Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
capacidad de Pedro Sánchez para liarla parece ser ilimitada. No se puede
contentar tantos frentes como tiene abiertos. Tenía que ser más pro palestino
que los de Podemos, que le atacaban por ahí desde hace algún tiempo. Les ha
hecho un requiebro y los ha dejado a la altura del betún. ¿Hay algo que venda
más hoy que el que te maldiga Netanyahu? Pues probablemente no.
Y
Sánchez lo ha logrado. Si puede sobrevivir a Puigdemont y a la amnistía, ¿por
qué no intentarlo con Israel y Netanyahu? Lo ha hecho además con un belga, que
es como atarse una mano a la espalda. Algunos de nuestros medios han querido
decir que el belga "acompañaba" a Sánchez para darle un toque de
valiente. Pero la verdad es que fueron los dos, cara a cara, por lo que pasara.
La
idea, claro está, ha sido cortar los intentos de Podemos de hacerse con la
causa palestina, que era el objetivo de los defenestrados del gobierno. Pero
Sánchez no les deja ni las migas, sabedor de que con solo un poquito se puede
hacer mucho en la calle.
Nuestros
políticos están más preocupados por la "opinión pública",
literalmente, que por la "acción pública", como se decía antes
"se les va la fuerza por la boca".
A lo
dicho por Sánchez en Israel, le sigue lo dicho por Núñez Feijoo de lo dicho por
Israel, a lo que siguen las réplicas de los ministros del PSOE y así continúa
este juego infinito, inacabable, aburrido. A lo dicho por los primeros espadas
de los partidos mayoritarios, le siguen los ecos de Vox, por un lado, y Podemos
con Sumar discutiendo para introducir matices a lo dicho entre todos. El que
dice algo sabe que inmediatamente será objeto de ese juego interpretativo que
trata de hacer que las palabras encajen en la caricatura dibujada por los
oponentes.
Si Sánchez pide dos estados, podemos va más allá y pide que lleven a Netanyahu ante la Corte Penal Internacional y que se rompan relaciones con Israel. Es como en el circo, ¡más difícil todavía! Hay que superar al otro como sea, dejarlo en evidencia, como flojo.
El
episodio de la ida a Israel y Palestina, con las caras de circunstancias, el
cuidadoso evitar de cualquier gesto que pudiera posteriormente interpretado
como simpatía, etc. ha sido uno de los ejercicios más medidos y más disfrazados
de espontáneos que hemos visto en mucho tiempo. El enfado de Netanyahu —que
tiene muchos motivos para estarlo— ha sido el creer que Sánchez y un belga eran
una perita en dulce, visitantes comprensivos. Sin embargo, lo que se ha
encontrado es justo lo contrario: una jugada política interna disfrazada de
externa. ¡Se la han pegado!
La política española está tan embrollada que se hace necesario salir de vez en cuando a la superficie internacional, una ventaja que tiene el que está en el poder, que va de presidente por ahí, de visita oficial. A la oposición solo le queda en este terreno ir a la zaga. Después del espectáculo bochornoso dado en el Parlamento Europeo, quedaba la siguiente baza, la del conflicto palestino-israelí. Y así se ha aprovechado.
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