Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Una de
las cosas para las que ha servido la invasión rusa de Ucrania es para darnos
cuenta que todo llega de algún sitio. Las sociedades ricas son ricas
precisamente porque no saben de dónde les llegan las cosas. En este amplio
término caben la electricidad y el gas, pero también muchas otras cosas a las
que no damos valor precisamente porque las tenemos, no nos suele faltar y con
un sencillo gesto las conseguimos. Sencillo gesto es en este caso darle a un
interruptor, apretar un botón o girar el mando del gas en una cocina, encender
la calefacción y muchos otros con los que, sin embargo, una gran parte del
mundo sueña cada día porque carece de ellos. Una sociedad rica es una sociedad
que no valora lo que tiene.
Me
viene a la mente una anécdota que escuche hace muchos años del multimillonario
Rockefeller. Le preguntaban por qué era tan austero, por no decir tacaño,
mientras que su hijo era lo contrario y gastaba a manos llenas. La respuesta
fue sencilla e inmediata: "Porque mi hijo es hijo de millonario y yo
no". No sé si la anécdota es cierta o es una buena idea que, como se hacía
en la antigüedad, se le adjudicaba a alguien conocido para darle verosimilitud
y respaldo.
Hasta
el momento nuestra riqueza se ha sostenido precisamente por la ligereza con la
que gastamos, compramos, adquirimos cosas sabiendo solo su precio, pero no su
"valor", que es otra cosa. Incluso su precio puede ser el resultado
de una serie de operaciones que destruyen sectores enteros. Agricultores y
ganaderos se quejan de que lo que les pagan está por debajo de lo que les cuesta
su producción. Todo se ha encarecido y a ellos les siguen ofreciendo precios
que no se corresponden con lo que ellos pagan. La huelga de transportistas ha
tenido un efecto demoledor en toda la economía española como efecto de la
subida de los carburantes, que siguen disparados.
Cuando
nos dicen que el gas que tenemos en Europa le sirve a Putin para financiar sus
guerras, estamos haciendo una llamada a la moderación del gasto que nos
beneficia evitando que se dispare.
Llueve
sobre mojado porque lo que muchos no quieren hacer, otros llevan haciéndolo
tiempo por el bien del planeta, que también es en beneficio nuestro y de las demás
especies. Los ecologistas nos han acostumbrado a contemplar las acciones por su
valor medioambiental y no solo por su coste de mercado. Las cosas que queremos
y nos ofrecen tienen costes importantes en el futuro planetario. Pero las
sociedades solo ven aquello que quieren ver, lo que se les ofrece. Unos se han
acostumbrado a su riqueza, a otros no les queda más remedio que soportar su
pobreza. De vez en cuando, nos llegan noticias del coste real de esas prendas
que lucimos, de quién y cómo las fabrican, desde la explotación infantil a la polución
incontrolada. Nuestros residuos van a parar a aquellos que sobreviven entre
vertederos insalubres. Nosotros, en cambio, dormimos satisfechos con todo eso
que ignoramos de dónde viene y cuál es su coste.
Cuando
alguien quiere salir de su pobreza ponemos barreras y todo tipo de
impedimentos. Queremos que sigan en su sitio, a menos que los necesitemos, ya
sea como mano de obra barata (los recolectores de todo el mundo) o como mano de
obra especializada, como hacen los Estados Unidos admitiendo a los
especialistas de los países pobres (los informáticos y matemáticos de la India,
por ejemplo, con una gran formación). De esta manera, no solo privan a los
países pobres de sus mejores especialistas, sino que con ello se evita que
puedan evolucionar. Muros para los pobres, lujosa alfombra para los mejores.
La
guerra en Ucrania, la invasión rusa, nos está tocando en un punto sensible. Es
una guerra que va del bombardeo y el tiro en la nuca junto a una zanja hasta la
manipulación de la energía de países enteros. Nuestro horror viene de ver las
imágenes de las víctimas y de ver nuestras crecientes e incontroladas facturas
del gas, la electricidad y los combustibles fósiles.
Putin y
los suyos han estudiado bien nuestro imperfecto sistema de países ricos para
poder hacernos daño. Saben que los países ricos se vuelven cómodos e irritables
cuando se les toca el bolsillo. Prefieren no mirar de dónde vienen las cosas,
pero sí miran el precio. Y los precios, según la inflación, siguen subiendo,
mientras que bajan las estimaciones de crecimiento.
Nosotros
somos una pobre economía rica. Los indicadores de crecimiento son bastante
engañosos sobre la realidad. Lo cierto es que va para dos décadas y con varias
crisis por medio en que tenemos las cifras que doblan el paro europeo y, en el
caso del paro juvenil, son de auténtico escándalo. También somos de los países
con mayor envejecimiento del mundo, de las mayores tasas de abandono escolar y
de los de mayor consumo de ansiolíticos. Somos, sobre todo, un país con enorme
dependencia en muchísimas cosas, sobre todo de un turismo que, lógicamente, se
resentirá con lo que está pasando en Europa. Para poder competir como "destino
turístico" se acabarán reduciendo sueldos y contratando menos, según las
necesidades del momento, a las que nos gusta llamar "temporada". Los encadenamientos
de contratos son una pesadilla para unos y un sueño para otros, que prefieren
eso al paro. Lo que antes ocurría en ciertas profesiones de alta temporalidad,
como es turismo y hostelería, ahora se ha extendido a muchas otras profesiones,
como estamos comprobando con el sector sanitario.
Los dos
grandes pilares de una sociedad, educación y sanidad, sufren los males de esta
sociedad que empieza a ser consciente de sus limitaciones cuando le dan cita
para dentro de un año o retrasan seis meses una operación; o cuando se cierran
las escuelas de los pueblos y los niños tienen que recorrer decenas de
kilómetros diariamente para acudir a otras poblaciones en la España vaciada.
Las
subidas energéticas aprietan en todos los sectores, nos muestran el estado
crítico de muchos de ellos. La inflación que tenemos, también de las más altas de
Europa, está tocando muchos sectores del país y ya nadie se escapa de sus
efectos de una forma u otra.
El Economista 1/04/2022 |
Hay que
cambiar cuento antes la mentalidad de ricos y exigir el ajuste a la realidad
mediante políticas eficaces. No todo debe venir de arriba. Nosotros debemos y
podemos hacer mucho controlando los gastos y gestionando mejor lo que tenemos.
Los primeros beneficiarios debemos ser nosotros mismos, como sociedad.
La
crisis del transporte anterior se tradujo en quejas, algo muy español, pero en
evitar cambiar el modelo. Esa crisis ya afectó a muchos países europeos y
benefició a intermediarios, que hacían cambiar el rumbo de los barcos según los
precios que se les ofrecían.
Es el
momento de reindustrializar España. Si no se hace y se sigue dependiendo de que
los demás sean ricos y nosotros un destino barato, iremos a peor, pues está
claro que aunque la guerra termine, las reglas del juego han cambiado. Hemos de
sustituir la idea de "lo barato" por la de "lo seguro", que
puede resultarnos más caro inicialmente, pero menos peligroso en un futuro que
se presenta lleno de incertidumbres. Hay que fabricar y dejar de depender; hay
que producir y ser lo más autosuficientes que podamos ser; hay que comprar
equilibradamente y con socios estratégicos, no con países que son potenciales
enemigos en diversos niveles. Ya sea energía o productos, la menor dependencia
es lo más aconsejables. La idea de que no
se puede hacer de golpe puede ser real, pero si somos nosotros los que
estamos dando fuerza al que se empeña en destruirnos, no saldremos más que
reducidos a la nada. Esa idea, además, es introducida por los mercados, a los
que les importamos muy poco. Ellos buscan el máximo beneficio con el mínimo
coste, por lo que es difícil que estén dispuestos a asumir la situación.
Prefieren esperar apostando a que esto
durará poco y Rusia volverá a la situación anterior. Se equivocan. Rusia ha
dividido el continente y trata de arrastrar hacia una nueva división mundial.
Han visto la debilidad de Occidente en su dependencia de lo que a ellos les
cuesta menos, la energía. Lo que gana con nosotros lo utiliza para
debilitarnos, sobornarnos (el Parlamento alemán acaba de quitar todos los
honores al ex canciller Schroeder, como ya hizo en abril su propio partido
expulsándolo) y amenazarnos.
Los
políticos hablan tímidamente de "ahorro", término que les asusta pues
la gente percibe el éxito en términos de gasto. Pero somos los ciudadanos los
que debemos empezar a hacer una gestión inteligente de nuestros recursos. Es
complicado cuando te dan las cifras de la gente a la que le cuesta llegar a
final de mes o la que recibe alimentos para sobrevivir. Por eso es importante
que instituciones y sociedad comprendan lo que es importante y lo que no, en
dónde se debe invertir y lo que hay que dejar en función del conjunto social.
Es muy difícil que esto ocurra porque nuestra sociedad vive en grandes sectores
de lo prescindible y pronto surgen las quejas. Si nuestro principal negocio es
el ocio, tendremos que vender la sensación de que "España va bien"
pese a que no sea real. Por eso la diversificación y la industrialización, el
apoyo a la exportación, etc. son cuestión de todos.
Cuando empezó la pandemia, no teníamos mascarillas. Algunas empresas cambiaron su producción y empezaron a fabricarlas; otros, en cambio, se dedicaron a estafar importando mascarillas que muchas veces no tenían las condiciones requeridas. Los que optaron por aprovechar un problema creando dos están hoy en nuestras portadas. La opción era entre fabricar o importar. Los precios de las mascarillas eran tan altos que la gente pasaba a Portugal a comprar si tenía ocasión. Muchos se han hecho ricos con estas comisiones, a las que han contribuido amigos y familiares en la administración. A la repugnancia de estos actos ante su falta de ética está a la par con la forma en que se gastaron, como ricos luciendo coches, relojes, apartamentos, barcos, noches en carísimos hoteles...
Hace mucho que la economía española está dejada a su suerte o quizá sería mejor decir a su mala suerte. Cuando no se invoca a Europa se invoca al mercado. Ahora estamos indagando un poquito en de dónde vienen las cosas y cuáles son los costes reales, lo que supone esta falta de equilibrio entre sectores que explican que necesitemos importar demasiadas cosas.
Lo
cierto es que necesitamos esa reindustrialización, unas urgentes dosis de ética
y de solidaridad, sentido de comunidad y de justicia social, algo que nos falta
desde hace mucho. Necesitamos ejemplos, buenos ejemplos y sobre todo conciencia
de lo que supone vivir como vivimos. Hay que volver a considerar el ahorro una
virtud y no esta permanente incitación al gasto, las más de las veces en lo
superfluo, que es la base de nuestro sistema económico y en la que los
políticos ponen el foco. Hay que empezar a gastar con perspectiva. Hemos visto muchas imágenes de discotecas y
chiringuitos, muchas menos de fábricas y empresas que producen y exportan; mucho deporte, pero poca investigación. Se nos dirige a través de los medios hacia ciertos sectores que se nos ponen en el centro mientras que ignoramos otros que más nos valdría desarrollar para tener un futuro más sostenible no solo en términos de energía, sino una vida cultural más sólida y avanzar en aquellos campos que realmente suponen progreso y no solo el beneficio de algunos y el empobrecimiento del resto, con esos enormes agujeros en nuestro cada vez más pobre y desequilibrado sistema laboral. Hay que aumentar la estabilidad del empleo, garantizar su calidad porque son personas lo que hay detrás. Para eso hace falta más sentido social y menos demagogia, en resumen, un gran pacto para desarrollo de planes sólidos de futuro, un modelo de país estable y no esta trifulca por todo.
El Economista 02/05/2022 |
Si alguien pretende sobrevivir en el futuro llenado el hueco que pueda producir un parón europeo del turismo por el agravamiento de la crisis con Rusia, ya sabe a lo que se expone. Lo pagarán con las bajadas de sueldos, que es donde siempre acaban las crisis. No somos ricos, es duro descubrirlo, pero es así. El problema es que vamos a dejar de serlo todavía más y cuanto antes actuemos será mejor. Los políticos son los que deberían advertir, pero están a otra cosa y solo quieren dar buenas noticias.
Decíamos al inicio que todo llega de algún sitio, también el turismo. Y si ese turismo que nos llega es más pobre, gastará menos o no vendrá. Las quejas por el turismo pobre y de excesos de hace unos días es un brindis al sol, pues la calidad de este dependerá de su posibilidad de gasto. La subida de precios como filtro puede que nos deje sin turistas pobres y que los ricos decidan gastarlo en otras partes. Somos demasiado dependientes y eso no es bueno. Tenemos una pobre economía muy vistosa, hecha para el que viene de fuera y cuyo ritmo es difícil seguir si no se tienen condiciones similares y, desde luego, no las tenemos.
Hay que gastar mejor y vigilar el gasto, el propio y el público, alejar a los comisionistas que viven de las crisis y a los políticos que viven de promocionarse con los presupuestos de todos. Hay que ser conscientes de lo que nos cuesta realmente cada cosa que malgastamos.
El Periódico de la Energía 07/10/2021 |
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