Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Desde
hace décadas, nuestra vida se desarrolla a través de Internet. Tenemos una
personalidad digital, una presencia que gestionamos a través de distintas
plataformas en las que acumulamos datos, relaciones, etc. "Ser" es "ser
digital". Todo ello, en apariencia, nos da una facilidad para construirnos
o representarnos en pantallas bajo nuestros ojos o la mirada de otros.
Cada
cierto tiempo recibimos noticias de que desaparecen sistemas operativos,
programas, aplicaciones, dispositivos, etc. Son decisiones que se acortan en el
tiempo y cada vez se producen con más frecuencia. La tendencia de los
"usuarios" a mantener la estabilidad se enfrenta a la tendencia
empresarial a la innovación, al cambio en los sistemas que nos permiten usar.
Dichos cambios, además, se producen muchas veces por la tendencia a la
competencia entre empresas que quieren controlar doblemente, por un lado
respecto a sus rivales en un campo determinado, y por otro el deseo constante
de controlar más nuestra propia vida haciéndose indispensables y dejando
nuestra capacidad de decisión.
La
Vanguardia titula "Microsoft jubila mañana Internet Explorer: aún lo usan
70 millones de personas (y el Congreso de los Diputados)" en un ejemplo de
lo que decimos. "Jubilar" es un término demasiado humano, con
demasiadas connotaciones humanas. Más real es la expresión, "dejará de dar
servicio de apoyo". La actividad digital se basa en la compatibilidad de
una serie de programas con un sistema operativo. Quien controla el sistema
operativo controla la vida digital de los usuarios, que es hoy su vida personal
y su vida social. Puedes usar lo que tu sistema operativo te permite instalar y
esto durará mientras sea compatible.
La era
digital es una sucesión de estados que se van perdiendo en gran medida por la
obsolescencia. ¿Ha tratado de encontrar ciertos documentos, fotografías,
grabaciones, etc. que se realizaron con otros dispositivos? El caso de los
teléfonos es claro. ¿Cuánta información queda en ellos? ¿Cuántas personas ven
su vida trastocada por desapariciones o sustituciones? Le dirán que lo clone o que mande a "la nube"
la información, pero ¿lo hacemos?
Muchas
veces veo a gente haciendo cola en el centro comercial. Se suele producir tras
los periodos vacacionales. Las colas se forman en las máquinas que permiten
pasar a papel las fotografías realizadas con cámaras digitales y teléfonos que
cumplen la misma función. Mucha gente quiere seguir pudiendo abrir un álbum y
contemplar sus fotos. Ya no es buscar entre miles de fotos acumuladas en
memorias y dispositivos.
La
gestión de la vida digital no es sencilla por la cantidad de información que
acumulamos espoleados muchas veces por las propias compañías que nos animan a
ello. El gesto del teléfono móvil —muchas menos cámaras— en cualquier incidente
o detalle nos hace ver las cantidades ingentes de información que cada día se
producen en el mundo. Cada cierto tiempo se produce algún tipo de desaparición
que se lleva parte de nuestra memoria digital.
Soy editor de una revista digital pionera, Espéculo, creada en el año 1995, una época en que debía explicar a los colegas qué era internet y qué era una "revista digital". Son millones las visitas acumuladas y varios miles de artículos, pues rompimos las barreras del tamaño de los archivos y la cantidad de ellos por número.
Con
motivo de la salida del número actual, dedicado a la memoria de la feminista y
novelista egipcia Nawal El Saadawi, ya me advirtieron de que en algún momento
habría que mover aquello, que si no se había hecho antes (como se hizo con
otros) ha sido precisamente por su carácter histórico y millonario en accesos.
Un día
que debían estar revisando el servidor donde se aloja la revista me dijeron al
llegar a la Facultad que un profesor de una universidad andaluza había llamado
desesperado ante el temor que le había causado no poder encontrar su artículo.
Afortunadamente, aquello duró un par de horas, pero el terror estaba allí. Era
el miedo a que todos los documentos que enlazaban con su artículo quedaran
unidos al vacío, que no llevaran a su trabajo sino a la nada digital, un no retorno de información.
Probablemente
haya muchos profesores, por seguir con nuestro ramo, que tengan pesadillas en
las que sus artículos son eliminados de los servidores, que estos desaparecen y
los vuelven ilocalizables. Una pesadilla académica. Aunque se guarden,
quedarían inaccesibles al resto.
Una de
las causas que más afectaron al desarrollo inicial de las publicaciones
digitales fue precisamente su falta de estabilidad. Entre el océano de
servicios de alojamiento inicial, muchos desaparecieron por causas económicas,
por ser poco rentables, llevándose por delante todo lo publicado en ellos.
Algunos pudieron trasladarse a otros espacios, pero no todos pudieron. Eso
llevó a avanzar en dos líneas, la de la conservación (con instituciones
haciendo copias en sus bibliotecas, como la del Congreso de los Estados Unidos)
y otra en cuanto a la estabilidad institucional de los servidores oficiales
(universidades, por ejemplo). Sin ello, apenas habríamos avanzado.
Hoy, todo se ha acelerado. ¿Nos hemos acostumbrado a vivir con el riesgo de perder el pasado con cada cambio de ordenador, teléfono o servidores? Quizá la respuesta sea unas generaciones con un sentido volátil de la memoria.
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