jueves, 17 de marzo de 2022

Ucrania como libro de texto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Aprendimos Economía con la crisis económica; Biología con la pandemia y ahora Geografía, de nuevo Economía y mucho dolor con la guerra en Ucrania. Es un aprendizaje diario, una tarea constante que nos llevamos a casa para intentar seguir este curso sangriento.

Cada día descubrimos el sentido de la actualidad, de nuestra propia vida, a través de estos dolorosos ejercicios de aprendizaje que los medios exponen ante nuestra vista. Pasamos de unos muertos a otros, de una miserias a otras, de unas crisis a otras con apenas un giro de sintonía que nos marcan los tercios del macabro espectáculo bélico.  No hemos terminado de recibir los muertos del COVID cuando ya se nos anuncian las víctimas de la violencia de género, de los fines de semana en la carretera o de un bombardeo en un hospital infantil ucraniano o, como hoy, de los caídos ametrallados en una cola del pan en una ciudad ucraniana. Es duro vivir al día, aunque se viva en la distancia informativa, esta vez mucho más próxima. Pero ya no hay agujero para la cabeza del avestruz europea, que intenta no caer en una depresión ante lo que nos llega del mundo, próximo o distante.

La situación dramática de Ucrania nos está dando un curso completo sobre cómo funciona el mundo más allá de las palabras, sobre sus límites y sobre lo efímero de la paz cuando se despiertan los gigantes violentos. Nos ha abierto los ojos en muchos sentidos.

Comprendemos que necesitamos nuestra propia energía, que se acabó la especialización dependiente que hace que tengamos mucho de algo y sea preferible tener un poco de todo, pese a la opinión de los expertos, que siempre nos hablan más desde lo que fue y no de lo que puede ser. Hemos aprendido también, algo que olvidamos muy a menudo, que el mercado no tiene corazón, solo bolsillo. Comprendemos que una guerra en el centro del continente altera el mundo y obliga a redefinir todos nuestros modelos de comportamiento y decisión.

Comprendemos que la democracia es frágil y valiosa ante los autoritarismos violentos que proliferan por el mundo. Vemos que la gente es capaz de sacrificarse hasta la muerte porque valora su libertad e independencia ante un invasor.

Estamos asistiendo a cosas que no esperábamos y a reacciones extrañas. Afortunadamente, es la solidaridad la que se manifiesta de forma más clara y hoy la mayoría podemos distinguir quién es el agresor y quién el agredido. Sabemos quién usa brutalmente su fuerza y se sitúa fuera del Derecho Internacional y de la humanidad más elemental destruyendo un país simplemente porque "se siente amenazado" y ha trazado unilateralmente un nuevo mapa del mundo, esa nueva geografía que se nos explica en cada noticiario.



Ucrania es un libro de texto. Hay muchas cosas que aprender y recuperar de las que hemos ido perdiendo en nuestra complacencia diaria, en nuestra creencia en que los problemas del mundo se resuelven vendiendo apartamentos de lujo, plazas para los súper yates, visas a los que gastan el dinero sucio en nuestro país tumbados en las playas o en sus piscinas privadas. Hemos aprendido, sí, que nuestro modelo no le hace ascos a nada. Pero esto, en gran medida, se ha terminado porque la agresión rusa ha acabado con ese modelo nos guste o no.


Algunos lo llaman "nuevo orden mundial". Debemos entender que el "turismo" y derivados del ocio, la diversión, la hostelería, etc. —nuestro fuerte especializado— son frutos de los tiempos de paz y que esos han volado por los aires. Más allá de los turistas rusos, el gasto europeo se va a ir a otros fines, tragado por la necesidad de aumentar el gasto en defensa y restar lo que la inflación galopante y el gasto energético están devorando.

Lo que se está produciendo hoy, tendrá sus consecuencias mañana. ¿Vamos a tirar del turismo interior, como en la pandemia? ¿O vamos, por el contrario, a pensar en crear sectores estratégicos para tiempos difíciles, a desarrollar bien el campo para asegurarnos el hueco del trigo ruso, por ejemplo? Es necesario pensar en un mundo sin Rusia y ver qué nos hará falta; estimar realmente lo que van a ser los efectos de esta guerra, que serán duraderos.

El segundo gran mensaje de esta situación es que no se puede confiar en Rusia y si no se la combate con misiles, habrá que hacerlo con decisiones económicas, cortando lazos. También hay tener en cuenta que Rusia no se va a quedar quieta, que intensificará la presión sobre los países próximos y la agitación, el caos, la propaganda, el apoyo a los perturbadores de Europa, a los independentismos y a las huelgas, alentando el descontento por las carencias que se abren ante nosotros. Hará lo que ha estado haciendo hasta el momento, pero a mayor escala y a través de terceros países, los putinistas que sembrarán discordias en sus respectivos continentes. Seguirá uniendo amigos dictadores por todo el mundo para demostrar que no está sola, que es una súper potencia, que es futuro ante el decadente mundo occidental y las democracias frágiles. Lo hará con el aplauso de muchos que ya nos entierran y nos tachan de reliquias de debilidad. Pero la Rusia de Putin solo representa en estos momentos la brutalidad, la barbarie.

China también se encuentra en el proceso de aprendizaje de lo que supone haber firmado con Rusia acuerdos que le cubren las espaldas. Ha advertido que si las medidas contra Rusia les afectan, tendrán que tomar las suyas propias. No se han especificado en qué sentido, pero esto incluirá mayores desajustes respectos a eso que los mercados llaman "estabilidad" llevándolos hacia lo que más temen, la "incertidumbre". Ante esta situación, los mercados hacen dos cosas, se retraen, dejando de invertir, y algunos aprovechan para especular, intentando hacer proyecciones del comportamiento futuro. Todo esto repercute en las bolsas, la empresas y en los bolsillos.

En un mundo tan pequeño como el nuestro es difícil evitar las situaciones negativas en cadena dentro del sistema. Estamos conectados por dependencias unos con otros. La guerra nos enseña el funcionamiento del mundo por debajo del tablero de juego. Es importante que Ucrania se sienta verdaderamente europea, que es radicalmente diferente de lo que Rusia representa en estos momentos. Hay que mostrar que Ucrania es Europa y que los europeos somos ucranianos de corazón, de solidaridad. Hoy nos hablaban de taxistas que han hecho el viaje desde España hasta las fronteras y vuelven cargados de refugiados. Lo han hecho anteriormente autobuses y furgonetas, que salen cargadas de ayuda y vuelven cargadas de vidas.

Sí, la guerra nos enseña mucho, quizá demasiado. Por eso es importante aprender bien la lección ucraniana, aprenderla en clave europea de alianza y redefinir la economía asegurando nuestras conexiones con agentes fiables y redefiniendo el modelo de una forma realista ante el futuro que nos aguarda. Necesitamos todos más y mejor Europa. Tenemos que cambiar nuestro habitual modelo español de la queja y el lamento y empezar a dirigir la mirada hacia lo posible en vez de parches a lo caduco.

Ucrania es una dolorosa lección que debemos aprender bien para evitar su repetición o los efectos cada vez más negativos. Es una lección escrita con sangre, que debemos leer detenidamente, con atención porque no nos habla de otro mundo, sino del nuestro, del presente y del futuro. Nos habla de puertas que se cierran y de otras que se abren, de lo peligroso que es mirar para otro lado, de desoír las advertencias. Sí, Ucrania es un doloroso libro de texto que se escribe cada día con muertes, destrucción, bajo una creciente sombra amenazante.

¡Solidaridad con el pueblo ucraniano!




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