Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A veces
la colocación de las noticias en los medios te acaba descolocando a ti. Me
refiero al no trivial problema de colocar cada acontecimiento o tema en el
lugar más acorde. Al fin y al cabo, un periódico es un sistema de clasificación
del mundo, una forma de "orden" desde unos valores específicos.
Me ha
llamado la atención que La Vanguardia clasifique un artículo dentro de algo muy
amplio llamado "Life Style" y con el añadido "parenting",
todo muy inglés y vanguardista, para colocar un problema: "Cómo educar a
los niños en un mundo de mentirosos de éxito", firmado por Eva Millet. La
cuestión no deja de ser un tema trascendente al partir de una premisa: en
nuestro mundo, los mentirosos triunfan. Esto conlleva un segundo elemento
igualmente trascendente: el éxito es un modelo que se imita. Nada hay más
estimulante en nuestra sociedad que el éxito y si este se consigue mintiendo,
la mentira pasa a ser una herramienta usada.
Las
sociedades de la verdad han dejado paso a la mentira exitosa. Solo se sanciona,
como siempre, al que fracasa ya sea con la mentira o con la verdad. Un
mentiroso patológico puede llegar a presidente de los Estados Unidos. ¿Cómo
vamos a negarnos a reconocer el valor de algo que nos lleva tan lejos? El hecho
de que Trump siga sosteniendo la mentira de que le robaron las elecciones, pese
a que hasta la familia y los colaboradores no se atrevan a seguir afirmándolo y
traten de defenderse señalando que se lo advirtieron, ya nos dice mucho sobre
la mentira. Igualmente aquellos que lo creen y lo repiten son millones en el
país. Los que quieran tener éxito en el Partido Republicano tienen que hace
confesión pública de creer en la mentira de Trump.
Joe
Biden tomó posesión de la presidencia indicando que había llegado el momento de
la verdad. ¿Es "verdad" o solo una estrategia en un mundo donde se ha
demostrado que las mentiras corren más que las verdades, que necesita de
enormes inversiones para tratar de dejar al descubierto mentiras y más mentiras,
donde los medios tratan de chequear el torrente de mentiras que nos sacude?
Rusia
vive en el centro de una enorme cúpula de mentira lanzadas por su presidente,
Vladimir Putin. La cadena de mentiras rusas niega que haya una guerra; decir lo
contrario es arriesgarse al encarcelamiento, a las multas. En Rusia las
mentiras son oficiales y dudar de ellas es un acto hostil, tras el que hay que
huir lo más lejos posible.
El
mundo se ha hecho orwelliano. 1984 ya no es solo la descripción de la Rusia de
Stalin; es una compleja anticipación de hasta dónde han llegado sus
planteamientos. Hoy ya no se trata de que el Gran Hermano te esté vigilando; se trata de que todos queremos mirar y ser mirados, dejando en casi anecdótica la vigilancia. El Gran Hermano ha sido sustituido por un Narciso cambiante y acomodado a las circunstancias de la seducción del momento.
En
Egipto, Abdel Fattah El Sisi —el "dictador favorito" de Trump— pide a
todos que solo se fíen de él. Solo que se afirma oficialmente es verdad por el
solo hecho de ser oficial. Eso afecta a lo que se dice sobre el turismo (como
el caso del crucero de Luxor en que los viajeros se contagiaron solos) o a los
aviones rusos de viajeros (que estallan en el aire sin que haya terroristas que
hayan burlado la seguridad) entre otras muchas cosas.
Si los
políticos han hecho de la mentira su herramienta favorita, de la
tergiversación, desinformación, bulos y rumores; si los medios se han tenido
que proteger de la mentiras mediante sistemas de chequeo, lo que no excluye que
recurran a otras formas de presentación para alcanzar el éxito comunicativo, la
credibilidad, etc., la pregunta de La Vanguardia es pertinente más allá del
"parenting".
La pregunta es más grave: ¿pueden padres mentirosos enseñar el valor de la verdad a sus hijos? La mentira exitosa está en todos los ámbitos y "ser padre" o "ser madre" no es algo al margen de la vida. Trump y Putin, los líderes de la mentira exitosa, son también padres, tienen hijos e hijas que han crecido con ellos. Pero si la mentira está más extendida de lo que nos atrevemos a reconocer, hay poco que hacer. Se nos ha diversificado para ser estudiad. Ahora es "post verdad", "hechos alternativos", etc., pero los efectos sociales son los mismos. Los personales en cambio, se han modificado. Ahora no siempre se señala al mentiroso, se le margina y castiga, ni se le dice que "le va a crecer la nariz"; ahora muchos son envidiados, aplaudidos, estudiados... para llegar a donde ellos han llegado.
Ayer
vimos en el cierre de nuestro cinefórum la película de Fritz Lang, "M, el
vampiro de Düsseldorf", una joya del cine, filmada en 1931 en la Alemania
que salía de una guerra e iba camino de otra pasados unos pocos años.
La
película es extraordinaria en muchos aspectos, pero sigue siendo una grandiosa
reflexión sobre una sociedad enferma en la que el criminal solo necesita de un
disfraz, el de persona normal. Mientras los ciudadanos viven obsesionados (son
16 años los que duró la actividad del criminal) con la posibilidad de que
cualquiera sea el asesino, lo que más impresiona de la obra de Lang es algo que
posteriormente sería tema de reflexión filosófica (¡de la denostada Filosofía!):
la banalidad del mal, su convivencia como normalidad, convertida en una
mentira. Los planos que más me impresionan en esta extraordinaria película (¡de
esas que muchos rechazan porque son en blanco y negro, por ser viejas, antiguas!) son precisamente los de la normalidad, los que nos
muestran al asesino avanzando por la calle junto a las víctimas. Es invisible a
las miradas, los demás están ciegos, de ahí la ironía que sea precisamente un
ciego real quien lo descubra.
La metáfora de la ceguera es el centro de la película de Lang. Nos dice que cuando las sociedades son incapaces de ver el mal en su interior es que este se disfraza de normalidad. La pregunta de La Vanguardia es inquietante; lo es más si pensamos que "enseñar el valor de la verdad" pasa a formar parte de la familia, considerando que lo exterior a ella puede transmitir otra cosa y si los padres deben seguir o no la línea "social" del éxito. El éxito es la vara de medir los resultados y la verdad, en cambio, no ofrece muchos alicientes, por lo que vemos. El "éxito" son esos 6 millones de euros embolsados por dos comisionistas mentirosos. ¿Merece la pena esforzarse para luego verlos con sus coches, barcos, relojes y juergas? Ya no somos la sociedad del "pobre, pero honrados". ¿Cuándo lo escuchó por última vez si es que ha llegado a escucharlo?
Nuestro
mundo ha normalizado la mentira exitosa, la admira por los logros masteriales que permite.
Volvamos a la pregunta real: ¿puede (o quiere) un padre mentiroso enseñar lo
negativo del mal? Nuestro mundo de "imágenes" se ha convertido en un
gigantesco plató mediático en el que exhibimos una imagen retocada, filtrada,
seleccionada, confeccionada, asistida por los profesionales de la comunicación
dedicados a estos menesteres de ajuste comunicativo con los que vencer las resistencias, seducir, convencer. Lo demás dependen del resbaladizo camino de los valores (no los de Bolsa).
Cada vez hay menos estudiante de periodistas dispuestos a estar comprometidos con la verdad y más dispuestos a ser influencers, es decir, personas que viven de decir a otros cómo deben ver el mundo desde la búsqueda de alguna rentabilidad. Quieren caminos que le permitan vivir bien, hacerse ricos
Hemos pasado del "conócete a ti
mismo" al "diséñate a ti mismo"; es el signo de la modernidad.
Nuestro mundo es mercado y todos somos productos que nos ofrecemos en él con fines de
diverso tipo, desde la aceptación para paliar la soledad al éxito político, artístico
o económico.
¿Mentiras exitosas? La mentiras son muchas, pero el éxito es de pocos. No todos llegan al Kremlin o a la Casa Blanca. No queremos escuchar voces que nos lo afeen, ya sean del pasado o del presente. Abandonamos reparos y escrúpulos, considerados como cargas que nos limitan en el camino al éxito por cualquier vía que funcione. ¿Cuánto tiempo hace que no escuchamos el viejo "¡hay que decir siempre la verdad!"? Supongo que mucho, porque es cada vez menos frecuente en este mundo que hemos hecho a la medida del éxito. Perseguimos a los mentirosos, pero para preguntarles su "secreto".
Las mentiras halagan, se crean
para que muchos escuchen lo que quieren escuchar; la verdad, en cambio, es
dura, duele, te dice lo que no quieres escuchar ni creer, te sacude, no te adormece. Es lo que ocurre con
los millones de republicanos norteamericanos que quieren creer lo que Trump les cuenta, que son
"patriotas" y deben asaltar el Capitolio para salvar al país. A los
islamistas les gusta escuchar que las feministas son agentes occidentales que
quieren destruir la perfecta familia musulmana. A muchos egipcios les gusta escuchar que los que
critican al presidente son también "terroristas" o que el que se
presenta a las elecciones presidenciales frente a él es culpable de "querer separar al
pueblo y al Ejército". A los rusos les gusta pensar que están salvando a
Ucrania de los nazis mientras la invaden... A los españoles...
¿La "verdad"? ¿En serio?
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