lunes, 27 de noviembre de 2023

Sánchez y un belga

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La capacidad de Pedro Sánchez para liarla parece ser ilimitada. No se puede contentar tantos frentes como tiene abiertos. Tenía que ser más pro palestino que los de Podemos, que le atacaban por ahí desde hace algún tiempo. Les ha hecho un requiebro y los ha dejado a la altura del betún. ¿Hay algo que venda más hoy que el que te maldiga Netanyahu? Pues probablemente no.

Y Sánchez lo ha logrado. Si puede sobrevivir a Puigdemont y a la amnistía, ¿por qué no intentarlo con Israel y Netanyahu? Lo ha hecho además con un belga, que es como atarse una mano a la espalda. Algunos de nuestros medios han querido decir que el belga "acompañaba" a Sánchez para darle un toque de valiente. Pero la verdad es que fueron los dos, cara a cara, por lo que pasara.


Y lo que ha pasado lo tenemos en los medios. Este ministro de Asuntos Exteriores, que vive en sobresalto continuo, ha salido a decir que Israel no ha entendido bien, que se han equivocado, mientras llamaba a la embajadora israelí en Madrid, en correspondencia con lo que ha soltado Netanyahu por esa boca israelí. Un calentón con España que tenemos que agradecerle todos.

La idea, claro está, ha sido cortar los intentos de Podemos de hacerse con la causa palestina, que era el objetivo de los defenestrados del gobierno. Pero Sánchez no les deja ni las migas, sabedor de que con solo un poquito se puede hacer mucho en la calle.

Nuestros políticos están más preocupados por la "opinión pública", literalmente, que por la "acción pública", como se decía antes "se les va la fuerza por la boca".


La mayor parte de su tiempo, siguiendo los consejos de los asesores de comunicación, lo dedican a reinterpretar lo que han dicho sus opositores y socios poco fiables. Todos siguen las mismas pautas, por lo que el despropósito político es total, como un juego de ping-pong al que asistimos con un cuello necesariamente engrasado para poder seguir el ritmo de réplicas y contrarréplicas a que nos someten unos y otros.

A lo dicho por Sánchez en Israel, le sigue lo dicho por Núñez Feijoo de lo dicho por Israel, a lo que siguen las réplicas de los ministros del PSOE y así continúa este juego infinito, inacabable, aburrido. A lo dicho por los primeros espadas de los partidos mayoritarios, le siguen los ecos de Vox, por un lado, y Podemos con Sumar discutiendo para introducir matices a lo dicho entre todos. El que dice algo sabe que inmediatamente será objeto de ese juego interpretativo que trata de hacer que las palabras encajen en la caricatura dibujada por los oponentes.

Si Sánchez pide dos estados, podemos va más allá y pide que lleven a Netanyahu ante la Corte Penal Internacional y que se rompan relaciones con Israel. Es como en el circo, ¡más difícil todavía! Hay que superar al otro como sea, dejarlo en evidencia, como flojo.

El episodio de la ida a Israel y Palestina, con las caras de circunstancias, el cuidadoso evitar de cualquier gesto que pudiera posteriormente interpretado como simpatía, etc. ha sido uno de los ejercicios más medidos y más disfrazados de espontáneos que hemos visto en mucho tiempo. El enfado de Netanyahu —que tiene muchos motivos para estarlo— ha sido el creer que Sánchez y un belga eran una perita en dulce, visitantes comprensivos. Sin embargo, lo que se ha encontrado es justo lo contrario: una jugada política interna disfrazada de externa. ¡Se la han pegado!

La política española está tan embrollada que se hace necesario salir de vez en cuando a la superficie internacional, una ventaja que tiene el que está en el poder, que va de presidente por ahí, de visita oficial. A la oposición solo le queda en este terreno ir a la zaga. Después del espectáculo bochornoso dado en el Parlamento Europeo, quedaba la siguiente baza, la del conflicto palestino-israelí. Y así se ha aprovechado.

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