viernes, 24 de junio de 2022

Sobre la deshumanización educativa

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


La lectura de la obra de Mayka Lahoz, La trama de la memoria (Tusquets 2022) nos ofrece un extraordinario viaje a través de nosotros mismos en un ensayo que merece todos los honores que se le puedan tributar por su lucidez, estilo y oportunidad. Es un trabajo que merece una detenida lectura porque necesita de la reflexión en cada párrafo, en cada página de este texto singular. Es una radiografía de lo humano en sus dimensiones más profundas que son sobre las que se cimenta nuestra construcción como humanos y como personas, lo general y lo específico que hace de nosotros seres únicos, diversos y en constante construcción y reconstrucción. Desde una base existencial hermenéutica o desde una hermenéutica existencial, Lahoz va desgranando lo que nos hace ser ante los otros y ante nosotros mismos, con nuestras paradojas que el tiempo alimenta.

Una de las dimensiones que se van explorando en la obra de Mayka Lahoz y que va ganando importancia conforme avanzan sus páginas es la cuestión educativa, algo cuyo debate se ha ido desplazando de su esencia y objetivos primeros a unos debates mecanicistas, economicistas y burocráticos que padece una serie de males que nadie se atreve a afrontar desde su interior y que se hace necesario abordar.

La educación va surgiendo en determinados momentos del texto, como no podía ser de otra manera dado su carácter básico en nuestras vidas. Hemos confundido la educación, como transmisión y formación, con el "sistema educativo", organización modeladora que recibe unos fines exteriores y que ajusta a ellos a las personas. El objetivo no es hacer que las personas se encuentren consigo mismo, sino que se ajusten a lo exterior, a las necesidades del sistema. Esto es, a mi entender, una fuente de distorsión de la persona que deja de ser un objetivo para convertirse en un medio del sistema para alcanzar sus necesidades o cubrir sus carencias.

En la obra de Lahoz, la experiencia es la que modela al ser humano a través, por ejemplo, del dolor, connatural al sentir y por ello al vivir mismo. La educación, por el contrario, se ha convertido en la inculcación de un conocimiento exterior para cumplir unas funciones y objetivos del sistema. Este desequilibrio lo vive cualquiera que esté en la enseñanza y vaya más allá de las instrucciones que llegan "de arriba" y que se siguen acrítica y pasivamente convirtiendo a los docentes en meras piezas de transmisión para el cumplimiento de lo que se ha marcado. La robotización de la docencia a través de todo tipo de protocolos y protocolos está deshumanizando la enseñanza en cuanto a la relación entre los miembros del sistema. El fin es una mal entendida "objetividad" que convierta a cualquier docente en otro docente y a cualquier alumno en otro alumno más. Hoy vivimos un mundo curioso en el que las máquinas pueden dirigir la formación de las personas mediante la inteligencia artificial gracias a programas de auto aprendizaje asistido y en el que los humanos ayudamos a las máquinas a "aprender" mediante el control y corrección de sus aprendizajes (deep learning).

El mundo de la enseñanza se nos ha llenado de "distantes" objetivos, de burócratas obsesionados con formularios, de equidistantes emocionales, de aspirantes a máquinas de segunda mano y de "protocolarios" inseguros. El efecto de todo esto es un sistema cada vez más despegado de sus fines humanos y más plegado a las necesidades del sistema, considerando que el ser humano solo necesita saber aquello que le permite trabajar con el mejor rendimiento posible. Hemos llega a convertir la "eficiencia" en un valor educativo porque no medidos los "éxitos" del sistema más que desde la empleabilidad, como reza la publicidad de la universidades que cifran el éxito en este parámetro. De esta forma, la educación solo sirve para encontrar empleo, algo que es medible y por lo que debemos rastrear a los egresados de nuestras universidades para luego poder contárselo a las autoridades competentes que nos gratificarán con algún tipo de puntuación.

No nos interesa, en cambio, los valores de las personas o sus padecimientos que les puedan arrastrar a depresiones, estados de ansiedad, incluso suicidios, ya la primera causa de mortalidad entre nuestros jóvenes.

Lo más sorprendente es la aceptación que todas estas prácticas de protocolos y evaluación constante de rendimientos han tenido en la propia profesión docente. Quizá porque ella misma está sujeta a constante evaluación y sometida a protocolos, quizá porque sean los adeptos a esta forma del mundo los que llegan más arriba e imponen desde sus alturas olímpicas está visión deshumanizada de la educación, precisamente la más necesitada de humanidad ya que son personas las que salen de la empaquetadora final. El único argumento que se esgrime cuando alguien tiene la osadía de preguntar sobre las razones es que es "lo que quieren arriba", siempre bajo amenaza de ser evaluados negativamente. El sistema ha generado su sistema de recompensas y castigos dentro del mejor conductismo mecanicista.

En su quinto capítulo —"Memoria y dolor. Tragedia y sabiduría"—, que comienza con una cita de Cioran —"El dolor impide el adormecimiento en la felicidad; disuelve y rehace el mundo. Por eso se pierde el Yo; por eso vuelve a empezar."— reivindica la humanidad del dolor y del sufrimiento, algo a lo que la persona está sujeto como ser sufriente y reivindica el valor experiencial: "...motivo por el cual la educación debería hacerse cargo de manera reflexiva, como receptividad conmovedora, del discurso de nuestras vidas, sobre todo en lo que a sus aspectos negativos se refiere: vivencias personales, deseos, aspiraciones, intereses, victorias, frustraciones, inseguridades, miedos, prejuicios, problemas, afrentas, ultrajes, esperanzas, proyectos... Para ello debería dar primacía a la capacidad de escucha entre educador y educando, y no tanto a una serie de actuaciones y de interacciones racional y deliberadamente instauradas por el primero, encaminadas a la consecución de una formación o de un devenir objetivos, eficaces, positivos y evaluables por parte del segundo." (pp. 168-169)

Centrar la educación en el rendimiento y no en la persona, en sus dimensiones humanas, no ayudarles a integrar la experiencia en su propia vida, es crear seres artificiales y, sobre todo, inmaduros, incapaces de enfrentarse al mundo que les aplaude (y envidia) cuando triunfan y les ignora (y desprecia) cuando fracasan.

Esa "receptividad conmovedora" es un concepto básico, algo que crea el lazo con la propia experiencia, el que abre el camino propio, el diferencial que nos lleva a nosotros mismos al hacernos y reconocernos.

Hace unos días tratábamos aquí un artículo de La Vanguardia con el titular "Cómo educar a los niños en un mundo de mentirosos de éxito" (16/06/2022), firmado por Eva Millet. El titular plantea con claridad el sentido de "educar" en un mundo en lo que se valora es el éxito y se perdona la mentira. Mayka Lahoz se plantea otra cuestión, cómo educar a ser humanos en un mundo que olvida que somos personas, que somos distintos, que sufrimos, que caemos y debemos poder levantarnos, que debemos tratar de llegar a comprendernos en nuestras contradicciones, en nuestras múltiples capas contradictorias, entre máscaras contradictorias.

No me gusta el sistema educativo que veo; no me gusta el empeño de muchos en crear este sistema protocolario que reduce a la persona a una serie de datos que sirven para la propia promoción del sistema. Hay muchas excusas para hacerlo así, pero son poco convincentes. La única que se acaba entendiendo es esa reducción de los miembros del sistema, que deben aceptarlo para su propia promoción. Todo se debe poder explicar en un gráfico, input y output; la ilusión de precisión la dan los números decimales, las barras de los gráficos y la jerga usada.

De todas las instituciones sociales, la educación es el centro ya que se ocupa de las personas y las acompaña en su trayecto vital. Todo lo que nos haga similares, nos trate de forma similar, ignora nuestra diversidad y nuestra propia diferencia, produce el sufrimiento igualitario mediante el cual las personas son convertidas en parodias de sí mismas, de lo que podrían ser si no les impusiera el molde igualador.

Escribe Mayka Lahoz: "La educación es relacionalidad, compromiso encuentro personal, escucha, comprensión, vivencia responsable de uno mismo, del mundo y de los otros. Es, en definitiva, interés por el misterio que cada un de nosotros representamos, y que contrasta fuertemente con el frío desinterés de la ciencia objetiva. Y ese interés se traduce en una doble praxis: por un lado, la vivencia activa por medio de las experiencias pedagógicas, y, por el otro, la reflexión, la teorización hablada o escrita no ya solo en torno a esas experiencias vividas, sino también en torno a las condiciones que las han configurado. Dicho de otro modo: urge construir una educación responsiva, sensible al contexto específico que conforman las diversas historias personales." (149)

En estos tiempos en que sientes frustración por la deriva educativa, por el desprecio fabril al que se ha llegado en ella, el libro de Mayka Lahoz (ha sido profesora de Teoría de la Educación, nos dice la solapa de la obra) es un respiro en un mundo cada vez más distante en aquello de lo que debería sentir proximidad. Hay una reivindicación a lo largo de la obra del papel de las humanidades.

Desde hace años no dejo de sorprenderme cuando los alumnos me hacen una pregunta "¿puedo poner lo que pienso?". Mi respuesta es siempre la misma: "¡es lo único que me interesa!". Pero la monstruosidad de la pregunta debería hacernos reflexionar sobre cómo perciben los alumnos el entorno en el que se forman, esa falsa y absurda "objetividad" que todo lo mecaniza.

Algunos pensarán que hoy nos hemos salido de la "actualidad". No. Ningún problema es más actual, más presente, más doliente que el educativo. Para algunos se acaba encontrando un colegio cerca de casa o entrando en la facultad que has solicitado. Pero eso es anecdótico. Necesitamos reflexionar sobre la educación, no desde los éxitos laborales sino sobre el desarrollo de las personas, sobre algo más interior y sensible. La felicidad no se puede medir, pero si vivir. Mientras nuestros objetivos sean convertir a las personas en partes del sistema productivo y no nos preocupemos porque se (re)conozcan ellos mismos estaremos incumpliendo la finalidad de la educación, seguiremos construyendo sociedades en las que se nos hace cada día más difícil, más angustioso vivir

Cioran, Ricoeur y Gadamer

Lahoz, Mayka (2022). La trama de la memoria. Una filosofía del recuerdo y del olvido. Tusquets, Barcelona.

 

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