lunes, 29 de agosto de 2022

Menos pronósticos y más proyectos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Tras incendios, escaladas de precios energéticos, olas de calor, etc. volvemos al post verano y sus tradiciones, es decir, lo cara que es la vuelta al cole, la dificultad de retornar al trabajo y el estrés que produce, por qué no hemos descansado lo que debíamos, etc. Cada temporada tiene sus propios baches. Si la primavera trae las alergias, el verano las quemaduras y los cortes de digestión, el invierno las gripes, resfriados y las rebajas de enero, el final del verano y comienzo del otoño tiene sus propias crisis, de las que los medios se ocupan con dedicación.  Si algo hemos aprendido es a no decir "¡qué ganas tengo de que se acabe el año!", dado que a uno malo sucede otro peor. Así ha sido en los tres últimos.

Sin embargo, el pesimismo es un lastre más, un gasto inútil, un bloqueador de posibilidades. Al pesimismo contribuyen los pronósticos, un estupendo negocio que no está nunca en crisis, haciendo ricos o populares a los que los emiten y desgraciados a los que los creen y siguen.

¿Cómo se puede vivir medianamente normal si se gasta uno el dinero en pastillas de yodo por si hay una guerra nuclear, como nos decían esta misma mañana para comenzar la semana con confianza y energía? En vivir incluimos algo más que la mera sucesión de los días. Vivir incluye un esfuerzo para saltar de la cama y emprender algún tipo de acción que nos ocupe el día de manera medianamente satisfactoria o positiva. Hay una gran diferencia entre las dificultades y el pesimismo. Las primeras son reales y pueden ser asumidas como retos, como desafíos, como forma de superación personal y colectiva. El pesimismo, por el contrario, es un sentimiento, un estado de ánimo y está en nosotros; es una forma de ver el mundo que nos atrapa e inmoviliza.

No se trata de pesimismo u optimismo, se trata de "realidad", de saber a qué nos enfrentamos, sí, pero también qué está en nuestras manos para salir adelante, que es la única vía posible.

Mucho me temo que estamos invirtiendo más en ver problemas que en ver soluciones. Por ello se nos dan tantos datos negativos y tan pocas alternativas para salir adelante.

Estos son dos titulares de la prensa de hoy: "El comercio se prepara para el desplome del consumo en otoño" (El Mundo), "Verano de euforia para el turismo a las puertas de un otoño y un 2023 lleno de incertidumbre" (ABC). Y un tercero, el contrapeso "Montero, optimista sobre la economía: "Este año crecerá en torno al 4%"". "Desplome", "incertidumbre" y "optimista" son palabras que encierran una visión de los acontecimientos o de lo que se quiere transmitir. Lo captamos a través de las palabras que se usan para contarnos o explicarnos. Las palabras mismas valoran. Que sean ajustadas a la realidad existente o solo nos hablen del futuro como posibilidad es una cuestión muy diferente. Actúan sobre nosotros y nosotros actuamos después en consecuencia.

Sigo echando en falta alternativas, propuestas de qué podemos hacer, propuestas bidireccionales. La idea de una sociedad constantemente mirando hacia arriba, esperando instrucciones, una sociedad dependiente y bloqueada es muy negativa y peligrosa. Los políticos deberían escuchar las alternativas posibles que surgen desde abajo, por continuar con la metáfora espacial. Pero no lo hacen. La idea de recorrer España para que nos cuenten problemas ha quedado como un chiste.

Ya no es fácil decir que la "economía crecerá un 4%" cuando no sabemos a qué llaman "economía", un concepto cada día más distante de la realidad concreta, de los hechos reales, un macro concepto que olvida precisamente a las personas y las situaciones reales. Nos han llenado el mundo de este tipo de macro conceptos en los que los males se diluyen a no tener caras. La realidad son vacas que no tienen pienso, leche que se tira, pollos poco rentables, agua con la que lavar el pelo en las peluquerías. No se puede decir que la "economía crecerá un 4%"; no se debería hablar así.


Es absurdo pensar que si te pasas todo el día hablando de desastres, la gente no va a horrar. Demasiados siglos de fábulas, de liebres y tortugas, de zorras y hormigas, como para no prevenirse ante posibles desastres. El panorama que nos pintan es tan malo que crea su propio efecto de desmoralización, de deseo de evitar riesgos a todo trance y falta de seguridad. Así tampoco se puede.

La confianza se gana sembrando algo más que palabras. Creo que ya está todo el mundo harto de esta permanente goyesca "pelea a palos" a la que nos acostumbran y que es momento de que todos pongan su esfuerzo más que en los vaticinios, en los problemas reales para resolverlos y no solo para tirárselos a la cabeza, que al final siempre es la nuestra.

Las crisis no se solucionan con pesimismo, sino con realismo, tomando el toro por los cuernos, como se suele decir y no hacer. Menos pronósticos y más proyectos factibles es lo que necesitamos; menos discutir y más hacer.

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