Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
democracia española comenzó a lo grande, con más de quinientos partidos
inscritos listos para disputarse los escaños parlamentarios. Afortunadamente,
la naturaleza que es más "sabia" que los seres humanos, según el
dicho, realizó un proceso drástico de recorte, dejando bastantes menos. Después
la economía hizo el resto. Los bancos que les prestaban dinero a los que
quedaron para la siguiente ocasión empezaron a reclamar y como solo recibías
dinero por escaño obtenido, las deudas se comieron a las ideologías.
Finalmente
quedaron los que lograron sobrevivir ya fuera por ser fuerzas
"nacionales", lo que les daba para ir tirando, o por tener sus feudos
en autonomías en donde tenían su fieles seguidores, lo que hacía que existiera
eso que no se menciona nunca, el "grupo mixto", constatación
fehaciente de que en España no había bipartidismo, como los que querían entrar
oficialmente en el sistema querían hacer creer. Pero se vive de ilusiones, es
decir, entre ilusos e ilusionistas y cada uno cree como le apetece. Luego llega
la cruda realidad.
Y la
realidad que tenemos ahora es que por un lado tenemos mucho donde escoger por
ambos lados del espectro —la parte bonita y generosa de la competencia—, pero
por otro tenemos una lucha encarnizada por marcar el perfil ante el electorado
—la parte feroz de la competencia—.
A
diferencia de lo que dicen los teóricos del mercado político, este exceso de
oferta conlleva la radicalización. Allí donde el mercado responde con la bajada
de precios que favorece a los consumidores, en el campo político la respuesta
es la demagogia y la radicalización, forma y fondo del fenómeno creciente.
El
diario El País lanza el siguiente titular "PP, Cs y Vox buscan marcar
perfil propio para disputarse el voto de derechas" y explica en su
entradilla "Casado agita un posible pacto de Rivera con el PSOE, mientras
Rivera acusa a los populares de entregarse en el pasado al nacionalismo".
Ya
desde esa sencilla explicación entendemos es marcar diferencias no desde las
ideas sino desde la adivinación del futuro (Casado especulando que hará Rivera)
o desde la reinterpretación del pasado (Rivera acusando a Casado de haberse "entregado"
al nacionalismo).
La
lógica electoral dice que tu enemigo no es el más distante, sino el más próximo
porque existen barreras, líneas rojas, que los votantes no están dispuestos a
cruzar ideológicamente. Ya sea por motivos ideológicos, histórico-personales o
de otra naturaleza, los votantes se mueven en un arco determinado y tienden a
no sobrepasarlo, por lo que los más próximos son los que compiten por los
mismos votantes.
Eso
lleva a la paradoja que los que más se atacan para conseguir los votos serán
los que estén obligados a sumar sus escaños para realizar los pactos de
gobierno a lo que estas elecciones nos llevarán de forma previsible. Primero, a
muerte; después pelillos a la mar.
Por la
izquierda ocurre lo mismo. La aparición de Podemos entre el PSOE e Izquierda
Unida ha tenido momentos similares. La formación, hoy en plena crisis, de Pablo
Iglesias entró a codazo limpio reclamando acabar también con el falso bipartidismo,
que es la cantinela a la que todos se apuntan.
Los
efectos de todo esto es el espectáculo que percibimos que oscila entre el
gallinero y el foso de los leones, según toque el día. La política española se
ha empobrecido en ideas mientras que han aumentado el ruido, por un lado, y el
narcisismo político. Esto ha supuesto una pérdida de la finalidad real de la
política, el mejor gobierno para todos, y lo ha llevado a una lucha descarnada por
el poder.
Se
sigue sin resolver el problema que nos ha llevado hasta aquí, precisamente
creado no por la sociedad española, sino por los propios partidos: la
corrupción política. Lo que ha estado alimentando la lucha política han sido
las constantes acusaciones de unos contra otros, más que problemas políticos.
En eso se ha centrado el discurso y eso es lo que le costó el gobierno al
Partido Popular. La caída de Pedro Sánchez es, por su parte, el efecto de esa
caída previa —hace unos cuantos meses advertíamos "quien a hierro mata, a
hierro muere"— en la que se ve el poder distorsionante de las minorías en
las grandes decisiones.
El que
hayan sido los nacionalistas que le ayudaron a quitar de en medio a Rajoy ya
anticipaba el poder de los nacionalistas y augura lo que puede ocurrir en los
próximos comicios. Cuanto mayor sea el fraccionamiento de la política española,
más poder tendrán los nacionalistas. Siempre ha ocurrido así: su fortaleza ha
sido la debilidad de los gobiernos sin mayorías. Es ahí donde, década tras
década, han conseguido ir creándose su nicho estable, retroalimentado por el
clientelismo.
La
paradoja es que cuanto más se divida la política española, más poder tendrán
los nacionalistas, por lo que se irá formando, como ocurre con Vox, un mayor
radicalismo ultraderechista, alimentado por las políticas de entrega o
apaciguamiento, que son las que nos han llevado a esta situación de
inestabilidad previsible.
Para
evitar que sea la ultraderecha la que se lleve los votos del espectro que llega
hasta el centro derecha, los partidos se tienen que escorar hacia ellos,
deprimiendo al votante moderado y liberal, que se siente cada vez menos
identificado con esta amplia oferta envenenada.
Todo
esto trae una cansina y agotadora política de desgaste en la que cada uno hace
el análisis interpretativo de los otros. Todos se dedican a explicarnos concienzudamente
lo que el futuro nos depara si votamos a los otros. Así podemos elegir el
apocalipsis que más nos convenga.
No sé
si hay un número ideal de partidos. No sé si hay alguna fórmula matemática que
exprese sin decimales lo que es mejor para un país. Pero lo que sí tengo claro
es que esta forma de hacer política buscando derribar gobiernos es un deporte
nocivo que lleva ya dos víctimas. Una vez que se abre la veda, es difícil
controlar el número de piezas que se han de cobrar.
La
agresividad de la política ha aumentado hasta convertirse en una suerte de
normalidad que asusta. Eso lleva a la división ciudadana que no debería ser el
objetivo. La política no es la lucha por el poder, sino el arte de hacer que
los ciudadanos vivan mejor y en la mayor armonía posible para beneficio de
todos. Pero los tiros no van por ahí, sino por un espacio en campaña permanente,
bronco, barriobajero y demagógico. Muchos lo disfrutan y hasta puede que dé
sentido a sus vidas, como el fútbol cada semana. Pero el daño que se hace a las
instituciones, a la democracia misma, convertida en campo de batalla y no de búsqueda de soluciones integradoras, es enorme, provocando el hartazgo de
muchos. Eso es lo que más conviene a los partidos más radicales, que suelen
tener fiel clientela.
Los
problemas de España y de Europa merecen algo más que este espectáculo diario,
por más que muchos se diviertan con él. Pero la influencia conjunta de la
mercadotecnia y la comunicación política dicen que hay que marcar perfil y gritar mucho. Son obedientes alumnos de las peores
escuelas.
Jorge Arévalo /El Mundo 6/01/2019 |
* "PP, Cs y Vox buscan marcar perfil
propio para disputarse el voto de derechas" El País 17/02/2019
https://elpais.com/politica/2019/02/17/actualidad/1550430800_541620.html
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