Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
noticia de que Siria acaba de reconocer la existencia como "repúblicas
independientes" de las zonas prorrusas ucranianas invadidas por Putin es
una mala noticia que era cuestión de tiempo. Rusia está presionando u ordenando
a los países bajo su manto para que den cobertura internacional a sus acciones
militares. La nefasta política norteamericana tras la Primavera Árabe y cómo
fueron fracasando uno tras otro los intentos de democratización tras los
derribos exitosos o no de los dictadores de una zona que va desde Marruecos
hasta Turquía se está haciendo notar todavía.
La
política del "prefiero un dictador amigo (como Trump con su "dictador
favorito" egipcio) a una democracia desfavorable a mis políticas" ha
llevado a que esos dictadores busquen el amparo de una de las dos
superpotencias, en especial, de una que no les cuestiones los métodos. De esta
forma los saudíes pueden secuestrar, torturar y descuartizar a un periodista
crítico, sin que pasen demasiadas cosas; Egipto puede secuestrar, torturar
matar a un estudiante italiano que ha tenido la osadía de realizar una tesis
doctoral sobre los sindicatos.
El peso
de Rusia en la zona del Sahel (norte de África), que acaba de ser declarada
como una peligrosa amenaza por el documento de la OTAN redactado en el
encuentro recién cerrado de Madrid, es evidente. La diplomacia rusa ha sido
astuta y paciente recogiendo los restos antiamericanos o, más ampliamente,
antioccidentales. No ha habido problema en lanzar sonrisas mientras se recibían fondos y armamentos, mientras que se agitaban en las bases sociales el anti occidentalismo, como se ha hecho en varios países de la zona. No Occidente no resulta simpático por sus políticas confusas, a veces contradictorias. Rusia es mucho más claras.
Con el
amparo de Rusia, algunos de los países de la región tienen mayor respaldo para
políticas más agresivas. Putin —lo hemos comentado aquí desde hace años—
representa el "aliado fiel", el que "no te juzga", el que
siempre entiende que tus razones son buenas mientras no le perjudiquen. Trump
intentó practicar el mismo pragmatismo maquiavélico que su admirado Putin, pero
el sistema democrático norteamericano exigía mucho y criticaba a sus aliados,
especialmente cuando se trataba de transferir fondos a estas "dictaduras
amigas". En cambio, Rusia no tiene ese problema por muy manchas de sangre
que tengan las manos. Putin, un dictador, no tiene problema en abrazar a los
dictadores que sean necesarios para expandir el área de influencia. Siria acaba
de mostrar sus efectos con el reconocimiento de la política y objetivos rusos. Es
de esperar que pronto salgan diversos países con la misma cantilena, la del
reconocimiento de los territorios invadidos por Rusia en Ucrania.
Las
dictaduras saben que se sobrevive mucho mejor a la sombra de una potencia
grande. Si esa potencia es además dictatorial, no necesita justificar por qué
mata a sus opositores (dentro o en exilio), puede empezar guerras y quedarse
con los territorios que invade, etc., los dictadores se siente mucho más
arropados y saben que pueden reprimir sin problemas cualquier resistencia.
El problema
del futuro se nos plantea dentro de la propia Unión Europea, en donde se
encuentran algunos países que está bajo la lupa democrática porque
evidentemente echan de menos los años soviéticos,
aquellos en los que los tanques rusos acudían puntuales a aplastar cualquier
intento de "desvío" del sistema comunista, que aseguraba el control
distante desde Moscú. No olvidemos que Rusia, entonces con la etiqueta de Unión
Soviética, se "tragó" media Europa, que costaron décadas, muchas
muertes y sufrimiento, que aquellos países, desde una Alemania dividida en dos
hasta países como Polonia, Hungría, los bálticos, etc. todos los existentes
tras el llamado "telón de acero" y bajo algo que critican de la OTAN,
el llamado "Pacto de Varsovia", que coordinaba las fuerzas de todos
los países bajo control ruso. Olvidamos demasiado pronto.
Se diga
lo que se diga, ha sido Rusia la que ha invadido un país vecino; lo ha hecho en
dos ocasiones, siempre con la excusa insaciable de su "seguridad", un
concepto que no ha inventado pero que sí usa con total descaro contra los
deseos de países soberanos vecinos. Ser
vecino de Rusia es una maldición geográfica. Considera, como vemos, que no
puedes tomar más decisiones que las que ella tolera; amenaza y si quieres
defenderte te invade sin pudor. Esa es la política tautológica rusa; su extraña
lógica se ha transferido a la violencia sin límite. En vez de intentar que sus
vecinos no se sientan amenazados, prefiere pulverizarlos e invadirlos. Pero
siempre habrá una frontera, un país con el que no se sienta feliz... ¡y vuelta
a empezar!
Mientras, la diplomacia rusa sigue jugando con sus apoyos, dando armas a los que las usan contra sus vecinos y sus pueblos, asegurando que los dictadores amigos se mantengan en poder, como seguro de futuro.
Los
analistas se dividen sobre el sentido de todo esto. Se repite algo obvio, que
Putin ha conseguido lo contrario de lo que se proponía. Ha conseguido que dos
países europeos (a los que ahora amenaza ya) entre en la OTAN; ha conseguido
que se apruebe un aumento del gasto militar en medio mundo; ha acelerado la
entrada en la Unión Europea de Ucrania. Se mire por donde se mire, la situación
es peor para Rusia, declarada peligro, enemigo, excepto por todos aquellos que,
como hemos dicho, se sientes felices en sus dictaduras. En teoría, nada de lo
que tenía planeado le ha salido bien, incluida esa guerra relámpago de la que
regresar victorioso para ser aclamado en un nuevo Día de la Victoria. Pero
tampoco sabemos cuáles pueden ser sus intenciones "reales", si es que
las hay. Solo vemos resultados.
Lo cierto es que las guerras se empiezan en un momento, pero las paces tardan mucho en producirse. Se habla mucho de "guerra fría", pero esta no tiene nada de "fría". No hay que jugar tanto con las palabras.
Esta
guerra es caliente en su inicio y puede serlo mucho tiempo. Con su acción,
Putin ha movido el mundo. No creo que haya sido capaz —nadie lo es— de prever
todas las consecuencias de sus movimientos. Sí ha tenido, en cambio, que partir
de un escenario posible, con unas condiciones dadas. ¿Calculó mal? No se trata
ya de si "gana" o "no gana" esta guerra, sino de si se
pueden parar o controlar sus efectos encadenados y sistémicos. Un tren con
grano que no sale puede causar una revolución en el otro extremo del globo,
movilizar un continente provocando una hambruna; un gas que no llega puede
provocar un hundimiento de empresas y el desplome de la Bolsa, cientos de miles
de desempleados, inflación disparada, etc.
La gran
pregunta que nos podríamos hacer es: en este desafío global ¿tienen ventajas
las dictaduras, que controlan mediante represión, silencio, desinformación, etc.,
frente a las democracias, sometidas a la opinión pública? ¿Es ese el fondo
autoritario de resistencia en el que Putin cree? Sabemos desde hace años que
una de las principales acciones agresivas de esta "guerra híbrida"
que Rusia emprendió contra Occidente es la desestabilización,
algo que va desde la desinformación en las redes sociales al apoyo a grupos de
agitación, partidos populistas, separatistas, etc. No necesita crearlos, le
basta con financiarlos y recibirlos en el Kremlin para darles visibilidad. Es
vale para Nigel Farage, principal promotor del Brexit, o los movimientos
independentistas europeos a los que se les promete el reconocimiento
internacional, como Siria acaba de hacer con las "repúblicas"
prorrusas invadidas.
La OTAN es importante y, precisamente por eso, es necesario que se analicen bien los pasos para evitar ser herramientas en algo que se nos escapa. La defensa europea es esencial y nuestro ahorro militar se paga ahora con mayor dependencia en la defensa ante un peligro real.
En estos años han surgido varias veces, sobre todo bajo el mandato de Trump, la necesidad de que la Unión Europea tenga sus propias formas de defensa. De no hacerlo, tenemos el ejemplo ante los ojos de lo que ocurre.
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