viernes, 4 de marzo de 2022

¿Orden, qué orden?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Escuchamos varias veces al día hablar sobre el "orden mundial", el "nuevo orden mundial" y otras fórmulas que tratan de decirnos que esto ha cambiado, que nos levantamos un día y, aunque todo nos pareciera igual, todo era distinto. Algunos puede que se enteraran que vivían en un viejo orden sin saberlo. El "orden" no suele llamar la atención, por lo general, mientras que el "desorden" modifica lo que conocemos. ¿Es el "nuevo orden mundial" una forma de desorden? En cierto sentido, sí. Y esto durará hasta que nos hayamos amoldado a las nuevas situaciones, al cambio.

Algunos nos dicen que debemos acostumbrarnos a las "nuevas situaciones", que defender lo nuestro tiene una serie de consecuencias, que las sanciones a Rusia también son cambios a los que debemos acostumbrarnos.

Como vivimos en un universo de explicaciones economicistas, todo lo explicamos mediante indicadores económicos: que "la bolsa se desploma", que "el rublo pasa a ser bono basura", que "sube el precio de la gasolina", que las subidas y bajadas "alcanzan niveles históricos", etc. Son expresiones que están ahora mismo en todos los medios, en todas las bocas de los que hablan, en las manos de todos los que escriben, porque son formas de reducir el absurdo de la guerra y la violencia a algún tipo de consecuencia, más que explicación. Resulta todo muy mecánico. Por eso las expresiones sobre el "nuevo orden" se usan como forma genérica del desorden.

Los indicadores del orden son los de las alianzas, los que se ponen de un lado o de otro. Sabemos quién está con Rusia, quién les apoya abiertamente en esta forma discordante de contar el mundo y el papel de cada cual. Sabemos ahora con claridad que el mundo no es igual para Putin que para el resto del mundo, que la gente se levantó en Naciones Unidas para no tener que escuchar la versión de Serguéi Lavrov sobre lo que ocurre. Sabemos que para Nicolás Maduro todo está en orden y que Rusia hace lo que debe. Sabemos que a otros poquitos, les parece igual de correcto.

El orden que se abre es violento, receloso y desconfiado, lo que llevará a que Rusia se sienta más amenazada en una espiral sin fin. Cada vez que alguien se sienta amenazado por Putin y busque defenderse, eso será considerado por Putin como una amenaza y se lo tragará como parte de su ración diaria de amenaza. Según este principio, Putin siempre se sentirá amenazado por el que esté más cerca y no controle. El nuevo orden ruso nos alcanza a todos, de una forma u otra, en términos de proximidad y de relaciones. El mapa se rehace, pero también las reglas del juego. El nuevo orden es otro juego cuyas reglas están por decidir.


Durante mucho tiempo, casi dos décadas, nos hemos acostumbrado a hablar de Rusia de una forma muy específica. Hemos aceptado como "orden" ruso un conjunto de vocablos que usamos con ellos. Son términos como "oligarcas", "mafias rusas", "disidentes", "opositores", incluso "polonio", cuyo uso en los medios excede el de la Química. Lo hemos aceptado como parte del paquete de recursos verbales para describir la Rusia de Putin. La parte positiva de Rusia se agotó con el término "perestroika". Y se acabó.

Rusia tiene su propio concepto del "orden" y no entra en sus planes negociarlo, sino imponerlo, como están experimentando los ucranianos, víctimas de la maldición geográfica de ser vecino de una Rusia guiada por un miedo a lo que le rodea y que, finalmente, solo puede ser calmado por las armas. Rusia se siente como desnuda sin su telón de acero y quiere reconstruirlo invadiendo y poniendo payasos rusos al frente de los gobiernos circundantes. 

El mundo ha cambiado. Quizá haya que decir que el mundo "finalmente" ha cambiado. Es evidente que a Putin le va el falso equilibrio de la amenaza nuclear, algo que está ya en su boca y que acaba de demostrar bombardeando la central nuclear más grande de Europa, como nos cuentan los medios hoy. La Rusia de Putin quiere demostrar que no se para ante nada, incluidas las fronteras. La excusa de las dos repúblicas "independientes" ya ha pasado a la historia. Macron, tras hablar más de una hora con él, ha sacado la conclusión de que "lo peor está por llegar", que es un punto pesimista y nos muestra que no es posible ignorar la realidad ni fomentar las fantasías a lo Ione Belarra, Irene Montero o Pablo Echenique, ilustres pacifistas de la ley del embudo, estrategas que desean que no quede un ucraniano para finalmente alcanzar la "paz".

Nos guste o no lo antiguo y nos guste o no lo que está por llegar, lo cierto es que tendremos que adaptarnos a un mundo que habrá que reorganizar rápidamente para poder sobrevivir. No es solo un problema nuestro. Por eso es esencial comprenderlo y tratar de reorganizarse en vez de lamentarse. No ha estado en nuestras manos frenar esta guerra cuyo responsable es Putin, por más que otros se empeñen en resaltar errores, que sí, son reales, pero no pueden servir para justificar las fantasías imperialistas de Putin.

La Rusia de Putin es ya "otro orden", "otro mundo", algo muy distinto al nuestro. Se ha trazado un muro más alto que el de Berlín que —no lo olvidemos— fue levantado por los mismos con la pretensión de evitar que media Europa se fugara de la "realidad soviética".

Ya estamos en el "nuevo orden", por más que no queramos aceptarlo, por más que no nos guste. Eso implica que Rusia y algunos otros que les secundan quedan fuera de nuestros escenarios. Lo que ha hecho Putin es separar a Rusia del mundo, que se va desconectando de ella. Los deportistas rusos quedan apartados de las competiciones, los miembros del mundo de la cultura —de directores de orquesta a directores de teatro, actores y actrices—, las marcas comerciales rusas quedan frenadas en sus actividades, las marcas extranjeras cancelan sus relaciones, las tiendas de marcas extranjeras cierran en las ciudades rusas... Todos se van de Rusia, todos cancelan las relaciones. Saben que es algo más que temporal, que se ha cerrado un periodo, que es otro el "orden" existente. Es como si alguien hubiera cogido unas tijeras y recortara la Rusia de Putin del mapa, dejándolo sin su superficie.

¿Le merecía esto la pena a Putin? En su visión del "nuevo orden", Putin contaba con una serie de supuestos, muchos de los cuales no se están cumpliendo. En la última década han aparecido muchos gobiernos autoritarios por el mundo y se ha extendido la idea de que no les va mal, que —pasado los enfados— muchos países mantienen sus relaciones y negocios con ellos, desentendiéndose de lo que ocurra allí. Eso ha sido una muestra de ese inmoral pragmatismo económico al que nos hemos acostumbrado, a no ver los dramas que hay detrás de lo que comemos, vestimos o de la playa soleada en la que descansamos. Solo se mira el precio, no el drama. Evitar condenas reales ha animado a algunos a que al final las sanciones se quedan en nada y es posible burlarlas.

14/02/2021

Después están los admiradores de la fuerza de estas figuras como Putin. El mundo es demasiado blando para ellos. Se ha llenado de feministas, homosexuales y demás grupos decadentes. Admiran en Putin su "virilidad" machista, su mundo dogmático. Putin es el faro que no cambia,

Nos hemos acostumbrado a disfrutar de nuestras democracias, pero también a no preocuparnos más allá de nuestros límites. La Europa democrática asiste, incluso, a la aparición de grupos y gobiernos que desprecian parte de esa democracia amparándose en los populismos, dejando lo valores de esa democracia en nada, anteponiendo la consecución del poder a los métodos y discursos usados para llegar a él. Putin contaba con ello, pero parece que no le ha funcionado de momento. Habrá que tener mucho cuidado.

El "nuevo orden" atenta contra esos valores que hemos tenido que desempolvar. Putin ha crecido porque ha tenido muchos apoyos en ese tipo de grupos y personas. Ha crecido porque ha colocado en cargos de empresas, ha ofrecido comisiones, ha ordenado a los bancos rusos que dieran créditos a los grupos y partidos políticos, ha nacionalizado a los admiradores declarados que lo solicitaban... Los ciudadanos descubrimos, como ha ocurrido con los británicos, las financiaciones de alguno de sus partidos desde el Kremlin, tal como ha ocurrido con la ultraderecha francesa. Hoy redescubrimos a todos esos payasos europeos que han ido a Moscú a abrazar al que consideraban el líder del futuro.

 ¿Dónde está ahora Gérard Depardieu, ilustre actor, que abrazó a Putin y aceptó la nacionalidad rusa? ¿Dónde está Nigel Farage—figura del Brexit, amigo de Trump—, aquel que en 2014 afirmaba con rotundidad que "admiraba a Vladimir Putin", nacionalista, patriota y brillante invasor de Siria? ¿Dónde está la actriz Brigitte Bardot, la que amaba a Putin por su defensa de las focas y se haría rusa por ellas? Unos escondidos, otros manifestando su distancia para evitar se condenados por tontos, por idólatras de una forma de poder que crea muerte a su alrededor. Ahora no quieren ver salpicadas de sangre sus pobres imágenes públicas. Ya pocos enseñan sus flamantes pasaportes rusos.


The Guardian 31/03/2014

Putin no ha salido de la nada, sino de un montón de intereses, odios, manipulaciones al pueblo ruso al que se le creado la idea de la llegada de un "nuevo orden ruso". Repetir un pasado imperial, soviético, mundial donde todos miren hacia Moscú con "temor y temblor".

De nuestra parte queda ordenar nuestra parcela occidental y, especialmente, tratar de evitar la seducción del orden ruso sobre otros países que serán tentados sin disimulo. La propaganda rusa necesita de fotos colectivas en las que se muestren como un equipo con su capitán Putin al frente. El nuevo zar les dará apoyo y les asegurará destruir a sus enemigos para mantener los apoyos. Para ello abrirá guerras donde no las haya y cerrará las que le interese terminar para colocar sus peones dependientes. Es lo que hizo en Oriente Medio ante los vaivenes norteamericanos.


Putin no vende democracia, un juguete caro y frágil, sino autoridad, fuerza y determinación; enseña cómo hay que deshacerse de enemigos, rivales y disidentes. Ese es el orden ruso, el del que da primero da dos veces, el de terminar lo que se empieza, el de decir una cosa y hacer otra con astucia. Todo vale para ganar.

Nos queda valorar lo que tantas veces olvidamos, los valores de la democracia, algo que no hay que dar por hecho, sino practicar y defender cada día; los valores de la unidad moral frente al relativismo pragmático del dinero, siempre dispuesto a hacer negocios con los que nos aseguren ventajas y beneficios. ¿Habrá que hacer sacrificios? Pues, sí, seguro. Ellos nos harán darnos cuenta de lo que olvidamos tan a menudo, del valor de vivir en libertad y en paz. Eso no se construye solo y exige el compromiso de todos.

Más y mejor Europa es lo que necesitamos, dejar de perder el tiempo y energía que nos evita centrarnos en lo esencial. Necesitamos pensar y desarrollar nuestro propio orden para evitar que se nos cuele otro. No pensemos como Putin que democracia significa "debilidad", sino al contrario, "firmeza" y "compromiso", valores y no relativismo.

¡Solidaridad con el pueblo ucraniano!


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