Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Magnífico
el artículo firmado por Pilar Bonet en el diario El País con el titular "Putin
intenta reavivar su conexión mística con los rusos". A diferencia del
periodismo de superficie y trivialidad en el que naufragamos cada día para
intentar comprender los acontecimientos, Bonet se decide por ir a las raíces, a
la estructura subyacente del putinismo para tratar de hacernos comprender su
esencia discursiva, es decir, la narrativa sobre la que se asienta y que sirve
para dar sentido a las acciones, interna y externamente.
Los
condicionantes del Periodismo en estos tiempos son muchos: la precariedad, la
falta de conocimiento, la pérdida del sentido sistémico de los acontecimientos y,
especialmente, la incapacidad de leer, de comprender y, por ello, de explicar.
Somos bombardeados por noticias, perdigones que se abren y se dispersan hasta
parecer no haber salido del mismo cartucho de la Historia. Sin embargo, ese
regreso a las causas primeras es una empresa necesaria en un mundo complejo.
Entiendo que el Big Data nos enseña la funcionalidad de los resultados y no el
interés por las causas. Sin embargo, el Big Data no puede taponar el interés
humano por saber qué ha ocurrido por más que nuestra sociedad se empeñe en
tratar de comprender lo que puede ocurrir. Es una interesante rivalidad entre
el estudio del futuro y del pasado. Pero aquí se deben combinar, pues la
incomprensión de las causas nos lleva a ser incapaces de defendernos de un
futuro que solo es inevitable si consideramos el modelo presente como un
destino.
El
artículo de Pilar Bonet ha ido de forma paralela al discurso de dos horas de Vladimir
Putin y lo ha contratado con los documentos ideológicos que lo justifican,
conectando con una serie de formas propias del pensamiento ruso. Escribe Bonet
Los casi 20 años que Putin lleva al frente de
Rusia (como presidente o primer ministro) no son nada para el “núcleo duro” del
“putinismo”, un conjunto de personajes de confianza que aspiran a permanecer en
el poder por tiempo indefinido y para ello recurren a leyes cada vez más
represivas, restricciones en las redes sociales, intimidaciones, castigos
selectivos así como a componendas y engaños.
En el frente ideológico, Vladislav Surkov,
asesor de Putin y exresponsable de su política interior, ha defendido abiertamente
el régimen autoritario y policial. En un artículo en Nezavísimaia Gazeta,
Surkov se ha distanciado de los prosaicos mecanismos democráticos occidentales
y ha reivindicado un modelo de corte religioso autóctono ruso, donde el origen
del poder no son las urnas sino una profunda conexión especial entre el pueblo
y su líder. A pesar de este místico vínculo, la “función militar y policial del
Estado es la más importante y decisiva”, señala, alegando la necesidad de
“retener los enormes y diversos espacios” de Rusia y la “situación de la lucha
geopolítica”.
“La gran máquina política de Putin apenas ha
echado a andar y se orienta hacia un trabajo largo, difícil e interesante.
Alcanzará su plena capacidad dentro de mucho tiempo, así que por muchos años
Rusia seguirá siendo el país de Putin”, señala Surkov, para el cual el
“putinismo es la ideología del futuro” y con el modelo ruso “tendrán que
reconciliarse más tarde o más temprano todos los que exigen que Rusia cambie de
comportamiento”.
En Occidente acusan a Rusia de inmiscuirse en
elecciones y referendos en todo el planeta, advierte Surkov y puntualiza: “La
realidad es que las cosas son aún más serias. Rusia se inmiscuye en su cerebro
y ellos no saben qué hacer con su propia alteración de la conciencia”. “De
hecho, la sociedad confía solo en el número uno”, añade. “Nuestro nuevo Estado
comienza en la confianza y se sostiene en la confianza y esta es la principal
diferencia del modelo occidental que cultiva la desconfianza y la crítica. Y
esta es su fuerza”, afirma.*
El
discurso de Putin se sostiene sobre la narrativa desarrollada por Surkov, una
especie de Steve Bannon, el asesor en el mismo sentido de Trump, hoy sembrado
por Europa las semillas del mismo mensaje nacional religioso.
Hace
tiempo que llamamos la atención sobre la imagen de Vladimir Putin en los templos de
la iglesia rusa, con su cirio en la mano. No son mero cultivo narcisista de la
imagen, como ocurre con sus torsos desnudos, su chapoteos en lagos helados,
caza de tigres o, la ultima, su entrenamiento con el equipo nacional de judo (por
cierto, con combates más trucados que los de un espagueti western). Eso es cultivo de una virilidad marcial y
señorial, en la mejor tradición del mundo antiguo.
La
imagen de la iglesia es otra cosa y conecta con una tradición eslavófila de
Rusia, de la Santa Rusia, cuyo papel en el mundo es el de estar situada como
una barrera en ocasiones, como mediadora en otras, entre el Occidente "materialista"
y "racional" y el Oriente, al que se le concede la espiritualidad extrema
pero con ausencia del cristianismo.
La
irritación de las autoridades de la Iglesia Ortodoxa Rusa al separarse
públicamente la Iglesia de Ucrania de ella, en acto oficial celebrado por el
Patriarca turco fue un duro golpe para la política de Rusia porque es lo que ha
servido para justificar muchos de los actos y apoyos a sus aliados. Esto es
especialmente claro en el caso de los serbios, cuya política frente a Kosovo se
ha sustentado en la "raza" eslava y la religión ortodoxa, lazos de fe
y sangre.
¿Qué es
entonces el "putinismo"? Bonet lleva desde el titular la palabra
"misticismo", concepto adecuado a la nueva ideología que se está
imponiendo más allá de la Santa Rusia. La mezcla de la religión, "raza"
y política. Una advertencia, uso la palabra "raza" en el sentido de
que, contra toda evidencia científica, existen diferencias específicas entre
los diferentes pueblos. La "raza", pues, es un componente esencial
del "nacionalismo" que se entremezcla con otro elemento que se hace
sustancial, la religión. La contradicción de las religiones que preconizan la
hermandad de los seres humanos es que rápidamente, mediante el factor nacionalista,
convierten a unos en "primos" y a otros en herejes familiares,
alejados de la fe. Como se ha estudiado, son dos factores los que actúan al
unísono: la unidad de unos y el marcado de diferencias frente al resto.
Los
nazis creían en la raza y menos en la religión, que sin embargo usaron buscando
alianzas con los antisemitas, esto iba, de los musulmanes a los cristianos que
mantenían el tradicional odio a los judíos.
Donald
Trump se ha aliado con los más retrógrados grupos cristianos de los Estados
Unidos para conseguir hacer resurgir toda una serie de tópicos abandonados por
la mayoría, pero que perduran en muchos que creen en los estados Unidos como la
"nueva tierra prometida". Es interesante que los mormones consideren
que la Constitución norteamericana es un libro "revelado" y que
llegaría un "caballero blanco" a salvar al país cuando la
constitución estuviera en peligro (puede verse la entrada del blog de 2012
sobre el candidato mormón a la presidencia USA, Mitt Romney aquí http://pisandocharcosaguirre.blogspot.com/2012/09/mentiras-y-revelaciones-o-maratones-y.html).
De la misma forma, el islamista Recep Tayyip Erdogan aseguraba que los primeros
viajeros llegados a América se asombraron al descubrir minaretes de mezquitas
en el horizonte. Poco tienen que hacer la Ciencia o la Historia para convencer
a los que quieren ser reafirmados en sus mitos.
Lo que
Pilar Bonet califica como "putinismo" es el fenómeno local que
podemos apreciar de forma más amplia en Donald Trump, en Rusia con Putin, en
Brasil con Bolsonaro, en Turquía con Erdogan o en Egipto con Abdel Fattah
al-Sisi, o creciente en países con Hungría o Polonia en Europa. Podríamos
incluir otros, pero estos son los más claros.
Todos
ellos tienen un mismo patrón: 1) una personalidad carismática que se presenta
como mesías salvador en tiempos de zozobra; 2) construcción de la personalidad
alrededor de los factores nacionalistas y religiosos; 3) canalización de la
frustración social hacia el exterior en forma de ira ante lo que se presentan
como conspiraciones para destruir al país, la civilización (cristiana,
musulmana, judía); 4) desprecio profundo por la democracia occidental como algo
poco apropiado y parte de un intento de destruir la idiosincrasia propia; 5)
estigmatización de la oposición, a la que se presenta como "atea",
"conspiradora", en connivencia con el enemigo declarado; y 6)
militarismo como afirmación patriótica y forma de defensa ante los atacantes.
Estos
puntos los podemos ver con claridad en muchos de los casos mencionados y en
otros se puede estar en vías. En todos ellos se liga una personalidad autoritaria y carismática que desprestigia los
vicios de la democracia en favor de una falsa imagen de gobernar a golpe de
deseo del pueblo. Cuando al-Sisi afirma que recibió el "mandato" del
pueblo para las matanzas cometidas durante el golpe de Estado, el
"no-coup", cuando convierte la seguridad del país amenazado por
fuerzas exteriores que quieren destruirlo; cuando afirma ser llamado a tomar
las riendas del país durante un sueño en el que es Sadat quien se lo pide,
sigue este modelo; cuando lleva al Ejército al frente y los considera como la
encarnación de la voluntad de Dios, etc., se está cumpliendo ese modelo.
Cuando Donald
Trump afirma que la política es algo
entre el pueblo, Dios y él, desprestigiando a los políticos anterior, que han
dejado a los Estados Unidos en inferioridad por su desidia o, como en el caso
de Obama lanza oscuras insinuaciones sobre su nacionalidad e intenciones ("Osama
Obama" es el juego); cuando pide un muro para salvaguardar de las
invasiones de los "bad hombres", contaminadores de la "América
pura", cuando aumenta el gasto militar y se niega a restringir las armas
ante los peligros; cuando se basa el orgullo nacional, "América
First!" en la amenaza y en la presión económica y militar; cuando denigra
la democracia fundamental atacando sus instituciones, en especial la Prensa;
cuando se crea una nueva fuerza militar para el espacio, etc. el modelo se
repite.
Putin
entra en la misma dinámica, como lo hacen otros dirigentes. Es la exaltación de
nuevo del misticismo de la raza, la religión y la fuerza. Todos son víctimas y
han de hacer sentir a sus pueblos como víctimas de agravios que serán vengados
por la nueva mano de hierro que les gobernara.
Putin
lleva 20 años en el gobierno y dicen que no es bastante. Es el problema de la
elevación a los altares del líder. Si es Dios quien ha querido que esté allí,
¿qué tienen que decir los votos de los hombres sobre ello? En Egipto, se acaban
de aprobar las enmiendas que perpetuarán a Al-Sisi en el poder. Maduro, otro
ejemplo de lo mismo, ya lo hizo y vemos las consecuencias sociales. No es un
buen heredero de su santo patrón, Hugo Chávez. El desastre es evidente.
Hay que
agradecer a Bonet que haya recogido ese
documento ideológico en su lectura del fondo "místico" con el que se
envuelve la figura de Vladimir Putin. Lo malo de estas figuras es que necesitan
aplastantes victorias sobre sus enemigos para mantener la farsa del destino
manifiesto. Lo vemos con claridad en la necesidad obsesiva de Trump de presentarse
ante todo con victorias. La victoria es el sello del destino, si se falla —como
le ocurrió a Nasser en la guerra frente a Israel— los enemigos lo utilizan para
hacer ver que Dios, las sangre del pueblo, el destino, la Historia, etc. no
están de tu lado, que eres un falso profeta.
Sabemos
que todos ellos lo son. Pero la gran pregunta que hay que hacerse es ¿cuántos
mesías puede soportar el planeta sin que lo hagan saltar por los aires? Cuántos
Trump, Putin, Maduro, Bolsonaro, al-Sisi, Víctor Urbán, etc. es posible
soportar en este ciclo parecido al que sembró la II Guerra Mundial: crisis
económica, entrada de nuevos medios de comunicación (que subvierten el poder
moderador de los existentes con anterioridad), incitación permanente al odio y
al sectarismo, militarismo y expansionismo (como en Crimea), etc.
La
pregunta no es trivial. No es fácil de contestar, pero debemos comprender su
pertinencia en el mundo actual y atender al crecimiento constante de la crispación,
el llamamiento constante a la división social, las estigmatizaciones del otro,
el racismo y la xenofobia, la construcción de una identidad fuerte y la
percepción de la diferencia como miedo (el muro).
En cada espacio donde surge, el fenómeno del autoritarismo mesiánico, antidemocrático, restrictivo de derechos, nacionalista, glorificador de las armas, perversamente religioso, antidemocrático, etc. adquiere sus propios tintes. En el caso ruso vemos unos rasgos, en el norteamericano o el brasileño otros. Pero el fondo es común y por ello muy peligroso para todos. Ya se experimentaron sus peligros y este mundo se ha hecho pequeño para egos tan enormes.
* Pilar
Bonet "Putin intenta reavivar su conexión mística con los rusos" El
País 20/02/2019 https://elpais.com/internacional/2019/02/19/actualidad/1550579717_121688.html
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