Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estamos
entre dos guerras, la de Ucrania y la de Gaza. En las dos se evita el nombre de
"guerra" por distintos motivos. Una de la palabras que ayudan a
rebajar los hechos hasta un nivel asumible es "conflicto", que vale lo mismo para un roto que para un
descosido, según el dicho popular.
Los
muertos no tienen consuelo en los eufemismos con los que los vivos tapamos
nuestras vergüenzas. Para los muertos se inventó esa sorprendente expresión de "lesiones
incompatibles con la vida", que nos muestra el miedo que tenemos los
humanos a llamar a las cosas por su nombre.
"Lo
nuestro" no tiene nombre todavía. Oscila entre el "golpe de
estado", de Abascal, a la "burla la democracia", pasando por la
"incapacidad de asumir los resultados de las urnas", con las que se
juega según los sectores. No, todavía no tenemos nombres claros para lo
nuestro.
Para lo
que ocurre en las calles también se barajan nombres distintos: "manifestaciones",
"protestas"... Y a la situación: "polarización",
"tensión"... una larga lista de nombres que tratan de definir
"lo que ocurre" y cómo lo perciben según las posiciones de cada uno.
¿Cómo
hemos llegado a esta situación? Evidentemente nos lo hemos buscado a través de
diversos caminos, entre otras cosas por evitar llamar a las cosas por su nombre.
Todo lleva a este caos indefinible, a este juego entre despachos y gritos
callejeros, entre sombras y tinieblas, entre pactos y discusiones, entre lo que
digo y lo que dije.
Nuestros
medios comienzan a asustarse porque son conscientes del crecimiento que esto
puede tener, que en cualquier momento se produzca eso que llaman un "salto
cualitativo", que pasemos a un "nivel superior" del
"conflicto". Su obligación de informar se empieza a teñir con el
miedo de darle forma a lo que perciben. Hay cierto miedo a la irresponsabilidad
en algunos; otros, en cambio, se apuntan a seguir lanzando gasolina al fuego
callejero o a las amenazas por los "incumplimientos"..
El País —¡qué interesante!— cede su lugar de privilegio a cuestiones relacionadas con la Inteligencia Artificial. En los laterales, se nos habla de un PSOE acosado por los "ultras".
La Vanguardia, en cambio —situada en el centro del problema— dedica
todo su espacio principal a hacer recuento, con un artículo central de John
Carlin titulado "La política es sucia pero no hay remedio", del que
se resalta un principio: "El precio de la democracia es aceptar
concesiones a la bajeza ideológica y moral".
Puede que tenga razón, pero lo importante es precisamente que el precio de la "bajeza ideológica y moral" no nos cueste la democracia. A lo mejor también nos cuesta ponerle nombre a ese tipo de bajeza e, incluso, ponerle cara. La imagen que se ha elegido es un dibujo de Pedro Sánchez mirándose las manos, que han adquirido una extraña tonalidad que contrasta con la falta de color del resto. ¿Simbolismo? ¿Elija cada uno el color con el que califica lo que sucede? La ilustración no se define tampoco; deja que usted lo haga.
La
pregunta sobre la grandeza y servidumbre de la democracia suele hacerse cuando
se ha puesto algún trágala sobre la mesa, cuando algunos se han pasado y piden entonces responsabilidad. Entonces se invoca la
grandeza de la democracia. Puede que a algunos le valga apelar ahora a la
democracia, cuando se la han saltado cuando han querido anteriormente, algunos
de forma grave e incluso sangrienta. Pero hay una democracia olvidadiza. No sé
si algunos de los implicados son los más adecuados para mentar la democracia.
Pero, supongo, que todo es del color con que se mira.
Otro equivoco: "mayorías". ¿De votantes, parlamentarias...? Los medios recogen las ideas de los políticos sobre esto. Cada uno llama "mayoría" a la que le favorece, pero ¿qué quiere la mayoría de los que votaron? ¿Le importa a alguien? ¿Y si las minorías se imponen a las mayorías? ¿Cómo lo llamamos?
Los titulares mediáticos tratan de crear una extraña equiparación en los momentos superpuestos: "Black Friday", "Grammy Latinos", "selección española de algo", que las generaciones jóvenes (la Z) "ya no usan Tinder para ligar", las extravagancias de las "elecciones argentinas", la "inestabilidad económica de este país inclasificable"... y, como es fin de semana, todo tipo de ofertas de ocio, del "yoga facial" a los deportes y libros ("Dígame qué queso come -y cómo- y le diré qué libro leer", El País). Si podemos apelar al queso para saber los gustos lectores de alguien, ¿por qué está siendo todo tan complicado?
A veces
parece que la función de los medios es ocultar lo que pasa sepultándolo con
millones de fruslerías y trivialidades. A veces hay que escarbar bajo toneladas
de tonterías... hasta que se te olvida lo que querías encontrar.
Entre guerras que se llaman conflictos, entre conflictos que se llaman diferencias
de opinión, entre opiniones que
son libres... el mundo camina con
nosotros dentro de esos momentos que no sabemos llamar por su nombre.
No sabemos cómo llamar a esto que nos pasa. Pero, ¿pasa algo?, dirán algunos. Hasta que pase. La perplejidad puede llegar a ser crónica.
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