Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La posición
rusa, más allá del hecho de la guerra en Ucrania, es cada vez más delirante y
absurda. Putin ha logrado crear una situación sin salida porque no se entiende
los límites del problema ni su objetivo real más allá de lo obvio.
Como se
vio pronto, si quería evitar que la OTAN estuviera en Ucrania, ha conseguido
multiplicar el problema antes las diferentes adhesiones a la Alianza que su
invasión de Ucrania conseguido. Las peticiones de ingreso de Finlandia y
Suecia, que no serán las únicas, han convertido todo en un desastre objetivo
para Rusia que, sin embargo, ha cambiado el discurso hacia la dirección
contraria: ella es la víctima de una conspiración en la que está empeñada
"Occidente", según ese imaginativo y a la vez inexpresivo ministro que
es Serguéi Lavrov.
El
argumento es el del cazador que se queja de que las piezas le hacen caminar
demasiado y se lo ponen difícil. A Putin le gusta invadir y que le den las
gracias, por decirlo así. Es difícil tratar de entender si sus objetivos son
los que tenía o si son improvisados ante el cariz negativo que van tomando los
acontecimientos en la zona. Las últimas palabras de Lavrov son una extensión de
la guerra a prácticamente todo el planeta, pues todo el que esté del lado de
Ucrania es considerado una "amenaza", un término que no se apea de su
boca, la palabra que todo lo justifica y explica.
Rusia,
un inmenso país, que lleva casi diez años tragándose territorios de otros,
recomponiendo fronteras y llevando a cabo una política de corte imperial a
través de la fórmula de la Federación Rusa, se siente "amenazada", nos dice, y considera
"acto de guerra" cualquier medida que se tome contra lo que es el
único acto de guerra real, la invasión y demolición de Ucrania, que
irónicamente no se atreve a llamar "guerra". No pagar la factura en
rublos, por ejemplo, es un acto de guerra; no querer su gas, otro. Y así
sucesivamente. Todo es una guerra menos invadir otro país, bombardearlo y dejar
cientos de cadáveres con tiros en la nuca en las cunetas y fosas comunes. Rusia
es la dueña del diccionario.
Putin ha decidido que es el juez de cualquier acción que los demás países realicen, de la OTAN a decidir a quién le compran gas, petróleo o electricidad, pasando por la moneda en que exige se le pague. Para Putin solo existe Rusia y los demás son moscas a su alrededor. Mueve la cola para deshacerse de ellas.
Entre
Putin y Lavrov, el mundo se siente desconcertado por las amenazas violentas de
un país que se dice dispuesto a usar armas nucleares si "fuera
necesario", un término escurridizo porque solo sabemos lo que Rusia
considera "necesario" por sus amenazas.
Hay una línea pequeña entre toda la información sobre Ucrania. Nos la trae Antena 3 en un titular, pero en la noticia solo ocupa el primer párrafo:
Ucrania denuncia que en ocasiones Rusia no recoge los cuerpos de sus caídos. Soldados ucranianos se ven obligados a trasladarlos en trenes refrigerados. La parte ucraniana está lista para entregarlos este fin de semana. Sin embargo, la parte rusa no ha dicho nada.*
Putin y
Lavrov pueden dar al mundo las explicaciones imaginativas que quieran, pueden ser
acogidos en las televisiones de Berlusconi en Italia o cualquier otra fórmula
propagandística que quieran. Pero hay una sola cosa que no pueden camuflar: las
muertes de sus soldados. Esos muertos tienen familia a la que hay que responder
cuando preguntan por sus hijos.
Putin
está mandando a la guerra a veinteañeros, a soldados de reemplazo, a reclutas
porque se reserva al ejército profesional para otras tareas, entre ellas la
seguridad interna. Ya ocurrió en invasiones anteriores en las que los soldados
rusos iban sin insignias y banderas. Las familias reclamaban pensiones de
guerra en una guerra no declarada, sin víctimas reconocidas. Se negaban a
aceptar la idea de muertes por "accidente". Los muertos tienen un
coste social.
El
hecho de que no se recojan los cadáveres de los soldados rusos caídos puede
significar una retirada precipitada, pero también un tiempo ganado porque "no
se sabe nada" del "desaparecido". Quizá sea una mezcla de ambas
cosas.
Putin
ha pasado de venderle una victoria prematura al pueblo ruso a entonar un doble canto
de lamentos y amenazas. Su papel de juez puede no satisfacer al pueblo ruso.
Sin embargo es poco probable que esto vaya a mucho más mientras controle los
mecanismos de información. Lo que iba a ser una guerra relámpago y una aclamada entrada en Kiev se ha convertido en
un infierno gracias a la resistencia numantina de los ucranianos y la
solidaridad mundial, que ha permitido resistir militarmente con el suministro
de armamento e información y debilitar a Rusia mediante sanciones.
El
dilema del Kremlin es ahora claro: se ha metido en una guerra que pensaba ganar
triunfalmente y salir de ella con "prestigio" de superpotencia, ¿cómo
resolverlo? Lo que está ocurriendo va en dirección contraria. El hecho de que
Ucrania siga en pie y consiga éxitos parciales es una enorme derrota de Rusia y
un freno a la construcción de esa imagen mundial con la que intentaba agrupar a
países que entraran en su órbita.
Rusia
ha tratado de ofrecer una alternativa a los errores norteamericanos de las
últimas presidencias, especialmente el fracaso de la Primavera Árabe, todo lo
ocurrido en Crimea y ahora en toda Ucrania y la salida caótica de Afganistán
dejándola en manos de los talibanes.
En
estos años de comentarios hemos señalado en muchas ocasiones que Rusia ofrecía
seguridad y colaboración a los dictadores, como ocurrió en Siria. El control de
Putin aseguraba que las amistades no estarían condicionadas por los ataques
imprevistos de moralidad que suelen actuar en los Estados Unidos. Solo Trump se
ha permitido hablar descaradamente de "dictadores favoritos" en estos
años.
El mal
ejemplo norteamericano de Afganistán era la continuación del mal ejemplo dado
con los kurdos dejándolos tirados de golpe. Hasta el ejército norteamericano se
avergonzó de la acción, pero órdenes son órdenes.
A
algunos países, lo que hace Putin le parece bien. Es una ocasión de debilitar
el control occidental en muchas zonas o congeniar con la internacional anti norteamericana
y europea. Otros países realizan un doble juego, recibiendo dinero de
Washington y luego aplaudiendo a Putin. Es la forma de mantener contento al
pueblo, al que le cuentan que la culpa de lo que les pasa es de Occidente.
Rusia funciona de otro modo. Putin te da el respaldo que necesitas y no le importa
cómo lo uses, solo que sepas que está a tú lado. Lo ocurrido en Siria ha sido
ejemplar.
Los
norteamericanos, que tienen una incombustible imagen de ellos mismos, no son
capaces de entender cómo alguien prefiere estar al lado de Putin y no de ellos.
Repasen lo ocurrido en Afganistán y lo entenderán mejor.
Pero
ahora el problema es que Putin se ha metido en un conflicto que no puede
resolver en tiempo ni forma a cómo lo tenía calculado. Cada día que pasa es una
derrota en ambos frentes, el militar y el de creación de imagen. Putin necesita
mantener esa imagen de poder dentro y fuera de Rusia. La cuestión es que
discursos y desfiles militares no resuelven nada y que fuera de Rusia el
prestigio se debilita. El propio Lukashenko, en Bielorrusia, admitió hace unos
días que esto estaba durando más de lo
que había pensado. Una cosa es dejar que pasen los rusos por su territorio
y regresen victoriosos y otra lo que está ocurriendo.
Pero la cuestión inquietante sigue siendo la misma: ¿cómo va a reaccionar una persona que ha visto frustrados sus planes y que tiene un poderoso ejército y un botón nuclear, al que nadie se atreve a llevar la contraria, a decirle que se ha equivocado?
¡Solidaridad con el pueblo ucraniano!
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