Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De
nuevo repetimos un grito "¡no olvidemos a las mujeres afganas!". La
situación en que se las dejó tras el abandono del país ha sido uno de los
mayores crímenes de irresponsabilidad cometidos hasta el momento, un anticipo
de lo que están siendo las actuales políticas norteamericanas.
Tenemos
las terribles imágenes de los aviones despegando con miles de personas
intentando agarrarse, subirse al fuselaje, caer... por la desesperación de
quedar en manos de los talibanes, tal como ocurrió. Recuerdo el caso de los
traductores, de los que habían servido como tales a los ejércitos, incluido el
español, que imploraban por ser llevados a otros países ante el temor cierto de
ser asesinados. Algunos lo lograron, pero muchos otros quedaron a su suerte, su
destino en manos de los talibanes. Pero lo que era un riesgo para los hombres,
se convirtió en prisión y castigo para todas las mujeres afganas, solo por el
hecho de serlo.
Entre
las múltiples quejas, reclamaciones de derechos, datos, etc. que el 8-M nos ha
dejado en los medios, me quedo con la carta de una joven afgana intentando que
su voz sea escuchada, que este monumental drama llegue a los oídos de las más
personas posibles, que no sean olvidadas.
La
carta la firma Qahira Faquiri y se publica en RTVE.es el 9-M porque para este
drama no hay día especial, sino que cualquiera de ellos es bueno para tratar de
romper el silencio avergonzado por la situación de abandono de un país en manos
de fundamentalistas que tienen en la mujer el objeto central de su obsesión.
En la
carta, que lleva por título "Un
grito desde mi tierra silenciada: la voz de las mujeres de Afganistán ", se nos dice la
terrible verdad de su situación:
En esta tierra, las niñas no son castigadas por los crímenes que han cometido, sino por lo que otros consideran "pecado". Aquí, las niñas son tratadas como mercancía antes de saber lo que significa ser niña. A una edad en la que aún no comprenden el sentido de la vida, sus nombres son escritos en un papel y entregados a manos que no les brindan refugio, sino prisión.
Son vendidas, intercambiadas, marcadas, sin que siquiera sepan cuál es su crimen, salvo el haber nacido niña. Matrimonios forzados, tradiciones que se han encadenado y un trato que se llama "destino". Y si alguna de ellas se levanta, dice que no quiere este destino y lucha, ¿qué sucede entonces? Entonces la llaman rebelde, desafiante y no solo no escuchan sus lágrimas y súplicas, sino que las callan con azotes.*
Los regímenes fundamentalistas, como es el de Afganistán, tienen una especial animadversión hacia la mujer. La explicación es religiosa inicialmente —la mujer es el origen de la desobediencia, de todo pecado, tienta al hombre, etc.— pero también porque es un elemento asequible, fácil de controlar. Sin más objetivos en la vida, el control de las mujeres permite hacer creer que "todo" funciona y hace sentir "poder"
Sobre este control, como bien señala la carta de la joven afgana, es posible construir una estructura social que deja las cosas claras: la mujer es el elemento que permite las operaciones que aseguran las relaciones sociales mediante el matrimonio. Para ello es preciso entregar una "mujer producto" inculta, sumisa y virgen. Por esto la vigilancia debe ser constante antes y después, solo se cambia de vigilantes.
El silencio es la faceta exterior que asegura la incomunicación absoluta. La mujer no debe tener más fuentes de relación que las que se le establecen para garantizar la ausencia de influencia. Introducirla en un burka es convertirla en un ser anónimo, no diferenciable, una portadora de su propia cárcel oscura.
¿Qué clase de ser humano resulta de estas operaciones de anulación?
En esta tierra, las mujeres tienen derecho a vivir, pero no a vivir plenamente. Tienen derecho a respirar, pero no a soñar. Las quieren, pero no por sus sueños, ni por sus pensamientos, sino para que se sienten en un rincón, en una sombra, y nunca se levanten.
Aquí, las heridas que se infligen en el alma de las mujeres son tan profundas que no pueden verse y son tan pesadas que no deberían ignorarse.
Nosotras somos esas chicas a quienes les cerraron las puertas de la escuela, pero nunca se cerrarán las puertas de nuestros corazones al futuro.*
Es esa capacidad de resistencia lo que convierte a la mujer afgana en admirable. Saben que es una lucha por anularlas y que la respuesta debe ser salir del silencio y la oscuridad en la que se les obliga a vivir. Por eso es importante la solidaridad que les dé visibilidad fuera porque la de dentro se les niega. Hay que hacerlas visibles, que se sientan con aliento, que sufrimiento importa.
Con su represión, las mujeres afganas crecen con ilusiones, con sueños. No las están venciendo, sino, por contra, hacer que sean ellas las que saquen fuerza de su represión.
En la carta podemos leer al final:
El mundo puede habernos olvidado, pero en nuestros corazones siempre hay una llama de esperanza que nunca se apaga.
Somos mujeres que, lejos de debilitarnos, nos hacemos más fuertes con las dificultades. Hemos soportado dolores que ninguna palabra puede describir, pero sabemos que llegará el día en que el mundo conocerá nuestro sufrimiento.
El día en que tomaremos lo que es nuestro, no con súplicas, sino con la fuerza de nuestra resistencia. No tememos a nada, porque creemos que llegaremos a lo que merecemos.
El mundo de hoy puede habernos cerrado los ojos, pero nuestro mañana estará lleno de luz; porque somos mujeres que nunca dejaremos de luchar y, al final, alcanzaremos todos nuestros sueños.*
Por eso es importante, esencial no olvidar, recoger sus palabras, las únicas posibilidades que tienen de manifestar sus sueños e ilusiones, la verbalización de un futuro que pueda ser llamado así.
¡No olvidemos a las mujeres afganas! Desde aquí nuestro apoyo y admiración.
* QAHIRA FAQIRI "Carta de una afgana Un grito desde mi tierra silenciada: la voz de las mujeres de Afganistán" RTVE.es 9/03/2025 https://www.rtve.es/noticias/20250309/grito-desde-tierra-silenciada-voz-mujeres-afganistan/16481980.shtml
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