Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer
comentábamos que existe una geografía de
la paz, la que está construida por las relaciones culturales y comerciales,
lo que incluye del deporte a la energía, de una gira operística a los productos
alimenticios, de las series de TV al turismo. Estas relaciones crean contactos
y establecen lazos con dependencias. Sobre la base de esa paz, explicábamos, ha
sido construir un mundo con un enorme desarrollo del que se han beneficiado —en
muchos sentidos— los participantes buscando el equilibrio de las relaciones.
Pero
también es cierto que ese escenario no siempre se ha desarrollado con la
inteligencia ni la buena fe como para asegurar un camino seguro. Muchas veces
esos lazos han creado dependencias tóxicas, como estamos experimentando ahora
con la energía que nos llega de países como Rusia, que la utilizan como arma de
guerra. Serán los historiadores los que nos deban explicar desde qué momento la
estrategia rusa ha sido crear una dependencia europea para así asegurarse (o al
menos intentarlo) la impunidad de sus acciones con el chantaje energético, que
provoca una serie de desórdenes en cadena, como vemos en España. "Lo
barato sale caro", suele decirse y ahora tenemos un ejemplo de esta gran
verdad.
En
RTVE.es se nos intenta explicar porqué la dependencia del gas ruso es una
trampa que, además, divide a Europa por encima de las circunstancias
destructivas de cada país, lo que solo puede significar una mala noticia, que
unos se están beneficiando y no quieren que la situación cambie mientras otros
se asfixian. En el artículo, uno de los expertos consultados señala:
"Esto es una lección para
toda Europa, que lleva una década luchando por la sustitución del carbón por el
gas, pero eso nos ha hecho más vulnerables", dice Jorge Sanz. El experto considera
que a la UE le ha faltado "visión estratégica para darnos cuenta de que
los países suministradores de gas no son muchos y, además, son
inestables desde el punto de vista político".*
Esto
significa que tenemos que mirar una serie de factores antes que el precio. En
Estados Unidos se usaba antes una expresión para establecer el grado de
confianza que nos suscitaba un candidato a la presidencia. Se hacían la
pregunta de si a ese candidato "se le compraría un coche usado", es
decir, si te suscitaba la confianza suficiente como para creerle y hacerle una
compra importante. Nosotros le hemos comprado el coche a Putin y ahora ya está
empezando a fallar, la rueda de repuesto está pinchada y descubrimos que el
cuentakilómetros está trucado. Es ahora cuando nos damos cuenta los riesgos de
todas nuestras decisiones hechas sobre unos supuestos erróneos: que Putin es
fiable, que Rusia y la Unión Europea tienen unos objetivos comunes.
Es ya
muy tarde para rectificar algunas cosas. Hay aspectos que se podrán resolver a
medio o largo plazo, siempre que se encuentren alternativas más fiables.
Estados Unidos ha aumentado su exportación de gas a Europa, lo que no nos hace
menos dependientes, sino solo menos dependientes del gas ruso. Estados Unidos
antes importaba gas, pero gracias a una serie de decisiones y estrategias de
inversión y desarrollo ahora se puede permitir exportar, teniendo un nuevo
mercado. Los europeos solo cambiamos de dependencia y rogamos ya que nos vaya
mejor. Hoy tenemos a Biden, pero mañana puede volver Trump u otro del mismo
corte, que nos quiera cobrar con creces del gas a la defensa a precio de oro,
un Trump que juegue como hizo el ex presidente a darse abrazos con Putin, al
que sabemos que admira. Fue con Trump cuando empezó la política de crear
conflictos y luego "arreglarlos" además de la política comercial
vinculada con estrategia política con series de baterías de sanciones o de
aranceles. Un Estados Unidos agresivo con sus socios y necesitados de
protección ante el empeoramiento de las relaciones entre Europa y Rusia y un
distanciamiento de China, a la que veía como la gran rival y a la que había que
separar a todo trance del mercado mundial, especialmente del europeo para
recuperar protagonismo.
Todo esto es ya conocido y aquí lo hemos desarrollado a lo largo del mandato de Trump y los peligros que traía. La dependencia de la energía es un mal para Europa porque significa, lo estamos viendo, que es Rusia quien puede controlar nuestro futuro en muchos campos.
La
independencia absoluta puede que no exista, pero tampoco debería existir la
dependencia absoluta. La estrategia rusa dura el tiempo que nosotros seamos
capaces de superarla mediante estrategias que, hoy por hoy, no están ya sobre
el tablero más que de forma imprecisa. Elegir de quién se va a depender en las
próximas décadas no es una tarea sencilla. Necesitamos una cuidadosa elección
para no vernos en las mismas con otros agentes que se aprovechen de nuestra
situación. Nos ponemos muchos límites cerrando nuestras energías disponibles o
creando condiciones que nos atan.
Las dictaduras
como las de Putin o las de los países árabes tienen muchos menos escrúpulos en
de dónde sacan la energía, a qué coste. Eso ha permitido que esas dictaduras
hagan comer en su mano a las democracias, donde —como vemos en España— unas
presiones hacen salir a medio país a protestar a las calles, con sectores
enteros pidiendo ayudas y los cláxones sonando por todo el país pidiendo
dimisiones.
No es bueno depender de nadie y mucho menos de gobiernos de autócratas que se acaban protegiendo tras nuestra dependencia o, como la Rusia de Putin, atacando a las democracias colindantes o jugando a distancia con ellas a través de toda una serie de turbias maniobras de agitación, desinformación e intervencionismo desestabilizador.
Hay que
elegir muy bien de quién se depende, mirar menos el precio y más la letra
pequeña. De lo contrario nos encontramos en una situación como la actual, con
terribles efectos sobre la economía europea y especialmente graves en los
países más frágiles y dependientes.
Es el caso de España, un país construido a golpe de dependencia (70% de dependencia energética), que ha ido sacrificando muchos de sus sectores en beneficio de un mayoritario: el turismo y aledaños. Lo hemos tratado aquí muchas veces en estos años: España necesita que Europa vaya bien, que esté en paz y enriquecida, con excedente económico para gastar en lo que les ofrecemos. Con la inflación comiéndose el dinero para otros gastos, con una Europa a la defensiva ante las amenazas rusas, necesitada de inversiones en defensa y aumentando sus reservas, lo que quedará disponible para venir a gastárselo en España será menos de lo que requerimos para que nuestro chiringuito nacional se mantenga abierto y productivo.
No solo dependemos de la energía exterior —afortunadamente, no de la rusa—, sino que dependemos de tener el mismo número de turistas por temporada que el número de población. Necesitamos de 30 a 40 millones de turistas extranjeros para mantenernos medianamente en marcha. Con una Europa con la guerra en su interior, el turismo va a ser un nuevo factor de riesgo, como nos ha demostrado la pandemia. Ya quedó claro el desastre de una economía con pinzas y un empleo con alfileres.
Para
complicarnos la vida, nos enfrentamos a nuestro suministrador de gas más
próximo, Argelia, con un tema como Marruecos. Afortunadamente nos han dado un
balón de oxígeno energético con declararnos una "isla", una
excepción. Esperemos que esto nos permita liberarnos de otra dependencia
interna, los transportistas, que ha demostrado que les importa poco el resto y
que cada uno se busque la vida por su lado. Las pérdidas causadas a todos los
sectores superan ya lo "razonable". Otro problema que la demagogia ha
dejado pudrirse y con difícil solución con un sector atomizado y sin demasiadas
alternativas con una España vaciada en la que ya no paran los trenes. Lo cierto
es que no se ha tenido mucha capacidad de reacción y, lo más evidente, existe
una nula previsión estratégica. España camina a golpe de dependencia, a golpe
de reacciones airadas y no por sendas planificadas e integradoras de los
intereses sectoriales, que es lo que se debería intentar, armonizar intereses y
no dejar que los problemas crezcan para prestarles atención cuando ya no hay
solución fácil.
Es imprescindible comprender nuestras carencias y dependencias, tratar de encontrar un equilibrio que evite secuestros futuros. Hay que analizar las dependencias dentro de programas globales, con estudios estratégicos centrados en el futuro a diferentes plazos, tratando de resolver los más acuciantes. Hay que dibujar un mapa de dependencias por sectores y geografía buscando crear un país sólido. hay que salir del modelo de debilidad extrema que supone el turismo y tratar de repoblar los espacios disponibles con alternativas productivas que nos permitan resistir estos ataques fomentados por nuestra propia debilidad, claramente patente desde fuera. Y sobre todo, debemos evitar dispararnos en el mismo pie con la frecuencia que los hacemos.
La prensa está llena de avisos sobre todo esto en fechas muy anteriores a la guerra en Ucrania y a las subidas energéticas. Todo estaba escrito, pero la mirada estaba puesta en otros sitios. Parece que solo avanzamos con los desastres en las puertas, que prevención es una palabra que no existe en nuestro vocabulario ni el desarrollo estratégico en nuestras mentes.
* Alberto León "Las claves de la 'excepción ibérica', el acuerdo europeo que permite a España rebajar la presión energética" RTVE.es https://www.rtve.es/noticias/20220326/claves-excepcion-iberica-acuerdo-europeo-presion-energetica/2323416.shtml
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