Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En
estos tiempos de amor apasionado por
la patria, más chica o más grande, de discursos encendidos sobre las raíces,
deberíamos reflexionar un poco sobre que significan todos esos conceptos por
encima de las parafernalias folclóricas, las insignias prendidas en las
solapas, las banderitas en las muñecas o en desfiles patrióticos.
No
entiendo el patriotismo más que como forma de solidaridad con los que me rodean
y, es más, no es exclusivo. La solidaridad es generosa o no es solidaridad.
Esos que solo quieren beneficios para los nacidos bajo el mismo techo patrio no
me parecen solidarios, sino egoístas parcelados. No hay amor en ello; solo
egoísmo disfrazado con trajes nobles.
El
diario El País nos trae el rapapolvo que Europa nos da con toda la razón.
Crecemos, nos dice, pero eso no repercute en una mejora social. La crisis
económica ha dejado cicatrices, pero —y esto lo añado yo— muchos malos hábitos,
mucho colmillo retorcido y una costumbre de quejarse de forma continua cada vez
que se menciona la extensión de la mejora al resto de la sociedad.
Cinco años de crecimiento han permitido que
España recupere e, incluso, supere el PIB previo a la crisis. Pero las
cicatrices de la Gran Recesión aún son muy profundas. Un informe que la
Comisión Europea presentará el miércoles y a cuyo borrador ha tenido acceso EL
PAÍS advierte de los peligros para la cohesión social que entrañan el elevado
desempleo, el “uso generalizado de contratos temporales” y la alta proporción
de ciudadanos que permanecen “en riesgo de pobreza o exclusión social” a pesar
de la época de bonanza.
Tras una década prácticamente perdida, la
economía española sigue creciendo por encima de la zona euro y creando empleo.
Pero esas cifras dejan en un segundo plano un ingente paquete de asignaturas
troncales y pendientes que Bruselas expone en el análisis del llamado Semestre
Europeo, que fija las políticas económicas, fiscales y sociales prioritarias
que deben emprender los países en el año en curso. El informe concluye que, en
general, los avances de España en el último año han sido “limitados”. Es decir,
un aprobado raspado. Y advierte de que esa lentitud se debe también al contexto
político de los últimos doce meses, con un cambio de Gobierno y la convocatoria
de elecciones en abril.*
Creo que
la Comisión Europea acierta al señalar el problema y no lo hace tanto cuando señala
las causas, que son más profundas. En este tiempo, la sociedad se ha hecho
tremendamente insolidaria en lo referida al empleo, sobre el que se ha hecho
recaer el beneficio. Las historias que se escuchan cada día, especialmente
entre los jóvenes, son los de la explotación pura y dura. Son historias de
desprecio por las personas, por el trabajo realizado y la amenaza constante,
desde la precariedad y la debilidad contractual.
Empresas
con beneficios importantes siguen usando las medidas que se tomaron de forma
provisional, para tratar de acabar con una crisis que se había cimentado
precisamente por la debilidad de los empleos generados en una sociedad volcada
cada vez más en los servicios. Lo tomas o lo dejas, ha sido la alternativa a la
que han sido sometidos, una elección humillante ante la alternativa.
Cuando
se habla de la "política" deberíamos hacer matizaciones. Durante
décadas, los políticos han sabido que las únicas cifras que la gente entendía
porque son las que no es posible camuflar técnicamente era las del
"paro". Un gobierno que "funciona" presume de reducir las
cifras; presumirá de ellas ante lo que le dejaron. El problema es que pronto
empezó a alterarse la definición y, sobre todo, el sentido de lo que es "estar
parado". Todo por las cifras que cada mes nos cuentan cómo va la economía
a ras de suelo.
El
problema es que las cifras triunfales que los gobiernos tratan de presentarnos
no son ya presentables socialmente. Nadie se ha atrevido a presionar al
empresariado por temor a un crecimiento de despidos que dejara en evidencia el
secuestro de los gobiernos ante una patronal que se presenta como heroica y
motor de la economía, pero que no hay forma que entienda la función social del
empelo y el sentido del conjunto, del reparto justo, en fin, de la solidaridad.
Los sindicatos han comenzado a enseñar los dientes, pero la debilidad es
grande, en cierto sentido por sus propios errores, todo hay que decirlo.
El
resultado es la imagen que la Comisión Europea nos da, nuestro retrato de un
crecimiento insolidario, desigual, egoísta e injusto. Crecemos más que el
resto. Y lo hacemos por el trabajo. Sin embargo, los sueldos siguen siendo muy
bajos y los contratos débiles para asegurarse el silencio y la aceptación.
Señala
el artículo de El País:
Ha habido crecimiento. Y se prevé que lo siga
habiendo. Pero el informe alerta de que sigue habiendo “desafíos importantes”.
El principal: reducir esa capa de ciudadanos que ha quedado apartada de la
recuperación. “El paro está cayendo rápidamente, a la vez que conduce a una
leve caída de la pobreza y la exclusión social, pero demasiada gente sigue sin
un empleo o con contratos laborales temporales y la desigualdad en los ingresos
es acusada”, asesta la Comisión Europea.*
La
pérdida de calidad de los empleos y la bajada de los ingresos es pérdida
también de calidad de vida. Esa calidad se mide también en términos sociales,
de solidaridad con el conjunto. Si las empresas se crean solo para ganar
dinero, los resultados son los que vemos. Eso va del fraude de la reutilización
de ataúdes, como hemos tenido recientemente, al conflicto de los taxistas con
los coches que les hacen competencia. Hemos lanzado a los ciudadanos unos
contra otros y lo llamamos "competencia".
A ello
contribuye un problema que hace mucho que no tratamos, pero no a causa de su
desaparición, sino de su conversión en hábito. Me refiero a la atomización
empresarial y la idea de "autónomos". Las empresas pequeñas no
consiguen grandes beneficios por lo general, por lo que su potencial en la
creación de nuevo empleo es muy relativa y en condiciones de explotación muchas
veces.
Falta
una cultura empresarial más solidaria, pero es nuestra gran asignatura
pendiente. La crisis ha sacado lo mejor de muchos, pero también los peores
hábitos. No es solo cuestión de luchar contra el fraude, sino contra la falta
de una cultura de la empresa ligada al tejido social, creadora de condiciones
para la mejora social en su conjunto.
Creo
que es en eso en lo que consiste el verdadero patriotismo, en una forma de
solidaridad que nos hace ser responsables de nuestras posibilidades en mejorar
la vida de los demás.
Desde
que se impuso la idea de que "las crisis son oportunidades" lo que
han proliferado ha sido los oportunistas. La comisión señala:
La tasa de empleo, señala, sigue siendo baja.
Y resalta dos factores que ponen de manifiesto la actual precariedad del
mercado de trabajo: la posición de “desventaja” que aún sufren las mujeres
respecto a los hombres y el “uso generalizado de contratos temporales”, que considera
un freno para el “crecimiento potencial” y para la “cohesión social” del país.*
Es esa
cohesión la que debería reducir las enormes desigualdades que se están
generando bajo el chantaje del crecimiento del paro cada vez que se anuncia una
medida "social", es decir, que sea solidaria para mejorar las
condiciones de todos.
Hemos
creado a golpe de crisis una sociedad muy dura e irresponsable, en el sentido,
de que nadie parece sentir una responsabilidad por los demás. Somos solidarios
en muchos aspectos, pero no lo somos en uno sumamente importante, el de la
cohesión social, cuya falta se nos reprocha con razón desde la Comisión
Europea.
Hacen
falta unas grandes campañas de concienciación del grave problema del que nos
avisan una y otra vez. En ocasiones los problemas llegan de fuera; pero esta
vez vienen de dentro, de nuestra incapacidad de afrontar los problemas sociales
más allá de nuestra propia individualidad.
Hay
países en los que existe la conciencia de la dimensión social que tienen las
acciones individuales, de cómo lo que hacemos o dejamos de hacer tiene una
repercusión sobre el tejido. Hace muchos años lo dijimos, en plena crisis, y
hay que repetirlo ahora: la formación del empresariado español, no ya en los
aspectos técnicos (bastante desastrosos, según los informes de la Caixa), sino
en los de conciencia social, en el que es necesario la creación de empleo para
asegurarnos un futuro común.
A veces
se nos dan datos sobre las futuras pensiones y otros aspectos sobre los que
inciden estos actos. No parecen calar en aquellos que se consideran el motor de
la economía pero no saben entender la responsabilidad que esto entraña.
Ho hay
un verdadero liderazgo social en España. No lo hay ni en los gobiernos, ni en
las patronales ni en los sindicatos. No hay una visión de futuro que se
traduzca en la creación de las situaciones para llegar a él. Las consecuencias
son aquellas de las que nos advierten desde Europa. Si no se toman medidas, si
no se crea el clima propicio, si no se consigue hacer entender que más allá del
saludable beneficio existe una responsabilidad social conjunta, nos tendremos
un futuro adecuado, solo un estado crítico permanente en el que unos vivirán
muy bien y otros vivirán muy mal, por mucho que trabajen.
El
patriotismo es solo eso. Dejen los cantos y las lágrimas emocionadas. Pónganse
manos a la obra, a construir un futuro del que no nos tengan que sacar los
colores en Europa o en el mundo. Una sociedad que crece con la explotación o la
indiferencia sociales queda marcada. No producirá más que un falso progreso, el
que esconden las grandes cifras.
La
pobreza y endeblez de nuestro patriotismo
es manifiesta. La ausencia de la solidaridad es notoria. Mientras que unas
cifras sigan hablando de crecimiento y otras de empobrecimiento, de baja
calidad del empleo, de grandes distancias sociales, no existirá ese
patriotismo, el único deseable, el que va más allá de mí mismo. Lo demás son demostraciones
de mal gusto.
Los
países pueden sufrir crisis, pero ser incapaces de ser solidarios dejando que
una parte del país vaya a peor, tiene unos efectos perversos sobre la sociedad,
que se acostumbra a la injusticia y al egoísmo como formas naturales de actuar.
Los
colores patrios son, hoy por hoy, los que nos sacan, los colores de la
vergüenza de una generación explotando a otra. Este patriotismo que aflora no
es más que el síntoma de la falta del verdadero. Cuando te importa un país, te
importan los que viven en él. Una generación entera lleva sufriendo el
patriotismo rastrero de los que exigen sacrificios a los demás y no han sido
capaces de aportar más que promesas, mentiras y falta de decisión. El chantaje
del paro no debe seguir utilizándose para mantener esta forma de economía servil y explotadora,
denunciada por todos.
El desapego de una generación es el resultado de esta falta de responsabilidad social. ¿Cómo podemos pedir solidaridad futura a los que hoy son explotados? Este efecto se está empezando a vivir en el día a día. Es un sálvese quién pueda social que se basa en la imitación de lo peor a falta de ejemplo de lo mejor. La conciencia de lo común desaparece.
Menos banderas y discursos y más solidaridad, más firmeza, más visión de futuro común. Querer a tu país es querer el mejor futuro para todos.
La Comisión Europea tiene razón. Nos debería dar vergüenza, pero es lo primero que se perdió con la crisis.
*
"Bruselas reprende a España por la elevada desigualdad y pobreza" El
País 24/02/2019
https://elpais.com/economia/2019/02/23/actualidad/1550940064_334603.html
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