Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
domingo pasado, con alguna excepción evidente, casi todos los políticos celebraban
a su manera el resultado de las elecciones en la comunidad autónoma de Castilla
y León. Unos porque habían ganado (PP, Soria ¡ya!), otros porque se sentían
ganadores (Vox) otros porque la única salida para sus rivales era mala (PSOE);
luego estaban los que tenían que reflexionar (Podemos) y los que no podían
reflexionar por estar aturdidos por el golpe en la caída (Ciudadanos), que por
reclamar el "centro" se la llevan por todos lados.
Pasados
un par de días tan solo, el panorama es muy distinto. A los partidos les ha
dado tiempo, más allá de la fiesta electoral, a pensar lo que tienen entre
manos. Gobernar se ha puesto cada vez más complicado en casi todas partes. Se
ha visto que el llamado "efecto Ayuso", por Díaz Ayuso, no tiene
"efecto", sino que es el resultado de una situación específica,
Madrid, y de un comportamiento peculiar, el que ha llevado a la presidenta
madrileña a ser calificada como "la reina de los bares". ¿Volverá en
algún momento la "ideología" en vez del "barra libre"? Ese
es otro de los múltiples misterios que depara la "apasionante"
política española.
Lo que
sí parece que crece es el hartazgo, que es lo que revela el crecimiento de lo
que llamamos hace unos días "localismo". La gente está empezando a
pasar de las ideologías y vota a la contra, especialmente de los partidos
clásicos, que no satisfacen sus expectativas.
Esto es
una cuestión importante porque en España los problemas crecen, por más que el
espíritu "optimista" reine en las ruedas de prensa y en la
cartelería. Cada vez son más importantes las plataformas creadas alrededor de
un "problema". Lo hemos visto con la cuestión de los bancos, a los
que nadie se enfrenta. Han tenido que se los "humillados jubilados"
los que salgan a la calle a recoger firmas y alguna foto, como la de la
vicepresidenta y ministra de Economía.
Los planteamientos de Vox para dar el apoyo de sus votos son inasumibles para el PP y para cualquier otro partido sensato. La lucha de Vox es la del descontento, como es propio de un partido de estas características, lo que ha puesto el argumento en manos del PP, especialmente el que se refiere a la "igualdad".
El
problema real con Vox es que los demás siguen unos caminos tan nefastos que le
mandan los votos del descontento, que es un voto simultáneamente "político"
y "anti-político". ¿Se ha vuelto la gente intolerante? Es una pregunta interesante. La política de los grupos
radicales es la mezcla de problemas y, sobre todo, alentar las fobias. En esto interviene
mucho —lo hemos comentado aquí— la apropiación
de los partidos de los problemas sociales, los que deberían ser comunes y por
encima de las ideologías. El ejemplo claro es la cuestión que han puesto
inmediatamente como condición encima de la mesa, los retrocesos en las
cuestiones de "igualdad", una auténtica barbaridad desde cualquier
perspectiva que se mire. El programa "antifeminista" de Vox es una
forma de confundir interesadamente principios y agentes en un intento de sacar
rendimiento político.
Esto
pone al PP en una complicada situación en la Comunidad, pero —como ya se ha
visto— en peligro al mostrarse algunos favorables a las negociaciones con Vox,
como ha apuntado Díaz Ayuso. No sé si se puede llamar "negociar" a
las imposiciones de Vox, pero tienen claro lo que quieren, el mismo poder que
tenía la casi extinta Ciudadanos. El precio está fijado.
Lo que
ocurre en Castilla y León es un ejemplo de los efectos políticos de una
situación doble: la fragmentación del mapa político y la radicalización de las
partes.
Es
importante entender que esta fragmentación constante, lo que hace es
radicalizar y hacernos retroceder, ante la imposibilidad de llegar a acuerdos
sociales. No hay prácticamente nada en lo que puedan ponerse de acuerdo, algo
que necesitan muchos de los problemas que vivimos, porque el conflicto es el
motor.
Veremos
cómo se sale de ese punto muerto en el que se encuentran. Lo que era una fiesta hace unas horas, se abre ahora a una oscura incertidumbre. Hay algo claro: a mayor fragmentación, más radicalismo; a mayor debilidad, mayores exigencias. Es lo que vemos. Ahora, el partido vencedor asume el mal trago de su victoria recibiendo a cada perdedor con su lista de exigencias.
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