Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Parece
ser que pelarse todo el día, por cualquier cosa, trae cuenta. Somos una cultura
peleona y eso tiene serias implicaciones para nuestro funcionamiento. Tiene
además consecuencias colaterales, como es la alteración y el estado de tensión
y angustia que se crea en mucha gente. Podemos discutir sobre cualquier cosa,
sobre la guerra de Ucrania y el gasto militar o un penalti con resbalón;
podemos discutir sobre danas y pandemias, sobre hermanos y esposas... sobre
cualquier cosa.
El resultado es que nada reposa, que cualquier motivo en bueno para retomar problemas y que estos tomen los titulares mediáticos. Acabamos de ver el espectáculo montado ahora con motivo de los muertos en residencias (madrileñas) durante la pandemia. Todo pasa a formar parte del conflicto general, de esta guerra abierta e inacabable. Llegarán los diez años, los quince y los veinte y se volverá a discutir lo mismo, saldrán cifras y familiares, se recuperarán voces y dolores para mantener la tensión.
Los numeritos de los vídeos hechos con inteligencia artificial abren una nueva modalidad que incorpora la tecnología y amplía el sector modernizándolo. Salimos de la confrontación verbal, del chiste malintencionado y entramos en la era de la imagen manipulada, con la consiguiente protesta de República Dominicana que no quiere pasar por la idea de espacio de la corrupción, como se ha dado a entender.
Últimamente ya no solo discutimos en casa, sino que llevamos nuestros enfrentamientos ante un público más amplio. Discutimos en Europa y ante Europa. Ya no es solo una cuestión de espacio, sino de público. Somos un espectáculo permanente ante audiencias más amplias. Y lo hacemos sin pudor alguno.
Este
incremento de las discusiones y ataques tienen como objetivo llegar a la gente
a través de los medios, que prestan atención a estas disputas, de igual forma
que lo hacen con divorcios de personas sin interés, muchas veces sacadas de la
nada solo para ser exhibida en estos trances polémicos.
Los políticos apenas hablan de las ideas propias y se dedican en sus intervenciones a criticar las de los demás, a explicarnos una versión deformada de los otros.
Pelearse
atrae al público. Reafirma las posiciones de los seguidores y les trae nuevas
armas para enfrentarse en la calle, en la oficina, en los postres. Las
discusiones son el material perfecto para las redes sociales, el verdadero
campo de batalla. De allí dará el salto a otros escenarios más personalizados,
de confrontación directa.
Pero
los temarios se agotan pronto y hay que recurrir a reintroducirlos en el debate
global. Nuevas discusiones avivan los enfrentamientos. Se entrecruzan los
temas, se vuelven a repetir para reforzar
debates actuales. A veces se hace de forma directa y otras indirectas, dejando
que el público asocie las burdas insinuaciones.
Los últimos
vídeos "polémicos" parece que van a marcar el camino si la gente
finalmente los acepta, si les hace gracia y se los reenvían unos a otros. Todo
camino es provisional; se tantea y se mantiene si funciona, a la espera del
nuevo formato para hacer circular el conflicto. Los vídeos con IA han atraído
la atención y con eso basta por ahora.
Protestar
por el estado de polémica constante de nuestra política es poco eficaz, lo
ignoran. No se pueden detener de golpe y porrazo y pasar a coincidir en algo. Si tuvieran que estar de acuerdo en algo sería
motivo de preocupación y necesitarían otras polémicas intensas para taparlo.
Lo que
tenemos por delante en Europa va a necesitar de mucha unión y la situación
española no la favorece. ¿Podrán los partidos detener esta dinámica de
enfrentamientos en la que están metidos y a la que nos arrastran de forma permanente?
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