Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Finalmente,
llegó. Putin no lo llama "guerra", utiliza el término
"intervención militar" y tiene la excusa: las "repúblicas"
que acaba de reconocer hace unas horas "le piden" que intervengan
ante lo que consideran una "amenaza" a su recién estrenada "soberanía".
RTVE ofrecía en su noticiario mañanero la lista de algunos de los "buenos amigos" de Putin cosechados en sus relaciones, gente que va de Schroeder a Berlusconi, de Marine LePen a Mateo Salvini, de Victor Orban a políticos de primera línea repartidos por el continente, un grupo de poderosos miembros de las áreas más influyentes de la economía y la política. Se nos dice que hay muchos ex políticos europeos que hoy forman parte de los comités de las empresas rusas. Son un poderoso activo que Putin sabe actuarán en la retaguardia; tienen mucho que perder, probablemente en varios sentidos.
Ayer escuchábamos
en un canal el comentario de las buenas esperanzas de nuestro sector turístico;
se mencionaba especialmente la llegada de turistas rusos a España, una muestra
más de los castillos en el aire que fabricamos para mantener nuestra ilusión
incombustible, resistente a pandemias y guerras. Supongo que hoy tendremos
nuestros noticiarios con lamentos de cómo va a afectar la guerra a nuestras
playas o la compraventa de apartamentos y chalets de lujo en las discretas urbanizaciones
en las que las mafias y oligarcas han invertido en estos pasados años.
Más
allá del gas ruso, que se nos asegura hará ascender el precio de la energía
como lleva meses haciéndolo, pero mucho más rápido, lo que tiene por delante
Europa es una palabra que está en las antípodas semánticas de todas las que
barajamos, "guerra". Putin quiere seguir expandiendo Rusia para
recuperar todo lo que pueda y le dejen de lo que fue la Unión Soviética. El
tamaño de Rusia —lo hemos comentado varias veces— le exige considerar la
"seguridad", el argumento central para la invasión, creando un
cinturón a su alrededor. Eso era la llamada "Europa del
Este", el "telón de acero", hasta llegar a su caída como súper
potencia.
Pero el
absurdo de esta situación es que eso no funciona ya. Lo que hace es trasladar
unos cientos de kilómetros el problema y hacerlo crecer. Los países fronterizos
se acaban armando y se les empuja a ingresar en los sistemas de defensa
internacionales para intentar no ser los siguientes en la lista.
La
cuestión ucraniana es la cuestión europea, de una Unión que fue diseñada
precisamente para evitar las guerras entre los países que la integran y estar
bajo el cobijo de una superpotencia, los Estados Unidos, y de una organización
militar, la OTAN. Esta estructura la hace laboriosa y comercial, pero con unas
formas de defensa y de disuasión que no son muy intimidatorias más allá de las sanciones económicas, que veremos si
se cumplen y cómo se cumplen más allá de los gestos a los oligarcas y amigos
confesos de Putin con bienes repartidos por todo Occidente. Hay gobiernos europeos
que son prorrusos, ya que Putin ha alentado (incluso financiado) las
disidencias y ha sido el paño de lágrimas de todos aquellos que se sentían
agraviados por Europa o los Estados Unidos, de Orban a Erdogan.
Putin ha creado un estado agresivo que encadena guerras con la excusa de su seguridad y sigue absorbiendo antiguos territorios que considera "suyos", poblados por los prorrusos que sembró en etapas anteriores y que hoy recoge. Esto le permite que haya gente con banderas rusas saludando al paso de los camiones cargados de carros de combate, misiles y tropas. La guerra de imágenes propagandísticas comenzó ya hace tiempo.
La maniobra de invasión rusa es una manifestación doble, primero de fuerza, después de cinismo político y desprecio a las reglas del juego. Sabemos históricamente que Rusia siempre ha sido tramposa y que no ha desaprovechado de seguir esa política de fricción, de engullir todos aquellos países que están al otro lado de sus fronteras. Rusia solo respeta la fuerza y eso es un mal camino.
Durante estos años hemos asistido a todo tipo de maniobras, de las militares a las cibernéticas (sus ejércitos de hackers) pasando por los medios de desinformación con los que salpica Occidente, de canales de televisión a las redes sociales. Pero la respuesta no ha sido la adecuada. Los medios nos cuentan que ayer se había producido un ciberataque masivo contras las instituciones ucranianas, un bloqueo. Seguramente puede hacer lo mismo con todos y cada uno de los países de la Unión Europea. Es como el zapato de Kruschev en unos lejanos años cuyas imágenes de tensión vuelven a nosotros.
No se
puede dejar sola a Ucrania. La cuestión ahora es cómo hacer que esta agresiva
Rusia desande lo andado, especialmente cuando este tipo de operaciones le
sirven de propaganda interna y aviso externo intimidatorio para los siguientes.
Con Rusia no acaba nada, pues incumple los acuerdos que firma, cuando le interesa.
La cuestión es cómo encontrar el punto lo suficientemente sensible como para
que se resienta. No será fácil pues dispone de otras zonas, como Oriente Medio,
en las que la miopía norteamericana les ha dejado actuar al abandonarlas.
No sé
si los europeos estamos preparados para lo que ocurre y va a ocurrir. Los
lamentos por el "turismo ruso" me hacen dudarlo. Nuestro día a día no
está hecho para este tipo de situación y es probable que establezcamos algún
tipo de "negacionismo" pronto. Seguro que algunos ya los están
preparando. Pero será inútil, lo que ocurra nos afectará, al igual que las
sanciones que establezcamos a Rusia o cualquier otro tipo de iniciativa.
Ucrania importa porque Rusia está ahí. Es Rusia la que ha elegido una forma de actuar y la impone a los otros saltándose las normas y acuerdos internacionales. La respuesta que demos debe ser clara, porque una excesiva debilidad o confusión hará que siga en esta línea agresiva. No es solo el territorio ucraniano lo que está en juego, sino la entidad real de Europa. Sea cual sea la respuesta que demos, debe reflejar unidad y no fisuras.
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