domingo, 26 de noviembre de 2023

Un drama en 20 minutos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El tren iba apretado. Las distancias se redujeron casi al contacto físico. Puede que fuera por la hora o el día; puede que fuera por los retrasos entre trenes, por lo que se acumuló tanta gente. Hubo que subir rápidamente y apretarnos.

Durante el trayecto viajé junto a una madre y su hija. La hija pasaba por poco los veinte y la madre los cincuenta. La hija llevaba pintados los ojos con un rabillo alargado y llevó todo el trayecto el teléfono en una mano mientras se agarraba a una de las barras con la otra. Su cuerpo casi tocaba el de la madre. Esta se agarraba a la barra horizontal sobre las cabezas, a la que apenas llegaba.

No se dijeron una palabra en todo el trayecto.

La hija se ocultaba tras el teléfono, desplazándose de pantalla en pantalla, de programa en programa en una clara actitud de distanciamiento. A mi altura estaba la madre. Pude observar sus ojos durante el trayecto, el drama que ocultaban a la espera de que la hija le dirigiera una palabra, una mirada. Pero esta no se produjo. Claramente existía una barrera, pese a la distancia que les hacía rozarse con el movimiento del tren. Pero ese contacto era a lo más que aspiraba.

Yo veía cómo la miraba de reojo mientras ella seguía con la vista fija en la pantalla, indiferente o quizá lo contrario, intentando no levantar la cabeza de forma premeditada. Se trataba de evitar el contacto con las miradas, algo que habría llevado a lo que no podía producirse, el diálogo.

La madre esperaba. En varios momentos puede percibir una emoción triste ante la barrera que tenía delante. Creí que saldría una lágrima en algún momento, pero todas se deslizaban en su interior, silenciosas. No puede apartar los ojos de aquel sufrimiento, de aquel dolor que sin lugar a dudas se estaba produciendo.

En un momento el tren hizo una oscilación más fuerte que las otras y la madre, viendo que la hija se separaba y podía caer, la agarró con rapidez con su mano libre. Intentó unas palabras esbozando una sonrisa, casi era una disculpa por el gesto automático que había realizado. Pero la hija apenas se descompuso y volvió rápidamente la mirada al teléfono, mientras seguía desplazándose por las diversas pantallas. Cualquier cosa antes que levantar la mirada.

Me dolió ver aquel sufrimiento, ver aquel deseo de contacto frustrado. No le voy a echar la culpa al teléfono, claramente esa una forma defensiva, un agujero en el que se escondía para evitar el contacto con la madre.

Es probable que la tardanza entre trenes por las obras las hubiera juntado en aquel vagón, que una debería haber salido en el viaje anterior pero que los retrasos las juntaran. Si no, ¿qué sentido tenían aquellos silencios, aquel ocultarse tras la pantalla?

Me dio pena la madre. Me dio pena su deseo de que la hija la mirara un instante, que le dirigiera la palabra unos segundos, pues creo que no aspiraba a más. Quizá su felicidad por viajar con su hija ese día era una esperanza infundada. Quizá pensó que coincidiendo las dos en el viaje, en este trayecto, podrían encontrar ese hueco en el que sentirse la una junto a la otra. Pero jamás he visto un ejercicio de distancia, casi de crueldad, de castigo de la indiferencia como ese. Yo no podía evitar dejar de mirar los ojos de la madre, al borde del llanto, contemplando a la hija mientras esta no separaba los ojos del teléfono.

He visto muchos hijos indiferentes, con el teléfono en la mano. Pero aquello era distinto, era un ejercicio premeditado de castigo, una indiferencia activa que causaba un enorme dolor. Yo esperaba que en algún momento se produjera un intercambio de miradas, de palabras, de gestos, pero la mirada dolida de la madre me anticipaba que aquello no se iba a producir.

Llegamos al final. Me giré y no quise ver más. Había tenido suficiente desprecio, indiferencia por ese día. Había asistido a un pequeño drama mudo, como una vieja película ante mis ojos, que iban de una a otra mujer. No había butaca, no había pantalla, solo la triste realidad.

Hoy no toca hablar del mundo, sino de lo que ocurre delante de nuestros ojos, a pocos centímetros, frente a ti. Ocurrió hace varios días y necesitaba contarlo.

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