Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
televisión pública nos advierte de un próximo paro por parte de los inspectores
de trabajo. Su protesta es clara: quieren ser más efectivos ante la imposibilidad
de abordar la situación con el tamaño actual del cuerpo.
También
en RTVE.es se nos informa de un triste récord, el del uso de ansiolíticos y
calmantes. El titular nos dice que uno de cada diez españoles consume
tranquilizantes. Que seamos el primer país en el consumo de estos fármacos nos
dice muchas cosas, pero es más interesante lo que nos dicen los propios médicos
que aparecen en la información. Nos hablan de una bajísima tasa de psicólogos
por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de la media europea. El doctor
Cabrera, miembro del Proyecto "Dormir sin pastillas" califica esta
situación como "la solución más rápida" y lo fundamente en que los
poquísimos médicos tienen que despachar a los pacientes a la espera del
siguiente. Lo más rápido es recetar calmantes si te duele algo y ansiolíticos
si estás alterado. Cuáles sean la causas o abordar una solución a más largo
plazo requiere de un tiempo del que los médicos no disponen ante la avalancha
de pacientes y lo escaso del personal.
Lo
mismo que ocurre con los inspectores de trabajo, que reclaman más personal,
ocurre con los médicos que cuidan de la salud mental española, cada vez más
sostenida con los alfileres de los fármacos.
Puede que se nos haya roto el sueño de ser un país donde se vive muy bien sustituido por la pesadilla de un país donde las condiciones de trabajo son cada vez peores. Las reducciones de plantillas en todos los campos ha sido la solución que empresas y administraciones han tomado. Por todas partes se nos alargan los tiempos de espera y se acortan los de atención. Cada vez que se comparan nuestras ratios con las europeas, comprobamos que estamos muy distantes, por lo que esas esperas se disparan, aumentando la tensión de todos.
Lo
hemos comprobado de forma clara con la pandemia, que no es la causa de los
problemas, sino la acción esclarecedora al crear situaciones límite. En el campo
sanitario hemos asistidos a las demandas urgentes de profesionales que no
podían dar abasto a lo que se les venía encima, multiplicando el estrés de los
que tenían que aliviarlo en los demás. Hemos visto todo tipo de encuestas sobre
su estado, mostrando proporciones importantes de personas al límite, muchas de
ellas pensando en abandonar una profesión a la que habían llegado por vocación
clara, dando muestras de ello cada día.
Pero la
situación va más allá de la de los sanitarios y, a la vez, de los
pacientes. En las administraciones se producen enormes cuellos de botella por
la reducción de personal y el aumento de la burocracia, que lejos de agilizarse
ha multiplicado los procesos. Todo se eterniza al tener que recorrer
interminables caminos. Lo vemos desde la tramitación urgente de las ayudas a
los afectados por el volcán en La Palma a la tramitación de una tesis doctoral,
proceso convertido ahora en un laberinto barroco dejado a la imaginación
calenturienta de diseñadores de protocolos tortuosos.
Las reducciones de personal afecta a todos los estamentos y a la vida diaria, pues todo se diluye en trámites y más trámites o en falta de recursos. No es de extrañar que los estados de ansiedad se agudicen y la gente recurra a lo que ha hecho siempre para sortearlos, la automedicación.
Cualquier
proceso se eterniza. La pandemia lo ha dejado en evidencia porque muchos
puestos de trabajo han quedado vacíos por cuarentena de sus ocupantes. Y ahora
se pretende que las personas contagiadas no hagan cuarentena, sino que procuren
no acercarse a personas vulnerables, según se nos anticipa desde Sanidad a
través de los medios. ¿Son distinguibles a simple vista las "personas
vulnerables"? Obviamente, unas puede que sí, pero la gran mayoría no. ¿Qué
es una "persona vulnerable"? Corremos de nuevo el riego de tener otra
ola que diezme a los trabajadores. La llegada de las vacaciones siempre pone
nerviosos a los políticos que empiezan a ver el mundo con una
"sonrisa". Mientras se nos dice que el descenso de contagios se ha
estancado y que han repuntado ligeramente los casos, se nos siguen lanzando
consignas risueñas con las que se busca transmitir una "sensación de
normalidad", algo muy diferente a la "normalidad", que es un estado
específico y no una "percepción" artificial de la situación.
La
pandemia nos deja en evidencia laboralmente. Nos muestra lo insostenible de
muchos sectores que están realmente en cuadro. Que la gente se automedique por
la larga espera a las citas ola mediquen porque no hay tiempo en las consultas
para establecer algún diagnóstico es una situación muy peligrosa.
cifras del consumo de ansiolíticos hasta 2021 |
Esto se hace claro en los sectores donde se trata la salud mental, los más desprotegidos. Cuando más se necesita por las situaciones que vivimos —una pandemia, una guerra, una crisis económica, temores a que haya desabastecimiento o la promoción del yodo en caso de guerra nuclear, por citar solo algunos—, lo reducido del personal queda en evidencia. Son situaciones que se llevan años denunciando en muchos sectores. Solo (otro factor de estrés) la debilidad del empleo —sueldos decrecientes, contratos temporales...— impide en muchos casos la protesta o la simple petición de aumento de personal.
El uso de becarios, por ejemplo, se ha convertido en una mano de obra barata y sustitutiva. Allí donde se permite, se cubre muchas veces jubilaciones con becarios, lo que hace aumentar el estrés ya que, además del trabajo propio, hay que asumir la formación del becario que irá a la calle cuando se termine su tiempo y se vuelva a empezar el proceso.
La queja de los propios psicólogos ante la forma en que tienen que mal atender su trabajo, está llevando al estallido de muchas situaciones en las que se descarga aquello que podría haberse liberado en un contexto atencional.
Un
medio desatendido es el educativo, donde las situaciones de estrés alcanzan ya
a los tres sectores, los profesores (sometidos a todo tipo de presiones
selectiva, trámites burocráticos, etc.), el alumnado (que padece su propio
estrés por los estudios, menos atención personalizada, pruebas evaluadoras,
etc.) y el personal de servicios (que padece la sobrecarga burocrática y la
reducción de personal). El asunto lo hemos tratado ya en un par de ocasiones.
Basta con tener un contacto un poco más estrecho para que salga a la luz las
quejas de unos y otros sobre su propia situación. Si a esto le añadimos que es
el sector joven el que desarrolla una mayor tensión y estrés, veremos que el
espacio educativo es un campo de volcado de tensiones y un productor de otras
que inciden en los mismos.
El Confidencial 18/02/20219 |
Que los inspectores de trabajo y los psicólogos se quejen de las condiciones de su trabajo es una muy mala señal, otra más de lo mismo. La situación, además, provoca un aumento de la tensión por lo que cada vez irá a más, produciéndose estallidos en diversos tipos de líneas de desahogo, ya sea contra uno mismo (aumento de los suicidios) o contra terceros (violencia callejera, crímenes en las familias, violencia de género, bullying, etc.).
En el mundo universitario, la burocracia está desbordando al profesorado, ya que se desplazan hacia él una gran cantidad de trámites de los que antes no se ocupaba porque no pueden ser tramitados por la escasez del personal de administración y servicios. Cualquier actividad (o incluso sin actividad) genera una cada vez mayor actividad burocrática que consume tiempo que se le resta para su funciones primarias. Incluso hay trámites que se derivan ya a los propios alumnos en ciertos procesos que antes correspondían a la administración. Esto no libera de nada, porque todo esto vuelve a caer sobre el mismo punto que antes, pero multiplicado por todos los documentos que se han acumulado. Procesos que antes se resolvían en el momento se dilatan por meses cuando presuntamente la digitalización iba a aumentar la velocidad. La queja es común y cada vez más frecuente. La digitalización no ha agilizado nada; por el contrario, ha multiplicado los trámites y los errores.
Hay un límite en la reducción de personal posible, especialmente se si reduce el número y se aumenta el trabajo, ya sea por aumento de los trámites, por aumento de los pacientes, en el caso sanitario, o de cualquier otro tipo de clientes o demandantes de un servicio. Esto crea cuellos de botella que buscan salidas, casi siempre insatisfactorias, de la ralentización al abandono.
Nos dicen que el patrón español de la automedicación se debe a la dilación en la atención, a una vía rápida ante la ralentización de los procesos. En España es frecuente el uso (muchas veces indebido) de la "urgencias" para poder ser atendido, lo que crea problemas colaterales. Todo tiene consecuencias en este sistema tan complejo... y lento. Por una cosa o por otra, lo cierto es que las crisis van estallando por sectores y muchas veces las causas son las mismas. El trabajo se ralentiza y colapsa por falta de personal o por exceso de trámites burocráticos, conectándose los dos en muchas ocasiones.
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