martes, 1 de febrero de 2022

Más que travieso

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

A veces la Historia te da la oportunidad de decidir con qué pie entras en ella. En el caso de Boris Johnson, la Historia le ofrece elegir en su salida. Pero Johnson es reacio a usar cualquiera de ambas extremidades, más para mal que para bien. Imitando a su amigo Donald Trump, se resiste y se resiste a salir del 10 de Downing Street, lo que forzará a la Historia, trasformada en electorado, en usar sus propias piernas para propinar una exquisita patada en el trasero de Boris lanzándolo a la zona ridícula del recuerdo.

Sí, lo de Boris Johnson está cantado para todos menos para él. Todas las buenas formas que aprendió en su elegante infancia de niño rico, de poco le sirven cuando pide disculpas en el Parlamento a no se sabe quién.

Los titulares de la prensa británica que nos enseñan las televisiones hablan de históricas caídas de la popularidad. En términos políticos, "popularidad" se debe entender como "negativo", porque lo que ocurre es que está en boca de todos. Recordemos ese vídeo viral de la niña británica abriendo asombrada sus ojos diciendo que el primero ministro hizo fiestas durante el confinamiento" que puede representar el estado de la actual opinión pública. Lo malo de la situación de Boris Johnson es que la única defensa que le queda es la estupidez, es decir, usar como excusa principal que "no sabía" o "había entendido mal" sus propias normas. El todavía primer ministro alterna sus "logros" con el desconocimiento, en una especie de Jeckyll y Hyde en donde el primero habría hecho "cosas buenas", como el Brexit o la gestión de la pandemia, y solo una equivocación involuntaria, las decenas de fiestas, que él pensaba que eran de trabajo —y luego no lo eran— y cuya imposibilidad de realizarse desconocía —pese a ser su gobierno que dictaba las normas—.


La Vanguardia publica un irónico artículo firmado por Rafael Ramos desde Londres. En su comienzo señala: 

En ese lenguaje griego clásico que Boris Johnson aprendió en Eton y Oxford y utiliza para deslumbrar a los admiradores e intimidar a los enemigos, ayer, tras la publicación de una versión de bolsillo del informe de Sue Gray sobre las fiestas en Downing Street, hubo en Westminster mucho pathos (empleo de recursos para emocionar al espectador) y mucho hubris (ego desmesurado, omnipotencia) y nada de catarsis (purificación, transformación interior).

Una versión tan de bolsillo del informe, tan editada y censurada a instancias de Scotland Yard y para alivio de Johnson, que las quinientas páginas han quedado reducidas a doce, no aparece ningún nombre y las trescientas fotografías y centenares de correos electrónicos brillan por su ausencia, tachados en negro, como en los documentos top secret de los servicios de inteligencia para preservar la identidad de los informantes y agentes secretos.*

 El artículo describe la pésima situación de Johnson colocando en los párrafos siguientes diversos términos griegos que le sirven a su autor para mantener una crítica de fondo mostrando lo que Johnson ha sido, un niño rico educado para la gloria y la diversión, pensando en que las normas del pueblo no iban con él, miembro de esa clase superior británica, como son los que pasan por esas instituciones reservadas a los privilegiados.

La cuestión que se debate con Johnson es precisamente la de los interiores de la política, su autenticidad, y la relación que las autoridades mantienen con los ciudadanos. La revelación de estar en manos de un hipócrita, de un primer ministro que dirige un grupo de personas que se consideran por encima del bien y del mal, incumpliendo las normas que ellos dictan, es dura para un país. Le hubieran perdonado antes un desfalco.

Recordemos que el mandato de Johnson ha estado salpicado de este tipo de incidentes. Han sido casos en los que miembros del gobierno o de su equipo han incumplido las normas que exigían a los demás (desplazamientos, reuniones, etc.).

El retrato que sale de Johnson, tras estos casos, se debe buscar en esa educación planificada por parte iguales para el poder y para la superioridad. Rafael Ramos habla en su artículo de "niño consentido", algo que describe bien la percepción que se tiene de Johnson. Él había cultivado la imagen de travieso, pero las travesuras, esta vez, han excedido lo que se espera de un primer ministro. Y es ahí donde radica el problema, en la incapacidad del propio Johnson de asumir lo que es ser "primer ministro", no querer dejar de ser Boris.

Su "defensa" es inútil porque no era más que su obligación ante la ciudadanía hacerlo lo mejor posible, como cualquier otro dirigente. Precisamente por lo estúpido de lo realizado—en términos deportivos, un "error no forzado"—, el caso muestra que Johnson no estaba a la altura del cargo, no ha acabado de entenderlo.

Las encuestas dicen hoy que perdería por ocho puntos. Es cuestión de tiempo que los que todavía le apoyan dejen de hacerlo. 


* Rafael Ramos "El informe sobre las fiestas condena la falta de liderazgo y el juicio de Johnson" La Vanguardia 1/02/2022 https://www.lavanguardia.com/internacional/20220201/8025015/informe-sobre-fiestas-condena-falta-liderazgo-juicio-johnson.html

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