Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Aprendimos
Economía con la crisis económica; Biología con la pandemia y ahora Geografía, de
nuevo Economía y mucho dolor con la guerra en Ucrania. Es un aprendizaje diario,
una tarea constante que nos llevamos a casa para intentar seguir este curso
sangriento.
Cada
día descubrimos el sentido de la actualidad, de nuestra propia vida, a través
de estos dolorosos ejercicios de aprendizaje que los medios exponen ante
nuestra vista. Pasamos de unos muertos a otros, de una miserias a otras, de
unas crisis a otras con apenas un giro de sintonía que nos marcan los tercios
del macabro espectáculo bélico. No hemos
terminado de recibir los muertos del COVID cuando ya se nos anuncian las
víctimas de la violencia de género, de los fines de semana en la carretera o de
un bombardeo en un hospital infantil ucraniano o, como hoy, de los caídos
ametrallados en una cola del pan en una ciudad ucraniana. Es duro vivir al día,
aunque se viva en la distancia informativa, esta vez mucho más próxima. Pero ya
no hay agujero para la cabeza del avestruz europea, que intenta no caer en una depresión
ante lo que nos llega del mundo, próximo o distante.
La
situación dramática de Ucrania nos está dando un curso completo sobre cómo
funciona el mundo más allá de las palabras, sobre sus límites y sobre lo
efímero de la paz cuando se despiertan los gigantes violentos. Nos ha abierto
los ojos en muchos sentidos.
Comprendemos
que necesitamos nuestra propia energía, que se acabó la especialización
dependiente que hace que tengamos mucho de algo y sea preferible tener un poco
de todo, pese a la opinión de los expertos, que siempre nos hablan más desde lo
que fue y no de lo que puede ser. Hemos aprendido también, algo que olvidamos
muy a menudo, que el mercado no tiene corazón, solo bolsillo. Comprendemos que
una guerra en el centro del continente altera el mundo y obliga a redefinir todos
nuestros modelos de comportamiento y decisión.
Comprendemos
que la democracia es frágil y valiosa ante los autoritarismos violentos que
proliferan por el mundo. Vemos que la gente es capaz de sacrificarse hasta la
muerte porque valora su libertad e independencia ante un invasor.
Estamos
asistiendo a cosas que no esperábamos y a reacciones extrañas. Afortunadamente,
es la solidaridad la que se manifiesta de forma más clara y hoy la mayoría
podemos distinguir quién es el agresor y
quién el agredido. Sabemos quién usa
brutalmente su fuerza y se sitúa fuera del Derecho Internacional y de la
humanidad más elemental destruyendo un país simplemente porque "se siente
amenazado" y ha trazado unilateralmente un nuevo mapa del mundo, esa nueva
geografía que se nos explica en cada noticiario.
Ucrania
es un libro de texto. Hay muchas cosas que aprender y recuperar de las que
hemos ido perdiendo en nuestra complacencia diaria, en nuestra creencia en que
los problemas del mundo se resuelven vendiendo apartamentos de lujo, plazas
para los súper yates, visas a los que
gastan el dinero sucio en nuestro país tumbados en las playas o en sus piscinas
privadas. Hemos aprendido, sí, que nuestro modelo no le hace ascos a nada. Pero
esto, en gran medida, se ha terminado porque la agresión rusa ha acabado con
ese modelo nos guste o no.
Algunos
lo llaman "nuevo orden mundial". Debemos entender que el
"turismo" y derivados del ocio, la diversión, la hostelería, etc.
—nuestro fuerte especializado— son frutos de los tiempos de paz y que esos han
volado por los aires. Más allá de los turistas rusos, el gasto europeo se va a
ir a otros fines, tragado por la necesidad de aumentar el gasto en defensa y restar
lo que la inflación galopante y el gasto energético están devorando.
Lo que
se está produciendo hoy, tendrá sus consecuencias mañana. ¿Vamos a tirar del
turismo interior, como en la pandemia? ¿O vamos, por el contrario, a pensar en
crear sectores estratégicos para tiempos difíciles, a desarrollar bien el campo
para asegurarnos el hueco del trigo ruso, por ejemplo? Es necesario pensar en un mundo sin Rusia y ver qué nos hará
falta; estimar realmente lo que van a ser los efectos de esta guerra, que serán
duraderos.
El segundo gran mensaje de esta situación es que no se puede confiar en Rusia y si no se la combate con misiles, habrá que hacerlo con decisiones económicas, cortando lazos. También hay tener en cuenta que Rusia no se va a quedar quieta, que intensificará la presión sobre los países próximos y la agitación, el caos, la propaganda, el apoyo a los perturbadores de Europa, a los independentismos y a las huelgas, alentando el descontento por las carencias que se abren ante nosotros. Hará lo que ha estado haciendo hasta el momento, pero a mayor escala y a través de terceros países, los putinistas que sembrarán discordias en sus respectivos continentes. Seguirá uniendo amigos dictadores por todo el mundo para demostrar que no está sola, que es una súper potencia, que es futuro ante el decadente mundo occidental y las democracias frágiles. Lo hará con el aplauso de muchos que ya nos entierran y nos tachan de reliquias de debilidad. Pero la Rusia de Putin solo representa en estos momentos la brutalidad, la barbarie.
China
también se encuentra en el proceso de aprendizaje de lo que supone haber
firmado con Rusia acuerdos que le cubren las espaldas. Ha advertido que si las
medidas contra Rusia les afectan, tendrán que tomar las suyas propias. No se
han especificado en qué sentido, pero esto incluirá mayores desajustes
respectos a eso que los mercados llaman "estabilidad" llevándolos
hacia lo que más temen, la "incertidumbre". Ante esta situación, los
mercados hacen dos cosas, se retraen, dejando de invertir, y algunos aprovechan
para especular, intentando hacer proyecciones del comportamiento futuro. Todo
esto repercute en las bolsas, la empresas y en los bolsillos.
En un
mundo tan pequeño como el nuestro es difícil evitar las situaciones negativas
en cadena dentro del sistema. Estamos conectados por dependencias unos con
otros. La guerra nos enseña el funcionamiento del mundo por debajo del tablero
de juego. Es importante que Ucrania se sienta verdaderamente europea, que es
radicalmente diferente de lo que Rusia representa en estos momentos. Hay que
mostrar que Ucrania es Europa y que los europeos somos ucranianos de corazón,
de solidaridad. Hoy nos hablaban de taxistas que han hecho el viaje desde
España hasta las fronteras y vuelven cargados de refugiados. Lo han hecho
anteriormente autobuses y furgonetas, que salen cargadas de ayuda y vuelven
cargadas de vidas.
Sí, la
guerra nos enseña mucho, quizá demasiado. Por eso es importante aprender bien la
lección ucraniana, aprenderla en clave europea de alianza y redefinir la
economía asegurando nuestras conexiones con agentes fiables y redefiniendo el
modelo de una forma realista ante el futuro que nos aguarda. Necesitamos todos más y mejor Europa. Tenemos que cambiar
nuestro habitual modelo español de la
queja y el lamento y empezar a dirigir la mirada hacia lo posible en vez de parches a lo caduco.
Ucrania es una dolorosa lección que debemos aprender bien para evitar su repetición o los efectos cada vez más negativos. Es una lección escrita con sangre, que debemos leer detenidamente, con atención porque no nos habla de otro mundo, sino del nuestro, del presente y del futuro. Nos habla de puertas que se cierran y de otras que se abren, de lo peligroso que es mirar para otro lado, de desoír las advertencias. Sí, Ucrania es un doloroso libro de texto que se escribe cada día con muertes, destrucción, bajo una creciente sombra amenazante.
¡Solidaridad con el pueblo ucraniano!
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