Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El tren
iba apretado. Las distancias se redujeron casi al contacto físico. Puede que
fuera por la hora o el día; puede que fuera por los retrasos entre trenes, por
lo que se acumuló tanta gente. Hubo que subir rápidamente y apretarnos.
Durante
el trayecto viajé junto a una madre y su hija. La hija pasaba por poco los
veinte y la madre los cincuenta. La hija llevaba pintados los ojos con un
rabillo alargado y llevó todo el trayecto el teléfono en una mano mientras se
agarraba a una de las barras con la otra. Su cuerpo casi tocaba el de la madre.
Esta se agarraba a la barra horizontal sobre las cabezas, a la que apenas
llegaba.
No se
dijeron una palabra en todo el trayecto.
La hija
se ocultaba tras el teléfono, desplazándose de pantalla en pantalla, de
programa en programa en una clara actitud de distanciamiento. A mi altura
estaba la madre. Pude observar sus ojos durante el trayecto, el drama que
ocultaban a la espera de que la hija le dirigiera una palabra, una mirada. Pero
esta no se produjo. Claramente existía una barrera, pese a la distancia que les
hacía rozarse con el movimiento del tren. Pero ese contacto era a lo más que
aspiraba.
Yo veía
cómo la miraba de reojo mientras ella seguía con la vista fija en la pantalla,
indiferente o quizá lo contrario, intentando no levantar la cabeza de forma
premeditada. Se trataba de evitar el contacto con las miradas, algo que habría
llevado a lo que no podía producirse, el diálogo.
La
madre esperaba. En varios momentos puede percibir una emoción triste ante la
barrera que tenía delante. Creí que saldría una lágrima en algún momento, pero
todas se deslizaban en su interior, silenciosas. No puede apartar los ojos de
aquel sufrimiento, de aquel dolor que sin lugar a dudas se estaba produciendo.
En un
momento el tren hizo una oscilación más fuerte que las otras y la madre, viendo
que la hija se separaba y podía caer, la agarró con rapidez con su mano libre.
Intentó unas palabras esbozando una sonrisa, casi era una disculpa por el gesto
automático que había realizado. Pero la hija apenas se descompuso y volvió
rápidamente la mirada al teléfono, mientras seguía desplazándose por las
diversas pantallas. Cualquier cosa antes que levantar la mirada.
Me
dolió ver aquel sufrimiento, ver aquel deseo de contacto frustrado. No le voy a
echar la culpa al teléfono, claramente esa una forma defensiva, un agujero en
el que se escondía para evitar el contacto con la madre.
Es
probable que la tardanza entre trenes por las obras las hubiera juntado en
aquel vagón, que una debería haber salido en el viaje anterior pero que los
retrasos las juntaran. Si no, ¿qué sentido tenían aquellos silencios, aquel
ocultarse tras la pantalla?
Me dio
pena la madre. Me dio pena su deseo de que la hija la mirara un instante, que le
dirigiera la palabra unos segundos, pues creo que no aspiraba a más. Quizá su
felicidad por viajar con su hija ese día era una esperanza infundada. Quizá
pensó que coincidiendo las dos en el viaje, en este trayecto, podrían encontrar
ese hueco en el que sentirse la una junto a la otra. Pero jamás he visto un
ejercicio de distancia, casi de crueldad, de castigo de la indiferencia como
ese. Yo no podía evitar dejar de mirar los ojos de la madre, al borde del
llanto, contemplando a la hija mientras esta no separaba los ojos del teléfono.
He
visto muchos hijos indiferentes, con el teléfono en la mano. Pero aquello era
distinto, era un ejercicio premeditado de castigo, una indiferencia activa que
causaba un enorme dolor. Yo esperaba que en algún momento se produjera un
intercambio de miradas, de palabras, de gestos, pero la mirada dolida de la
madre me anticipaba que aquello no se iba a producir.
Llegamos
al final. Me giré y no quise ver más. Había tenido suficiente desprecio,
indiferencia por ese día. Había asistido a un pequeño drama mudo, como una
vieja película ante mis ojos, que iban de una a otra mujer. No había butaca, no había
pantalla, solo la triste realidad.
Hoy no toca hablar del mundo, sino de lo que ocurre delante de nuestros ojos, a pocos centímetros, frente a ti. Ocurrió hace varios días y necesitaba contarlo.
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