Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Era inevitable.
Si lo que "triunfa" en política es el género peleón, el
enfrentamiento a cara de perro con el contrario, la palabra hiriente y la
negación del diálogo, era cuestión de tiempo que los colmillos se volvieran
contra el propio partido. No se puede pretender criar mastines y que se
comporten como pekineses.
Hasta
el momento, los partidos han mantenido la norma de morderse en privado y
reservar los gestos agresivos —confundidos con la firmeza— para el exterior.
Pero siempre se puede perder el control cuando se está en la gresca diaria, con
la adrenalina subida y sin forma de hacerla bajar.
No me ha gustado nunca la expresión "barones" aplicada a los que finalmente han ejercido como poderes reales, con capacidad de control hacia abajo y hacia arriba. Es una fórmula que acaba siendo conflictiva, como hemos podido ver en el caso madrileño, donde la autonomía contiene una ciudad como la capital de España y se acaban produciendo disputas a tres banda, presidencia autonómica, presidencia del partido y alcaldía de Madrid, tres campos poderosos que hacen aspirar a sus cabezas a querer un poco más. En otras Comunidades, el panorama puede ser distinto, oscilando las tres partes en sus repartos y formas de equilibrios. Las Comunidades uniprovinciales tienden al conflicto, como el caso extremo de Madrid. Mucho poder y poco espacio, un aliciente para la agresividad y los conflictos.
Los
"barones" se juegan mucho con lo que ocurre fuera de sus fronteras
territoriales, pues la expansión de los conflictos les puede condicionar su
propia situación, como hemos visto con el inicio de conversaciones para formar
gobierno en Castilla y León, afectadas por la debilidad actual del partido.
Sorprende la rapidez con la que han "enterrado" a Pablo Casado para evitar el desangrarse en sus feudos. Son los que han mostrado dónde reside el verdadero poder en los partidos que mantienen esta estructura feudal. Su posición hace que los barones tiendan a la calma, pues tienen que administrar un "territorio" real, a diferencia de los cargos nacionales. Ellos se labran su fortuna sobre un territorio delimitado y cosechan según sus propias guerras. Que se abran nuevas les perjudica porque les hace intervenir en algo que no pueden controlar, por lo que solo les queda "dinamitar" el edificio y tratar de reconstruir uno alejado de los conflictos.
Pero la Autonomía madrileña es un espacio pequeño y donde se concentran demasiadas instancias de poder, no solamente políticas, sino otras de diverso orden y poder real, como es el centro de decisión económica, algo que no se debe olvidar, y el mayor poder mediático. En Madrid, todos los despachos están cerca.
La
oposición, como ya señalamos el otro día, no entiende de retrocesos o cierres
en falso. La presentación de peticiones de investigación por la Fiscalía
Anticorrupción ya se ha producido y lo que tenga que salir saldrá. La
desaparición de Casado no borra el pasado, los hechos. Por mucho que quieran
mirar al futuro, están evitando mirar lo que ocurre debajo de la mesa. Pero eso
ya lo están haciendo otros. Como bien ha dicho el dimitido Teodoro García Egea
en su despedida, ¿qué deben hacer los partidos cuando les llegan informaciones
sobre irregularidades? Por mucho que se hayan equivocado en la estrategia,
forma de actuar y cálculo de sus fuerzas, la cuestión queda sobre la mesa y seguirá
condicionando la vida del Partido Popular.
Pero
más allá del propio partido, las estructuras de los partidos nacionales han
dejado ver sus límites y limitaciones. Se ha podido apreciar lo que tantos
fines de semana de sonrisas y disparos en todas direcciones no han podido
tapar, la incapacidad de gestionar problemas cuando salen a la luz.
El
Partido Popular lleva viviendo situaciones de conflicto desde que se empezaron
a crear problemas autonómicos, problemas debidos a la necesidad de pactar con
otras fuerzas de una forma complicada y jugando a diferentes bandas, Pero no es
sencillo atacar en una autonomía a quien puede ser tu socio en otra, gobernar
en una con quien estás hundiendo en otra.
Si lo
ocurrido es resultado de unas comisiones para beneficiar a la familia o si esto
ha sido la excusa ante movimientos en diversas direcciones habrá que esperar a
verlo un tiempo.
Por lo
pronto, lo que queda es lo conflictivo del modelo de poder y, especialmente, lo
conflictivo de los modos de liderazgo, buscar la notoriedad a golpe de efecto
mediático. Es este estilo bronco de ciertos dirigentes —curiosamente encarnado
por mujeres en prácticamente todo el espectro político— el que atrae la
atención mediática. Aquí comentamos el papel de ciertos medios en esta crisis,
tomando parte de forma insólita hasta el momento. El argumento de algunos ha
sido no retroceder en lo que se había considerado una línea clara hacia La Moncloa,
acabar con el "sanchismo". Mientras, Vox presentaba a Abascal en el
mitin de Valladolid como el próximo "presidente".
La
política española es demasiado agresiva, poco dialogante y excesivamente
mediática. Las actuales circunstancias y complejidades exigen que los
"asuntos de estado" sean posibles motivos de encuentro para poder
avanzar y no un tejer y destejer continuo donde el centro de las campañas es
deshacer lo que otros han hecho.
Casado
y Díaz Ayuso, amigos del alma, nacidos en una misma camada, se han mostrado finalmente incompatibles
y feroces. Atrás quedan sonrisas, abrazos y piropos, promesas de apoyo. Hay una "intrapolítica" como decía Unamuno que hay una "intrahistoria". Y esta no es nada ejemplar. La mano que hoy se hace contigo un selfie sonriente es la misma que te apuñala. Los medios se recrean recogiendo imágenes de la buena amistad de Casado y Diaz Ayuso, una historia gráfica de buen rollo.
Quien hizo sus cálculos en esto, falló estrepitosamente.
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