sábado, 29 de febrero de 2020

Está feo señalar

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En la presente crisis provocada por la presencia del COVID-19 tenemos un caso perfecto de complejidad. No hay nivel que no se vea afectado, la economía, la política, la saludo, las relaciones humanas, el transporte, la ciencia, lo individual y lo colectivo, las diferencias de mentalidad, la gastronomía nacional, el comercio, los medios, el sistema educativo, los eventos deportivos, la concentraciones... Eso plantea el problema de la perspectiva más rica, es decir, la que nos provee de más información para tomar decisiones que no podrán ser nunca ignorancia del resto ni unilateral. Desgraciadamente nuestra visión está principalmente escorada hacia la economía, que es la que disputa los titulares en nuestros medios.
Nos hemos acostumbrado a reducir todo a costes y a tener en cuenta lo que es evaluable. No es una novedad: la influencia de una gripe se mide en número de horas laborales perdidas o en costes al servicio de Salud y a la Hacienda pública.
El COVID-19 es un hecho de la naturaleza, mientras que la "enfermedad" es un hecho de la cultura, sujeta a vicisitudes, enfoques, conocimiento, experiencia, etc. Para el coronavirus no existe todo aquello que nosotros vemos. Para "él" solo existen oportunidades y dificultades para su expansión, como para cualquier otro ser vivo. Nosotros, los sociales humanos, somos un medio muy favorable para "ellos". Les creamos condiciones muy positivas para que continúen su destino que es la reproducción y extensión. Nada más. El problema es cómo crearles un medio desfavorable, entendido esto de forma física y biológica.


Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos, nuestra capacidad —mayor o menor— de ser conscientes, primero, y disciplinados después en las medidas personales y colectivas que podamos tomar.
Después están las reacciones humanas, las sociales, las que nos hacen actuar de una forma u otra, darle un sentido. La historia de las enfermedades es una mezcla de hechos naturales y culturales, desde los estigmas sociales a los enfoques puramente técnicos. El caso del otro día en Valencia, con la persona encargada del tema epidemiológico diciendo que ellos eran sanitarios y no tenían porque saber que había un partido de un equipo valenciano en el norte de Italia, es una reacción que ignora la dimensión social. Todo puede contribuir dentro de un enfoque epidemiológico, ya que son los motivos humanos los que nos acercan unos a otros. Por ello la vigilancia primera es la social, la advertencia, la responsabilidad informativa, evitar las psicosis.
Estos días estamos dando otro mal paso informativo, que es la personalización de la enfermedad. Esto plantea o debería plantear ciertas reservas a los informadores, ciertas orientaciones y límites que vemos son ignorados.
El artículo sobre el estudiante italiano de Segovia, en el diario El Mundo, me parece que entra en un peligroso juego de la identificación excesiva de las personas contagiadas, que tienen derecho a privacidad. No me parece prudente ni sensato jugar a convertirlos en protagonistas más allá de los datos numéricos o estadísticos. Pasar ese límite, insisto, es peligroso.
El título del artículo es el siguiente: "Eduardo, el italiano que llevó el coronavirus a Segovia: "Se siente un poco culpable"" y lleva al extremo de lo sensato la información ya que no solo lo identifica, sino que nos dice dónde vive, quiénes le rodean, las medidas tomadas (más bien la falta de las mismas), los lugares donde van a tomarse cañas, etc. La identificación del estudiante es absoluta, incluyendo una fotografía de la entrada de su residencia por si hubiera alguna duda.

El miedo tiene nombre estos días en Segovia. Se llama Eduardo, ha podido saber EL MUNDO -sin que se haya llegado al apellido-. Es un chico italiano, «simpático, muy normal», que se trajo el coronavirus de Milán el domingo pasado y que, responsable, en cuanto le asaltó la fiebre el martes a última hora, levantó el dedo y se fue al médico de cabecera, que le derivó rápidamente al Hospital General, donde el chaval fue puesto instantáneamente en aislamiento.*



¿Por qué no habría de ser "simpático" ni "muy normal"? ¿"Se trajo" el coronavirus de Milán el domingo? ¿Es forma de expresar un contagio?
Se dan igualmente nombre y nacionalidad de sus compañeros de residencia. El articulista parece ignorante de lo que puede causar su irresponsabilidad en el caso de que alguien se tome en demasiado en serio los efectos y pueda responsabilizarle de los males que puedan ocurrir. Si Eduardo se siente él mismo "culpable", es más fácil que los demás lo vean como quien ha traído el desastre conforme se vaya aumentando la psicosis de algunos. Es ponerle cara al COVID-19 y eso es peligroso. No es el primer caso de este tipo que se produce y de reacciones sociales incontroladas contra las personas a las que se hace responsables.
El artículo, además, incide en la falta de responsabilidad de la propia residencia, con lo que se deja claro que las medidas no van más allá de que las personas que están en ella se tomen la temperatura ellas mismas dos veces al día. Se nos dice igualmente que asisten con "normalidad" a clase.


La manera de informar es bastante alarmista con un cierto tono de juego, realmente penoso para una información sobre estas cuestiones de enorme importancia social y en las que uno se debería permitir ni alegrías ni juegos. En el texto se señala:

La gerencia transmite un mensaje de «absoluta normalidad» -todo el mundo dice estar muy "tranquilo", lo que sugiere lo contrario- y ninguno de los trabajadores lleva siquiera mascarilla, al igual que una mayoría de estudiantes, todos los cuales tienen libertad absoluta de movimientos, y muchos fueron ayer viernes a clase. Pero luego está el miedo: Giulia nos asegura que al compañero de habitación de Eduardo se le ha conminado a no salir ni al pasillo, y de hecho los 150 moradores de la residencia son considerados por la Consejería de Salud de Castilla y León «bajo estricta vigilancia epidemiológica».
Ellos, y también las «aproximadamente 100 personas» que tuvieron contacto con Eduardo ese lunes entre el domingo de su regreso de Italia y el martes de la fiebre. Todos deben tomarse la fiebre dos veces al día, y enviar un mail diario a las autoridades sanitarias, que monitorizan minuciosamente su evolución.
Al menos, el jefe territorial de Sanidad de Segovia, César Montarelo, sí aclaró ayer un rumor que corría como la pólvora por la ciudad desde que se hizo público el positivo: no, Eduardo no estuvo el martes en la Plaza Mayor en la Fiesta de Carnaval, y por tanto no pudo contagiar a las masas -cosa difícil por otro lado, pero ya se sabe que el miedo es libre-.*

Es difícil, especialmente en el último párrafo, escapar de la más escandalosa frivolidad. Hay muchas formas de redactar, pero esta es especialmente irresponsable. Cada afirmación va seguida por el sembrado de la duda al respecto. Desde la tranquilidad de la residencia a  las dudas sobre la Fiesta del Carnaval, todo parece un ejercicio de gracia. En las entradas que dividen el texto,  se puede leer ""Tranquilidad" en la cafetería preferida del contagiado". Otra gracia.
Creo que las Facultades como la mía deberían empezar a tomarse en serio estas formas de informar producidas por tomárselo todo en broma. Aunque su intención fuera la de denunciar la situación (cosa que dudo), el tono elegido debería ser otro muy diferente.
Señalar a los enfermos más allá de sus datos básicos (edad y nacionalidad, si es necesario para saber la procedencia) es irresponsable y es, sobre todo, un violación de sus derechos. El de El Mundo no es el único caso en que se dan nombre, edad y lugar, aunque sí el que lo ha hecho con más detalle y recreación.
Esperemos que no tenga consecuencias ni para "Eduardo" ni para ninguno de los señalados. 



* "Eduardo, el italiano que llevó el coronavirus a Segovia: "Se siente un poco culpable"" El Mundo 29/02/2020 https://www.elmundo.es/papel/historias/2020/02/29/5e59649e21efa09a648b467f.html

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