martes, 23 de agosto de 2022

Que vuelva el sentido, que vuelva el futuro

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Son muchos los signos que no nos auguran un futuro de rosas. Son más bien espinas lo que el horizonte nos ofrece. Hay, sin embargo, una enorme diferencia entre pesimismo y derrotismo y la capacidad, por el contrario, de ver el futuro como reto que hay que vencer. Cuando las cosas se dan por perdidas, es cuando estamos perdidos. Coincido con lo expresado por el psiquiatra Viktor Frankl, del que podríamos aprender muchas cosas para salir de este círculo vicioso que se produce cuando el convencimiento del desastre futuro nos paraliza y, por ello, nos vemos abocados a una pasiva destrucción al grito de "¡ya lo sabía yo!"

A veces son pequeños detalles los que nos revelan grandes verdades. Uno de esos detalles me lo enseño Lewis Carroll a través de una pequeña historia contada en su menos conocida novela "Silvia y Bruno", que recomiendo a los que no la hayan leído. Desconozco si hay edición actual, porque la mía tiene ya muchos años. Seguro que se encuentra.

La historia, que se refieren los personajes entre ellos, de forma resumida y parafraseada, es la siguiente: había un ratón tan listo, que una vez se metió dentro de un zapato y creyó que era una trampa para ratones. Como era tan listo y sabía que no se podía escapar de una trampa así, se quedó inactivo y falleció quejándose de su mala suerte.

Muchas veces en la vida me he acordado de esta pequeña historia tratando de evitar que lo que yo pensaba que iba a pasar me evitara intentar escapar de ello. Si hay algo peor y más frecuente que el derrotismo es el derrotismo auto producido, es decir, aquel que nos asegura que no hay nada que hacer evitando que encontremos soluciones.

Estamos aceptando la crisis en vez de tratar de evitarla. No se leen más que datos negativos, pero casi nunca alternativas para poder escapar de ellos. Hay quejas de todo tipo, pero pocas soluciones, aunque sean arriesgadas. Pero ese riesgo es lo que nos hace humanos; el tomar decisiones, como señalaba Frankl en sus obras, es lo que nos permite vivir humanamente. Es mejor equivocarse que no hacer nada.

En estos días de verano, me encontré en mi quiosco habitual una obra sobre Psicooncología, en cuyas páginas se acababa precisamente con la cuestión de la necesidad del paciente de enfrentarse a la situación y tener metas, que son las que dan sentido a la vida frente al derrotismo, forma de nihilismo que le quita sentido a todo, especialmente al sentido de nuestras acciones. ¿Para qué vivir, para qué actuar? La pregunta no es exclusiva del paciente, sino que es propia del ser humano en todo momento. Eso es dar sentido a la propia vida.

Me puse en contacto con la autora, profesora de la Universidad de Sevilla, para felicitarla por el libro, por la claridad, por centrarse en el paciente y por la humanidad que manifestaba en este mundo tan frío y mecánico que estamos construyendo entre todos, un mundo de cifras y cálculos, cada vez más alejado de los sentimientos de las personas, de su forma de ver el mundo y, sobre todo, de imaginarlo positivamente.

Le manifesté además una idea que me ronda desde hace más de un años, tratar de sensibilizar a los alumnos de los peligros añadidos de las informaciones negativas; no es lo mismo ejercer la crítica que hacer creer que todo es inevitable y eliminar la esperanza, palabra en desuso.

Ella me contestó agradeciendo mis palabras y señalando que era su primer intento de comunicarse con gente fuera del ámbito académico y que había tratado de transmitir lo que la lucha de sus pacientes le había enseñado. Si Viktor Frankl aprendió del sufrimiento de los campos de exterminio, de cómo había que darle sentido a ese dolor para sobrevivir en un mundo implacable, podemos aprender mucho de las personas enfermas, de cómo deben dar un sentido a su vida.

Cuando más difíciles son las circunstancias más debemos esforzarnos en crear condiciones que las mitiguen para salir de ellas cuanto antes. Pero es fácil dejarse arrastrar por las informaciones negativas. Vivimos en un mundo lleno de datos en el que todo se anticipa, con el enorme riego de acelerar las catástrofes por el hecho mismo de creer en ellas.  Muchas veces, el atractivo que tiene para muchos la oscuridad les exime de tener que esforzarse —¿para qué?—. Hemos empezado a vivir con los pánicos característicos de los "inversores bursátiles", que viven con la especulación y el miedo por delante, tratando de anticiparse a los desastres, con lo que provocan caídas que llevan a nuevos desastres.

Echamos en falta mensajes realmente estimulantes y positivos. Los que viven del catastrofismo, lo rentabilizan bien y juegan con los miedos e indecisiones. Les gusta hacer creer que el mundo va mal, que no es culpa suya y que ellos (no nosotros) puede acabar con esas situaciones. Sin embargo, no hay acción que no necesite apoyarse en la realidad. Confiamos más en la "comunicación", que en las personas y su potencial. Tomar decisiones no es algo exclusivo de los políticos, sino algo que deberíamos hacer todos porque nos hace sentir que nuestro destino está en nuestras manos y que podemos hacer algo en él.

El problema de hacernos creer que vivimos en el infierno y que no se puede salir de él es que deja huellas negativas en nuestra vida. Hay un nihilismo que se percibe a través del vacío de esperanzas, de la falta de objetivos. Esa energía negativa la percibimos volcada en muchos actos que manifiestan agresividad y que se manifiesta en el crecimiento de la violencia, algo que va de la violencia sexual a las reyertas de fines de semana, en el vandalismo, en la conducción temeraria que arroya a las personas y huye de la responsabilidad.

Todos esos datos que anticipan oscuramente el futuro pueden ser modificados por nuestras acciones. De no ser así, sobraría todo. No deberíamos sentirnos como el conejo de la historia de Lewis Carroll, que se dejó morir por la creencia de que no había salida en vez de buscarla. Hay muchas cosas que se pueden hacer, pero hay que pensarlas y buscarlas, requieren esfuerzo, voluntad. Hay que sacudirse esa mentalidad quejumbrosa que siempre apela al victimismo y a que otros nos solucionen los problemas.

Empezamos en pocos días un nuevo curso, en sentido amplio. Es el momento de intentar poner la mente en marcha hacia objetivos que nos hagan sentir que los datos pueden ser cambiados, las tendencias invertidas si nos esforzamos en la dirección correcta. Deje de esperar que le lleguen las soluciones; vaya a por ellas. Están en sus manos las decisiones.

El hijo de un pastor nos hablaba ayer en la TV de su cambio de concepto y nos decía que, en vez de llevar la comida a las ovejas y encerrarlas en rediles de los que nunca salen, había decidido volver al viejo sistema: sacar a las ovejas, pastorear, con efectos mejores para el monte, limpiar rastrojos evitando incendios tan virulentos como los vistos, dejaba de depender en buena medida del transporte y de la subida de los precios, etc. Con ese cambio de dirección reducía gastos y mejoraba la situación propia y la de los montes, además de ser mejor para las propias ovejas. Solucionaba con una sola decisión una serie de problemas encadenados, suyos y ajenos. Es lo contrario de lo que hizo el conejo, que se quedó dentro de su problema con forma de zapato sin salida.

No se trata de ser "optimistas"; se trata de no renunciar a la acción, a seguir tomando decisiones sobre hacia dónde queremos ir, aunque cambiemos a mitad de camino. Se trata de que encontremos el sentido que nos traiga el futuro que construyamos.



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