Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ante la
falta actual de ejemplos públicos que padecemos, salvada por casos como los de Malala o Greta en terrenos diferentes, la figura de Rafael Nadal ha adquirido
una relevancia importante en las redes sociales y en los medios. Es una explosión de
"nadalismo", algo poco frecuente porque afecta a múltiples dimensiones de
su personalidad y trayectoria histórico deportiva.
La
explosión de admiración y respeto comenzó a manifestarse de la manera habitual,
por el número de trofeos acumulados en su carrera, adelantando a otros
competidores por ese título cuyos récords son muy difíciles de alcanzar, ya que
requieren una constancia que supone un esfuerzo de décadas. Ayer Rafael Nadal
cumplió 36 años, algo que le sitúa con una doble vertiente que sus rivales no
han tenido, la de haber sido un joven precoz en la consecución de títulos y la
de ser, en el otro extremo, un grandioso veterano que deja en el camino a
personas mucho más jóvenes que él. Saltan muchos a la pista con la esperanza de
usar la energía de la juventud y se encuentran con otro tipo de energía, la del
esfuerzo mental por ganar cada punto, sin flaquear ni un momento.
Pero no
creo que haya sido solo los títulos ganados, que indudablemente centraron el
foco en él. El conocimiento de los dolores que sufre en su pie, el hecho de
convivir con el dolor convirtiendo cada partido en un doble combate contra el
oponente y contra su propio dolor, ha dado una imagen de superación que le ha
llevado a ser observado con un enorme respeto. La descripción por parte de los
médicos de que le tratan, saber que no es una lesión recuperable, sino un dolor
que le acompañará en su vida y que está ahora presente en cada golpe que da, ha
generado una segunda capa de admiración.
La
tercera es la gratitud. Lejos de tratar de ignorar lo vivido, Rafael Nadal da
gracias por los momentos que le han llevado al presente. La idea de que cada
partido que juega puede ser el último en la pista de Roland Garros se convierte
en una rememoración agradecida por los momentos vividos en ella. Nadal vive en
equilibrio entre pasado, presente y futuro. Da gracias por el pasado, sufre
agradecidamente en el presente y desea un futuro en el que poder disfrutar de
cada día. Ningún título vale lo que la felicidad y es a eso a lo que aspira, no
a otra cosa. Cualquier récord puede ser batido, como él ha superado los de los
demás, pero la vida sigue hacia otras metas igualmente satisfactorias. Pocas
veces se habla con tanta naturalidad del abandono de la vida deportiva
profesional como lo está haciendo Nadal. Con ello establece las prioridades,
dejándolas claras. Las cosas que hacemos en la vida no son la vida, algo que
continuamos momento a momento.
Pero
hay una cuarta capa. Me refiero a algo que escases, el saber estar. La vida de Rafa Nadal se ha ido llenando de momentos,
de pequeños detalles que circulan mostrando la humanidad de la persona. Son
detalles como ir a interesarse por un pelotazo dado a una recogepelotas, su
conversación con una niña que salta a la pista a hablar con él, su forma
respetuosa de vivir los puntos o de hablar de sus contendientes.
El
tenis ha cambiado mucho en los últimos años. Se ha vuelto mucho más agresivo en
muchos sentidos. Vemos a jugadores de primer nivel rompiendo raquetas o
teniendo comportamientos poco respetuosos en la pista al hablar con jueces, con
los rivales y hasta con el público. No vemos esto en Nadal. Si en todo deporte
se debe mantener respeto hacia los oponentes y el público, muchos de los nuevos
jugadores parecen querer destacarse por unos modos poco respetuosos, carentes
de control. Son unas formas poco educadas que acercan al tenis a otros deportes
donde son frecuentes. Por algún extraño motivo, el tenis ha mantenido un
respeto por las formas que se ha ido perdiendo.
Hace
unos días se recogían unas palabras de la que jugará la final de Roland Garros,
la polaca Iga Świątek, número uno de la WTA. Decía que Rafa Nadal era su ídolo
como jugador y como persona. Creo que es esta dualidad, este juego entregado y
virtuoso y este saber estar ejemplar lo que le ha granjeado este nivel de
cariño más allá de la admiración o reconocimiento a sus virtudes. La jugadora polaca lo ha señalado con claridad:
Finalmente,
el más complicado: la humildad. Cuando todos te aplauden, no es fácil mantener
la humildad. No creo que haya visto un gesto de soberbia en Nadal, como sí se
han visto en algunos otros campeones de estos últimos tiempos. De todas las
virtudes, la humildad es de las más difíciles de mantener en el tiempo y Nadal
lo ha hecho.
No
sabemos si este partido, la próxima final de Roland Garros, será el último en
París. Pero hay pocas dudas que, ocurra lo que ocurra, el respeto hacia su
figura seguirá creciendo. Más allá de los récords de partidos ganados, está la
talla humana. Esta ha ido creciendo desde el adolescente que ganaba sus
primeros torneos (el quinto más joven en ganar Roland Garros) hasta uno de los
más veteranos que podría ganarlo. Ese valor humano no aparece en ningún
ranking, sino que lo hace en esos pequeños homenajes que cada día le rinden
miles de personas en las redes reproduciendo sus gestos, deportivos y humanos
por igual.
Nadal
fue la imagen de la osadía como joven; hoy es la de la constancia y la entrega,
el control, el saber estar, la humildad. Son virtudes que le acompañarán toda la vida y que
los demás recordaremos en un mundo necesitado de ejemplos como el suyo.
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