Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En
estos momentos la incertidumbre —ese jinete moderno del Apocalipsis— se extiende hasta cotas nunca vistas desde hace muchos, muchos años. Esto ocurre porque se han
juntado muchas cosas en muy poco tiempo y espacio. Indudablemente, la situación no
estaba bien antes de la invasión de Ucrania, de la que había avisos y
rumores. Finalmente, ocurrió. Todo lo que estaba disperso se unifica creando esa sensación de no tener el control, lo que representa la incertidumbre, un túnel en el que entramos pero desconocemos la salida.
Pero la
invasión tuvo lugar ya en un contexto de alza del precio de la energía cuyas
explicaciones se nos escapaban o, más bien no se quisieron dar. Recordemos que
la primera en hablar de Putin y el gas fue una ministra que no volvió a tratar
el tema en público.
La
guerra une a Europa, pero la energía la divide en un nuevo eje polarizado
norte-sur. Europa eligió por zonas de dónde recibía su energía. Nosotros, los del
sur, lo recibimos principalmente de Argelia, con la que nos hemos enemistado, mientras que Alemania la
recibe del este, de Rusia.
El sistema de fijación del precio de los diversos tipos de energía se fija conforme al precio del gas, dándole a Putin una llave para actuar sobre Europa de forma amplia. La lógica del mercado hace el resto. El argumento es que si se recortan los beneficios de la energía, dejará de ser un sector de interés para las inversiones, muy necesarias para transformar nuestro panorama energético. Según este argumento, las guerras deben continuar porque son un acicate para la investigación militar. El argumento esconde los intereses de los que se benefician, en detrimento del conjunto de la sociedad.
Aquí
las cosas no son buenas o malas, sino buenas o malas para alguien, estando el
mundo muy mal repartido. ¿Puede ser la energía lo que consiga lo que no han
conseguido otros por otros medios? Sí, si no se pone freno al desaguisado que
está causando el aumento del coste energético, que crea una inflación galopante
y un desabastecimiento claro por medio del sensible sector del transporte, que también estaba ya complicado antes de la invasión. La
huelga que padece hoy España es un reflejo local de estos conflictos y sus
repercusiones. Lo estamos padeciendo todos de
una forma u otra.
La
política mediática, lo hemos dicho en días anteriores, tampoco ayuda mucho y
está contribuyendo a la creación de "pánicos" sobre el
desabastecimiento, lo que crea un efecto de auto profecía. Y, en mitad de todo
esto, el gobierno suelta el bombazo del Sáhara, que puede afectar a nuestro suministro
energético y contribuir todavía más al caos.
El
desarrollo de la guerra en Ucrania hace prever que, dure lo que dure, las
sanciones a Rusia se mantendrán en el tiempo. Quizá mucho tiempo. Esto afectará
a todo el sistema en mayor medida de lo que lo está haciendo en estos momentos.
Muchos efectos todavía no se han producido todavía debido a las reservas en
ciertos sectores, pero lo tendrán enseguida.
Todo
esto solo tiene una posible solución en dos etapas: la primera es la mejor
sincronización europea para mostrar firmeza y reducir las dudas e intereses
particulares de los países; la segunda es la revisión de nuestros objetivos y
campos de actuación para desligarse cuanto antes de los más perjudicados y
dirigirnos a los mejor situados. Es fácil escribirlo, pero bastante complicado el cumplirlo.
Aquí toda la mayor parte de la energía se dirige hacia las quejas y lamentos, forma muy española. Todos
esperan ser subvencionados, protegidos, etc. por unas políticas que permitan mantenerse igual mientras dure la tormenta. Es la política del
paraguas. Pero esta tormenta puede, como decimos, durar mucho tiempo y sus
consecuencias pueden ser (lo serán) todavía peores. Hay que entender que las sanciones a
Rusia conllevan respuestas negativas por su parte y que estas tienen efectos que
debemos asumir. La política de Putin, como la de otros países autocráticos,
consiste en crear lazos económicos que hagan que los otros se lo tengan que
pensar dos veces.
Putin
ha metido la guerra en mitad de una Europa salida de un mercado común y abierto
al mundo. No se pueden cortar unas líneas y dejar abiertas otras porque en el
corto plazo serán usadas contra nosotros. Gadafi había establecido negocios con
los países que pudieran sancionarle; lo mismo hacen hoy otros que ven cómo se
les perdonan los pecados dictatoriales mediante compras suculentas de
armamentos. Aquí hemos tratado varios de estos casos en estos años.
Igualmente, los conflictos se recrudecerán lejos de Europa con la finalidad de presionarla con la energía. Esto es como una gigantesca tela de araña que nos envuelve cerrando fuentes y aumentando la presión.
La
visión economicista del mundo nos dice que finalmente las guerras se resuelven
en el plano económico. Putin tiene la fuerza bruta, la amenaza nuclear y
sectores económicos enteros. Hemos renunciado a intervenir en Ucrania, dejando
que se desangre; somos cautelosos ante la posibilidad nuclear y dependemos de la
energía y materias primas de Rusia (y de un millón de cosas de China). ¿Quién
apuesta por nosotros, vecinos de Rusia, clientes de Rusia?
Indudablemente
nosotros mismos. La única forma de hacerlo es fortaleciendo nuestras defensas
para garantizar las fronteras y reduciendo al mínimo la dependencia de Rusia
produciendo nosotros (autonomía) y buscando fuentes alternativas para el corto
plazo.
Toda
otra posibilidad es poco viable y, como señalábamos, amplía la incertidumbre
sobre nuestro futuro, con lo que las inversiones (o los inversores) se esconden
o se van a otros objetivos.
Hablamos
de la unidad europea frente a la guerra, pero lo cierto es que estamos poco
unidos en la resolución de los problemas económicos que nos crean porque seguimos
manteniendo una fuerte estructura nacional. Ningún gobierno se arriesga, en el
nombre de Europa, a reducir su nivel económico, aunque sean haciendo guiños a
un Putin que lo aprovecha.
La
eficacia de Putin se basa en el desprecio a lo que pueda causar a su propio
pueblo, en el control absoluto de poder y medios, y en la represión. Estos tres
elementos le sitúan en lo que es, un dictador que ha puesto a su servicio al
pueblo vendiéndole populismo y un negativo orgullo nacionalista, el de la
fuerza, el de someter a los demás. Putin no vive en el mundo; ha creado un
mundo según sus reglas, las de la fuerza, la de la visión unilateral de la
historia, que escribe e impone.
Parece
que la burbuja europea que nos ha mantenido en paz desde la II Guerra Mundial
ha reventado, que todos nuestros avances y buen sistema de vida, revientan de
un plumazo cuando los ejércitos brutales pasan por encima de las poblaciones,
vuelan edificios, hospitales, escuelas y refugios sin el menor remordimiento y
con las mentiras de la propaganda que son jaleadas por parte de un pueblo al
que Putin ilusiona por poner en marcha su figura anterior de matón de barrio.
De cazar osos y pescar salmón, de hacer llaves de judo, Putin ha pasado a ser
el "conquistador", el "liberador" de una Rusia que quiere
ser temida más que respetada. No es respeto lo que Putin ha conseguido para
Rusia en lo que parece un enorme error de cálculo.
Nuestra
respuesta es la que está en el tejado. Se echa en falta una reunión de la que
salgan líneas de futuro para crear nuestro propio marco de desarrollo. No
bastan con medidas de cada uno, sobre todo si se aplica una distinción norte -
sur en la Unión. ¿Esperan a que esto se acabe para tomar esas decisiones que
dibujen el futuro? Estas líneas no pueden esperar más y tienen que ser firmes y
equitativas.
En lo
que respecta a España, está claro que nuestro modelo, nacido en un momento de
expansión del turismo y que convirtió el sur en el lugar de vacaciones del
norte, se verá altamente afectado. En estos momentos en los que el
"granero del mundo" está en el centro del conflicto, sería bueno
potenciar de nuevo el campo con criterios productivos nuevos y dejar de
construir campos de golf. Deberíamos empezar a fabricar aquí muchas cosas que
traemos de fuera porque el encarecimiento y la dependencia van a seguir
creciendo.
Cómo conjugar
autonomía y unidad europea es la clave para poder sobrevivir a la incertidumbre
y a algo más, un tsunami a nuestras puertas, condicionando nuestro desarrollo y
modo de vida. No soy demasiado optimista porque la pandemia —otro elemento en
la tormenta perfecta— nos ha mostrado que no hemos sido capaces de buscar
alternativas, solo presionar para que se rebajaran condiciones mostrando poca
capacidad de adaptación a las necesidades del entorno cambiante.
Ha
funcionado más la presión que la acción real de cambiar algo que se ha deseado
fuera corto, pero lleva ya dos años. ¿Pasará lo mismo con la guerra en Ucrania?
¿Tendremos la malsana esperanza de que se termine pronto y todo vuelva a ser
"igual"? Sabemos que no existe esa igualdad, que los acontecimientos
definen un futuro cambiante, aunque rechacemos el cambio. Pero esto no es más
que una ilusión. Cuanto antes seamos capaces de darnos cuenta que el mundo
cambia, antes podremos reaccionar y tratar de controlar el cambio en una
dirección adecuado. Lo demás es meterse debajo de un árbol a esperar a que pase
la tormenta, algo que, como sabemos, es bastante peligroso.
Hay que afrontar que nada volverá a ser igual, que convivir con esta Rusia agresiva e inmisericorde será duro y largo. Cuanto antes lo aceptemos, antes podremos controlar parte de nuestro futuro y reducir la incertidumbre.
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