Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se está
poniendo complicado esto de "España" y de España. Distingo porque
cada día es más difícil decidir dónde está cada uno. ¿Somos un "estado
fallido"? ¿Existimos o somos una fantasía de los programas educativos?
Creo
que no hay otro estado en Europa que se complique tanto la vida como nosotros,
cada día más mareados y perdidos en las batallas de nuestros
lúcidos dirigentes en todos los niveles. Aquí el más tonto lo tiene todo claro,
clarísimo.
Es difícil, sí, encontrar en Europa un mayor desacuerdo interno en la "clase" política, es decir, los que viven de esto del desaliento, de la protesta, del revisionismo, del negacionismo nacional, del negacionismo del estado, de cualquier reducción a la nada, que es el supuesto final. Aquí hay que tragarse como dogma de buena educación la existencia de nacionalismos basados en la unión de sangre y tierra, con leyendas imaginativas convertidas en verdades históricas, pero ¡cuidadín! no se te ocurra hablar de esa España o de su historia, si es que la tiene.
No es fácil, insistimos, encontrar parangón europeo al caso del anti españolismo
español. Más allá del discurso de los separatistas, está el del revisionismo a
la carta, los intentos de destruir cualquier fundamento de una nacionalidad
española como tal. Hemos asumido, recreado y convertido en novela gráfica la
Leyenda Negra, aquella con la que en el mundo anglosajón justificaba sus atrocidades
mientras que elevaba las nuestras al plano de maldad universal amparada en un
sentimiento religioso cuya única fe estaba basada en la Inquisición. Nadie ha
sido un "monstruo". Todos los países han sido reinos de fraternidad,
utopías felices en las que nunca ocurría nada, todo lo más algún chubasco malintencionado.
Solo en España eran posibles guerras y matanzas, intransigencias múltiples. En el
resto del mundo, una paz somnolienta, cansina, podrida de tanto bostezo.
Esto lo
reivindican separatistas que desean ver desaparecer de la faz de la tierra no
solo la monarquía sino cualquier resto de hispanidad; lo reivindican ex
terroristas que siguen manteniendo sus simpatías con los que asesinaron y cuyas celebraciones siguen con distintos disfraces.
Es un signo de nuestra historia esta división permanente e insultante, esta "pelea a palos" continuada que prende con gancho en generaciones jóvenes que gustan de explicar lo que han leído a los que lo han vivido. Sí, es nuestro sino.
El
hecho de que el Rey de España estuviera en la toma de posesión del nuevo
mandatario colombiano ya es un signo importante. Pero ellos, los contra, quieren más, quieren que se aplauda
la misma espada que atravesó españoles, algo que les produce un singular
placer. ¿Quizá hubieras sido mejor que se arrodillara ante el paso de la espada?
Me parece genial que el señor Gustavo Petro, nuevo presidente, hiciera de la espada su primer acto terrorista en el pasado robándola, según nos cuentan. Me parece genial que su primer acto de reconciliación fuera devolverla, como también nos explican. Pero no puedes pedir que se levante y aplauda a rabiar (como se nos dice de otros participantes) el que representa a ese país inexistente y oprobioso, España, que aplauda "ese señor que no ha sido elegido", como refiere algunos de estos demócratas desde siempre.
Dicen que la "espada" no estaba en el programa. ¿Debe ser considerado como el primer acto anti español de la presidencia de Gustavo Petro, un conflicto con humillación incluida? No lo sé; espero que no. Pero ¡allá él! El pasado día 7, los medios colombianos señalaban que la deseada espada no estaba prevista. Luego apareció. Según cuentan, tenía un prima de seguro muy alta, algo que hacía extremadamente caro su salida a la calle. Pero finalmente estuvo.
¿Estará el señor Gustavo Petro en la misma onda que el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y que el venezolano Nicolás Maduro de puyas constantes contra una España que juega a que no se ofende porque lo que nos digan fuera no es nada comparado con lo que algunos dicen dentro? Esperemos que no, aunque servirá para establecer una sólida alianza, incluso financiera si es necesario, con grupos y grupúsculos que comparten el odio a España y por el que son bien recibidos allí donde eso les hace parecer algo.
Me he sentido triste tras el sonrojo. Discutimos qué se cuenta en las escuelas, en que lenguas se habla o se aprende. Lo que se discute realmente es nuestro propio ser y el derecho a contar la Historia desde el poder, del instituto o colegio al Consejo de Ministros. Cada maestrillo tiene su librillo, en este caso de Historia de la inexistente, volátil y circunstancial España.
Creo
que es preferible que sigamos discutiendo sobre lo esencial, que es el ocio nocturno, el uso de las mascarillas, cómo se
pilla la viruela del mono y el dudoso fuera de juego del último partido.
Sigamos, como sucedáneo, recreándonos en las Copas de Europa, en los campeonatos
del mundo, en los partidos internacionales amistosos de cualquier deporte,
etc., allí donde la gente puede decir sin rubor el nombre de su país antes de regresar con su vergüenza a casa.
Se critica que el Rey de España no se ponga en pie ante la espada bolivariana en un país en el que hay presidentes autonómicos que no van a los actos en Madrid o no "reciben" a la familia real en Cataluña y País Vasco, donde resaltan sus ausencias como "gestos". Aquí cualquiera puede hacer de su capa un sayo, pero los demás tienen que someterse fuera a lo que a ellos les guste. Una curiosa ley del embudo que solo considera insultos lo que los demás hacen. Sus actos son siempre justos y representativos del sentir de la parcela de pueblo que les toca administrar, incluidos los ministerios. No hay programa electoral que no incluya ya su "versión" de España, la que nos separe, no la que nos una. ¿Unirnos, para qué?
Hay un punto entre la crítica a tu país y el insulto permanente y su negación. Son buenas las críticas que nos ayudan a ser mejores, a no repetir errores. Pero esto es otra cosa, es un odio sin medida que no va a ningún lado, por más que lo pretendan. Sí, el antiespañolismo (y todo lo que lleva dentro) vende, allí y aquí.
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