domingo, 29 de mayo de 2022

Medicina de Familia, un reto

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Sigue la presión sobre los datos que comentamos hace unos días: tenemos el récord de parados de la Unión Europea y, pese a ello, las quejas por lo que no se puede cubrir afloran. Hay varios intereses en ello, el primero evidentemente el del gobierno, que justifica que "crea empleo" pero que existe algún tipo de circunstancia que evita que esto se traslade a las cifras reales. En segundo lugar, las patronales, que muestran que ellos ofrecen, pero la gente no quiere ocupar lo que se le ofrece.

Ambos tratan de ocultar la responsabilidad por aquello que podríamos calificar como "calidad del empleo", concepto algo ambiguo, construido con distintos materiales, entremezclándose factores económicos, sociales y psicológicos.

Señalábamos que ya no funciona la idea de que los jóvenes huyen de los trabajos "duros". Además de duros, mal pagados, precarios y sin límites de jornada, sin estabilidad alguna. Es lo que ocurre con la deriva del ocio, el principal agente de contratación y de despidos en España. Tras la pandemia, los empresarios del sector se encuentran con que la esperada vuelta de los empleados que despidieron no se produce. Esperaban que la gente regresara besando las generosas manos que les vuelven a aceptar en sus negocios, pero el hecho, según la queja, no se ha producido.

Sin embargo, el concepto de "trabajo duro" va más allá de los sectores a los que tradicionalmente se les aplicaba. De ser un concepto absoluto, en una escala social que integra todo, ha pasado a ser relativo a las franjas  de cualificación. Es lo que ha ocurrido con el constantemente citado caso de las 220 plazas de Medicina de Familia sin cubrir.

Con las plazas de Medicina de Familia se da la curiosa situación de que no se cubren las que se ofrecen en lugares abandonados, despoblados y con pocos recursos, y tampoco en los lugares en los que se ven saturados, desbordados de trabajo porque tampoco se ajustan a las demandas. Ya sea en las abandonadas Extremadura, Castilla y León o La Rioja, o en la saturada Madrid, pocos son los que se quieren adentrar en la especialidad que supone el frente de choque en Sanidad.

Que en mitad de una pandemia que dura ya más de dos años, convertidos en el país que encabeza los casos de la Viruela del Mono, con esa desconocida y peligrosa hepatitis infantil, etc. ha llamado la atención que sea la Medicina de Familia la especialidad que menos quieren, que se queda sin cubrir cuando las demandas sociales es que se aumenten las dotaciones. Hemos hablado días pasados de este problema.

El diario ABC nos muestra otra cara del problema, la de los médicos. Con un titular en primera página ("Ya nadie quiere ser médico de familia") al que sigue en el interior uno más extenso y rotundo "¿Por qué no quiero ser médico de familia?: «Mi padre es Don Enrique, el más respetado, pero no puedo vivir como él»", Nuria Ramírez de Castro nos cuenta el caso de una joven médico que ha roto la tradición familiar de Médicos de Familia. Cristina Guilabert ha decidido ser médico anestesista frente a su padre y abuelo, que fueron médicos de familia. Su padre era respetado y conocido por todos en el pueblo. Pero los pueblos los padres y abuelos ya no son lo que eran, sus condiciones son otras y no se vive del respeto o admiración. Pero en las ciudades la especialidad que sirve de primera barrera de los problemas sanitarios tampoco es muy apetecible. Carente de casi cualquier reconocimiento en el anonimato de listas interminables, ya no queda casi nada del antiguo respeto en un sistema despersonalizado. Señalan en el artículo: 

En las grandes ciudades los médicos de atención primaria tienen turnos, horarios y cuentan con el apoyo de servicios de emergencia. El trabajo es más cómodo que en el medio rural, aunque más frustrante. Lidian con agendas interminables de pacientes, se convierten en máquinas de hacer recetas y dar bajas, sin apenas tiempo para mimar a sus enfermos y hacer la medicina que les gustaría hacer. Los años de pandemia no han hecho más que empeorarlo todo.* 

La pandemia ha dejado al descubierto las miserias de esta forma industrializada, despersonalizada y deshumanizada, de practicar la Medicina. Si los médicos se convierten en máquinas, los pacientes se convierten en objetos; son robots revisando cuerpos. Lo que caracterizaba a la vieja medicina de familia, esa que permitía que la gente respetara y confiara en aquellos en cuyas manos ponía su salud, ha desaparecido en el anonimato despersonalizado fabril.

La Sanidad es uno de los indicadores principales del tipo de sociedad en el que vivimos. Nuestro problema es que carecemos de modelo de bienestar social, no nos planteamos un mundo mejor; todo se resuelve en una relación de costes, de gastos, poco más. Todo es cálculo y no hay visión de futuro más que la "eficiencia", un concepto que relaciona coste e inversión, sacar el máximo partido al mínimo de inversión.

Entre otros casos que confirman el abandono de la especialidad, el artículo da un salto de perspectiva: 

«La oferta MIR está mal distribuida, entre un 40% y un 50% de todas las plazas ofertadas deberían corresponder a Familia», sentencia Verónica Casado, una médico generalista veterana, con experiencia docente y gestión sanitaria. En 2017 fue galardonada como la mejor médico del mundo, enseña esta especialidad en la Facultad de Medicina de Valladolid y ha sido presidenta de la Comisión Nacional de Medicina de Familia, además de consejera de Sanidad en Castilla y León.* 

Eso es lo que se necesitaría, pero ¿cuál sería el escándalo si en vez de esas 220 plazas sin cubrir el número se multiplicaran por cuatro o por cinco, si la gente se retirara a la espera de la oportunidad otro año? ¿Sería la solución obligar a cubrir esas plazas al reducir las otras? Podría ser una solución más barata, pero desde luego no la mejor.

Hemos repetido muchas veces que el modelo de una sociedad se basa en su diseño de la Sanidad y de la Educación. Son los dos pilares que permiten hablar de un futuro deseado. Ambas se hacen a medio y largo plazo. Sin embargo, el presentismo de estos tiempos solo sirve para parchear problemas y dejar que vuelvan poco tiempo después. Las decisiones tomadas durante la pandemia así lo confirman. Sabemos que debemos esperar enfermedades masivas, epidemias, algo de lo que nos advierten todo tipo de especialistas; sabemos que nuestra sociedad es vieja, que requiere un tipo de atención específica. Pero la vejez es vista como un negocio que va de las residencias (hemos visto lo que ha ocurrido con ellas en la pandemia) a los viajes en temporada baja para cubrir huecos hoteleros. Los ancianos son vistos como negocio y como carga.

No nos hemos mentalizado de qué sociedad nos espera. El fatal presentismo nos atenaza y solo nos permite ver de festivo en festivo, de temporada en temporada. Todo gira sobre eso.

La perspectiva que adopta Verónica Casado, la médico de Familia, en la entrevista es otra:

Cambiar los planes de estudio

Casado culpa a la universidad: «No te enamoras de lo que no conoces>. Y se enseña poco a ser médico generalista en las facultades de Medicina, empeñadas en formar superespecialistas. Necesitamos un cambio en los planes de estudio con más formación global, psicosocial y centrada en los problemas de las personas. Cuando un alumno en la facultad me dice que tiene claro que no se dedicará a la Atención Primaria, me chirría. Es como decir, soy médico pero no me gustan las personas'.* 

La expresión "centrada en los problemas de las personas" es importante porque es la ceguera interesada que nos está bloqueando socialmente y, por ello, en nuestro sistema educativo superior. En evidente que no se puede culpabilizar a los que no quieren trabajar y vivir en las condiciones actuales de muchas zonas de España; es igualmente evidente que las condiciones de trabajo no son las ideales desde ningún punto de vista. El problema no son los médicos, sino las condiciones que se crean para el ejercicio de su labor. Lo mismo ocurre con los maestros y demás profesionales que van abandonado una España abandonada a su suerte. Las elecciones autonómicas en Castilla y León han visto la emergencia de nuevos grupos ciudadanos hartos del abandono en el que viven, cada vez con menos peso social y político. Menos ciudadanos, menos votos, menos posibilidades de ser atendidos. Esta es la triste realidad española en la que la despoblación es fruto de las diferencias que se establecen entre la España concentrada y la España despoblada.

Trenes que ya no paran, autobuses que recorren kilómetros diarios para llevar a los pocos niños a la escuela más cercana, falta de agencias bancarias, etc. Este es el panorama de la España no rentable, aquella que se denunció ya hace años con el grito de "Teruel existe", al que han seguido muchos otros gritos ante el abandono político, económico y cultural. Es la España a la que no llega nada y de la que todos se van. 

Esa "formación global, psicosocial y centrada en los problemas de las personas" se nos parece imposible cuando las propias universidades han practicado el mismo tipo de procedimientos de la "súper especialización", por usar el mismo término de la doctora Casado. Es la misma dinámica que vivimos en Facultades como la mía que deciden orientarse hacia el deseo de ser "influencers" antes que periodistas. Es lo mismo que hace que nos centremos en cómo usar la neurociencia para manipular en vez de enseñar a ser críticos con los mensajes y medios. Es el "giro economicista", el que busca el dinero antes que la necesidad social de información en un mundo cada vez más trivial y manipulador.

La propuesta de Verónica Casado de cambiar planes de estudio y aumentar la importancia de la Medicina de Familia supondría un levantamiento del alumnado, que es hijo de la sociedad que hemos creado. ¿Por qué tienen que sacrificarse ellos cuando los demás no lo hacen? Las protestas serían inmediatas.

Cuando no hay quien se ocupe de algo, se apela a la "vocación". El término conlleva la idea oculta de que ser "vocacional" es aceptar la pobreza, el abandono, la explotación... porque haces lo que te gusta.

5 Días, 2 enero de 2014

La España "anciana" queda olvidada. Es interesante acordarse de cómo algunos países afrontaron tener a sus jubilados en España, buen clima y precios razonables. Las autonomías "afectadas" pronto pasaron la factura a los países de origen. Ahora Alemania vuelve a repetir la jugada alegando que los jubilados en un país donde hace frío gasta mucho gas y eso favorece a Putin. La soleada España es el aparcamiento ideal. Pero esto se producirá en los lugares en donde ya tengan asistencia. Es difícil que los jubilados extranjeros vayan a un lugar tan abandonado como muchos de nuestros pueblos.

Todo esto no se prevé desde ningún tipo de instancia; forma parte de la ceguera ante el futuro. Solo reaccionamos ante problemas ya creados, muchas veces demasiado tarde. Solo se miran las estimaciones de voto.

La idea es clara: todo esto forma parte del sistema. Son las consecuencias de la sobrevaloración de algunos elementos sobre otros. El problema es la falta de definición del futuro, la falta de voluntad de transformación y la aceptación de lo negativo como "oportunidades". No atendemos a los enfermos como debemos, pero en cambio se hacen ricos los fabricantes de ansiolíticos, de la misma manera que los comisionistas de las mascarillas se enriquecen con la necesidad de ellas. Da igual quien gobierne, esto lo han asimilado todos. Solo importa el presente y se potencia aquello que es rentable en votos y euros. Eso lleva al abandono de unos y a la concentración de otros, creando ese empobrecimiento por zonas. En las zonas pobres están abandonados; en las ricas, explotados.

Hace falta sentarse a pensar un buen futuro, un futuro objetivamente bueno para todos. Especialmente en sus pilares básicos, educación y salud. Después ir colocando las piezas que se han ido saliendo del edificio hasta completarlo, algo aceptable para la mayoría. La falta de diálogo es un obstáculo; el excesivo interés de los políticos en la política también. Hay que empezar a exigir proyectos y sancionar a quienes no los cumplen. Hay que tratar de llegar a un gran pacto social para que no se produzcan estas distorsiones y egoísmos que tanto daños nos hacen. Lo ocurrido con la Medicina de Familia es solo otro indicador de que esto no funciona como debe.

* Nuria Ramírez de Castro "¿Por qué no quiero ser médico de familia?: «Mi padre es Don Enrique, el más respetado, pero no puedo vivir como él»" ABC 29/05/2022 https://www.abc.es/sociedad/abci-no-quiero-medico-familia-padre-enrique-mas-respetado-pero-no-puedo-vivir-como-202205290236_noticia.html

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