputación de
una extremidad superior y otra inferior de lados opuestos. Todos los que
detenemos en la seguridad del Estado son insurgentes cuyas manos y pies
deberían ser amputados de acuerdo con la sharía,
pero nosotros no hacemos eso. Nuestras medidas son mucho más suaves de lo que
se merecerían». (213-214)
Al
Aswany continúa describiendo, horrorizado, lo que escucha de aquel doble e
incongruente servidor de dos amos, persona que ha logrado retorcer la realidad
hasta el extremo de ajustarla a sus deseos de represión. Concluye:
Cuando me marché tras la boda, me pregunté cómo era posible
que ese oficial, que era una persona educada y lista, pudiera estar convencido
de esa interpretación errónea del islam. ¿Cómo podía extraer de la religión
ideas perversas que contradicen sus principios? ¿Cómo se podía imaginar por un
solo instante que Dios nos permita torturar a las personas y deshumanizarlas […]
(214-215)
El núcleo de la argumentación del déspota no es un
retorcimiento particular, sino una forma de usar la religión para el control
del poder, independientemente de lo patológico de la personalidad que lo
sostenga. Y esto solo se puede hacer manteniéndolo en la sumisión a través de la
ignorancia. Las preguntas de Al Aswany deben llegar a muchos lugares y quedar
claras para muchos que no lo ven con tanta nitidez.
El atraso de gran parte de las poblaciones del mundo árabe,
en mitad de inmensas bolsas de riqueza corruptas, es una maniobra orquestada
por los que saben que vencerán resistencias y mantendrán las cabezas gachas
bajando las porras en el nombre de Dios. Ese se lo merecen y deberían estar
agradecidos por la benevolencia es el argumento del tirano clásico que quiere
domar todos los resquicios de la realidad. Controla la Ley, la interpreta y la
aplica. Su mano debe ser besada porque siempre es magnánimo perdonándote la
vida, permitiéndote estudiar, viajar o simplemente comer de las limosnas.
La segunda novela del Al Aswany |
Por eso el papel de los egipcios cultos, de los que tienen
una perspectiva diferente de lo que debe ser la sociedad; de los egipcios que
han visto mundo y tienen otras perspectivas, es muy importante para el
desarrollo de su sociedad hacia el futuro. Tienen una compleja tarea por
delante: la de realizar esa doble tarea pedagógica de enseñar y desenseñar.
Deben ayudar a sacar a su país adelante, un país con el que mantienen una
compleja y conflictiva relación —amor y decepción, empeño y desesperación— para
hacer que definitivamente se dé el salto hacia una sociedad más justa y
educada, que pueda gobernase y confiar en gobernantes que busquen la mejora
social y no usarlos para servirles. Dice Al Aswany:
Los egipcios corrientes no son
plebeyos ni gentuza que no saben lo que les interesa, como dicen las
autoridades egipcias. Al contrario, suelen disponer de una brújula infalible
con la que determinan la posición política correcta. Muchos intelectuales se
han desviado de la senda nacionalista y se han convertido en cómplices y
propagandistas del régimen autoritario. En este sentido, debemos tener en
cuenta que la decadencia del intelectual empieza siempre por el desprecio hacia
sus conciudadanos. ("¿Por qué los egipcios no participan en las elecciones?" 92)
Se refiere el autor a la tradicional abstención de los
egipcios en las elecciones convocadas por el régimen de Mubarak. La alta
participación en el proceso electoral actual parece dar la razón a Al Aswany.
Egipto se encuentra en un complicado proceso en el que todavía queda mucho por
ver los derroteros por los que discurre. Egipto necesitará de todas sus buenas
cabezas —Al Aswany se pronucia por El Baradei— y de todas las que quieran sumarse a este proceso histórico, a esta
oportunidad, impensable hace poco, y que hoy es una realidad. Es importante
para ellos y para nosotros.
La obra agrupa artículos publicados entre 2009 y 2010 en
tres apartados: La presidencia y la sucesión; el pueblo y la justicia social; y
libertad de expresión y represión del Estado. Para todos los que estén
interesados en comprender la situación egipcia, las claves de muchas de las
situaciones que han cristalizado en la primavera árabe, los artículos de Alaa
Al Aswany son importantes. La precisión del detalle, de la observación se
conjuga con la reflexión, un proceso que acaba casi siempre con la frase: la
democracia es la solución. No hay otra.
* Alaa Al Aswany (2011): Egipto:
las claves de una revolución inevitable. Galaxia Gutenberg - Círculo de
Lectores, Barcelona. 251 pp. ISBN: 978-84-672-4505-9.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.