Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Un tuit
de la gran periodista Almudena Ariza nos llama la atención desde su
corresponsalía en Nueva York. A Ariza la hemos visto inmersa en la guerra en
Ucrania, en primera línea, en Nueva York, en París... un ejemplo de
profesionalidad, rigurosa y comunicativa,
El tuit es este y contiene un mensaje central:
Podemos
señalar cuatro partes en el tuit. En la primera se expresa la frecuencia del
mensaje (lo repite cada vez más gente), que mucha de esa gente son periodistas
y cómo ella está "sucumbiendo". En la segunda se constata un problema
de la profesión, la necesidad de cambiar y el desconocimiento de cómo hacerlo.
La tercera es el cuerpo del tuit, con referencia a dos problemas, la
"desconexión informativa" y la "salud mental", ambas
conectadas, junto a un doble reconocimiento de "culpa", la saturación
informativa y sus efectos, los del malestar. Finalmente un nuevo tuit da las
gracias por las respuestas recibidas, muestra clara del interés despertado con
el mensaje central y que nos conecta con el inicio y reafirma la naturaleza
problemática de la situación tanto para profesionales como para las audiencias.
La
cuestión es importante porque conecta dos elementos que habitualmente suelen
tratarse por separado, lo que ocurre y las respuestas, con un tercero, que es
el problema del tratamiento informativo y su papel en la mediación.
Ni Almudena
Ariza ni ninguno de los profesionales de la información han causado la guerra
de Ucrania, los incendios forestales, la subida de la inflación, las olas de
calor, la amenaza de los bancos, el doble chantaje de la energía; ni siquiera
la derrota de España en el europeo femenino o los demonios de los coches de
Fernando Alonso. Son acontecimientos y hechos que se dan en algo complejo que
llamamos "realidad" y que en términos periodísticos se llama
"actualidad", una selección de ellos en función del posible interés o
respuesta que pueden dar los receptores de las noticias, que son el resultado
de la textualización, la conversión a textos, de todos esos hechos y
acontecimientos noticiables.
Los
criterios para la selección, primero, y el tratamiento después son muy
variables. Cuando hago mis búsquedas en diversos medios de algo que quiero
contar en este blog, me encuentro que algunos pueden no recogerlo y, en otras
ocasiones, que la noticia está en todos los que consulto, si bien de distinta
manera. El hecho de que una noticia esté en todos los medios puede ser
indicador de su importancia o, también, de su absoluta trivialidad si todos
ellos se decidieran a dar prioridad al asunto trivial.
Los
medios no solo informan, también compiten. Lo hacen por nuestra atención, que
es el objetivo de todos ellos. La atención es el bien más notable en una
sociedad mediática. Implica que lo que nos cuesta elaborar una información se
debe traducir a un criterio de visibilidad en muchos casos. Eso es lo que hace
que muchas veces los propios periodistas se expongan para conseguir imágenes o
noticias "más competitivas". Eso, como sabemos, ha llevado a que
muchos freelancers hayan expuesto sus vidas para conseguir las imágenes que
solo ellos podrían conseguir vender. El freelancer aúna en sí el extremo de
esas dos tendencias, la informativa y la económica, pues cada noticia que vende
es el resultado de su propio trabajo por libre. En el otro extremo está la "noticia"
más barata y rentable, la pseudo noticia que se extrae de las redes sociales,
de coste cercano a cero, pero que hace gracia a las audiencias, las espanta u
horroriza: hay una determinada cadena privada que dedica una parte importante
de su tiempo a estas "noticias curiosas", sin trascendencia alguna,
pero que atraen a las audiencias por su propia truculencia: un coche que se ha
empotrado en una casa, un gato rescatado en helicóptero,, alguien que se cae
haciéndose un selfie en un barranco... cualquier cosa imaginable. Todas estas
pseudo noticias ayudan a mantener a una audiencia perezosa, a la que le gusta
ser sorprendida más que informada. De este mal doble —el encarecimiento de la
información y el éxito de las pseudo noticias— salen muchas consecuencias sobre
la educación de las audiencias o, si se prefiere, de su mala educación.
Pero el
problema que Almudena Ariza nos plantea en su tuit no se refiere a las pseudo
noticias, sino a la necesidad de competir en el terreno informativo y a la
saturación con efectos sobre la salud mental.
Preguntarnos
por cuántas malas noticias somos capaces de soportar durante la emisión de un
noticiero de media hora, por cuántos días podemos soportar este tren de malas
noticias... no es trivial y seguro que a usted le ha ocurrido, como me ha
ocurrido a mí y a la propia Almudena Ariza, según nos cuenta.
¿Está
afectando realmente a la "salud mental"? El término ha multiplicado
sus apariciones en los propios medios. Lo ha hecho desde la pandemia, pero
existe como una preocupación con anterioridad. Los confinamientos, la ruptura
de las redes personales, de la convivencia, las noticias de muertes y las
muertes próximas, nos han traído hasta este punto. Se le suman ahora una
guerra, incendios, inflación, amenazas económicas de futuro... Pese al intento de los gobiernos
de transmitir confianza, lo cierto es que las malas noticias se acumulan sobre
una sociedad que está saturada, por un lado, e hipersensibilizada a lo negativo,
por otro.
Se hace
necesario buscar un tratamiento informativo mejor porque la paz, las mejoras
económicas o apagar fuegos... no está en manos de los profesionales de la
información ni de los propios medios.
La solución no está en la desconexión, porque sería la política del avestruz. Sin embargo, es la que está ocurriendo como respuesta al torrente de malas noticias que nos sacude cada día y desborda nuestra capacidad de resistencia mental. Una persona informada hoy es una persona al borde de la depresión. El problema es el de refugiarse en la trivialidad o la desconexión, que son dos alternativas.
El
periodista y los medios sí tienen responsabilidad en no forzar la maquinaria
informativa para acrecentar el dramatismo que asegure la atención, como algunos
medios estamos viendo que hacen.
La
televisión es el medio que más lo usa. Nosotros controlamos la lectura y la
secuencia de los medios escritos, ya sea en papel o en la web. Pero no
controlamos la secuencia informativa de radio y de televisión donde el orden,
la intensidad y el tiempo nos son impuestos. Ante un medio impreso, yo gradúo
la información, pero en los medios audiovisuales, es el medio quien lo hace.
Son ellos los que hacen que a las tres de la tarde vayamos, al cambiar de
canal, vayamos de incendio en incendio, de bombardeo en bombardeo, de mala
noticia en mala noticia, causando un efecto psicológico de encierro de
imposibilidad de huida, que tiene efectivamente una repercusión sobre la salud
mental y sobre nuestra forma de acercarnos a la información.
La acumulación de malas noticias se llama "crisis" y eso no se para metiendo la cabeza en un agujero. Pero tampoco metiendo la cabeza en el espacio que el televisor nos propone cada día podemos salvarla de la enorme presión negativa que recibimos. Vemos medios que incluso dan buenas noticias con imágenes negativas. ¿Cuántas imágenes de incendios podemos ver en un día sin que nos afecte mentalmente? ¿Cuántas antes de cambiar de canal y refugiarnos en la programación infantil como último espacio, como vuelta a una infancia feliz?
Muchos han jugado en estos años pasados al
juego del lobo, de las malas noticias como reclamo. Hoy el lobo de la realidad
negativa está aquí y hay que preguntarse, como Almudena Ariza, qué se hace mal
y cómo, modestamente, podemos evitar que las malas noticias acaben con nuestra
salud mental, algo que hay que conservar para evitar que nuevos o viejos
problemas se desborden.
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