Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Conforme
la tecnología avanza y permite hacer cosas que antes eran dominio exclusivo de
los humanos, los problemas se presentan y nos obligan a repensar y reorganizar
los conceptos para poder integrarlos dentro del sistema general. Es el caso que
nos presenta El País con el titular "Cuando el robot pinta como
Rembrandt", firmado por Patricia Esteban en la edición de hoy.
Tras
citarnos algunos casos sonados sobre la autoría artística realizada por
máquinas, la autora nos introduce inmediatamente en el problema:
Hasta ahora, la actividad creativa de las
máquinas no había suscitado problemas porque se empleaba para apoyar el trabajo
de un humano. Sin embargo, en la medida en que han aprendido a desarrollar por
sí mismas obras tan complejas como las artísticas, se plantean un sinfín de
interrogantes legales. ¿Quién es el autor: el robot o el humano que lo
controla?, ¿debe ser protegido el cuadro o el texto?, ¿qué hacer si alguien lo
imita?*
Nadie
se ha planteado, en efecto, el papel del martillo en las esculturas de Miguel
Ángel, la tinta en los grabados de Durero o las pinturas usadas en un cuadro de
Velázquez o de Renoir. Herramientas y materiales eran usados por el ser humano
y desaparecían dejando un hueco entre el lienzo y el artista. Una vez terminada
la obra, esta queda vinculada a los creadores y todo lo demás desaparece.
Pero lo
que se plantea ahora es muy diferente gracias a unas tecnologías que no se
conectan con la inteligencia para crear, como ocurre con los artistas, sino que
crea por ella misma. Todo el proceso es desarrollado por máquinas. O casi.
Alguien las ha diseñado para hacer lo que hace.
En el
artículo se muestra el debate sobre quién debe ser el beneficiario de lo que
las máquinas hagan. Hay distintas opiniones que van desde un extremo en el que
la máquina podría desarrollar algún tipo de derechos hasta los partidarios de
los desarrolladores del software.
En el
artículo se señalan algunos problemas:
Reconocer la autoría de la máquina, en todo
caso, abriría un amplio abanico de problemas prácticos de difícil solución. ¿De
quién sería el beneficio económico?, ¿quién podrá denunciar su plagio?, ¿es
posible vender la obra sin la autorización del software? Para Ramos, un robot
puede generar derechos, “pero siempre a favor de quien lo ha programado”. Algo
similar a lo que sucedió con el famoso caso del selfi tomado por un mono, que
originó una disputa legal sobre si el simio debía beneficiarse de su autoría,
explica. En ese caso los jueces fallaron a favor del fotógrafo porque era él
quien había generado la confianza en el animal para que se sacara la
instantánea.
Más allá de quién deba ser el titular de los
derechos sobre las obras desarrolladas por inteligencia artificial, en lo que
coinciden todos los consultados es en la necesidad de protegerlas para no
desincentivar la inversión en estas tecnologías. Y, de momento, en este aspecto
sí existe solución en el ordenamiento jurídico. Para Ignacio Valdelomar,
director de la asesoría jurídica de Isern Patentes y Marcas, “no hay duda de
que las creaciones son objeto de protección” y que pertenecen al propietario o
diseñador del software, un programa informático que sí puede ser patentado.
Será él, por tanto, quien tenga la capacidad de explotarlo y perciba los
beneficios económicos que genere aquello que produce.*
Tan
metidos están en saber quién cobra que se les olvida considerar otros problemas
importantes. Ya se ha planteado el no "desincentivar" a los
investigadores: si no hay beneficio, no hay investigación. Lo que no deja de ser
triste, aunque sea realista.
Hay
varios aspectos considerables. El primero de ellos nos lo da el título del
artículo: "Cuando el robot pinta como Rembrandt". ¿Qué pasa con Rembrandt? Estamos debatiendo sobre
autoría y ¿nadie se preocupa por él? Bien podría argumentarse que Rembrandt
tiene derechos, por más que lleve tiempo en su tumba. Si es posible copiar el
estilo Rembrandt y producir como él, pronto surgirán iniciativas para proteger
los estilos y hacer pagar por las copias que las máquinas hagan. Al fin y al
cabo, los desarrolladores del software no son el final de la cadena, como
predican algunos. La normativa reguladora de derechos no contaba con la
posibilidad de la copia mecánica, pero en el momento en que esta es posible se
redefinirá el concepto de copia al de imitación, que incluirá el estilo.
Otro
aspecto es la unicidad del arte, especialmente en la pintura (también se habla
de los textos en el artículo). Lo valioso de una obra, en términos de mercado,
es su rareza, es decir, que es única. Los que esperan "incentivos"
por el beneficio del desarrollo del software tendrán que tener en cuenta que el
mercado del arte se mueve por la escasez de objetos artísticos. No creo que los
museos o los coleccionistas estén por grandes compras de este tipo de obras.
Mientras sea una rareza, puede. Pero en el momento en el que se haya
consolidado, no dejará de ser una posibilidad digital más, un divertimento.
El
mercado del arte es muy sofisticado y busca más estabilidad con precios al
alza, que la inundación de productos digitales firmados por máquinas
inteligentes. El moverse como imitación de algo ya existente tiene gran interés
como capacidad de aprendizaje de la máquina, la mejora de su inteligencia
artificial, pero no creo que sea el hecho de la obra en sí. Si así ocurriera,
sería el propio Rembrandt quien se resintiera de la copia de su estilo para
hacer nuevas obras.
Desde
el punto de vista de la historia del Arte no hay valor en imitar a Rembrandt, a
Picasso o a Velázquez. Son ya historia. Su valor proviene de su posición en el
flujo del arte, además de su calidad. Un arte que retrocede en el tiempo,
imitando, es un sinsentido. Por ello, la única salida es más complicada: la
originalidad. ¿Pueden crear obras originales las máquinas?
Un
estilo puede ser copiado, en efecto. Siempre se ha hecho, como sabemos por los
falsificadores de obras de arte. Ese sería el estatus actual de alguien que
copiara el estilo para intentar colar un Rembrandt inesperado. Pero si lo hace
una máquina se trata de una curiosidad científica y tecnológica.
Si la
máquina hiciera algo original, propio, sería fantástico. Otra máquina podría
copiar su estilo, al igual que otra lo hace con Rembrandt. No tiene sentido
proteger la obra que es a su vez una imitación del estilo de otra. Legalmente
dependería de cómo lo percibiéramos. Pero el planteamiento de proteger una obra
que copia a una desprotegida me parece poco justo. La obra de arte, en
realidad, es el propio software, que es el arte innovador y propio. Lo que se
produzca con él, mientras copie o imite, es otra cuestión.
Aplicar
la investigación en Inteligencia Artificial a este tipo de causas, me parece
interesante desde el punto de vista de la Tecnología, pero los resultados, por
muy hermosos que sean se deben considerar en otro orden.
La
creación artística es humana. Eso que se copia y se llama "estilo" es
el resultado de la vida de las personas, de su aprendizaje técnico-artístico,
pero también vital. El arte no es mecánico, tiene algo más que es lo que la persona
pone en las obras. Podremos leer estupendas novelas escritas por robots,
enterarnos de lo que ocurre en el mundo gracias a las noticias que las máquinas
no cuenten decorar nuestras casas con nuevos "tecno-rembrandts",
hacernos retratos pintados por un tecno-Velázquez con los que asombrar a los
visitantes. Serán "bonitos", pero no serán "arte", por lo
mismo que no lo eran aquellos famosos lienzos pintados por un chimpancé. Las
cuestiones legales son una cosa, las económicas otra..., pero el arte también
tiene sus razones y sus valores que, hoy por hoy, las máquinas no tienen.
Nos
maravillamos de lo que hacen la máquinas que nosotros hacemos. Ya las
máquinas empiezan a aprender por sí mismas porque las diseñamos para eso. La
obra de arte es en realidad la máquina que hacemos, no el resultado pictórico o
de cualquier otro tipo que produzca. Ella es hija de su tiempo y revela
nuestros deseos y valores. El arte es otra cosa, por muy bellos que sean los resultados.
*
Patricia Esteban "Cuando el robot pinta como Rembrandt" El País
3/02/2020 https://elpais.com/economia/2020/01/31/actualidad/1580472914_468275.html
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