Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En la
presente crisis provocada por la presencia del COVID-19 tenemos un caso
perfecto de complejidad. No hay nivel que no se vea afectado, la economía, la
política, la saludo, las relaciones humanas, el transporte, la ciencia, lo
individual y lo colectivo, las diferencias de mentalidad, la gastronomía
nacional, el comercio, los medios, el sistema educativo, los eventos
deportivos, la concentraciones... Eso plantea el problema de la perspectiva más
rica, es decir, la que nos provee de más información para tomar decisiones que
no podrán ser nunca ignorancia del resto ni unilateral. Desgraciadamente
nuestra visión está principalmente escorada hacia la economía, que es la que
disputa los titulares en nuestros medios.
Nos
hemos acostumbrado a reducir todo a costes y a tener en cuenta lo que es
evaluable. No es una novedad: la influencia de una gripe se mide en número de horas
laborales perdidas o en costes al servicio de Salud y a la Hacienda pública.
El COVID-19
es un hecho de la naturaleza, mientras que la "enfermedad" es un
hecho de la cultura, sujeta a vicisitudes, enfoques, conocimiento, experiencia,
etc. Para el coronavirus no existe todo aquello que nosotros vemos. Para
"él" solo existen oportunidades y dificultades para su expansión,
como para cualquier otro ser vivo. Nosotros, los sociales humanos, somos un medio muy favorable para
"ellos". Les creamos condiciones muy positivas para que continúen su
destino que es la reproducción y extensión. Nada más. El problema es cómo
crearles un medio desfavorable,
entendido esto de forma física y biológica.
Nuestro
mayor enemigo somos nosotros mismos, nuestra capacidad —mayor o menor— de ser conscientes,
primero, y disciplinados después en las medidas personales y colectivas que
podamos tomar.
Después
están las reacciones humanas, las sociales, las que nos hacen actuar de una
forma u otra, darle un sentido. La historia de las enfermedades es una mezcla
de hechos naturales y culturales, desde los estigmas sociales a los enfoques
puramente técnicos. El caso del otro día en Valencia, con la persona encargada
del tema epidemiológico diciendo que ellos eran sanitarios y no tenían porque
saber que había un partido de un equipo valenciano en el norte de Italia, es
una reacción que ignora la dimensión social. Todo puede contribuir dentro de un
enfoque epidemiológico, ya que son los motivos humanos los que nos acercan unos
a otros. Por ello la vigilancia primera es la social, la advertencia, la
responsabilidad informativa, evitar las psicosis.
Estos
días estamos dando otro mal paso informativo, que es la personalización de la enfermedad. Esto plantea o debería plantear
ciertas reservas a los informadores, ciertas orientaciones y límites que vemos
son ignorados.
El
artículo sobre el estudiante italiano de Segovia, en el diario El Mundo, me parece
que entra en un peligroso juego de la identificación excesiva de las personas
contagiadas, que tienen derecho a privacidad. No me parece prudente ni sensato
jugar a convertirlos en protagonistas más allá de los datos numéricos o
estadísticos. Pasar ese límite, insisto, es peligroso.
El
título del artículo es el siguiente: "Eduardo, el italiano que llevó el
coronavirus a Segovia: "Se siente un poco culpable"" y lleva al
extremo de lo sensato la información ya que no solo lo identifica, sino que nos
dice dónde vive, quiénes le rodean, las medidas tomadas (más bien la falta de
las mismas), los lugares donde van a tomarse cañas, etc. La identificación del
estudiante es absoluta, incluyendo una fotografía de la entrada de su
residencia por si hubiera alguna duda.
El miedo tiene nombre estos días en Segovia.
Se llama Eduardo, ha podido saber EL MUNDO -sin que se haya llegado al
apellido-. Es un chico italiano, «simpático, muy normal», que se trajo el
coronavirus de Milán el domingo pasado y que, responsable, en cuanto le asaltó
la fiebre el martes a última hora, levantó el dedo y se fue al médico de
cabecera, que le derivó rápidamente al Hospital General, donde el chaval fue
puesto instantáneamente en aislamiento.*
¿Por
qué no habría de ser "simpático" ni "muy normal"? ¿"Se
trajo" el coronavirus de Milán el domingo? ¿Es forma de expresar un
contagio?
Se dan
igualmente nombre y nacionalidad de sus compañeros de residencia. El
articulista parece ignorante de lo que puede causar su irresponsabilidad en el
caso de que alguien se tome en demasiado en serio los efectos y pueda responsabilizarle
de los males que puedan ocurrir. Si Eduardo se siente él mismo "culpable",
es más fácil que los demás lo vean como quien ha traído el desastre conforme se
vaya aumentando la psicosis de algunos. Es ponerle cara al COVID-19 y eso es
peligroso. No es el primer caso de este tipo que se produce y de reacciones
sociales incontroladas contra las personas a las que se hace responsables.
El
artículo, además, incide en la falta de responsabilidad de la propia
residencia, con lo que se deja claro que las medidas no van más allá de que las
personas que están en ella se tomen la temperatura ellas mismas dos veces al
día. Se nos dice igualmente que asisten con "normalidad" a clase.
La
manera de informar es bastante alarmista con un cierto tono de juego, realmente
penoso para una información sobre estas cuestiones de enorme importancia social
y en las que uno se debería permitir ni alegrías ni juegos. En el texto se
señala:
La gerencia transmite un mensaje de «absoluta
normalidad» -todo el mundo dice estar muy "tranquilo", lo que sugiere
lo contrario- y ninguno de los trabajadores lleva siquiera mascarilla, al igual
que una mayoría de estudiantes, todos los cuales tienen libertad absoluta de
movimientos, y muchos fueron ayer viernes a clase. Pero luego está el miedo: Giulia
nos asegura que al compañero de habitación de Eduardo se le ha conminado a no
salir ni al pasillo, y de hecho los 150 moradores de la residencia son
considerados por la Consejería de Salud de Castilla y León «bajo estricta
vigilancia epidemiológica».
Ellos, y también las «aproximadamente 100
personas» que tuvieron contacto con Eduardo ese lunes entre el domingo de su
regreso de Italia y el martes de la fiebre. Todos deben tomarse la fiebre dos
veces al día, y enviar un mail diario a las autoridades sanitarias, que
monitorizan minuciosamente su evolución.
Al menos, el jefe territorial de Sanidad de
Segovia, César Montarelo, sí aclaró ayer un rumor que corría como la pólvora
por la ciudad desde que se hizo público el positivo: no, Eduardo no estuvo el martes
en la Plaza Mayor en la Fiesta de Carnaval, y por tanto no pudo contagiar a las
masas -cosa difícil por otro lado, pero ya se sabe que el miedo es libre-.*
Es
difícil, especialmente en el último párrafo, escapar de la más escandalosa
frivolidad. Hay muchas formas de redactar, pero esta es especialmente
irresponsable. Cada afirmación va seguida por el sembrado de la duda al
respecto. Desde la tranquilidad de la residencia a las dudas sobre la Fiesta del Carnaval, todo
parece un ejercicio de gracia. En las entradas que dividen el texto, se puede leer ""Tranquilidad" en la cafetería preferida del contagiado". Otra gracia.
Creo
que las Facultades como la mía deberían empezar a tomarse en serio estas formas
de informar producidas por tomárselo todo en broma. Aunque su intención fuera
la de denunciar la situación (cosa que dudo), el tono elegido debería ser otro
muy diferente.
Señalar
a los enfermos más allá de sus datos básicos (edad y nacionalidad, si es
necesario para saber la procedencia) es irresponsable y es, sobre todo, un
violación de sus derechos. El de El Mundo no es el único caso en que se dan nombre, edad y lugar, aunque sí el que lo ha hecho con más detalle y recreación.
Esperemos que no tenga consecuencias ni para "Eduardo" ni para ninguno de los señalados.
*
"Eduardo, el italiano que llevó el coronavirus a Segovia: "Se siente
un poco culpable"" El Mundo 29/02/2020
https://www.elmundo.es/papel/historias/2020/02/29/5e59649e21efa09a648b467f.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.