Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
efecto propagandístico buscado con las intervenciones del presidente, Abdel
Fattah al-Sisi, en este caso en el Foro Mundial de la Juventud, que se celebra
de Sharm El-Sheikh (rebautizada pomposamente por estos acontecimientos como
"ciudad de la paz") muestra lo limitado y reiterativo de sus
mensajes.
Si ayer comentábamos la frustración por tener que repetir una y otra
vez, desde 2015, que se debe cambiar el discurso religioso sin ir más allá en
el planteamiento, el siguiente día nos ofrece otra muestra de lo mismo.
Al-Sisi
no es un ideólogo, sino un militar tradicionalista cuya imagen del país se basa
en un sentido del orden que forja un modelo de país-cuartel; que tiende a una
visión unitaria del país, viendo en las diferencias un problema y no una realidad que gestionar. Es alguien, por otro
lado, cuyas propuestas se deben imponer sobre la realidad de las cosas, sobre
las circunstancias, como forma de doblegarlas; querer es poder, viene a decir,
algo que no siempre es evidente y exige un sentido realista de lo que se puede.
Finalmente, es alguien que se convierte a sí mismo en el modelo en el que la
gente se debe proyectar, como ocurrió con el caso del discurso del
"frigorífico vacío" durante diez años.
El
diario Egypt Independent —con el titular "Change by force opens gates of
hell: Sisi at World Youth Forum"— recoge las nuevas declaraciones en el
Foro señalando su interpretación del devenir egipcio, de los acontecimientos:
The unplanned actions taken in Egypt during
previous years opened the gates of hell on the country, he said.
Mobilizing youth and public opinion to make
change in societies using force may get out of control, creating a huge power
vacuum, Sisi asserted.
According to Sisi, the void that could arise as
a result would allow domestic and foreign powers to intervene in the internal
affairs of the state and collapse its institutions.
The financial, moral and political costs of
countries in conflict are much greater than expected, he added.
The effort exerted by the Egyptian state during
the previous five years to restore stability and peace is unprecedented, Sisi
said, adding that at some point “all we hoped was to return to the pre-January
25 situation”.*
El análisis de los males egipcios y su interpretación no
deja de ser una simplificación que se concreta en algo más simple todavía: solo
una mano fuerte puede evitar que Egipto camine hacia su destrucción. Esta se
produce por la conjunción de dos factores: internos (la tendencia al caos, que
produce el vacío de poder) y externos (las eternas conspiraciones para destruir
Egipto). Estos dos factores hacen que la estabilidad se identifique como fuerza
de represión para evitar la deriva natural hacia el caos, haciendo que el
Estado colapse; por otro lado, esa estabilidad proviene de la fortaleza del
Estado, si es capaz de resistir esas derivas.
La idea de "conflicto" es la de un país liberado a
sus propias fuerzas, cuyos costes "económicos, morales y políticos",
nos dice, son "mucho mayores de lo esperado". Es un canto, desde el
miedo al futuro, al control social, a la planificación estatal, como formas de
combatir la dispersión natural. Los megaproyectos egipcios —la ampliación del
Canal o la nueva capital— son formas de encaminar las energías del país,
canalizarlas hacia lo constructivo y no hacia lo destructivo.
La visión de al-Sisi es militar,
pero también islámica. El miedo al
desorden, al caos, se combate con la obediencia, con la sumisión a un poder
central que encarna el bien y los valores sociales. Sin este imperio de la
legalidad, se produce la destrucción por la combinación del caos interno y de
la conspiración externa.
Al-Sisi recuerda a los egipcios el esfuerzo y coste de los
cinco años anteriores (los suyos) y el deseo de regresar a la
"estabilidad" anterior al 25 de enero, es decir, al estado previo a
la revolución, que se identifica como una especie de "edad de oro",
una época a cuya perfección hay que regresar.
En los últimos tiempos, Abdel Fattah al-Sisi insiste en la
idea del régimen de Mubarak como un ideal de estabilidad y orden. Es un mensaje
doble. Por un lado, al-Sisi reivindica su propia historia como militar del
régimen de Mubarak; por otro lado, sataniza la revolución, algo que se ha ido
acrecentando con el tiempo.
La explicación de esta doble situación nos dice que, en
efecto, cayó Mubarak, pero no su régimen, al que no se ve como causante de las
desgracias de Egipto, sino como un periodo idílico, de paz y estabilidad. El
régimen de Mubarak sin Mubarak, con el añadido reforzado del papel estabilizador de la religión. El
argumento se repite históricamente: allí donde se perdió el sentido religioso,
se produce el caos. La alianza que se forma es la de un discurso religioso
moderado, pero firme ante la irreligión. La moderación se mide en términos
relativos al extremismo, en donde este concepto vale tanto para el Estado
Islámico como para los Hermanos Musulmanes, el rival directo por el control de la
sociedad.
Las palabras dichas por al-Sisi confirman el diseño del
gobierno egipcio y sus perspectivas de futuro. Cualquier planteamiento que se
aleje de él, significa ruptura con un modelo sacralizado, institucionalizado
como "nacional", y del que se excluye toda discrepancia o crítica
considerándose estas como desestabilizadoras, provocadoras del vacío de poder y
que, finalmente, arrastran al caos.
El refuerzo del papel del Ejército y de su definición como brazo
del pueblo hacer ver que este se va a perpetuar en el poder, ya que cualquier
otra perspectiva se percibe como destructiva. Recordemos la detención de
militares bajo la acusación (absurda en cualquier otro contexto) de "querer
separar al Ejército y al Pueblo".
La definición clara de la revolución del 25 de enero como un
elemento desestabilizador y la apertura de las "puertas del
infierno", según se recoge en su propio discurso conlleva la concepción de
cualquier posibilidad que no sea las fijadas por el régimen como
"demoníaca", por continuar con el símil. Esto constituye la
sacralización del sistema, cerrándolo. También una advertencia a cualquiera que
trate de cambiar el curso de lo programado. La fabricación de un modelo pseudo democrático,
con una falsa "oposición", la creación de otro "partido
nacional" y la eliminación de los críticos, además de los opositores, hace
perder toda esperanza por mucho tiempo. Como ocurrió con Mubarak, es el propio
régimen el que tiene que colapsar por sus errores, arrastrando a la sociedad.
Es una condena al conflicto permanente, sin resolución, a vivir bajo la amenaza
constante, algo que justifica el uso
del poder y la violencia represivos.
Si a esto se le suma la consideración negativa de los
derechos humanos, como una especie de herramienta para interferir en los
"asuntos internos" del país y desestabilizarlo, Egipto está abocado de nuevo a otro largo
periodo de "represión gozosa" como el de Hosni Mubarak, ahora convertido en
paladín de la estabilidad.
Hay pocas
perspectivas de que alguien abra las puertas del infierno. El problema es de qué lado de la puerta estás.
*
"Change by force opens gates of hell: Sisi at World Youth Forum"
Egypt Independent 5/11/2018
https://www.egyptindependent.com/change-by-force-opens-gates-of-hell-sisi-at-world-youth-forum/
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