Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Sigue
la presión sobre los datos que comentamos hace unos días: tenemos el récord de
parados de la Unión Europea y, pese a ello, las quejas por lo que no se puede
cubrir afloran. Hay varios intereses en ello, el primero evidentemente el del
gobierno, que justifica que "crea empleo" pero que existe algún tipo
de circunstancia que evita que esto se traslade a las cifras reales. En segundo
lugar, las patronales, que muestran que ellos ofrecen, pero la gente no
quiere ocupar lo que se le ofrece.
Ambos
tratan de ocultar la responsabilidad por aquello que podríamos calificar como
"calidad del empleo", concepto algo ambiguo, construido con distintos
materiales, entremezclándose factores económicos, sociales y psicológicos.
Señalábamos
que ya no funciona la idea de que los
jóvenes huyen de los trabajos "duros". Además de duros, mal
pagados, precarios y sin límites de jornada, sin estabilidad alguna. Es lo que
ocurre con la deriva del ocio, el principal agente de contratación y de
despidos en España. Tras la pandemia, los empresarios del sector se encuentran
con que la esperada vuelta de los empleados que despidieron no se produce.
Esperaban que la gente regresara besando las generosas manos que les vuelven a
aceptar en sus negocios, pero el hecho, según la queja, no se ha producido.
Sin
embargo, el concepto de "trabajo duro" va más allá de los sectores a
los que tradicionalmente se les aplicaba. De ser un concepto absoluto, en una
escala social que integra todo, ha pasado a ser relativo a las franjas de cualificación. Es lo que ha ocurrido con
el constantemente citado caso de las 220 plazas de Medicina de Familia sin
cubrir.
Con las plazas de Medicina de Familia se da la curiosa situación de que no se cubren las que se ofrecen en lugares abandonados, despoblados y con pocos recursos, y tampoco en los lugares en los que se ven saturados, desbordados de trabajo porque tampoco se ajustan a las demandas. Ya sea en las abandonadas Extremadura, Castilla y León o La Rioja, o en la saturada Madrid, pocos son los que se quieren adentrar en la especialidad que supone el frente de choque en Sanidad.
Que en
mitad de una pandemia que dura ya más de dos años, convertidos en el país que
encabeza los casos de la Viruela del Mono, con esa desconocida y peligrosa
hepatitis infantil, etc. ha llamado la atención que sea la Medicina de Familia
la especialidad que menos quieren, que se queda sin cubrir cuando las demandas
sociales es que se aumenten las dotaciones. Hemos hablado días pasados de este
problema.
El diario ABC nos muestra otra cara del problema, la de los médicos. Con un titular en primera página ("Ya nadie quiere ser médico de familia") al que sigue en el interior uno más extenso y rotundo "¿Por qué no quiero ser médico de familia?: «Mi padre es Don Enrique, el más respetado, pero no puedo vivir como él»", Nuria Ramírez de Castro nos cuenta el caso de una joven médico que ha roto la tradición familiar de Médicos de Familia. Cristina Guilabert ha decidido ser médico anestesista frente a su padre y abuelo, que fueron médicos de familia. Su padre era respetado y conocido por todos en el pueblo. Pero los pueblos los padres y abuelos ya no son lo que eran, sus condiciones son otras y no se vive del respeto o admiración. Pero en las ciudades la especialidad que sirve de primera barrera de los problemas sanitarios tampoco es muy apetecible. Carente de casi cualquier reconocimiento en el anonimato de listas interminables, ya no queda casi nada del antiguo respeto en un sistema despersonalizado. Señalan en el artículo:
En las grandes ciudades los médicos de atención primaria tienen turnos, horarios y cuentan con el apoyo de servicios de emergencia. El trabajo es más cómodo que en el medio rural, aunque más frustrante. Lidian con agendas interminables de pacientes, se convierten en máquinas de hacer recetas y dar bajas, sin apenas tiempo para mimar a sus enfermos y hacer la medicina que les gustaría hacer. Los años de pandemia no han hecho más que empeorarlo todo.*
La
pandemia ha dejado al descubierto las miserias de esta forma industrializada,
despersonalizada y deshumanizada, de practicar la Medicina. Si los médicos se
convierten en máquinas, los pacientes se convierten en objetos; son robots revisando
cuerpos. Lo que caracterizaba a la vieja medicina de familia, esa que permitía
que la gente respetara y confiara en aquellos en cuyas manos ponía su salud, ha desaparecido en el anonimato
despersonalizado fabril.
La Sanidad
es uno de los indicadores principales del tipo de sociedad en el que vivimos.
Nuestro problema es que carecemos de modelo de bienestar social, no nos planteamos un mundo mejor; todo se resuelve
en una relación de costes, de gastos, poco más. Todo es cálculo y no hay visión
de futuro más que la "eficiencia", un concepto que relaciona coste e
inversión, sacar el máximo partido al mínimo de inversión.
Entre otros casos que confirman el abandono de la especialidad, el artículo da un salto de perspectiva:
«La oferta MIR está mal distribuida, entre un 40% y un 50% de todas las plazas ofertadas deberían corresponder a Familia», sentencia Verónica Casado, una médico generalista veterana, con experiencia docente y gestión sanitaria. En 2017 fue galardonada como la mejor médico del mundo, enseña esta especialidad en la Facultad de Medicina de Valladolid y ha sido presidenta de la Comisión Nacional de Medicina de Familia, además de consejera de Sanidad en Castilla y León.*
Eso es
lo que se necesitaría, pero ¿cuál sería el escándalo si en vez de esas 220
plazas sin cubrir el número se multiplicaran por cuatro o por cinco, si la gente
se retirara a la espera de la oportunidad otro año? ¿Sería la solución obligar a cubrir esas plazas al reducir
las otras? Podría ser una solución más barata, pero desde luego no la mejor.
Hemos
repetido muchas veces que el modelo de una sociedad se basa en su diseño de la
Sanidad y de la Educación. Son los dos pilares que permiten hablar de un futuro
deseado. Ambas se hacen a medio y largo plazo. Sin embargo, el presentismo de
estos tiempos solo sirve para parchear problemas y dejar que vuelvan poco tiempo
después. Las decisiones tomadas durante la pandemia así lo confirman. Sabemos
que debemos esperar enfermedades masivas, epidemias, algo de lo que nos
advierten todo tipo de especialistas; sabemos que nuestra sociedad es vieja,
que requiere un tipo de atención específica. Pero la vejez es vista como un
negocio que va de las residencias (hemos visto lo que ha ocurrido con ellas en
la pandemia) a los viajes en temporada baja para cubrir huecos hoteleros. Los
ancianos son vistos como negocio y como carga.
No nos
hemos mentalizado de qué sociedad nos espera. El fatal presentismo nos atenaza
y solo nos permite ver de festivo en festivo, de temporada en temporada. Todo
gira sobre eso.
La
perspectiva que adopta Verónica Casado, la médico de Familia, en la entrevista
es otra:
Cambiar los planes
de estudio
Casado culpa a la universidad: «No te enamoras de lo que no conoces>. Y se enseña poco a ser médico generalista en las facultades de Medicina, empeñadas en formar superespecialistas. Necesitamos un cambio en los planes de estudio con más formación global, psicosocial y centrada en los problemas de las personas. Cuando un alumno en la facultad me dice que tiene claro que no se dedicará a la Atención Primaria, me chirría. Es como decir, soy médico pero no me gustan las personas'.*
La
expresión "centrada en los problemas de las personas" es importante
porque es la ceguera interesada que nos está bloqueando socialmente y, por
ello, en nuestro sistema educativo superior. En evidente que no se puede
culpabilizar a los que no quieren trabajar y vivir en las condiciones actuales
de muchas zonas de España; es igualmente evidente que las condiciones de
trabajo no son las ideales desde ningún punto de vista. El problema no son los
médicos, sino las condiciones que se crean para el ejercicio de su labor. Lo
mismo ocurre con los maestros y demás profesionales que van abandonado una España
abandonada a su suerte. Las elecciones autonómicas en Castilla y León han visto
la emergencia de nuevos grupos ciudadanos hartos del abandono en el que viven,
cada vez con menos peso social y político. Menos ciudadanos, menos votos, menos
posibilidades de ser atendidos. Esta es la triste realidad española en la que
la despoblación es fruto de las diferencias que se establecen entre la España
concentrada y la España despoblada.
Trenes que ya no paran, autobuses que recorren kilómetros diarios para llevar a los pocos niños a la escuela más cercana, falta de agencias bancarias, etc. Este es el panorama de la España no rentable, aquella que se denunció ya hace años con el grito de "Teruel existe", al que han seguido muchos otros gritos ante el abandono político, económico y cultural. Es la España a la que no llega nada y de la que todos se van.
Esa
"formación global, psicosocial y centrada en los problemas de las personas"
se nos parece imposible cuando las propias universidades han practicado el
mismo tipo de procedimientos de la "súper especialización", por usar
el mismo término de la doctora Casado. Es la misma dinámica que vivimos en
Facultades como la mía que deciden orientarse hacia el deseo de ser
"influencers" antes que periodistas. Es lo mismo que hace que nos centremos en cómo usar
la neurociencia para manipular en vez de enseñar a ser críticos con los
mensajes y medios. Es el "giro economicista", el que busca el dinero
antes que la necesidad social de información en un mundo cada vez más trivial y
manipulador.
La
propuesta de Verónica Casado de cambiar planes de estudio y aumentar la
importancia de la Medicina de Familia supondría un levantamiento del alumnado, que es hijo de la sociedad que hemos creado. ¿Por qué tienen que sacrificarse ellos
cuando los demás no lo hacen? Las protestas serían inmediatas.
Cuando
no hay quien se ocupe de algo, se apela a la "vocación". El término
conlleva la idea oculta de que ser "vocacional" es aceptar la
pobreza, el abandono, la explotación... porque haces lo que te gusta.
5 Días, 2 enero de 2014 |
La España "anciana" queda olvidada. Es interesante acordarse de cómo algunos países afrontaron tener a sus jubilados en España, buen clima y precios razonables. Las autonomías "afectadas" pronto pasaron la factura a los países de origen. Ahora Alemania vuelve a repetir la jugada alegando que los jubilados en un país donde hace frío gasta mucho gas y eso favorece a Putin. La soleada España es el aparcamiento ideal. Pero esto se producirá en los lugares en donde ya tengan asistencia. Es difícil que los jubilados extranjeros vayan a un lugar tan abandonado como muchos de nuestros pueblos.
Todo esto no se prevé desde ningún tipo de instancia; forma parte de la ceguera ante el futuro. Solo reaccionamos ante problemas ya creados, muchas veces demasiado tarde. Solo se miran las estimaciones de voto.
La idea es clara: todo esto forma parte del sistema. Son las consecuencias de la sobrevaloración de algunos elementos sobre otros. El problema es la falta de definición del futuro, la falta de voluntad de transformación y la aceptación de lo negativo como "oportunidades". No atendemos a los enfermos como debemos, pero en cambio se hacen ricos los fabricantes de ansiolíticos, de la misma manera que los comisionistas de las mascarillas se enriquecen con la necesidad de ellas. Da igual quien gobierne, esto lo han asimilado todos. Solo importa el presente y se potencia aquello que es rentable en votos y euros. Eso lleva al abandono de unos y a la concentración de otros, creando ese empobrecimiento por zonas. En las zonas pobres están abandonados; en las ricas, explotados.
Hace falta sentarse a pensar un buen futuro, un futuro objetivamente bueno para todos. Especialmente en sus pilares básicos, educación y salud. Después ir colocando las piezas que se han ido saliendo del edificio hasta completarlo, algo aceptable para la mayoría. La falta de diálogo es un obstáculo; el excesivo interés de los políticos en la política también. Hay que empezar a exigir proyectos y sancionar a quienes no los cumplen. Hay que tratar de llegar a un gran pacto social para que no se produzcan estas distorsiones y egoísmos que tanto daños nos hacen. Lo ocurrido con la Medicina de Familia es solo otro indicador de que esto no funciona como debe.
* Nuria
Ramírez de Castro "¿Por qué no quiero ser médico de familia?: «Mi padre es
Don Enrique, el más respetado, pero no puedo vivir como él»" ABC
29/05/2022
https://www.abc.es/sociedad/abci-no-quiero-medico-familia-padre-enrique-mas-respetado-pero-no-puedo-vivir-como-202205290236_noticia.html
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