sábado, 26 de marzo de 2022

La geografía de la paz

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

En estos días hemos visto cómo se cortaban los lazos con Rusia en muchos campos perjudicando a muchas personas individualmente. Hemos escuchado, por ejemplo, decir que "no se debería mezclar la política con el deporte", un tópico manido que vuelva salir en la situación actual. ¿Es esto así?

Parece existir una cierta creencia en que el mundo "en paz" es un "estado natural", mientras que la guerra es una "interrupción" de ese orden, algo "antinatural". En realidad la "paz" y la "guerra" son construcciones conceptuales, como el propio Putin pone en evidencia cuando llama a la invasión violenta una "operación militar especial" que tiene por objetivo la "liberación" de Ucrania "desnazificándola" y evitando un "genocidio". Todas estas formas de camuflaje verbal esconden una violencia desatada sobre una población que se resiste, que no tiene culpa alguna, pero que se ve afectada.

Rusia está siendo excluida de los distintos torneos internacionales de fútbol —tanto de clubes como de selecciones—, de baloncesto y sus deportistas individuales quedan fuera igualmente; ha sido excluida de los espacios culturales, como expulsada del Festival la Canción de Eurovisión o de otros tipos de festivales; ha visto interrumpida su colaboración en programas científicos internacionales, incluso con escisión en la estación espacial internacional... de prácticamente todo. Ella, por su parte y en un rasgo de probable propaganda interna se ha presentado como candidata para próximas finales de torneos europeos de fútbol, un chiste poco afortunado, pero con el que pretende decir "¿crisis, qué crisis?", citando el título del famoso álbum del grupo Supertramp.

El caso del deporte, de cualquier forma, ya nos ha mostrado en estos años las sanciones a Rusia por el dopaje sistemático de muchos de sus participantes. Muchos rusos han competido, en los mismos juegos olímpicos de invierno en Pekín bajo una bandera internacional al estar su país sancionado por las trampas constantes de sus entrenadores, manipulaciones oficiales de las muestras de dopaje, etc. Esto demuestra una cierta forma previa de actuar de las autoridades rusas, manipulando a sus propios deportistas para conseguir medallas u otro tipo de premios. Pero esto no es lo esencial ahora.


En 1945, después de dos guerras mundiales en el siglo XX, y un siglo XIX igualmente conflictivo sobre el suelo europeo, especialmente por las guerras arrastradas por el fin de los imperios (que tuvieron las suyas) y la construcción de los estados nacionales, se empezaron a crear instituciones capaces de crear lazos que llevaran las relaciones más allá de los enfrentamientos bélicos.

Son este tipo de lazos pacíficos los que han creado un mundo de interconexiones que permitiera vivir y convivir. Junto a organismos que aseguraban foros de diálogo e intentaban evitar el uso directo de la fuerza, se crearon muchos otros específicamente culturales, enseñando a los estados que es mejor competir con canciones o películas, en campos de fútbol, en piscinas o en pistas de hielo, entre otros muchos terrenos de juego.


Las instituciones empezaron a trazar líneas de unión, como ocurre con los programas de intercambio, de estancias en el extranjero, becas internacionales, etc. Partían del principio implícito de que "conocerse es amarse" o, al menos, que la gente que mantiene lazos pacíficos tiende a evitar conflictos que los deterioren. No siempre es posible, pero el deseo general se ha mantenido allí donde se crearon.

La aplicación de sanciones a Rusia es una ruptura de todo tipo de lazos al mostrarse como inservibles ante las hostilidades con un vecino al que invade y en el que masacra a los civiles y destruye hospitales, escuelas, edificios de viviendas, etc.

Es evidente que no se puede compatibilizar esto con la celebración de partidos de vuelta en Moscú o la organización de la Eurocopa en sus sedes. Si las sanciones por dopajes evitando banderas e himnos de Rusia trataba de no afectar a aquellos atletas honestos, para que no pagaran justos por pecadores, en el caso de la guerra la sanción afecta a todos ya que se han roto la reglas del juego y no tiene sentido alguno el evento por sí mismo. Por decirlo así, "no queremos jugar contigo".


Hoy, los titulares de algunos noticiarios nos dicen que Rusia acusa al mundo de haberles declarado la guerra, "una guerra híbrida". Conforme la situación admite menos recubrimientos, el Kremlin trata de camuflar los efectos haciéndose el ofendido, la víctima inocente ante lo que ocurre. Todo ello es, claro está, parte del problema interno, que no es otro que el tratar de justificar esa marginación de Rusia de los escenarios de paz. La maniobra de solicitar ser sede de los torneos europeos de fútbol es la más clara de ellas.

Los rusos se preguntan ahora por qué se han quedado sin redes sociales, por qué cierran algunos de sus medios, por qué sale una señora con un cartel diciendo "no a la guerra" y "te están engañando", por qué su seleccionada no compite en el festival de Eurovisión y no podrán verlo porque se convertirá en un alegato contra la invasión de Ucrania.

Comprendemos ahora que la paz no es un estado natural sino una aceptación de unas reglas de juego que permite la convivencia y las relaciones más allá de los campos de batalla. Los rusos lo comprenden de forma práctica, es decir, cuando no pueden comprar ropa en las tiendas de Zara, comerse una hamburguesa en el Burger de su barrio o ver la última película de Marvel; lo comprenden cuando ven el equipo de su ciudad ya no sale a competir fuera del país y que ellos no verán a los grandes equipos internacionales. Comprenden que solo les quedan en la televisión la sonrisa cínica de Vladimir Putin diciéndoles que todo va según el plan previsto, aunque ellos no tuvieran previsto nada ni se les preguntara sobre ellos.


¿Servirá de algo? Creo que sí, aunque las consecuencias de estos no se van a parar. No creo que esto funcione "sales de Ucrania y aquí no ha pasado nada", "pelillos a la mar", como decía la vieja canción infantil:

- ¿Adónde va ese pelo?

- Al viento.

- ¿Y el viento?

- A la mar.

- Pues ya la guerra está acabá.*

La cuestión con Rusia nos muestra varias cosas que ya no es posible ignorar. La primera es que la invasión cruenta de Ucrania no es un "pronto" ruso, sino un plan elaborado en el tiempo, desarrollado en diversas etapas. Esto no se puede despreciar porque no sabemos si es el final o solo una etapa hacia nuevos actos. La prevención de lo que pueda ocurrir mañana es esencial y el primer paso es distanciarse del que consideramos peligros. Rusia no ha mostrado en momento alguno ser "pacífico", sino más bien tramposo y violento, antes y ahora. Por ello, ha dejado de ser confiable. La segunda ya la estamos viendo. Rusia utiliza los lazos de paz de forma interesada y reclama que seamos sus amigos pese a las atrocidades que está cometiendo. Evidentemente, los distintos países que se sienten amenazados o preocupados, mantendrán la distancia y la expulsarán del club pacífico. No es bienvenida.

Con su acción invasora, Rusia ha modificado la vida de los europeos (y de otros países previamente, como en Oriente Medio). Nuestras actitudes, nuestros gastos e inversiones no pueden ser los mismos; hemos entrado, nos guste o no, en una nuevo estado mundial. Esto va mucho más allá del "gas ruso", del "turismo ruso", los "yates rusos" o la compra de mansiones multimillonarias y de la visa de residencia. Es mucho más.


Lo que se ha perdido es el sentido naif de la paz como estado natural, algo que surge espontáneamente si no se interfiere. Nuestro mundo es mucho más pequeño que el del siglo XX y muchísimo más pequeño que el del XIX. Ha cambiado nuestro sentido de la distancia (un elemento defensivo siempre eficaz) y, por ello, de la proximidad del peligro. Medimos la "peligrosidad" de Corea del Norte, por ejemplo, en función del alcance cada vez mayor de sus misiles. Igualmente, a otros países considerados peligrosos, se les imponen limitaciones para evitar que en apenas unos minutos se pueda desencadenar un conflicto irreversible.

Rusia ha abandonado la paz. Ha salido del espacio de tranquilidad y ha comenzado, por decisión propia, a destruir todos sus lazos, unos lazos que puede echar en falta en su soledad internacional. Puede que Putin se acabe aburriendo de solo poder recibir a unos pocos jefes de estado y de visitar solo los países afectos a su régimen autoritario. El club de los dictadores puede ser muy aburrido. A los rusos no les va a quedar mucha opción de viajar o de consumir productos que antes tenían sin esfuerzo en sus tiendas. Muchos ya no tienen la posibilidad de tomar el sol en Marbella o salir de compras en las galerías de  Europa, ya no pueden ir al estadio a aplaudir a su equipo y silbar al Real Madrid, al Barcelona o PSG. Los días festivos se dedicarán al monótono divertimento de corear a Putin, banderita en mano, a pintarse la bandera rusa en las mejillas y pegar la "Z" en el capó de coche. Vivirán en un limbo patriótico que no diferirá mucho del que ven en la televisión, en los periódicos o en sus películas. Florecerán, eso sí, los mercados piratas de venta de vídeos sin estrenar o las copias de los partidos que alguien pueda sacar de internet.

Nosotros podremos seguir leyendo a Pushkin, a Dostoievski y a Tolstoi, a Turgéniev y a Chejov, a Gogol, a Lermontov, a Esenin, a Pasternak y a Alexander Solzhenitsyn, a mi querido Mijaíl Bulgakov, convirtiendo de nuevo en bestsellers libros como Doctor Zhivago y el imprescindible, Archipiélago Gulag, mediante los cuales entraremos en eso que se llamó siempre el "alma rusa", algo que a lo largo de la historia tuvieron y que con Putin al frente parece haberse diluido en la pura propaganda alrededor del boss ruso.

La paz no es natural; por el contrario, probablemente sea nuestro invento más exitoso, pero también el más frágil. Exige de la participación de todos, de la buena fe y de la confianza, algo que Vladimir Putin ha ido socavando día tras día desde hace años y no sabemos en qué estado o momento se encuentra. Evidentemente, a él no le afectan directamente todas estas cosas porque no creo que vaya mucho de compras o al cine. Afecta a millones de rusos, a los que aplauden y a los que no lo hacen. Putin quiere llevar a un orden internacional basado en la intimidación, en la amenaza, con el botón rojo cerca del dedo por si hay algo. No hay paz cuando solo se habla de hacer intervenir armas nucleares y demás lindezas. Ni paz ni descanso, pues se nos obliga a estar vigilando, en tensión constante.

Hemos comprendido que la paz se construye con cultura, viajes y turismo, con tiendas, con gastronomía, con libros... manifestaciones de la buena voluntad, de la confianza y del intercambio. Es una geografía de paz. Las otras posibilidades son ignorarse y, la más terrible, el conflicto, el elegido por Putin. Por ahora, es lo que hay.


Lamentamos todos mucho que los rusos se queden sin divertidos o interesantes programas de TV, sin partidos, sin vacaciones por Europa, etc. pero todo esto no es más que una pequeña factura en comparación con los que ven destruidos sus hogares y sus vidas, con los que tienen que enterrar familiares o cargarlos a la espalda para huir, con los cuatro millones de refugiados que han salido de Ucrania en apenas un mes, una ruptura del tiempo histórico y sentimental, un cambio en la geografía de la paz.

La última vez que Rusia puso un pie en el interior de Europa costó décadas que saliera de allí. Mucho tiempo de represión y autoritarismo tras un "telón de acero"  tras el que quiere volver a estar. Pero parece que Rusia añora su imperio y a sus súbditos bajo su bota.

Putin se ha condenado a la soledad; nosotros quedamos condenados a la vigilancia. Queremos que se retire de Ucrania, pero sería ingenuo pensar que ahí se acaba todo.  Putin ha matado nuestra inocencia.

 
* "Pelillos a la mar" Universidad Isabel I https://www.ui1.es/blog-ui1/del-dicho-al-hecho-historico-de-donde-viene-la-expresion-pelillos-la-mar

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