Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tras
incendios, escaladas de precios energéticos, olas de calor, etc. volvemos al post verano y
sus tradiciones, es decir, lo cara que es la vuelta al cole, la dificultad de
retornar al trabajo y el estrés que produce, por qué no hemos descansado lo que
debíamos, etc. Cada temporada tiene sus propios baches. Si la primavera trae
las alergias, el verano las quemaduras y los cortes de digestión, el invierno
las gripes, resfriados y las rebajas de enero, el final del verano y comienzo
del otoño tiene sus propias crisis, de las que los medios se ocupan con dedicación. Si algo hemos aprendido es
a no decir "¡qué ganas tengo de que se acabe el año!", dado que a uno
malo sucede otro peor. Así ha sido en los tres últimos.
Sin
embargo, el pesimismo es un lastre más, un gasto inútil, un bloqueador de
posibilidades. Al pesimismo contribuyen los pronósticos, un estupendo negocio que
no está nunca en crisis, haciendo ricos o populares a los que los emiten y
desgraciados a los que los creen y siguen.
¿Cómo
se puede vivir medianamente normal si
se gasta uno el dinero en pastillas de yodo por si hay una guerra nuclear, como
nos decían esta misma mañana para comenzar la semana con confianza y energía?
En vivir incluimos algo más que la
mera sucesión de los días. Vivir
incluye un esfuerzo para saltar de la cama y emprender algún tipo de acción que
nos ocupe el día de manera medianamente satisfactoria o positiva. Hay una gran
diferencia entre las dificultades y el pesimismo. Las primeras son reales y
pueden ser asumidas como retos, como desafíos, como forma de superación
personal y colectiva. El pesimismo,
por el contrario, es un sentimiento, un estado de ánimo y está en nosotros; es
una forma de ver el mundo que nos atrapa e inmoviliza.
No se
trata de pesimismo u optimismo, se trata de "realidad", de saber a
qué nos enfrentamos, sí, pero también qué está en nuestras manos para salir
adelante, que es la única vía posible.
Mucho me temo que estamos invirtiendo más en ver problemas que en ver soluciones. Por ello se nos dan tantos datos negativos y tan pocas alternativas para salir adelante.
Sigo
echando en falta alternativas, propuestas de qué podemos hacer, propuestas
bidireccionales. La idea de una sociedad constantemente mirando hacia arriba,
esperando instrucciones, una sociedad dependiente y bloqueada es muy negativa y
peligrosa. Los políticos deberían escuchar las alternativas posibles que surgen
desde abajo, por continuar con la metáfora espacial. Pero no lo hacen. La idea de recorrer España para que nos cuenten problemas ha quedado como un chiste.
Ya no
es fácil decir que la "economía crecerá un 4%" cuando no sabemos a
qué llaman "economía", un concepto cada día más distante de la realidad
concreta, de los hechos reales, un macro concepto que olvida precisamente a las
personas y las situaciones reales. Nos han llenado el mundo de este tipo de
macro conceptos en los que los males se diluyen a no tener caras. La realidad son vacas que no tienen pienso, leche que se tira, pollos poco rentables, agua con la que lavar el pelo en las peluquerías. No se puede decir que la "economía crecerá un 4%"; no se debería hablar así.
La
confianza se gana sembrando algo más que palabras. Creo que
ya está todo el mundo harto de esta permanente goyesca "pelea a palos" a la que
nos acostumbran y que es momento de que todos pongan su esfuerzo más que en los
vaticinios, en los problemas reales para resolverlos y no solo para tirárselos
a la cabeza, que al final siempre es la nuestra.
Las crisis no se solucionan con pesimismo, sino con realismo, tomando el toro por los cuernos, como se suele decir y no hacer. Menos pronósticos y más proyectos factibles es lo que necesitamos; menos discutir y más hacer.
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