Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los
políticos no aprenden. Los problemas no son problemas,
sino ocasiones, oportunidades para
atacar al otro. Desde esta perspectiva, todo es positivo si se le saca
rendimiento político. Hasta el momento y según los datos de crecimiento, solo
Vox lo está haciendo. Prende fuego, vende la madera quemada y se queda con el
solar para construir su nueva casa. A Vox solo le pueden perjudicar sus propios
excesos, que asuste a sus propios seguidores, a una parte de ellos, con su
creciente radicalidad. Y esto seguirá así mientras que los demás partidos no se
propongan soluciones conjuntas ya que esto no solo es político —en un sentido partidista— sino socio cultural en un sentido amplio.
La
ultraderecha es antisistema y aprovecha lo caótico para reclamar su visión
autoritaria del "orden". Su fin no es la convivencia y el diálogo
social, sino evitarlo, hacer crecer la sensación de peligro, de miedo y de que
ellos son la alternativa.
En
estos días hemos asistido a cursillos acelerados de desinformación y
manipulación, a intentos de arrastrar a la gente a la violencia callejera, que
es una línea roja que si se traspasa es difícil alejarse de ella.
"La
violencia es la solución", nos dicen los radicales ante lo que califican como
"inacción" institucional. Sorprende escuchar que se va a expulsar de
España a los ilegales y a "los que vienen a delinquir", como si estos
lo llevaran escrito en la cara o en los genes. Es una mala copia de la
xenofobia trumpista según la cual todos los que llega son
"delincuentes" cuyo fin es la destrucción de los Estados Unidos, algo
de lo que ha conseguido convencer a millones. Algunos toman sus armas y se
dirigen a las fronteras a disparar a los que quieren cruzar. No tienen duda alguna;
todos los que llegan son agresores, envidiosos, delincuentes. Que esto se diga
en un país que ha presumido precisamente de su carácter migratorio, de su
construcción por oleadas, no deja de ser revelador. El retroceso social es
enorme y la nacionalidad estadounidense solo está garantizada en su bondad
anglosajona. Sobre todos los demás caen sospechas y recelos.
¿Estamos
llegando a esto en España? ¿Es la organización de la violencia, que los propios
organizadores y convocantes llaman "cacería", su equivalente?
Sorprenden
algunos debates en los medios sobre conceptos como "discursos de
odio" y otros de este tipo. Como hizo Trump, los políticos juegan con las
ambigüedades, tanto retóricas como semánticas. Tienen práctica en esto.
Pero lo
que ellos dicen o parecen decir, aparece radicalizado y directo, transformado
en llamadas a la acción, por organizaciones que se diluyen en las llamadas
"redes sociales", en donde se marcan tres líneas. El anonimato y el
contacto propio de las redes; La desinformación, falsificación de imágenes y
textos y, finalmente, su organización internacional. Estas tres claves son
esenciales para comprender el fenómeno que se está produciendo.
La cuestión del anonimato es una lucha de los gobiernos con unas redes que son esencialmente norteamericanas y cuyos propietarios están claramente del lado trumpistas. Han pasado los tiempos en que se retiraban los mensajes falsos de Trump. Hoy es otra cosas y forman parte del aparato norteamericano. No digo que se controle desde allí, pero sí que se tiene el control y la posibilidad de actuar en un sentido u otro. Intereses políticos y económicos pueden coincidir. Europa, por ejemplo, no ha desarrollado sus propias redes para dar una alternativa sus ciudadanos sobre dónde alojar sus cuentas. En cualquier momento puedes ser "censurado" en nombre de diversos principios que suelen concluir que criticar a Trump es malo.
La segunda
cuestión la de la desinformación, los bulos, etc. plantean una cuestión que se
liga con la primera, la del anonimato. La facilidad de difundir mensajes
manipulados se apoya no solo en las facilidades tecnológicas para la
falsificación sino en la seguridad de que los responsables quedan fuera por
desconocerse quiénes son en muchas ocasiones.
Tecnología
y desinformación están creando un universo documental falso, manipulado, que se
basa en el refuerzo de los prejuicios, Se trata de reforzarlos, con lo que se
gana en intensidad de las respuestas, ya sea reproduciendo las falsedades y
haciéndolas llegar a otros, y se va consiguiendo que los receptores den el paso
final a la acción violenta, que es la base práctica. Voto y violencia es la
ecuación final perfecta.
El
tercer elemento es la internalización, quizá el más difícil de controlar por
las debilidades de las respuestas en los diversos países. Es indudable que hay
una "internacional" de la ultraderecha que se ampara en los dos
aspectos señalados, el anonimato y la desinformación. En un mundo globalizado,
intercomunicado, las dos fases se ven intensificadas y para ello la
organización internacional es esencial. No debemos pensar en las organizaciones
internacionales legales. Se trata aquí de elementos que no tienen una visión
organizativa basada en la legalidad sino en la ilegalidad funcional. Son otro
tipo de organizaciones altamente adaptadas a sus espacios, con un elemento
común ideológico y sobre todo con una coordinación para el desorden y la
violencia.
Los conocidos contactos de la ultraderecha con Rusia o con los Estrados Unidos de Trump dejan a Europa como un campo de operaciones de este tipo de organizaciones cuya función esencial es la generación de desorden a través de la desinformación y la agitación social. Esto es una tema complejo que debemos resolver los europeos. Europa se encuentra en estos momentos en una situación como nunca ha estado, con una guerra indirecta con Rusia a través de Ucrania y con otro tipo de conflicto (de difícil calificación) con los Estados Unidos de Trump, al que cada día es más difícil reconocer como aliado.
El envío a Europa de destacados ideólogos de la
extrema derecha norteamericana para "organizar" lo disperso, como fue
en su momento, y las financiaciones rusas de determinados elementos rupturistas
de la unidad europea y de su estabilidad (por el ejemplo, el Brexit), hacen que
sea difícil definir la situación. Sencillamente, estamos en medio y una Europa
inestable, rupturista de su "unión" beneficia a los prorrusos y a los
trumpistas.
Lo
ocurrido en Torre Pacheco ha dejado al descubierto algunas de estas cosas: la
generación de violencia y su coordinación internacional a través de las redes
sociales, donde se acaba perdiendo la pista. No es necesario llegar a una
complicada "teoría de la conspiración" para comprender que nada aquí
es espontáneo, que existe una "maquinaria" preparada para responder
inmediatamente y crear el "caso" adecuado, que existen patrones en diversos
lugares de Europa.
Los
casos creados no buscan solo la "acción", también buscan convertirse
en "información", en noticias que se repiten con diversas intenciones
en titulares de todo el mundo. Por eso,
la noticia de hoy en Torre Pacheco eran los ataques ayer a los periodistas, en
un claro intento de intimidación y de alejamiento de la prensa. La creación de
"medios" por parte de la ultraderecha (recuerden lo ocurrido en
nuestro Congreso de los Diputados hace unos días).
La batalla que nos toca se da en diversos ámbitos. En una batalla que busca llevar finalmente a la calle, a esa "cacería" que reclaman sin pudor alguno. Si lo hacen es porque creen que es el momento. Hay que demostrar social, política y legalmente que no controlan. Socialmente se les debe mostrar que están equivocados, que este racismo es incompatible, contrario a nuestros valores sociales. Políticamente, los partidos deben demostrar que esto está por encima de sus diferencias y juegos, quizá realizando un gran pacto de estado, perfectamente visible para todos; menos utilización partidista y más visión histórica de la importancia del momento. Pero mientras algunos consideren que esto refuerza al gobierno y a su presidente y otros lo quieran usar para tapar sus vergüenzas, no es fácil que se produzca, aunque sea absolutamente necesario.
Finalmente, las acciones legales deben ser contundentes, inmediatas
para demostrar que las instituciones no son indiferentes, que las leyes son
claras y fuertes.
Mientras
esto no ocurra, tendremos una España convulsa, que asiste atónita a este
vergonzoso y organizado espectáculo que busca precisamente dar forma al
hartazgo y al miedo.
Hay que
dar forma visible a la integración y a sus resultados para España. Demostrar
que ha servido de algo ser un país que tuvo que recurrir a la emigración para
salir adelante, que no olvida su pasado fuera de España.
Una
España débil y que no funciona es el peor caldo de cultivo para que prospere la
violencia; igualmente una España en crispación constante. Para evitarlo hay que afrontar muchos otros problemas, que son
nuestros, pero de los que responsabilizamos a otros y muchos lo creen así.
¿Es posible salir del abismo a que nos empujan?












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