domingo, 10 de julio de 2022

Gravedad de notable

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Ayer un puñado de expertos en estas cosas de los virus y los contagios estaba prácticamente todos de acuerdo. Les pidieron en La Sexta que valoraran el peligro del momento  en la situación actual y coincidieron en un "7", una forma de advertir sin llegar a preocupar más que a los que ya están preocupados.

A la hora de preguntarse —una buena costumbre— porque estamos creciendo tanto a principios de verano y no al final, los expertos solo pudieron responder de una forma: mala pedagogía.

Hay muchos factores que hacen que estemos ahora como estamos y, lo que es peor, a casi nadie le importe. Es decir, nadie está dispuesto a dar un paso atrás en esto de la prevención. Se ha planteado, como me decían el otro día, como una guerra entre "la marcha" y la "enfermedad" y, si como dicen, solo se mueren algunos, ya está bien de renunciar a la marcha.

La "marcha" es el principal negocio del país, aquello por lo que se mueven miles de millones en muchos sectores relacionados directa o indirectamente. La "marcha" es incompatible con mal llamada "distancia social". Esa distancia es teórica y nada social.

Yo tengo mis propios experimentos: un aula vacía con un solo alumno, más de cien asientos libres. El segundo alumno que entre lo hará junto al que ya estaba. Eso funciona con los españoles, sociales donde los haya. Con alumnos de otros países puede variar.

Es el instinto gregario. Nos lleva a juntarnos y juntarnos por encima de cualquier otra consideración. Si además está por medio esta economía del juntarse, los resultados están claros. La gente se ha vacunado para poder seguir juntos y así lo han dicho cuando se les ha preguntado. Si la vacuna-truco falla, entonces dejan de vacunarse.


Ayer se nos decían cosas que no se nos dicen habitualmente. Específicamente algo que se evita: hablar de las reinfecciones. Mucha gente sigue sin distinguir las vacunas que son para toda la vida y las que, por las mutaciones, dejan de servir y pierden eficacia pasado un tiempo. Muchos sacan la interesada conclusión de que si tenemos que vacunarnos tanto es porque las vacunas no funcionan. Son las vacunas precisamente las que han evitado que esto haya sido una sangría continuada.

El factor edad es otro que despista: una cosa es contagiarse y otra morirse, en este último caso, pues mala suerte, como nos dijo aquel experto preguntado por la mascarilla en los ascensores. La idea de que el joven no muere es, junto con los asintomáticos, el factor de mayor negatividad en todo esto. Que solo se den datos de contagios sobre los mayores de 60 años ha sido el golpe de gracia a esta enfermedad con un fuerte componente generacional en la forma de vivirla, padecerla y sufrirla.

La insensibilidad que algunos manifiestan por la "seguridad" de que no les pasará nada es manifiesta en muchos momentos y puedo dar fe de ello. Confunden la "no obligatoriedad" de ponerse la mascarilla con la inexistencia de los contagios. De esta forma, el virus se expande.


El regreso del verano traerá una situación nueva. Los expertos recomendaban, ante las imágenes de los sanfermines, ponerse la mascarilla en interiores y considerar como "interiores" las aglomeraciones como las que estos días vemos con toda "naturalidad".

Hay una dura batalla en la que las autoridades han claudicado. Es la batalla contra la mascarilla, no contra el coronavirus. La mascarilla se ha convertido en el objetivo. No lo ven como una "protección·, sino como un "obstáculo". Esto es algo que llevamos diciendo hace mucho tiempo y que ahora se percibe mejor.

Ayer se hablaba de falta de "pedagogía", algo cierto porque los intereses de la salud han estado muy poco tiempo en primer término. Los expertos señalaban que es el personal sanitario el que ha sido dejado a su suerte tras dos años de pandemia. Sin refuerzos, sin contenciones, todo se vuelca sobre la atención primaria, que vuelve a estar desbordada. Y solo está empezando esto, está "séptima ola" que algunos, se nos decía, llaman la "silenciosa", aunque pronto pueda reventar en escándalo si no se logra contener. ¿Pero cómo hacerlo sin ningún tipo de ayuda ni de arriba, la administración, ni de abajo, la población, lanzada (incitada por los intereses tras los medios) a la calle a celebrar que "todo se ha terminado"?


La administración se limita, como decíamos el otro día, a sugerir, recomendar, etc. La queja de los expertos de diferentes sectores era clara: nadie hace nada, no hay enseñanza o comunicación. Peor: se ha reducido la información, rebajando la presión sobre la necesidad de prevención. Los enemigos (eso dicen) son los que piden prevención y quieren que la gente se retire a sus casas. Como hemos repetido muchas veces, se ha perdido la ocasión de establecer una buena comunicación preventiva, esa pedagogía que reclaman hoy, que viene a querer decir que todo lo aprendido no ha servido de nada.

Las rivalidades entre administraciones sigue siendo un problema. Como ya ocurrió antes, nadie quiere parecer aguafiestas, restrictivo o demasiado protector. Visto lo ocurrido en Madrid, con las peores cifras, los que previenen pierden votos. Es peor perder votos que vidas, según parece.

Los expertos situaban el momento actual en "gravedad 7", notable, que viene a ser un aviso, pero con algo de margen, aunque eso, como sabemos, servirá de muy poco. El verano es imparable. Ya veremos cómo llegamos al otoño, que es la época buena para el virus.

Nada ha terminado. Luego nos preguntaremos dónde se cogió y diremos ese "¡no me lo explico!! que tantas veces escuchamos. Ya no se trata de "negacionismo", sino de una suerte de "pasotismo". Los que tendrán que recibirlos dentro de poco, avisan.


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