sábado, 23 de febrero de 2019

Basado en hechos reales o la realidad no cabe en la Historia

Joaquín Mª Aguirre (UCM) 
El historiador Keith Jenkins nos advierte de las trampas del lenguaje cuando confundimos con el término "historia" los hechos ocurridos y el relato que los describe (agrupa e interpreta). Es cierto que eso lleva a confundir los planos considerando que la historia (discurso) y los hechos son lo mismo. No es así. De los hechos sabemos más o menos; se trabaja muchas veces bajo mínimos y se interpreta a partir de lo conocido, cuyas fuentes muchas veces son otras formas de relato (documentos, testimonios) que a su vez son contradictorias, sometidos a errores interpretativos, parciales, etc. Por eso los historiadores profesionales son tan celosos de su trabajo. Está expuesto a la mala interpretación, al mal uso y a la manipulación.
El estatus de la historiografía, del discurso histórico, ha sufrido una necesaria y permanente autocrítica que desembocó en un gran enfrentamiento entre aquellos para los que la Historia tenía su verdad inamovible y aquellos para los que la Historia era la forma de llamar a nuestra precepción de lo pasado frente al intento de detenerla, por un lado, y de manipularla de forma constante, por otro.
Como ocurre con tantos otros campos, los académicos no tienen la exclusiva de la producción del marco del pasado. Antes que la Historia académica en sí, existió la "novela histórica", con sir Walter Scott al frente, convertido en enorme best seller de la época, pero más allá de su éxito como novelista (anónimo, cierto), lo cierto es que desarrolló el gusto popular por el pasado y le dio forma entremezclando lo novelesco con los actos del pasado.
Hace unas décadas comenzó el interés de nuevo por las novelas históricas y todavía hoy continúa. Basta con ver los listados de éxito para comprender que el fenómeno sigue vigente.

El cine también ha tenido su papel en la transmisión y gusto por el pasado. Nacido con una vocación natural por el presente que se encuentra ante la cámara, pronto trasformó el presente para recrear un pasado que no siempre ha sido del gusto de los historiadores profesionales aunque sí del de los espectadores.
Disponemos en la pantalla actual de varios ejemplos de formas de afrontar nuestra relación con lo acontecido, de recrear nuestra forma de ver el pasado, que puede ajustarse más o menos a lo ocurrido desde diferentes criterios. Hay dos películas sobresalientes por sus características esenciales —dirección, interpretación y guión—, me refiero a "La favorita" (Yorgos Lanthimos 2018) y "María, reina de Escocia (Josie Rourke 2018)
Lo sorprendente para algunos es que el director de La favorita les puso a sus actrices tres clips de tres comedias que no es lo que podríamos pensar: La extraña pareja (Gene Sacks 1968), La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, Howard Hawks 1938) y ¿Qué me pasa, doctor? (What's Up, Doc? Peter Bogdanovich 1972), según relatan las actrices protagonistas en la entrevista para la IMDB.
Son tres comedias basadas en los diálogos "chispeantes", en el enfrentamiento entre dos caracteres opuestos a través del diálogo. Ese era el clima que Lanthimos, un gran guionista anteriormente premiado, quería tratar en su ¿drama, comedia? La misma IMDB ha mantenido ambas etiquetas (tags) para clasificarla con un resultado extraño: "Biography, Comedy, Drama".


Los tres elementos parecen estar en contradicción, ya que la "biografía", cercana a la historia, aparece como un extraño elemento entre otros dos que aparentemente se encuentran separados, hasta ser considerado como géneros opuestos. Pero no hay contradicción. Los géneros no preexisten a los textos más que cuando se decide encuadrar la obra dentro de ellos. Este filme escapa a las clasificaciones, como lo hace la vida misma. ¿Por qué no, si la Historia es una forma de discurso narrativo, no se puede escribir desde otro tipo de géneros? Si Truman Capote buscaba una "novela-verdad" con su A sangre fría, ¿porqué no ir en la otra dirección? ¿Implica falsedad el tono empleado?
La referencia a los géneros cinematográficos (y teatrales) muestra una voluntad clara al tratar la "materia histórica"; esta es la percepción y el tono que se traslada a la escritura fílmica.


Otra obra destacable es "María, reina de Escocia", llevada de forma distinta e igualmente eficiente. Con una interpretaciones sobresalientes, toda la película está construida para llegar al momento cumbre, el encuentro entre las dos reinas, momento en el que nos encontramos con un tratamiento estético muy diferente al que hemos visto anteriormente. Al realismo mostrado anteriormente, le sucede un momento de lirismo que muestra el trasfondo de la situación.
Ambas obras nos llevan al pasado, pero sabemos que estamos tratando problemas del presente. Son obras políticas, situadas en el centro de la cuestión del poder, abordado desde la perspectiva de unas mujeres que nos revelan los límites o la naturaleza del poder en su sentido más profundo y amplio, del pueblo a la vida de las personas. Ambas tratan de ofrecernos (y lo logran) un análisis de las condiciones del poder. Ya sea bajo el ropaje de la comedia o bajo el del drama histórico, nos hablan de hoy, a las personas de hoy. El pasado es una excusa para entendernos mejor y aprovechar para conocer un mundo no tan distante como parece. ¿O se trata de un espejismo y nunca salimos del nuestro?
Otras dos películas tienen que vérselas con el presente próximo. Son "El vicio del poder" (Vice, Adam McKay 2018) e "Infiltrado en el KKKlan" (BlacKkKlansman, Spike Lee 2018). Ambas están llevadas como comedias disparatadas. ¿Es la forma de tratar los hechos cercanos? Es, desde luego, una forma de hacerlo.

Ambas están basadas en hechos y personajes reales, tanto como un Vicepresidente de los Estados Unidos, un Dick Cheney convertido en centro de una película que acaba mostrando que la realidad contada es puro cuento. Allí donde la película de Spike Lee se acoge a unas formas genéricas más "tradicionales" para contar la historia real del infiltrado en el KKK y las conexiones del racismo profundo con los Estados Unidos de Donald Trump, la película de Adam McKay elige otra muy distinta: una narración jugando con el propio lenguaje cinematográfico e introduciendo formas de distanciamiento hasta llegar al absurdo, en un sentido pleno. Ya no necesita explicar nada, indagar, sino crear unos efectos de choque a través de las situaciones y las palabras que se dicen. Si eran unos embusteros que engañaron a todos, ¿qué necesidad tenemos de escuchar lo que dijeron? ¿No sería mejor escuchar lo que no dijeron, pero pensaban? Los efectos de la película en este sentido dejarán a más de uno sorprendido, como la escena de la visita el club, con las ofertas por parte del maitre y sus peticiones, o el falso cierre de la película.
Hace unos pocos años el panorama era muy diferente. Ha habido dos películas sobre el presente cercano, Spotlight (Tom McCarthy) ganadora del Oscar a la Mejor Película en 2015, con una forma casi documental, sobre los abusos sexuales en la diócesis de Boston, y Los papeles del Pentágono (The Post, S. Spielberg 2017), que han seguido una estrategia más documental, tratando de acercar los filmes a géneros más cercanos documentales y biográficos. Es la misma línea que se ha seguido para la película estrenada este fin de semana, Una cuestión de género, sobre la vida de la jueza Ginsberg, una figura esencial en el desarrollo de los cambios legales en las políticas de defensa de las mujeres en los Estados Unidos.


El plano final de esta última nos muestra a la actriz subiendo las escaleras y termina con el cambio a la persona real, a la jueza Ginsberg. La película reconoce a la persona y el deseo de contar su vida como un ejemplo de honestidad y dedicación a la causa de la igualdad. Ese plano es el "sello de realidad" que se nos ha ofrecido.
Desde hace dos años, la vida política norteamericana se ha convertido en un circo. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha hecho de la vida espectáculo. Los historiadores tendrán que explicar  —si no huyen de la realidad— el fenómeno ocurrido en este periodo en el que los humoristas han logrado convertirse en historiadores del presente con sus imitaciones de Trump, con sketchs en los que igualaban la excentricidad presidencial, sus maneras y forma de expresarse. En el futuro, los actores tendrán dificultades para interpretar a Trump de una forma "seria". Puede que les pase lo mismo a los historiadores; puede que el género histórico, el documental, etc. no puedan albergar una realidad como la de Bush, Cheney o, en especial, Trump, ignorando esa percepción que tuvieron en su tiempo de ellos.


Acostumbrados a vivir la Historia con seriedad, quizá hemos dejado fuera los elementos que Charles Dickens ya consideraba entreverados, la comedia y la tragedia. Los hechos son los que son, pero la manera de contarlos, la manera de transformarlos en distintas formas de escritura parece ampliarse más allá los géneros convencionales.
Durante un tiempo, la Historia era el teatro, los dramas con los que Lope, Shakespeare, Schiller o Goethe hacían subir a los escenarios a los personajes reales. Ellos dieron forma a la Historia. Los novelistas y periodistas dieron forma también al pasado y al presente a través de sus formas de escritura, de la entrevista al reportaje.

No todo lo que es arte es ficción. Hay muchas formas de narrar y contar. "Basado en hechos reales" es la forma en que muchas películas nos informan sobre lo que vamos a ver. A veces no sorprenden con su tono o con aquello que nos cuentan. ¿Deberían llevar los libros de Historia también ese mensaje al inicio, basados en hechos reales, para dar cuenta de su carácter incompleto?
¿Es "Historia" o alguna forma de historia? Es un tipo de discurso que se somete al juicio público. Curiosamente, la película que más debates sobre lo cierto o no de lo que se mostraba ha sido la película Bohemian Rhapsody, un biopic sobre el cantante del grupo Queen, Freddie Mercury. Pero el hecho de que se pudieran enumerar los errores implica que también se aportaban elementos correctos. Quizá nuestro conocimiento del pasado es así, incompleto y fraccionario, construido por discursos y géneros diferentes.
La película Spotlight incluía en su cartel anunciador un lema con un brillante juego de palabras: "Read between the lies". Quizá ahí esté parte de la explicación del fenómeno. 
La mentira se ha hecho consustancial en un universo tomado por la comunicación, un mundo que ha saltado de la realidad al escenario o plató, un mundo de pantalla. Cuando la realidad se convierte en puro teatro, ¡cuál es el lenguaje más adecuado para describirla? Puede que ese sea el gran éxito de SNL y demás programas que recrean lo que se nos ofrece con otra vuelta de tuerca. Y quizá sea eso lo que ha animado —dentro del delirio actual— a que el presidente les amenace con pedir comisión por las parodias, según cuenta la CNN.


El discurso sobre la Historia, creo que esto es claro, no es exclusivo de los historiadores profesionales y nunca lo ha sido. Sin embargo sí está bien que ejerzan como correctores de aquellos aspectos que no sea claros o nunca pudieron haber sido. 
La tarea de los historiadores es cada vez más difícil, pues su trabajo ya no consiste en buscar documentación, sino en no dejarse arrastrar por océanos de documentos elaborados muchos de ellos por expertos en comunicación, personas con la misión de tapar agujeros, rellenar vacíos y hacer parecer presentables las indecencias. Ser conscientes de la Historia misma no hace posar en demasía, interpretar el papel que hemos elegido o para el que nos han seleccionado en el casting de la política.
Hoy, cuando la realidad tiene guionistas, no tiene nada de particular que se entienden mejor muchas cosas desde la parodia o el exceso. La historia nos habla con el lenguaje de la época que la escribe.





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