Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El día
14, Ana Carbajosa recogía en el diario El País el resumen de algunas de las
cuestiones planteadas en una reunión con mandatarios europeos, celebrada en
Alemania. Titulaba con acierto su artículo "Occidente en el diván",
tratando de recoger el estado calamitoso de las reflexiones sobre nosotros
mismos, sobre nuestra situación actual y perspectivas de futuro.
El
concepto "Occidente" pasa a ser bastante problemático, sobre todo
porque está teniendo un carácter no de identidad, sino de diferencia. Es más
fácil distinguirse de los otros que definirse uno mismo. Pero si la identidad se
nos escapa y solo quedan diferencias, la situación puede volverse peligrosa.
La idea
de Occidente se ha convertido en simplemente un término si no se le da un
contenido que exprese lo que representa más allá de lo geográfico, que también se
presenta problemático.
Así se
inicia el artículo de Ana Carbajosa:
Un mundo más peligroso, con un Occidente
ensimismado en su propia crisis de identidad y desgarrado por las tensiones
internas y las amenazas externas. “El mundo se ha vuelto menos occidental”. Las
palabras elegidas por el embajador Wolfgang Ischinger para inaugurar la
Conferencia de Seguridad de Múnich marcaron el tono de un ejercicio de
introspección política colectiva poco esperanzador. Decenas de mandatarios de
todo el mundo se dieron cita en la capital bávara en busca de respuestas al
retraimiento occidental y a la cesión en el escenario global a otros actores.
El tono de la conferencia ha sido este año irremediablemente sombrío.
“El futuro de Oriente Próximo ya no se decide
en Ginebra o en Nueva York. Se decide en Sochi o en Astana”, constató el ministro
de Exteriores alemán, Heiko Maas. Apenas un síntoma, un ejemplo de los males
que se enumeraron una y otra vez el viernes en Múnich: el repliegue
nacionalista, el unilateralismo, las libertades cercenadas y la democracia
amenazada. Son procesos, dijeron los participantes, que avanzan fuera y dentro
de una Europa crecientemente dividida.*
Ya en
estos dos primeros párrafos percibimos una sensación de pérdida, de retroceso y
de rivalidad. La idea de "cesión a otros actores" implica un cierto
sentido propietario del destino del mundo, que debe estar regido por "occidente", lo que no deja de ser una
percepción peculiar. Que el destino de Oriente Medio, como se explica por el
ministro alemán, no se decida en Ginebra
o Nueva York, implica también una
identificación "occidental" de los grandes foros internacionales. A
nadie se le pasará por alto que la mayor amenaza para la idea de
"occidente" proviene precisamente de la negación norteamericana del
peso de las instituciones internacionales.
La idea
de "Occidente" debe ser revisada para que no se perciba como una simple
distancia, sino con un contenido
sólido y reflexivo, abierto y centrado en unos criterios que podemos asumir
desde la propia ciudadanía.
Sin
embargo hoy, bajo la etiqueta occidental,
tenemos una enorme diferencia de planteamientos que convierte el término en
confuso y, desde el exterior, en negativo. La gran referencia, que serían los
Derechos Humanos, retrocede en muchas de nuestras sociedades en favor de
modelos que se ajustan las políticas propias. Los intereses económicos se
anteponen a los valores.
Necesitas
una reflexión sobre lo que somos y lo que queremos ser y representar. El
problema no está en los otros, sino en nosotros. Nuestro propio sentido de la
libertad nos hace vivir situaciones internas de debate, de conflicto.
El concepto
de "tolerancia", sobre el que llevamos varios siglos de debate; la
idea de "ilustración", tal como fue formulada por Kant en defensa de
la autonomía de la persona, de su derecho a construirse ella misma dejando de
ser infantilizada por mitos, que sería refrendada por Bertrand Russell, entre
otros muchos, al hablar del proceso emancipador, otra palabra importante en
nuestro repertorio "occidental".
El "problema
occidental" es de Occidente. Una nueva masacre en Alemania esta misma
noche es otro aviso sobre algo que ya se temían, el ascenso de la violencia y
la xenofobia, del racismo. Se están creando los caldos de cultivo de males que
ya conocemos. Se usan los miedos, pero no se encuentran soluciones a los problemas
que plantean.
Hemos
perdido las referencias comunes que llegamos a tener. La desaparición de los
intelectuales —novelistas, filósofos, artistas...—, reducidos a fenómenos
comerciales en sociedades de éxito, con las universidades produciendo meros
tecnócratas, y contemplando las reacciones de los mercados a cualquier suceso,
etc. hacen que el panorama no sea muy halagüeño.
Las
palabras solo tienen sentido si significan algo. Y no sabemos muy bien lo que
queremos decir con el tópico de "occidente". Eso ha hecho que se
pierda influencia positiva y que, en cambio, haya pasado a ser una referencia
negativa. Cuando en los países árabes se quiere frenar las ideas de
emancipación de las mujeres, se las acusa de "occidentales". Se ha
convertido en un término tan negativo que basta mencionarlo para desprestigiar
o descalificar a una persona, grupo o actividad. Lo mismo ha ocurrido con los
activistas, acusados de estar al servicio de "occidente".
Las
diferencias que se agrandan entre los Estados Unidos y Europa, las diferencias
crecientes norte-sur en América, las rupturas y disidencias europeas (como el
Brexit, por ejemplo), etc. hacen que sea complicado hablar de un
"occidente" político, pero sí puede pervivir la idea de un
"occidente" como una referencia intelectual siempre y cuando se le
den valores reales y humanitarios. Muchas de las acciones que realizamos nos hacen dudar sobre su mantenimiento.
No
podemos forjar una identidad a la contra porque entonces dejaremos de ser lo
que decimos ser. Un occidente de diferencias, marcado por los ejemplos
negativos, no contribuirá ni a definirnos ni a hacer un mundo mejor. Ver los problemas de los demás no hace desaparecer los nuestros. No basta con afirmar, sino que hay que practicar.
En el
penúltimo párrafo, se recoge:
En Múnich hubo autocrítica, declaraciones de
intenciones y promesas, pero por momentos la cita sonaba a una cámara de eco.
Los participantes hablaban de tender puentes a los que piensan diferente, de un
Occidente más diverso, de la necesidad de un diálogo profundo con los otros. El
problema es que esas otras voces apenas se escucharon el viernes en Múnich,
donde el mensaje monocorde corría el riesgo de ejercer de profecía
autocumplida.
No deja
de ser cierto. Quizá sea ese el problema, que nos hemos encerrado y hemos
perdido las referencias. Hay que encontrar de nuevo el sendero antes de que los diferentes males sigan avanzando. Ningún orden es eterno, nos enseña la historia. Sobreviven las ideas más que los imperios. Especialmente en un mundo que se ha hecho pequeño en el que estamos condenados a entendernos para enfrentarnos a los grandes retos que tenemos por delante.
* Ana
Carbajosa "Occidente en el diván" El País 13/02/2020
https://elpais.com/internacional/2020/02/14/actualidad/1581707209_406134.html
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