Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A veces
la Historia te da la oportunidad de decidir con qué pie entras en ella. En el
caso de Boris Johnson, la Historia le ofrece elegir en su salida. Pero Johnson
es reacio a usar cualquiera de ambas extremidades, más para mal que para bien.
Imitando a su amigo Donald Trump, se resiste y se resiste a salir del 10 de
Downing Street, lo que forzará a la Historia, trasformada en electorado, en
usar sus propias piernas para propinar una exquisita patada en el trasero de
Boris lanzándolo a la zona ridícula del recuerdo.
Sí, lo
de Boris Johnson está cantado para todos menos para él. Todas las buenas formas
que aprendió en su elegante infancia de niño rico, de poco le sirven cuando
pide disculpas en el Parlamento a no se sabe quién.
Los
titulares de la prensa británica que nos enseñan las televisiones hablan de
históricas caídas de la popularidad. En términos políticos, "popularidad"
se debe entender como "negativo", porque lo que ocurre es que está en
boca de todos. Recordemos ese vídeo viral
de la niña británica abriendo asombrada sus ojos diciendo que el primero
ministro hizo fiestas durante el confinamiento" que puede representar el
estado de la actual opinión pública. Lo malo de la situación de Boris Johnson
es que la única defensa que le queda es la estupidez, es decir, usar como
excusa principal que "no sabía" o "había entendido mal" sus
propias normas. El todavía primer ministro alterna sus "logros" con
el desconocimiento, en una especie de Jeckyll y Hyde en donde el primero habría
hecho "cosas buenas", como el Brexit o la gestión de la pandemia, y
solo una equivocación involuntaria, las decenas de fiestas, que él pensaba que
eran de trabajo —y luego no lo eran— y cuya imposibilidad de realizarse
desconocía —pese a ser su gobierno que dictaba las normas—.
La Vanguardia publica un irónico artículo firmado por Rafael Ramos desde Londres. En su comienzo señala:
En ese lenguaje griego clásico que Boris
Johnson aprendió en Eton y Oxford y utiliza para deslumbrar a los admiradores e
intimidar a los enemigos, ayer, tras la publicación de una versión de bolsillo
del informe de Sue Gray sobre las fiestas en Downing Street, hubo en
Westminster mucho pathos (empleo de
recursos para emocionar al espectador) y mucho hubris (ego desmesurado, omnipotencia) y nada de catarsis (purificación, transformación
interior).
Una versión tan de bolsillo del informe, tan
editada y censurada a instancias de Scotland Yard y para alivio de Johnson, que
las quinientas páginas han quedado reducidas a doce, no aparece ningún nombre y
las trescientas fotografías y centenares de correos electrónicos brillan por su
ausencia, tachados en negro, como en los documentos top secret de los servicios de inteligencia para preservar la
identidad de los informantes y agentes secretos.*
La
cuestión que se debate con Johnson es precisamente la de los interiores de la
política, su autenticidad, y la relación que las autoridades mantienen con los
ciudadanos. La revelación de estar en manos de un hipócrita, de un primer
ministro que dirige un grupo de personas que se consideran por encima del bien
y del mal, incumpliendo las normas que ellos dictan, es dura para un país. Le
hubieran perdonado antes un desfalco.
Recordemos
que el mandato de Johnson ha estado salpicado de este tipo de incidentes. Han
sido casos en los que miembros del gobierno o de su equipo han incumplido las
normas que exigían a los demás (desplazamientos, reuniones, etc.).
El
retrato que sale de Johnson, tras estos casos, se debe buscar en esa educación
planificada por parte iguales para el poder y para la superioridad. Rafael Ramos
habla en su artículo de "niño consentido", algo que describe bien la
percepción que se tiene de Johnson. Él había cultivado la imagen de travieso,
pero las travesuras, esta vez, han excedido lo que se espera de un primer
ministro. Y es ahí donde radica el problema, en la incapacidad del propio
Johnson de asumir lo que es ser "primer ministro", no querer dejar de
ser Boris.
Su
"defensa" es inútil porque no era más que su obligación ante la
ciudadanía hacerlo lo mejor posible, como cualquier otro dirigente. Precisamente
por lo estúpido de lo realizado—en términos deportivos, un "error no
forzado"—, el caso muestra que Johnson no estaba a la altura del cargo, no
ha acabado de entenderlo.
Las encuestas dicen hoy que perdería por ocho puntos. Es cuestión de tiempo que los que todavía le apoyan dejen de hacerlo.
*
Rafael Ramos "El informe sobre las fiestas condena la falta de liderazgo y
el juicio de Johnson" La Vanguardia 1/02/2022
https://www.lavanguardia.com/internacional/20220201/8025015/informe-sobre-fiestas-condena-falta-liderazgo-juicio-johnson.html
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