Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Para
que se produzcan los abusos sexuales hacen falta un agresor, una víctima, un
espacio favorable y, en muchos casos, una específica relación de poder. La
situación puede ser simple, unas mujeres o unos niños en un lugar solitario,
lejos de la mirada protectora; se produce un asalto con consecuencias que
pueden llegar a la muerte. En ocasiones, es la muerte lo que se busca, pues
para el psicópata asesino la muerte le produce un placer sexual.
La
introducción de una relación de poder añade una dimensión más allá de la
agresión física, donde se ataca al más débil desde la asimetría del poder. El
agresor se siente protegido por su pertenencia a una institución poderosa,
creíble; el agredido, por contra, se siente en la parte débil, la desprotegida,
y se siente perdido, con miedo, ante una muralla con la que le parece que va a
chocar sus denuncias, que serán rechazadas por el prestigio de la institución
que rodea al agresor, de la que aprovecha su prestigio y fuerza.
Las instituciones
tienden, además, a protegerse del desgaste que estos casos les producen y han
tendido más al silencio y la ocultación que al rechazo y penalización a sus
miembros. Temen a la erosión del prestigio de que se sepa que algunos de sus
miembros actúan con un sentimiento de poder que le otorga su posición dentro de
la institución.
Leemos
en RTVE.es lo ocurrido en Australia:
El Parlamento de Australia ha llevado a cabo una sesión marcada por el arrepentimiento por los casos de abusos sexuales que se destaparon en 2021. El primer ministro Scott Morrison ha pedido perdón a las víctimas de acoso, maltratos y agresiones sexuales y ha reconocido que muchas denuncias fueron silenciadas por el miedo a las consecuencias electorales.
"Hemos tratado de silenciar las quejas válidas y justas de la gente porque reinaba el miedo a las consecuencias electorales. Lo siento. Lo sentimos", ha admitido Morrison, al prometer "sacar a la luz" a los autores de estas agresiones en el Parlamento. Según el informe presentado a finales de noviembre pasado, el 51 % de las trabajadoras de la cámara legislativa experimentaron al menos un incidente de abuso o acoso sexual así como un intento de violación o asalto sexual consumado.
"No podemos deshacer lo que está hecho, pero si tenemos la voluntad, podremos romper este ciclo de una vez por todas", ha dicho en su discurso el líder laborista Anthony Albanese, mientras que el Parlamento ha prometido "establecer los estándares que rijan a la nación" para subsanar una "historia inaceptable de abuso, acoso y asalto sexual en los lugares de trabajo del Parlamento de Australia".
Morrison ha expresado sus disculpas en presencia de Brittany Higgings, la exasesora del Partido Liberal que denunció el año pasado haber sido violada en la sede del Parlamento, lo que provocó que otras mujeres se atrevieran también a presentar más denuncias.
"Ella tuvo el valor de hablar, y por eso estamos aquí. Lamentamos todas estas cosas, y al hacerlo, cada uno de nosotros asume la responsabilidad de un cambio", ha dicho el primer ministro. Las disculpas de Morrison, junto a las del líder de la oposición, el laborista Anthony Albanese, y ambas cámaras del Parlamento, se dan en respuesta a las 28 recomendaciones emitidas en noviembre pasado por la comisionada de Discriminación Sexual, Kate Jenkins, que lideró una investigación sobre la cultura laboral en la sede del Legislativo.*
Creo que la descripción por parte del primer ministro Morrison es de una rara claridad en lo que supone todo el proceso al que hemos aludido al principio. Tenemos una institución poderosa, como es el parlamento, en los que unos miembros determinados, unos parlamentarios —personas investidas del poder que la institución y con el voto del pueblo— han abusado de unas mujeres, la parte más débil. La institución, como se señala, no hizo lo que debía en este caso por temor doble, el desprestigio de la propia institución y la clase política, y por la pérdida de votos. Son dos poderosos frenos y unas fuertes tentaciones para la ocultación, hasta que todo sale a la luz y lo hecho se vuelve contra ella.
Una "historia inaceptable" es la forma en que partido del gobierno y oposición han tenido que aceptar la realidad de los abusos. Dentro de esa historia está su papel encubridor, el miedo a destaparlo y verse perjudicados.
Hay abusadores que se basan en la fuerza física, pero otros son perfectos manipuladores que juegan con los miedos de las víctimas, con su vergüenza. Es un sentimiento que se suele escuchar continuamente.
En estos tiempos estamos asistiendo a una realidad paralela, en la sombra, que puede haber estado a pocos centímetros de nosotros sin que se nos hubiera pasado por la mente sus dimensiones.
Las instituciones, más tarde o más pronto, se verán enfrentadas a su propia vergüenza por los actos que ignoraron, consintieron, no investigaron o sencillamente negaron a sabiendas de que eran reales y trataron de tapar.
En Australia, la oposición y el gobierno lo han hecho conjuntamente en su parlamento, que asume la totalidad del abuso de forma institucional evitando la tentación de contar cuántos abusadores ha habido y de qué partido era cada uno.
Esta es una batalla de todos, de todas las instituciones, de las educativas a las deportivas, de las laborales pasando por las religiosas o políticas. El grado de polarización de la política en España nos puede hacer caer en un error partidista, el de pensar que esto es solo una cuestión "religiosa" o "eclesial" y dejar de mirar debajo de nuestras bien aprovechadas alfombras. Que la guerra contra el abuso sexual no se pierda por una sola batalla partidista. Sería el mejor encubrimiento sobre la extensión del problema.
Si de verdad quieren hacer un servicio a la sociedad tiren de todas las mantas y no solo de aquellas que les resultan más cómodas o favorables. De otra forma se contribuirá a mantener en la sombra ese mal que es prepolítico, que es el deseo violento contra los más débiles aprovechando su posición.
El ejemplo de la tenista china debería servirnos para saber lo que no debemos hacer. Los casos en escuelas coránicas salen igualmente con dificultad, pero salen; hemos visto los efectos en el mundo del cine con el caso de Harvey Weistein, en los círculos de poder con la organización que le ha costado los honores a un príncipe o en las instituciones deportivas con los casos de Simone Biles y otras, oficinas, fábricas... Los abusadores buscan refugiarse en las instituciones para encontrar a sus víctimas pero también lo hace sabedores de esas tendencias a la ocultación de las propias instituciones.
La tentación de convertir lo que debería mostrar el apoyo de todos en un nuevo capítulo de nuestras pequeñas guerras, ya sea entre partido o entre religiosos y anti religiosos, debería evitarse por el bien de la causa general, que es la de todos y sobre todo la de las víctimas que deberían recibir una apoyo unánime. Si algunos no quieren desaprovechar la tentación de convertir la cuestión de los abusos en algo partidista, tendrán, como ocurrió en el parlamento australiano que pedir disculpas.
En nuestro dividido país perdemos muchas ocasiones de hacer las cosas bien solo por pensar que puede beneficiar al otro. Estamos saliendo de la época del encubrimiento y vamos hacia otra que debe ser más vigilante a sabiendas de la extensión de esta lacra social. Las víctimas deben saber que no se va a tener en cuenta más factor que serlo y no una mayor o menor aceptación según dónde o quién haya sido el agresor. De otra forma, solo emergerá una parte del problema y los abusadores se sentirán seguros en su zona de la alfombra que nadie va a levantar. Es precisamente el sentido de estar protegidos dentro de las instituciones lo que hace que esta violencia se mantenga.
Es una vergüenza ver cómo The Economist ha rebajado la calificación de la democracia española de "plena" a "defectuosa" por la incapacidad de los partidos de ver por los intereses de todos y solo atender a los suyos. Ha sido la incapacidad de ponerse de acuerdo sobre la renovación de la Justicia por parte de nuestra clase política y esos son sus efectos dañinos para todo el país. ¿Volverá a pasar lo mismo ahora?
El acoso, los abusos y agresiones sexuales no son cuestión de unos o de otros; es cuestión de todos. Es lo que debemos a las víctimas. Mientras seamos incapaces de pensar con unidad ante lo esencial seguiremos empeorando nosotros como sociedad y nuestras instituciones por ser incapaces de ser claras y justas. Todo lo que contribuya al retraso de la reparación, a su indefinición o ambigüedad es inaceptable.
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