Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las
sanciones a Hungría y Polonia por incumplimientos en materia de Justicia,
Igualdad y Libertad de Información avisan un serio problema para la Unión
Europea y, más allá, para el concepto de Europa. He escrito los tres conceptos
anteriores con mayúsculas para mostrar su sentido "capital" para la
idea de Europa.
Europa
es, ante todo, un concepto voluntario, es decir, un deseo abierto convertido en
una realidad de espacios y relaciones. "Europa" es un constructo que
toma forma armónica en la ·Unión". Es mucho más que lo que algunos
piensan, un simple agregado que busca un equilibrio constante entre lo
individual y lo colectivo. Los hay que consideran además que ese agregado es
parasitario y lesivo, algo que dinamitar desde dentro.
Esta
idea es de gran complejidad ya que condena a la Unión a depender constantemente
de y de forma problemática de los cambios de gobierno en las relaciones con la
Unión. Cuando determinados partidos llegan al poder pueden plantearse la Unión
como una pérdida de sus propia soberanía y lanzar a la opinión pública contra
las instituciones europeas, concepto que ellos transmiten como si se tratara de
una anónima burocracia orwelliana, algo distante y represivo, una vigilancia
carcelaria.
Hemos
comentado muchas veces en estos años los peligrosos de que los gobiernos nacionales
se dediquen a echar las culpas hacia arriba de sus fracasos. Este sistema es
responsabilizar a "Europa" presentándola como una fría institución
que pareciera no tener otra función que la de castración del desarrollo propio.
Eso va creando un sentimiento antieuropeo que se acaba canalizando por parte de
aquellos grupos, partidos, etc. que buscan su debilitamiento. El caso de los populistas,
de derechas e izquierdas, es claro en este sentido. Las organizaciones de la
ultraderecha unidas para destruir la Unión han sido una constante, que se ha
manifestado sin tapujos por boca de los que realizaron el Brexit, con Nigel
Farage al frente, un visitante cotidiano de la Trump Tower y la Casa Blanca y del Moscú de Putin, como lo han sido
Marine LePen y otros habituales de la ultraderecha.
El
apoyo explícito de Santiago Abascal y Vox a Polonia y Hungría se ha manifestado
en varias ocasiones. Lo que nos conecta en este mundo turbio, de interacciones
oscuras, a personajes que oscilan entre Castilla y León y espacios más lejanos,
pero conectados por esos hilos de araña de la misma red.
La idea de Europa es el objetivo de destrucción de muchos. Las formas que Europa tiene de defenderse son muchas. La primera es "funcionar" bien. Para los que hemos vivido lo suficiente para verlo, el salto dado por nuestro país con su entrada en Europa ha sido decisivo. Pero el funcionamiento, mejor o peor, de Europa dependen de nosotros mismos, de nuestro deseo europeísta de integración para un mejor desarrollo del conjunto.
En un mundo cortoplacista, la idea de Europa es un diseño inacabado que aspira a funcionar en el presente dirigiéndose hacia un futuro. Por son muchos los obstáculos que encuentra en el camino, unos internos y otros externos. La aspiración europea de contar en el mundo tiene la contrapartida de los intentos de reducción de su papel por parte de las superpotencias que la desean más sumisa y dependiente, como hemos tenido ocasión de ver durante el mandato de Trump con toda claridad. Aquí hemos recordado en muchas ocasiones su expresión "¡Llamadme Mr. Brexit!", que definía a la perfección el papel que deseaba jugar y que Biden repite con su alianza anglosajona con Reino Unido, Australia, Canadá y algún que otro resto del ex imperio británico.
Igualmente,
como apreciamos actualmente, la renacida Rusia de Putin tiene aspiraciones
frente a Europa, porque la ve —como apreciamos en el caso ucraniano actual—
como el refugio de los países díscolos y que considera como peligrosos para su
seguridad, en la medida en que dependen más de la Unión que de ella.
Pero,
como hemos insistido, son los peligros internos los más dañinos. Estos peligros
surgen de la propia esencia democrática que lleva a que dentro de la Unión se
exija unos niveles democráticos. El problema de la Democracia es siempre el
ascenso de los grupos antidemocráticos aprovechando sus vías. Es un viejo
problema que solo se resuelve dejando en evidencia estos procedimientos que
consisten en la reducción de los niveles democráticos internos para asegurarse
el control del poder.
Por eso
lo que se le recrimina a estos dos países, Polonia y Hungría, es que sus
movimientos intervienen en la libertad y seguridad jurídica, los ataques a la
libertad de información y prensa y la estigmatización de las personas. Todo
ello se considera de enorme gravedad y, especialmente, un elemento de rebaja de
la calidad democrática en una parte de los ciudadanos de la Unión respecto al
resto.
Europa
es un espacio, pero la Unión Europea es un deseo de los habitantes de ese
espacio. Ese deseo se refiere a una forma de vida y de percibir el mundo, que
incluye los deseos de igualdad, de reducción de las diferencias, de una forma y
calidad de vida asegurada para sus miembros. Una cosa es estar en Europa y otra
el ser de Europa. Lo primero es geográfico e histórico; lo segundo es un deseo
y un compromiso conjunto de todos los que están ahí.
La
Unión está condenada por su propia configuración a los intentos de ruptura.
Pero estos son preferibles a intentar sostener en su interior tensiones que
amenazan su propio proyecto histórico, que es el de una Europa próspera y en
paz, un espacio de derechos comunes y deseo de convivencia y armonía interior y
exterior.
Europa
fue el centro de exportación de conflictos por todo el mundo en la primera
mitad del siglo XX. Lo fue anteriormente del colonialismo que le hizo
repartirse continentes. Hoy el mundo es otro y el papel de Europa no puede ser
el mismo ni en conflictos ni en relaciones. Las diferencias de poder de cada
país que la integran deben ser sometidas a los intereses del conjunto, algo que
no siempre se logra porque no es sencillo.
Lo
ocurrido con Polonia y Hungría va más allá de las sanciones. Eso se ve
claramente en esa alianza de los partidos populistas de ultraderecha que no
esconden su antieuropeísmo y se traduce en exigencias, como ha sido el caso, de
actuaciones sobre las legislaciones contra la violencia de género y lo que
llaman "ideología feminista". Que las fotos los muestren juntos nos
da idea de cómo nada es gratuito y que hay que ver cómo está todo conectado.
Los mismos que están en Castilla y León son los que hacen lo mismo en Polonia y
Hungría a los que, según sus propias declaraciones, apoyan firmemente.
La
libertad de prensa, la independencia judicial y los derechos de las personas no
son una tontería. Son aspectos esenciales de la vida democrática y su ataque
revela un sentimiento autoritario y reductivo a corto y medio plazo de las
libertades. Que existan dentro de Europa tendencias firmes en contra de esos
tres pilares nos avisan de la importancia de no bajar la guardia y, sobre todo,
de hacer una Europa sólida y que funcione para todos, que tenga claro cuáles
son los pilares sobre los que se construye la libertad y el progreso, los
derechos comunes y la paz.
Los que se manifiestan en contra de estos se reparten por toda la Unión en busca de parcelas de poder crecientes desde las que desestabilizar el modelo europeo que tenemos. La alternativa es bastante difusa en unos sentidos, pero terriblemente clara en otros. Lo que votas en un pueblecito de Castilla y León, como el efecto mariposa, acaba sacudiendo las instituciones europeas.
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