Joaquín Mª Aguirre (UCM)
"Salir
a la calle" es una expresión con sentidos diversos. Van desde el que sale
a darse una vuelta porque está aburrido en casa hasta salir a manifestarse. Hay
otra más tensa "echarse a la calle", como existía la de "echarse
al monte", que implica según el DRAE salirse de la legalidad.
"Echarse
a la calle" tiene el sentido de protesta, de desacuerdo y manifestarlo. La
manifestación del desacuerdo es la que da sentido al término
"manifestación", en donde se realiza un interesante juego retórico.
Evidentemente uno puede manifestarse de muchas formas, una de ellas es "echarse
a la calle". Pero, todavía más preciso, "echarse a la calle Ferraz", que es
lo que estamos viendo, tiene ya una rotundidad que resulta hasta escabrosa.
El lío
en el que nos ha metido Pedro Sánchez con su deseo de cambalache para conseguir
la investidura a cualquier precio está creando una situación extrema como la
que hace mucho tiempo que no se producía. No hay duda en estos dos aspectos:
primero, es responsable porque es él quien juega con blancas. En segundo lugar,
esto se desboca y crea un conflicto que lleva a la calle Ferraz y que en estos
momentos de la noche se ha convertido en una batalla campal.
No es
la España que me gusta.
La
España del echarse a la calle debería
quedar donde estaba ante lo que es una aspiración democrática en la que todos
deberíamos coincidir. Pero no es lo que ocurre. La versión de unos y otros
diferirá, pero eso no impide que ambas formas debiliten nuestra forma de
entender lo que debe ser democrático. No es democrático jugar con los principios
y sostener, como se muestra en el vídeo circulante del ministro Bolaños, una
cosa y justo la contraria unos meses después. La hemeroteca es el peor enemigo
del político descarado.
En este
tiempo hemos criticado desde aquí muchas prácticas que considerábamos contraproducentes
para el sistema democrático en su conjunto. Ahora llegamos a la calle, el punto
al que no se debería llegar, a la calle Ferraz, para ser de nuevo precisos.
No me gustan las manifestaciones intimidantes, estas formas de presión. Algunos dirán que no han dejado otra. Puede que sea verdad, pero no por eso me gusta ni lo disfruto. Más bien me avergüenza que se haya tenido que llegar a este tipo de situaciones, que nos denigran y nos restan credibilidad democrática.
Lo que
ocurre es grave. Lo es porque es el final de un proceso, con la violencia, de
toda una serie de actuaciones escabrosas para conseguir el poder a cualquier
precio. Y no es el poder lo que importa a la gente. Como decía hace unos días
un socialista, los fines no justifican los medios y los medios no justifican
los fines, poniendo énfasis en esta segunda parte: no todo lo que es legal es
bueno por el simple hecho de serlo. Pero nadie hace caso a lo previsible.
Para
España es muy malo esta imagen ante la sede del PSOE en la calle Ferraz. No me
refiero a los extranjeros, que me importan poco; me refiero a nosotros mismos,
a nuestra propia valoración.
Elegir
las sedes para manifestarse no es una buena idea. Es un salto cualitativo, un
cambio que es difícil de ignorar. No es bueno lo que ha tratado de hacer Pedro
Sánchez porque las acciones deslegitiman realmente el poder obtenido y las
instituciones ocupadas en los compadreos, pero tampoco me gusta volver a las
imágenes de la violencia callejera. Es realmente un retroceso para quienes
tienen la memoria de otra época. Y ese retroceso es muy triste.
Hoy
mostramos lo contrario, la peor cara. Es la cara de la violencia en la calle y
de la instrumentalización de la política; se tira por la borda algo que costará
años reconstruir. La violencia es el estado en el que los radicales se mueven
mejor. Es lo suyo. Comienzas citando en la calle y no se sabe cómo acabará
todo. O quizá sí. Los contendores incendiados que nos muestran las imágenes están
quemando demasiadas cosas; peor las simbólicas que las reales.
Esto no
es algo casual. Es el triste destino de lo que se ve venir de lejos, el
deterioro de la convivencia y el desaire a los problemas reales de la gente con
el foco en la mera llegada al poder. La política debería ser otra cosa; los
políticos también. Su fin es la convivencia de todos, no sacarnos a la calle.
Hay poco más que decir. Triste. No sé cómo acabará la noche. Pero mañana escucharemos los reproches de unos y otros intentando responsabilizar al otro de lo que haya ocurrido. Palabrería. Dará igual.
Perdemos todos.
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