Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Uno
deja de preguntarse... Bueno, uno no deja de preguntarse. Punto. En este caso, lo
que me suscita las preguntas son las extrañas preguntas y las extrañas
respuestas o reacciones (no lo tengo claro) de que una inteligencia artificial
haya "acabado" la "Sinfonía inacabada" de Franz Schubert.
No es que Schubert fuera perezoso, no; es que se murió, fea costumbre que nos
afecta a todos.
Digo
que me parecen respuestas muy raras algunas, prejuiciosas otras y que, ¡vaya!,
afecta a Huawei que no teniendo bastante con informar cada día de todo lo que
hacemos gracias a la tecnología robada,
según dice Trump, a los norteamericanos. Pues a los señores de Huawei se les ha
ocurrido la osadía de terminar la Inacabada, como si hubiera necesitado que una
máquina insensible se ocupara de ello, como si Schubert en su casa dijera
"¡Alexa, termina la sinfonía por mí!". Estoy muy sensible con estas
cosas porque el otro día no sé dónde toqué en mi teléfono (Huawei, claro) y me
salió una voz que me dijo "¡Hola, Joaquín María! ¿Qué puedo hacer por
ti!" Y me quedé como Aladino tras frotar la lámpara, es decir, con cara de
Mil y una noches, porque duermo poco. Por supuesto, tras recuperarme del susto.
No le ordené nada, no vaya a pensar (algunos ya lo hacen) que estos artículos
diarios los escribe mi asistente virtual esclavizado mientras yo me tomo un
margarita o uno de esos cócteles de James Bond, pero sin agitar o agitado, que
no lo recuerdo, pero da igual.
El caso
es que a todos los que ha preguntado Jesús Ruiz Mantilla (antiguo compañero de
teatro universitario) en El País, a todos, les ha parecido fatal que se acabara
la Inacabada. Yo creo que se lo han planteado mal y que un pelín de xenofobia
se trasluce por aquellos de ¡ya están los chinos tocando las narices!, que
desde que Trump les responsabilizada de todo está muy de moda. Y no sé porqué
las respuestas me recuerdan mucho a las que dieron algunos cuando Milos Forman
hizo su Amadeus, que pasó a ser de todos como una obra del cine.
Parecía
que a Mozart le había pasado por la piedra al ponerle aquella risa estúpida al
genio, algo que la obra teatral de la que procedía incorporaba desde la leyenda
de Mozart. A nadie le importó que la risa de Mozart, que ya aparece como
peculiar en El lobo estepario, de H. Hesse, formara parte de una leyenda sobre
el músico. O que hubiera una pieza teatral, Mozart y saliere, a cargo del ruso
Pushkin, donde ya se contraponían dos formas de hacer arte, el meticuloso
maestro musical artesano y el torrencial genio joven.
La idea
de que el genio se pudiera encarnar en un idiota, que era la pregunta de Salieri
a Dios, o "¿por qué no me bendices con el genio, Señor, y se lo das a este
irresponsable?". Donde estaba el irritante debate sobre el genio de Mozart
se sitúa hoy, salvando las distancias, en si una máquina es posible que cree
belleza o, en términos más específicos, si un algoritmo puede descifrar los
patrones subyacentes en la creación de Schubert y proyectar un resultado
musical completando lo que ya existe.
Como
suele ocurrir en estos casos, nos ponemos a la defensiva ante lo que no es una
muestra de desconsideración a Schubert sino, por el contrario, una muestra de
su homenaje. Pero esto tiene en contra dos cosas: uno, lo ha hecho una
"máquina" y dos los han hecho los "chinos" de Huawei, que
ya sabemos cómo son, como dice ese amante de la música clásica que se encuentra
accidentalmente en la casa Blanca.
Y es
que todo se junta o arrejunta, según los casos. El titular de El País y provoca
un poco, "Un algoritmo completa la misteriosa ‘Sinfonía inacabada’ de
Schubert". No entiendo muy bien lo del "misterio", que me parece
una forma de llamar la atención con este tipo de palabras que despiertan la
curiosidad. Pero agradezco que no fuera algo del tipo "Esta cara se le
podía haber quedado a Franz Schubert después de escuchar cómo un algoritmo
chino completaba su "Sinfonía inacabada", que es la forma moderna de presentar las cosas en
la prensa. Así la secuencia "misteriosa" más "algoritmo"
más "Schubert" más "inacabada" nos plantea casi la
resolución de un crimen. O, como este caso, el crimen mismo perpetrado por el
algoritmo.
Recordemos
que ayer era otro algoritmo el "culpable" de la crisis de la prensa
digital y del cierre de los medios dedicados a los jóvenes lectores. También
ahí las matemáticas subyacentes que mandaban cosas a nuestros muros de Facebook
eran los culpables de la crisis. Y ahora la "Sinfonía Zombi" de
Schubert. Lo del zombi lo digo porque parece que caminara sin vida, sacada de
la tumba de mala manera por las órdenes del maligno Doctor Algoritmo.
Es
curioso como los medios juegan con el misterio creando estas palabras que no
entiende la mitad del público. Ahora de le echa la culpa al algoritmo, como
antes Michael Jackson se la echaba al Boogie.
Dicen
en el artículo:
En una nota, la compañía asegura que la
versión ha sido creada mediante el uso de un modelo de inteligencia artificial
que se beneficia directamente de la tecnología de procesamiento neuronal que
aplica en sus móviles. A partir del timbre, el tono y el compás del primer y
segundo movimiento conservados, el modelo generó una melodía para los
inexistentes o extraviados tercero y cuarto previstos. Posteriormente, Huawei
trabajó con el compositor Lucas Cantor para fijar una partitura orquestal de la
melodía en la línea que presumiblemente buscaba entonces Schubert.
Lo del
algoritmo es una forma de probar la eficacia de las inteligencias artificiales,
no un crimen oriental contra nuestras glorias culturales. Como todo dependen
del contexto en el que se analizan las cosas, la situación de Huawei hace que
hasta una cuestión tecnológica de este tipo se vea no como una posible versión de lo que falta, sino más bien
como una "perversión" de lo que queda. Pero somos así, quejicas y
malpensados.
Debo
decir que algunas de las respuestas me han dejado un tanto descolocado, por no
decir otra cosa. Por ejemplo
A Fabián Panisello, también compositor y
responsable del grupo Plural Ensamble, el experimento no le parece apropiado:
“No ya por razones éticas, sino porque un creador puede dar un salto
cualitativo en cualquier momento. Es algo imprevisible para ningún tipo de
inteligencia artificial. La intuición de un compositor domina datos y metadatos
fundamentales cara a los recursos que requiere su trabajo. Lo demás es mera
forma y apariencia…”, comenta el músico, que acaba de estrenar en España su
obra Les rois mages antes de presentarla este año en Niza, Viena, Múnich,
Basilea y Tel Aviv.*
No
entiendo muy bien lo de la "ética" porque no se trata de alterar la
obra, como hicieron los Luis Cobos y compañía en aquellas horrendas versiones
de los clásicos. Aquí se trata de analizar un "estilo", entendido como
un conjunto de formas de escritura que pueden tener una previsibilidad
estadística y, por ello, se pueden hacer "predicciones" sobre una
"forma" final, que es la propuesta. Pero no se ha tocado un pelo de
Schubert. Por lo que plantearlo como una cuestión "ética" es faltar a
los que han hecho esta prueba de funcionamiento de la inteligencia artificial.
¿Por qué no es "apropiado"? ¿Ha escuchado los resultados del
experimento? Pues no. Por lo que va a los principio. Lo de que el compositor
"domina datos y metadatos" me parece un poco, no sé cómo definirlo
bien porque confieso que me parece una forma rara de definir a un compositor.
También
me parece un tanto extrañas otras respuestas:
Para Lucía Marín, directora de orquesta,
“resulta un buen gancho para acercar la tecnología al arte. Un interesante
experimento”, asegura. “Que una compañía tecnológica plantee y resuelva un
ejercicio acrobático de dichas características me parece una heroicidad y
atrevimiento intelectual que nos da cuenta de hacia dónde nos dirigimos. Pero
no olvidemos que queda carente de lo esencial: el alma. La música, en su
esencia, pretende hacernos trascender hacia todas esas ideas infinitas de lo
intangible que, como decía el Principito, son invisibles a los ojos”, añade.
Cuando Marín trabaja una partitura le fluyen
las preguntas: “¿Cuál es el ulterior motivo por el que un compositor se ve
arrastrado por la fuerza irrefrenable de escribir, qué siente? Tardo mucho
tiempo en contestarme, a veces años. Al final, toda obra de arte sale del
corazón para llegar al corazón, me suelo responder. Artificial significa que no
está concebido por el ser humano, que no pertenece a la naturaleza, que, por
tanto, carece de vida”, confiesa.*
Aquí
son también los prejuicios. ¿Una compañía tecnológica? Los instrumentos con los
que toca su orquesta, ¿salen de los árboles directamente, de los manantiales,
quizás? ¿No es "tecnología" un clavicordio, un piano Steinway, un
Stradivarius, un saxofón?
¿No son
un "atrevimiento intelectual" los instrumentos que usan en ocasiones
las vanguardias o las obras electrónicas de muchos compositores contemporáneos?
¿No es lo del "corazón a corazón" una metáfora más que gastada? Las
obras salen del mismo sitio que salen las ideas que crean puentes,
carreteras... y algoritmos. Salen de la creatividad humana que es múltiple. Por
eso es creatividad; no tiene límites en su expansión.
Como
estamos obsesionados con las cuestiones laborales —y con razón— todo lo vemos
en términos de competencia con las máquinas. No se trata aquí de eso, sino de
otro intento de identificar la forma en que nuestro cerebro crea (no el corazón,
que está para otra cosa). El corazón es más bien un órgano monótono y poco
creativo, cuyas alteraciones no son precisamente buena señal.
Nos
olvidamos de las cosas, pero —para mi desgracia— hay que recordar que a mitad
de los noventa todavía había muchos escritores que juraban por lo más sagrado
—su arte— que no se podía escribir literatura con un ordenador. Y si se trataba
de poesía, no pasaban de la pluma y de la mesa de mármol de algún viejo café.
Lo digo con total conocimiento porque en esos años me recorrí parte de este
país como editor de la primera revista digital de Humanidades y donde tenía que
sortear a los que olían a cuerno quemado cuando se mencionaban las
publicaciones electrónicas. Los más benevolentes levantaban una ceja, los más
críticos levantaban las dos y los agresivos levantaban la voz. Hoy —en un mundo
digitalizado— no hay que recordarles su pasado por elemental sentido de la cortesía.
No sé
si el Principito, autoridad invocada aquí, sería tan duro como los que usan sus
palabras sobre lo "intangible". Creo que es bueno escuchar las cosas
y ninguno de los preguntados ha escuchado de lo que están hablando, donde no se
les pregunta sobre si Schubert ha sido ofendido y su fantasma, como el de la
Ópera, ronda por los pasillos clamando venganza. De hecho el experimento tiene
una importante necesidad de criterios profesionales que lo escuchen. Sí, que
escuchen, los resultados. Lo que sale aquí son los prejuicios, no sus juicios,
que todavía no tiene nada sobre lo que aplicarse.
De todo
lo que se dice, lo que no es justificable es el "no me interesa",
palabras que no son dignas de quienes, para ser creativos, precisamente, deben
tener la curiosidad de cualquier artista... o científico. Es la curiosidad, el
transitar caminos nuevos, lo que nos permite avanzar en la vida, aunque siempre
habrá el contrapeso rousseauniano de los que se empeñan en el "buen
salvaje", un mito como el del corazón.
Otros medios resaltan que el objetivo ha sido mostrar la potencia de la inteligencia artificial, su capacidad de procesar, de un teléfono. Los resultados son otra cosa y los profesionales y expertos deberían sentir curiosidad, al menos. Eso es un ensayo de lo que se puede hacer. En modo algunos, "completar" al genio de Schubert, sino estudiar su trabajo y desde él producir una partitura. Es un escenario posible. No otra cosa.
Mi
pregunta, mi pura curiosidad especulativa, es si la variante "Huawei"
en este caso ha tenido algo que ver en la noticia. Me refiero a esa entradilla
"Varios músicos cuestionan la iniciativa de Huawei por artificial y
carente de alma". Excesivo y sobre todo, sistémico, que dirían algunos.
* Jesús
Ruiz Mantilla "Un algoritmo completa la misteriosa ‘Sinfonía inacabada’ de
Schubert" El País 4/03/2019 https://elpais.com/cultura/2019/02/04/actualidad/1549284459_079024.html
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