Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Entre
la "realidad" y el "metaverso" se encuentran las "fake
news"; entre lo que ocurre lejos de nosotros y no vemos y lo nos entra por
los ojos cada día hay una enorme distancia. El Periodismo trata de que veamos y
entandamos; la contrainformación, la desinformación y las noticias falsas
intentan crear en nosotros un horror o una inseguridad, una confianza
ilimitada, el refuerzo de la falsedad con apariencia de verdad.
Veo las imágenes que me muestran los periodistas españoles enviados a Ucrania. En un zapping de detengo en la todavía inexplicablemente presente en nuestros diales RT, Rusia Today, la cadena de Putin para contaminar el mundo. Están contando los múltiples motivos para estar en Ucrania y hacer un favor al mundo.
La
guerra de Putin no existe. Solo existe un intento de evitar un genocidio en
Ucrania, un esfuerzo noble y generoso de invadir un país que se desgaja de la
Madre Patria guiado por "nazis", "terroristas",
"homosexuales" y todo lo deleznable sobre la tierra. Es urgente que
Rusia "salve" a sus hijos de las garras decadentes de Occidente. Lo
hace con generosidad y cuidado, sin apenas utilizar la fuerza porque el sonido
de sus "convoyes humanitarios" hace huir al enemigo. Los que protestan
contra la guerra en sus calles son agentes vendidos a Occidente, infiltrados
para sembrar el desconcierto y la desmoralización. Son terroristas que deben
ser silenciados y eliminados por el bien de la Santa Rusia.
RTVE.es
no acaba de mostrar una noticia recordando el apoyo del patriarca de la Iglesia
Ortodoxa Rusa, aquel que vio con horror cómo los ortodoxos ucranianos se alejaban
de su sabio magisterio, con centro en Moscú. Los ucranianos rompían los lazos
con la Iglesia rusa y buscaban otro centro que no les convenciera de las
bondades de su invasor. Putin, según el santo patriarca, era un "regalo de
Dios" al pueblo ruso. Dios debió estar pensado en otra cosa en esos
momentos.
Los
discursos alternativos de Putin son toda esta farsa bien sazonada con los
fantasmas familiares del espíritu ruso, con una especificidad dentro de las
culturas, que ha sacado el orgullo de dominación volviendo al siglo XIX, que ha
sido la vía que Putin eligió para renovar el espíritu imperial una vez
fracasado el soviético, que supuso el rechazo de una parte de la historia rusa. Le ha bastado sustituir "proletariado" por "pueblo", dar
las gracias a Dios por ser ruso y llevar una vela junto al patriarca para
convertirse en ese "enviado" que todo pueblo mesiánico espera. Hitler
también consiguió llegar a tocar esas fibras de la sangre transformando
frustraciones en fantasía de dominio mundial.
Los
llamamientos de Putin a que sea el ejército ucraniano el que derroque al
gobierno de Zelenski son algo más que una fantasía para un pueblo que está
regresando desde distintas partes del mundo a tomar las armas y defender a su
patria del agresor. Es una fantasía más del "bondadoso" Putin, un intento
de demostrar su buen corazón y evitar el inevitable final de la destrucción. Putin pretende mostrar que no tiene más remedio, que lo que hace es inevitable porque otros lo han querido.
A estas
alturas de la película, casi la totalidad de la Humanidad le ha dicho a la
cara, con gestos y actos, que es un criminal, un genocida. No sirve de nada,
porque a Putin no le interesa lo que la gente piense, algo que considera un
síntoma de debilidad. Ponerse en el lugar del otro es un lujo que un dirigente
de mano de hierro, como Putin, no se puede permitir. Las emociones las reserva
para esos momentos —cuando sostiene la vela— en que muestra a su pueblo que
está a su lado. Poco más que esto.
Pocas
cosas más artificiales que las imágenes de Putin: Putin pescando salmones,
Putin cazando osos, Putin derribando enemigos con llaves de judo, Putin
mostrando su torso desnudo... Todas ellas son las fotos burdas de una persona incapaz
de comunicarse, imágenes artificiales, un muro de hielo. La mirada que hemos
visto en sus declaraciones televisivas son un muro impenetrable a una mente
oscura, decidida, imparable. Es lo que quiere mostrar, lo que han queridos
mostrar todos los que han deseado transmitir miedo por sus decisiones.
Esa es la única emoción que Putin puede crear en otro, el miedo; las demás son las
condescendientes y populistas sonrisas que cualquier Stalin compartiría con su
pueblo para hacerles ver que en ocasiones es humano. La mirada es el mensaje.
¿Se podrá sacar a los rusos de su burbuja fantástica, de su "universo" alternativo? El control de Putin es casi total, pero en ese "casi" caben muchas posibilidades. Lo cierto es que, ocurra lo que ocurra, Putin ya ha quedado inscrito en el libro de la Historia como un criminal inmisericorde. Quedan muchos horrores por delante, pero ya tiene puntos suficientes para le sea adjudicado el título de criminal de guerra. ¿Será juzgado o tendrá que juzgarlo la Historia?
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