lunes, 25 de febrero de 2019

De Wakanda al sur profundo, el cine contra el racismo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay una cosa clara en la revisión del cine norteamericano que supone la noche de los Oscar, que acaba de terminar hace pocos minutos: la cuestión del racismo ha estado presente. Lo ha estado a través de tres películas que han estado compitiendo: Infiltrado en el KKKlan (Spike Lee), Green Book (Peter Farrelly) y, de forma distinta, Black Panther (Ryan Coogler). Las tres presentan sus reivindicaciones a su modo, desde la fantasía al realismo, pasando por el realismo delirante, una fórmula intermedia. De Wakanda al sur profundo, pasando por Coloroda Springs, las películas señaladas nos muestran el racismo que pervive en la sociedad norteamericana.
¿Podemos entender que es una respuesta ante el crecimiento del racismo que ha marcado el ascenso de Donald Trump al poder? Creo que, en cierto sentido, sí, que tiene su lógica temporal o histórica, una demanda del momento.

Green Book, merecedora del Oscar a la mejor película, tiene sus pies en la realidad de la biografía y muestra la transformación del racista inicial, el chófer que interpreta Viggo Mortensen, mediante la convivencia con el músico Don Sherley. La película es una "road movie", un viaje físico y espiritual hacia el encuentro con una verdad propia y la decisión del cambio para ambos protagonistas.
Black Panther se mueve en el terreno de los héroes de Marvel, pero no por ello elude los problemas del racismo. Los problemas que se plantean en la película son los de cómo afrontar la discriminación, si mediante la colaboración o mediante la lucha armada. La idílica y moderna Wakanda ha permanecido alejada del mundo, ignorando el destino de sus hermanos en los Estados Unidos y el mundo entero. El debate de la película es si usar el conocimiento superior acumulado para acabar violentamente con la discriminación, la opción tomada por el peculiar villano consciente de la discriminación, o la de compartir el conocimiento. En este sentido, la película es tan "política" como el resto por más que vivamos en un mundo de fantasía. Pero la fantasía en el arte no tiene porqué suponer escapismo o ignorancia de los problemas reales. Black Panther no estaba casualmente propuesta como mejor película solo como una aventura desarraigada de la realidad, sino como una forma simbólica de representarla.


La más claramente militante —en algún sentido—es la película de Spike Lee, Infiltrado en el KKKlan. Aquí la realidad se presenta como forma de delirio, acercándose a las comedias enloquecidas. Sin embargo, la locura de la sociedad es superior y el arte sirve para mostrar ese delirio. El que un policía negro se infiltre en el KKK no es una comedia más que en sus formas. Nos muestra en toda su crudeza la barbarie racista, recurriendo a una inteligente narrativa en donde la comedia no esconde nada, sino que intensifica el efecto actuando como crítica.

Las tres películas se ocupan del racismo y de sus consecuencias. Lo hacen a través de estrategias narrativas diferentes, de estilos muy distintos. Todas ellas, sin embargo, se enfrentan a la situación social existente tras la llegada de Trump. Son una respuesta contundente al crecimiento de las manifestaciones de discriminación racial.
Green Book ha recibido el premio a la mejor película, considerado el más importante, además del de mejor guión original. La película de Spike Lee ha conseguido el de mejor guión adaptado. No es eso lo que nos importa aquí, sino el movimiento que les ha llevado hasta competir, incluso, más allá, a ser aceptadas como proyectos, algo que con frecuencia se olvida.
Cuando una película llega a las pantallas, ha tenido muchas posibilidades de quedarse en las múltiples fases hasta que se convierte en proyecto en marcha. Las películas necesitan de impulso y confianza antes de salir a la luz y eso implica fe en sus posibilidades. Esa fe nace de la confianza en que el público espera encontrarse con ellas. Es el encuentro entre la obra y su público, que no siempre se produce de la forma esperada, pero que en este caso ha funcionado.

El gusto estético no está separado del resto de los factores sociales. Y estos son muy diversos. En una sociedad tan polarizada como lo es la norteamericana en estos momentos, es lógico que esto se produzca. Trump es el gran divisor social, el irritador de las masas. El tema racial ha sido uno de los aspectos más señalados en su campaña e intuido entre líneas por sus seguidores, que celebraron su victoria como el fin de la "era Obama" y el ascenso del supremacismo blanco en sus variantes más llamativas o más silenciosas.
Hacer cine hoy en los Estados Unidos supone no obviar lo que está ocurriendo. Muchos lo harán, pero los que se han decidido la vía de la denuncia sobre lo que ocurre han tenido una respuesta clara en taquilla y en reconocimiento de los profesionales, pues eso son los Oscar.
La idea del cine como respuesta social se puede comprobar con la manifestación del otras películas que no inciden en el aspecto de la discriminación, pero sí en la crítica política, como es el caso de Vice, o referidas a las mujeres, una enorme fuerza desde el primer momento frente a Trump. Desde el momento en el que Trump empezó a amenazar con retrocesos en los derechos de las mujeres, se abrió la puerta de las respuestas.


El esteticismo o el formalismo tienden a aislar las obras de arte de su entorno, centrándose en la especificidad de los lenguajes de cada arte. Sin embargo, no es posible aislar de su entorno a aquellos que producen y crean ni de aquellos que reciben, el público. El "gusto" no es algo caprichoso, como se nos suele dar a entender. Puede estar más o menos claro en ocasiones, pero en otras se muestra su motivación con meridiana claridad.
Las tres películas (no son las únicas) han conseguido trasladar al público, dándole forma, lo que el público tiene delante. La obra de arte no es tanto "creación" de la nada, sino rumia del presente hasta darle forma comprensible, articulada. Es lo que nos han ofrecido en un año especialmente interesante de cine. Lejos del escapismo, estas películas se han enfrentado al presente mostrándolo. El público y la Academia se lo han reconocido.



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