domingo, 24 de febrero de 2019

Los colores patrióticos de la precariedad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En estos tiempos de amor apasionado por la patria, más chica o más grande, de discursos encendidos sobre las raíces, deberíamos reflexionar un poco sobre que significan todos esos conceptos por encima de las parafernalias folclóricas, las insignias prendidas en las solapas, las banderitas en las muñecas o en desfiles patrióticos.
No entiendo el patriotismo más que como forma de solidaridad con los que me rodean y, es más, no es exclusivo. La solidaridad es generosa o no es solidaridad. Esos que solo quieren beneficios para los nacidos bajo el mismo techo patrio no me parecen solidarios, sino egoístas parcelados. No hay amor en ello; solo egoísmo disfrazado con trajes nobles.
El diario El País nos trae el rapapolvo que Europa nos da con toda la razón. Crecemos, nos dice, pero eso no repercute en una mejora social. La crisis económica ha dejado cicatrices, pero —y esto lo añado yo— muchos malos hábitos, mucho colmillo retorcido y una costumbre de quejarse de forma continua cada vez que se menciona la extensión de la mejora al resto de la sociedad.

Cinco años de crecimiento han permitido que España recupere e, incluso, supere el PIB previo a la crisis. Pero las cicatrices de la Gran Recesión aún son muy profundas. Un informe que la Comisión Europea presentará el miércoles y a cuyo borrador ha tenido acceso EL PAÍS advierte de los peligros para la cohesión social que entrañan el elevado desempleo, el “uso generalizado de contratos temporales” y la alta proporción de ciudadanos que permanecen “en riesgo de pobreza o exclusión social” a pesar de la época de bonanza.
Tras una década prácticamente perdida, la economía española sigue creciendo por encima de la zona euro y creando empleo. Pero esas cifras dejan en un segundo plano un ingente paquete de asignaturas troncales y pendientes que Bruselas expone en el análisis del llamado Semestre Europeo, que fija las políticas económicas, fiscales y sociales prioritarias que deben emprender los países en el año en curso. El informe concluye que, en general, los avances de España en el último año han sido “limitados”. Es decir, un aprobado raspado. Y advierte de que esa lentitud se debe también al contexto político de los últimos doce meses, con un cambio de Gobierno y la convocatoria de elecciones en abril.*



Creo que la Comisión Europea acierta al señalar el problema y no lo hace tanto cuando señala las causas, que son más profundas. En este tiempo, la sociedad se ha hecho tremendamente insolidaria en lo referida al empleo, sobre el que se ha hecho recaer el beneficio. Las historias que se escuchan cada día, especialmente entre los jóvenes, son los de la explotación pura y dura. Son historias de desprecio por las personas, por el trabajo realizado y la amenaza constante, desde la precariedad y la debilidad contractual.
Empresas con beneficios importantes siguen usando las medidas que se tomaron de forma provisional, para tratar de acabar con una crisis que se había cimentado precisamente por la debilidad de los empleos generados en una sociedad volcada cada vez más en los servicios. Lo tomas o lo dejas, ha sido la alternativa a la que han sido sometidos, una elección humillante ante la alternativa.
Cuando se habla de la "política" deberíamos hacer matizaciones. Durante décadas, los políticos han sabido que las únicas cifras que la gente entendía porque son las que no es posible camuflar técnicamente era las del "paro". Un gobierno que "funciona" presume de reducir las cifras; presumirá de ellas ante lo que le dejaron. El problema es que pronto empezó a alterarse la definición y, sobre todo, el sentido de lo que es "estar parado". Todo por las cifras que cada mes nos cuentan cómo va la economía a ras de suelo.


El problema es que las cifras triunfales que los gobiernos tratan de presentarnos no son ya presentables socialmente. Nadie se ha atrevido a presionar al empresariado por temor a un crecimiento de despidos que dejara en evidencia el secuestro de los gobiernos ante una patronal que se presenta como heroica y motor de la economía, pero que no hay forma que entienda la función social del empelo y el sentido del conjunto, del reparto justo, en fin, de la solidaridad. Los sindicatos han comenzado a enseñar los dientes, pero la debilidad es grande, en cierto sentido por sus propios errores, todo hay que decirlo.
El resultado es la imagen que la Comisión Europea nos da, nuestro retrato de un crecimiento insolidario, desigual, egoísta e injusto. Crecemos más que el resto. Y lo hacemos por el trabajo. Sin embargo, los sueldos siguen siendo muy bajos y los contratos débiles para asegurarse el silencio y la aceptación.
Señala el artículo de El País:

Ha habido crecimiento. Y se prevé que lo siga habiendo. Pero el informe alerta de que sigue habiendo “desafíos importantes”. El principal: reducir esa capa de ciudadanos que ha quedado apartada de la recuperación. “El paro está cayendo rápidamente, a la vez que conduce a una leve caída de la pobreza y la exclusión social, pero demasiada gente sigue sin un empleo o con contratos laborales temporales y la desigualdad en los ingresos es acusada”, asesta la Comisión Europea.*

La pérdida de calidad de los empleos y la bajada de los ingresos es pérdida también de calidad de vida. Esa calidad se mide también en términos sociales, de solidaridad con el conjunto. Si las empresas se crean solo para ganar dinero, los resultados son los que vemos. Eso va del fraude de la reutilización de ataúdes, como hemos tenido recientemente, al conflicto de los taxistas con los coches que les hacen competencia. Hemos lanzado a los ciudadanos unos contra otros y lo llamamos "competencia".


A ello contribuye un problema que hace mucho que no tratamos, pero no a causa de su desaparición, sino de su conversión en hábito. Me refiero a la atomización empresarial y la idea de "autónomos". Las empresas pequeñas no consiguen grandes beneficios por lo general, por lo que su potencial en la creación de nuevo empleo es muy relativa y en condiciones de explotación muchas veces.
Falta una cultura empresarial más solidaria, pero es nuestra gran asignatura pendiente. La crisis ha sacado lo mejor de muchos, pero también los peores hábitos. No es solo cuestión de luchar contra el fraude, sino contra la falta de una cultura de la empresa ligada al tejido social, creadora de condiciones para la mejora social en su conjunto.
Creo que es en eso en lo que consiste el verdadero patriotismo, en una forma de solidaridad que nos hace ser responsables de nuestras posibilidades en mejorar la vida de los demás.
Desde que se impuso la idea de que "las crisis son oportunidades" lo que han proliferado ha sido los oportunistas. La comisión señala:

La tasa de empleo, señala, sigue siendo baja. Y resalta dos factores que ponen de manifiesto la actual precariedad del mercado de trabajo: la posición de “desventaja” que aún sufren las mujeres respecto a los hombres y el “uso generalizado de contratos temporales”, que considera un freno para el “crecimiento potencial” y para la “cohesión social” del país.*

Es esa cohesión la que debería reducir las enormes desigualdades que se están generando bajo el chantaje del crecimiento del paro cada vez que se anuncia una medida "social", es decir, que sea solidaria para mejorar las condiciones de todos.
Hemos creado a golpe de crisis una sociedad muy dura e irresponsable, en el sentido, de que nadie parece sentir una responsabilidad por los demás. Somos solidarios en muchos aspectos, pero no lo somos en uno sumamente importante, el de la cohesión social, cuya falta se nos reprocha con razón desde la Comisión Europea.


Hacen falta unas grandes campañas de concienciación del grave problema del que nos avisan una y otra vez. En ocasiones los problemas llegan de fuera; pero esta vez vienen de dentro, de nuestra incapacidad de afrontar los problemas sociales más allá de nuestra propia individualidad.
Hay países en los que existe la conciencia de la dimensión social que tienen las acciones individuales, de cómo lo que hacemos o dejamos de hacer tiene una repercusión sobre el tejido. Hace muchos años lo dijimos, en plena crisis, y hay que repetirlo ahora: la formación del empresariado español, no ya en los aspectos técnicos (bastante desastrosos, según los informes de la Caixa), sino en los de conciencia social, en el que es necesario la creación de empleo para asegurarnos un futuro común.
A veces se nos dan datos sobre las futuras pensiones y otros aspectos sobre los que inciden estos actos. No parecen calar en aquellos que se consideran el motor de la economía pero no saben entender la responsabilidad que esto entraña.


Ho hay un verdadero liderazgo social en España. No lo hay ni en los gobiernos, ni en las patronales ni en los sindicatos. No hay una visión de futuro que se traduzca en la creación de las situaciones para llegar a él. Las consecuencias son aquellas de las que nos advierten desde Europa. Si no se toman medidas, si no se crea el clima propicio, si no se consigue hacer entender que más allá del saludable beneficio existe una responsabilidad social conjunta, nos tendremos un futuro adecuado, solo un estado crítico permanente en el que unos vivirán muy bien y otros vivirán muy mal, por mucho que trabajen.
El patriotismo es solo eso. Dejen los cantos y las lágrimas emocionadas. Pónganse manos a la obra, a construir un futuro del que no nos tengan que sacar los colores en Europa o en el mundo. Una sociedad que crece con la explotación o la indiferencia sociales queda marcada. No producirá más que un falso progreso, el que esconden las grandes cifras.
La pobreza y endeblez de nuestro patriotismo es manifiesta. La ausencia de la solidaridad es notoria. Mientras que unas cifras sigan hablando de crecimiento y otras de empobrecimiento, de baja calidad del empleo, de grandes distancias sociales, no existirá ese patriotismo, el único deseable, el que va más allá de mí mismo. Lo demás son demostraciones de mal gusto.


Los países pueden sufrir crisis, pero ser incapaces de ser solidarios dejando que una parte del país vaya a peor, tiene unos efectos perversos sobre la sociedad, que se acostumbra a la injusticia y al egoísmo como formas naturales de actuar.
Los colores patrios son, hoy por hoy, los que nos sacan, los colores de la vergüenza de una generación explotando a otra. Este patriotismo que aflora no es más que el síntoma de la falta del verdadero. Cuando te importa un país, te importan los que viven en él. Una generación entera lleva sufriendo el patriotismo rastrero de los que exigen sacrificios a los demás y no han sido capaces de aportar más que promesas, mentiras y falta de decisión. El chantaje del paro no debe seguir utilizándose para mantener esta forma de economía servil y explotadora, denunciada por todos. 
El desapego de una generación es el resultado de esta falta de responsabilidad social. ¿Cómo podemos pedir solidaridad futura a los que hoy son explotados? Este efecto se está empezando a vivir en el día a día. Es un sálvese quién pueda social que se basa en la imitación de lo peor a falta de ejemplo de lo mejor. La conciencia  de lo común desaparece.
Menos banderas y discursos y más solidaridad, más firmeza, más visión de futuro común. Querer a tu país es querer el mejor futuro para todos.
La Comisión Europea tiene razón. Nos debería dar vergüenza, pero es lo primero que se perdió con la crisis. 



* "Bruselas reprende a España por la elevada desigualdad y pobreza" El País 24/02/2019 https://elpais.com/economia/2019/02/23/actualidad/1550940064_334603.html



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