Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nunca
se ha escuchado tanto la palabra "ocio" como en estos últimos
tiempos. De hecho, durante la COVID nos hemos preocupado más del ocio que del
trabajo, ya que nuestro ocio es trabajo y beneficio. Ponernos la mascarilla ha
sido quitarnos la máscara nacional y descubrir que nuestro estado natural es el
de consumidores del ocio. Para que unos disfruten otros tienen que trabajar,
para que unos ganen otros deben gastar. Es así de simple sobre el papel, pero
en la realidad se nos está complicando.
Recogimos
aquí el resoplido satisfecho de aquella primera señora que nos mostraron
asentando sus posaderas en la silla de una terracita después de tanto tiempo y
tantas ganas. Esta fórmula se ha convertido en una entradilla tópica para todo.
Si se nos habla de los Sanfermines se nos explica que "después de tanto
tiempo, había muchas ganas".
Durante
el tiempo no se podían usar los interiores de cafeterías y restaurantes. Hubo
que habilitar unas terrazas ampliadas para que los negocios del ocio pudieran
sobrevivir. Pese al malestar mostrado por los vecinos, que veían cómo el ruido
crecía bajo sus ventanas ("después de tanto tiempo, había muchas ganas",
por supuesto, de hacer ruido), las terrazas se impusieron. Por el camino se
habían quejado de que los "botellones" tenían ventaja, que la gente
hacía en ellos lo que no les estaba permitido en los locales de ocio. Sabemos
desde hace mucho tiempo que el gran local de ocio español es la calle y que
durante décadas se han estado probando fórmulas para canalizarlo a interiores,
que es donde está el negocio. Pero eso es otra cuestión.
En RTVE.es leemos el siguiente titular sobre esto: "Terrazas con cronómetro: algunos bares y restaurantes limitan el tiempo a sus clientes"*. Podemos leer allí:
En las mesas de algunos restaurantes se puede leer el cartel que fija un límite de hora para permanecer en ellas: 30 minutos para tomar algo o de una hora y media para comer.
En algunos casos es incluso menor y el tiempo para comidas se queda en una hora. El debate está servido y los principales afectados son los clientes: "¿Por qué tiene que haber límite?, no lo entiendo, me estresa saber que tengo un tiempo limitado", asegura un ciudadano desde una terraza en Barcelona.
Y como en todo, hay opiniones para todos los gustos: "Me parece bien, tienen que vivir de algo", afirma otro comensal de la ciudad condal.*
En el artículo se nos dice que es "legal" si se avisa antes a los clientes, si se coloca algún cartel especificándolo. De no hacerse de esta forma, la cuestión sería ilegal. Me gustaría, en cualquier caso, ver qué ocurre en el era de los teléfonos móviles si unas personas deciden que no han "terminado" la comida (no entendida como un acto alimenticio, sino como un acto social) o que no les apetece levantarse de la mesa.
Poner tiempo al ocio es, como señala uno de los preguntados en Barcelona, cuanto menos "estresante". El acto social de estar en una terraza es precisamente no tener que mirar el reloj, por eso se llama "ocio". Pero aquí es "ocio" cuando te interesa y entonces te preocupas por la salud mental de los que no pueden disfrutar su ocio porque hay restricciones, etc. y deja de serlo cuando es una marcha militar en la que te marcan ritmo y el tiempo de tu estancia.
Mucho me temo que si esta práctica prospera, pueda ocurrir el mismo fenómeno que provocó el botellón, que no fue otro que el encarecimiento del ocio destinado a los jóvenes. Los empresarios no querían ver a cinco jóvenes sentados a una mesa compartiendo dos refrescos durante unas horas. Subieron los precios y desarrollaron diversas prácticas, algunas muy imaginativas para evitar que esto ocurriera. Los jóvenes decidieron que era mucho más divertido pasarse la tarde y noche en la calle "haciendo botellón". Todavía hoy veo en mi gran superficie habitual cómo los grupos de jóvenes entran viernes y sábados y salen con diversas botellas con las que se pasan las noches en los parques. Tengo mis dudas sobre si las limitaciones de la venta de alcohol están orientadas hacia la salud pública y no una forma de presión por parte del gremio que ha dejado de venderlo. Lo que han hecho precisamente ha sido extender esta práctica, que cubre ya una generación, y sobre todo señalar su fundamento: es social, barata y nadie les dice cuándo se termina. Los efectos paralelos también los conocemos, desgraciadamente.
Las prácticas comerciales a las que estamos asistiendo son realmente preocupantes. Vemos cómo se reducen las raciones y se doblan los precios con toda naturalidad, ya que la culpa la tiene Ucrania, claro. Vemos cómo se rebaja la calidad de los productos porque, claro, la energía está muy cara para tener las neveras todo el día encendidas y hace mucho calor. Como ha subido la gasolina, todo se ha encarecido en un intento de "no entrar en pérdidas·, es decir, la clásica espiral inflacionistas.
Cronometrar el ocio es una práctica más en este sentido. El otro día quedé con dos amigas para comer en una cafetería restaurante muy conocida de una céntrica zona comercial madrileña. La empresa tiene sus zonas horarias en función de las franjas para desayunos, comidas, meriendas y cenas, con públicos distintos en cada una de ellas. Cuando entramos a las dos de la tarde, con un calor horrible, el aire acondicionado era casi polar, algo que se notaba en contraste con el calor de la calle. Comimos tranquilamente, pero a las 4 de la tarde empezamos a sentir un fuerte calor. No te piden que te vayas, pero la forma de desalojar mediante la subida de las temperaturas era clara. La gente sale a la calle y deja sitio a la siguiente tanda, para los que se volverá a subir el aire acondicionado. Sencillo.
El segundo entrevistado en la noticia de RTVE.es dice que "le parece bien", que "tienen que vivir de algo", señala. Sí, pero tienen que tener mucho cuidado con no matar a la gallina de los huevos de oro. El ocio es ocio y si quieres vivir de él tienes que tener cuidado con lo que haces. Militarizar a los que están intentando tener un rato de descanso es, en el mejor de los casos, estresante. Cuidado, no vayan a tener que lamentarlo.
No sé si estamos preparados para un sector que decida reducir la calidad de los productos, reducir las raciones y hacer lo mismo con el tiempo. Eso, además, viene acompañado por una rebaja de los sueldos. ¿Cuántas veces hemos escuchado la queja del sector de que no encuentran personal? Si el mercado funciona en un sentido, debería funcionar en el otro, es decir, mejorar la oferta de empleo y así seguro que encuentran trabajadores para atender sus negocios de hostelería.
No cuentan que los precios de las vacaciones han subido un 30%; veíamos hace días que el alquiler de coches para el verano se ha multiplicado por cuatro. Algunos comercios retiran los productos baratos para limitar la elección del consumidor y desechan menos productos en mal estado amparándose en que no se desperdicie nada; lo malo es que compramos un producto peor pagando en ocasiones el doble.
Como se trata de un "libre mercado", las autoridades tienen poco que hacer (aunque deberían). Las asociaciones de consumidores deberían estar más activas denunciando allí donde los abusos sobre los consumidores hacen acto de presencia.
Hay muchas formas de mejorar los servicios para mejorar la situación de los negocios. Pero mucho me temo que algunos están escogiendo la excusa más fácil para ofrecer la mitad a doble de precio. Lo que se está provocando así es una espiral inflacionista. El resultado es que lo acaba pagando el consumidor, como hemos podido comprobar con los "pactos" entre empresas grandes para evitar competir entre ellas. El objetivo es siempre el consumidor y el "aliado" es la falsa "competencia" en mucho sectores.
No digo que no haya muchas personas que abusen. Pero también hay que señalar que si muchos no consumen más es porque no pueden. Echarlos a la calle es crear un precedente con consecuencias que no podemos anticipar, aunque sí especular sobre las posibilidades. El Gran Hermano Bar puede manifestar su lado más oscuro, tras la explotación de sus propios trabajadores.
Una cosa es poner un horario de comidas, algo frecuente, y otra cronometrarte un refresco o un bocadillo. La casuística puede ser infinita: ¿qué tiempo cuenta si empiezas a comer y luego llega un amigo y se suma? ¿Y si llega un tercero? ¿Deben separarse cuando se acabe cada tiempo individual? Y así podríamos seguir proponiendo supuestos.
Cuando uno se sienta en una terraza, está comprando algo más que una comida o bebida; compra espacio y tiempo, además del servicio y las vistas. Compra tranquilidad, relajación. Espero que sepan lo que están haciendo porque puede ser muy negativo.
Si el ocio es el gran negocio, debería tratarse de otra manera porque se corre el riesgo de que sea lo primero de que se prescinda cuando las cuentas ya no nos salgan y la cuenta del banco suene a eco. Ya estamos en una tasa de ahorro negativa. Aumentará el negocio de las tarteras si siguen así.
Mucha gente se ha ido hacia las autocaravanas como alternativa al alza de los precios turísticos, con la consiguiente elevación de los precios en el sector de los vehículos. Otras han optado por reducir su vacaciones al mínimo o a quedarse en casa. Cuando te crean problemas (añadidos a los que ya tienes), la gente responde defendiéndose. Lo especial del ocio es que era la alternativa al resto; ahora forma parte igualmente del problema.
Las teorías nos decían que la forma de atraer a los consumidores era tratarlos mejor, ofrecerles más cosas y más barato. Habrá que revisar las teorías.
Se han tomado o dejado de tomar muchas medidas sanitarias pensando en no perjudicar a la hostelería, el gran motor nacional. Ahora las circunstancias son otras y se ha pasado de unos lamentos a otros. Lo que sabe bien es esa coletilla de justificar las subidas de los precios en los "posibles despidos". El rechazo a trabajar en el sector es claro. Los bajos salarios han sido la norma, junto con la falta de límite laboral temporal; para el trabajo no hay límite, pero sí para el consumo.
Si miramos el tratamiento informativo que se le ha dado a esto es muy amplio. Esto indica que es algo a lo que la gente es muy sensible, pues primero se les empuja a las terrazas y el consumo, para luego subirles los precios y reducirle el tiempo. La noticia está por todas parte y algunos medios hablan de "la moda de las terrazas con cronómetro". No nos engañemos, no va a ser una moda algo que va contra el consumidor, por más que se disfrace.
Poner límites temporales en las terrazas, cafeterías y restaurantes, cambia radicalmente el sentido social del acto en sí. Se convierte en un ataque directo a su valor principal. Más caro, menos cantidad, menos tiempo. La excusa de que todos lo hacen llevará a las reacciones de defensa de los consumidores y, probablemente, al establecimiento de sectores diferenciados con aquellos a los que nos les importa y con los que buscarán otras fórmulas en la que estar disfrutando de su propio ocio sin que les digan cuándo se deben levantar.
*
"Terrazas con cronómetro: algunos bares y restaurantes limitan el tiempo a
sus clientes" RTVE.es 15/07/2022
https://www.rtve.es/noticias/20220715/limite-tiempo-para-consumir-terrazas-restaurantes/2388860.shtml
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.