Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No
tiene mucha suerte el ministro Fernando Grande-Marlasca cada vez que nos dice
el trillado eslogan de "España es segura", algo que cada ministro
aplica a su sector cada vez que hay un desastre. El "España es
segura" del ministro del Interior, el que vela por la seguridad, es casi
una provocación porque suele responderse a preguntas sobre algún crimen o
situación peligrosa. Creo que el ministro hace mucho que vive en otro planeta,
por lo que no considero sus declaraciones preocupantes, pero sí la naturaleza
de los delitos que trata de difuminar con sus palabras. La misión de un Ministro
del Interior no es hacer slogans, aunque todos sus compañeros los hagan. Lo
suyo es tratar de no tener que hacerlos.
Las
imágenes que nos muestran las cadenas televisivas abren una nueva perspectiva
en los delitos. Ya no son algo que nos cuentan, sin algo que vemos en muchas
ocasiones. El hecho de que todo el mundo tenga cerca un teléfono, que lo use
para grabar y que después cuelgue las imágenes grabadas en alguna red social
cambia la percepción del mundo, incluida la seguridad. La imagen amplifica la
intensidad del hecho. Del "dos muertos por arma blanca" pasamos a ver
imágenes de persecuciones, de reyertas, de los navajazos en el suelo, de la
gente indiferente que pasa por delante, de los que arrojan tiestos desde las
ventanas, de los gritos que se escuchan a las víctimas, de la intervención
final de algunos vecinos y al anuncio de que "minutos después llegó un
coche patrulla", etc.
Es
cierto que los medios se regodean en muchos casos, lo que causa más
intranquilidad. Pero también es cierto que de un tiempo a esta parte aumentan
los casos violentos en las calles y en las casas, como la muerte de esa
adolescente de 17 a manos de su ex novio de 19, que se resistía a aceptar la
separación definitiva.
Tenemos
delitos a tiros, con armas blancas y con las propias manos. Parece que parte de
equipamiento para salir de marcha incluye navajas y machetes, algo
indispensable, por la frecuencia en que las peleas se producen, algo agravado
por las reyertas entre bandas, siempre "latinas", según explican, que
se citan a través de las redes para enfrentarse.
Las
últimas imágenes de un hombre golpeando y apuñalando a una mujer que había
salido a tirar la basura sorprenden porque dicen que no tenían nada que ver.
Eso nos lleva a la especulación sobre un "ajuste de cuentas", que es
todavía peor, pues nos lleva a imaginar de qué va ese asunto como para llegar a
agredir a navajazos.
En un
extremo se encuentran los medios, que usan esas imágenes violentas y las llevan
a las cabeceras de los informativos; por otro, el mensaje —entre hippy y
Summers, el de "to er mundo e güeno"— de Grande-Marlaska de
"España es segura".
Hace
tiempo que escribimos aquí que la función de los ministros ya no es hacer, sino "tranquilizar".
Bajo ese concepto se encuentra toda una filosofía promocional cuyo objetivo es
tratar de contener los efectos de los desastres que ocurren por la falta de
prevención o de intervención. Es una creencia infinita en el poder de la
palabra frente a la acción, que es mucho más cara. Si se dice con la seriedad
suficiente un número determinado de veces "España es segura", no lo
será, pero empezaremos a creerlo ante la convicción y la repetición. Para ello
hace falta ministros creíble o, como se dice ahora, "que transmitan
confianza".
Nos transmite confianza la ministra Darias anunciando sonrisas antes del estallido de los contagios o el ministro Grande-Marlaska antes de un fin de semana lleno de reyertas. ¿Han detectado también esa mirada casi hipnótica a cámara que los políticos realizan mientras afirman? Es heredera de esos números de circo en los que el mago nos pide que le miremos a los ojos. Nos lo enseñan los teóricos de la persuasión: voz firme y mirada penetrante. Es la base del éxito comunicativo, pero no cambia nada la situación de las calles.
En vez
de decirnos que la situación es preocupante y que se van a tomar medidas que se
tomarán realmente o que ya se han tomado, ahora se nos dice que algo —la
cultura, las calles, los estadios...— es seguro. Del virus al navajazo, todo
desaparece bajo el conjuro de la palabra "seguro". ¿Se tranquiliza
alguien con esto? Pues probablemente no, pero hay que intentarlo.
Quizá, como algunos han elaborado la teoría de que este aumento de la violencia sea fruto de la pandemia, crean que el descenso de casos va a traer la disminución de los conflictos y crímenes que estamos viendo estos días. No digo yo que no tenga efecto el aislamiento, el exceso de convivencia y la tensión laboral. El problema es si esto es reversible.
Sí se
detecta un cierto síntoma: la falta de sentido de contención, las explosiones
violentas. Parece que muchos creen que vivimos en un mundo sin reglas, donde
hay que tomarse la justicia por uno mismo, algoque ocurre cuando se cree que no
existe otra. ¿Es un mundo injusto más violento? Esta vez, probablemente sí. De
hecho, la finalidad de la Justicia es canalizar los conflictos y tratar de
darles una solución desde una perspectiva social. El problema es, como decimos,
cuando uno no cree en la justicia ni en la sociedad; solo se cree en la "banda",
que nadie te va a defender y debes llevar encima una navaja para defenderte o
para buscar a un pibe que te miró mal la semana pasada. Puede que ya no se diga
"pibe" y se diga "tronco" o que ya no se diga
"tronco" y se diga otra cosa, pero el fundamento es el mismo. Si te
apuñalan al sacar la basura y la gente cree que se trata de un "ajuste de
cuentas" nos queda la curiosidad por el tipo de "aritmética" en
la que se basan.
El
ministro Grande-Marlaska debería decirnos que hay más policías disponibles, que
las zonas más conflictivas tendrán mayor vigilancia y que los coches patrulla
llegarán en dos minutos mejor que en cuatro. Y verificar que se cumple, claro.
Mientras
tanto prolifera la publicidad de las cámaras de seguridad caseras, las alarmas
conectadas con centros de vigilancia y llamada a la Policía, y un sinfín de
dispositivos que nos ofrecen por si no confiamos en el ministro y en los
recursos que se manejan.
Se echan en falta verdaderos análisis del fenómeno de las violencias —sí, en plural— existentes, menos concepto globales y más estudios pormenorizados, empezando por los casos concretos y llegando a los condicionantes generales. Hay demasiada teoría sobre esto de la violencia y aquí la teoría son los árboles que no dejan ver el bosque. Menos dogma y más observación; menos eslogan y más detalle, reconstrucción minuciosa de los casos. Pero hay muchos que viven de la teoría y poca gente para analizar los casos con detalle, algo de lo que podamos extraer experiencia. Hace falta también un sentido ciudadano de prevención, un sentido familiar de atención minuciosa para frenar lo inevitable. No es fácil porque muchas veces esa violencia comienza ya en la familia o, incluso, es el final de ella.
Si llegamos a la conclusión que vivimos en un entorno violento, que la sociedad, que tiene su propia violencia, es además injusta, esta no descenderá sino que irá en aumento. La erosión o el mal ejemplo de las instituciones es un factor clave. ¿Para que recurrir a ellas? Ese descrédito acaba llevando a muchos hacia ese nihilismo violento.
En cualquier caso, uno no
gana para sustos. Un canal de televisión dio la noticia del asalto de los
ganaderos al consistorio de Lorca diciendo que los asaltantes habían sido
500.000, lo que dejaba el asalto al Capitolio por los trumpistas en un juego de
petanca con jubilados en el parque. Luego la cosa se quedó en quinientos, pero
tardé en recuperarme de la impresión. La sensación de seguridad puede pasar por
la graduación de la vista de los presentadores de noticieros, es decir, del
cristal graduado con que se mira. El tratamiento mediático de la violencia, como hemos dicho al principio, es fundamental.
En un repaso rápido de las afirmaciones de ministro Grande-Marlaska, este ha dicho en estos últimos tiempos: a) tras los asaltos a turistas en Barcelona, esta era segura; b) que el aeropuerto de Kabul era seguro; c) que la isla de La Palma era segura y d) que España es segura tras las reyertas de un fin de semana. Esto solo mirando un poco por encima. Poca imaginación y pocos recursos.
Por
ahora nos queda la esperanza de que el ministro no tenga que reafirmar muy a
menudo lo de la seguridad, que sería una mala señal. Eso sí es seguro.
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