domingo, 4 de noviembre de 2018

El inevitable Trump

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hace mucho tiempo que hablamos de Donald Trump como el "luchador malo" en la velada, el que provoca al público asistente con sus insultos, gritos y aspavientos. Atrae la atención y acaba convirtiéndose en el centro. Los medios de comunicación se enfrentan a este problema. Lo limitado del espacio disponible y de los recursos periodísticos es consumido por Trump, una máquina de producir titulares, de sembrar conflictos que necesitan ser cubiertos. Es un problema real y un  signo de unos tiempos en que todo tiende a convertirse en espectáculo. Antes ocurrían cosas y los medios las cubrían; ahora ya no es así. El político es la noticia; lo que hace, sus circunstancias. Los acontecimientos ocurren para ser cubiertos. Forman parte de la estrategia del mantenimiento de la atención. Da igual que sea por hacer cosas buenas o malas: lo importante es conseguir ser visto en medios del caos espumoso de la actualidad. Trump es maestro en esto y los medios no logran resolver el dilema en el que se encuentran: cómo ignorarle, cómo ignorar al inquilino de la Casa Blanca.
Una visita a las cadenas norteamericanas nos muestra claramente la capacidad de Trump para ser "inevitable". Ya sea para defenderle o para insultarle, ya sea al frente de un auditorio que le aclama o de manifestación que le vilipendia, etc., Trump está ahí, como una Estatua de la Libertad bailando claqué ante los ojos asombrados de visitantes y residentes.


La CNN nos muestra en un reportaje los efectos mundiales de este fenómeno. El titular es "Trump's been president for two years. Germans still can't look away" y lo firman Nadine Schmidt y Angela Dewan. El reportaje comienza con una visita al semanario Der Spiegel  contando las portadas (siempre negativas) con las que Trump ha conseguido hacerse.
Más adelante se señala:

The Pew Center for Research's spring survey on global attitudes found a dramatic drop in confidence that Trump would do the right thing for the world in most European countries, when compared with Barack Obama.
At the end of Obama's presidency, Germany's confidence in the US president was 86%. Now German confidence in Trump is 10%. France went from 84% in Obama's final months to 9% now, while the United Kingdom dipped from 79% to 28%.
Yet the volume of online searches for Trump in the same countries is huge, according to data from analytics company SimilarWeb, which shows that Trump was by far the most searched-for person in the world over the past 12 months.
In the United Kingdom, more people searched for the American President than their own prime minister, Theresa May, or even Brexit, Google Trends data shows.
Back in Germany, Trump was also more searched for than Merkel over the past year, according to SimilarWeb. This combination of disapproval and enormous interest in the president suggests an interesting dynamic — Germans love to hate Trump.*


Por encima de los desastres mundiales que Donald Trump está provocando, esta perspectiva debería preocuparnos, pues Trump no es más que el primero en pasar la puerta de una forma de liderazgo que será fácilmente imitado, aunque (esperemos) no fácilmente superado. Desgraciadamente, las formas y el fondo de Trump parecen proyectarse desde los Estados Unidos hacia fuera, hacia países con diversos grados de democracias funcionando y perfeccionándose. 
Lo que muestran los estudios es que, para bien o para mal, Trump se ha convertido en una especie de horizonte referencial, en una figura omnipresente. Como personaje público, Trump está curtido en mil batallas en su contra. De Trump se han reído todos señalando sus carencias y vergüenzas. Esto ha generado una serie de anticuerpos, por usar la analogía con las vacunas, que le han inmunizado contra muchas cosas. Allí donde los políticos tradicionales tapan sus vergüenzas, Trump está acostumbrado a abrir su gabardina sin tapujos, enseñando las suyas.


Es, se nos dice, la persona más buscada en la redes mundiales, algo al alcance de muy pocos con medios normales. La confianza del mundo en él se ha hundido incluso en los países amigos de los Estados Unidos, como se nos muestra en la Gran Bretaña de Theresa May, con quien salió de la mano en su primer encuentro internacional. No hace falta mencionar en qué situación se encuentran hoy los saudís, otros buenos amigos de Trump. El aura que parece rodearle no abarca a los que le rodean, incluida la familia. En los Estados Unidos, su erosión es lenta, a la espera de lo que ocurra en unos días en las elecciones de mitad de mandato. Los fieles siguen manteniéndose a su lado. Es algo que el propio Trump favorece al intensificar la división social, que deja de ser una elección racional o pragmática y deriva hacia lo irracional y lo emocional.
Estos dos últimos estados mentales y políticos están blindados frente a la lógica. Se agarran, en cambio, a cualquier factor que refuerce su posición. El debate existente sobre si el actual momento económico se debe a Trump o si se están recogiendo los frutos de la etapa Obama es claro para cada bando.
Este fin de semana se ha estrenado en nuestra cartelera el filme de Spike Lee, "Infiltrado en el KKKlan" (BlacKkKlansman, 2018). Es difícil encontrar una película tan crítica con un presidente en activo. Lo que hay en Estados Unidos ya no es una división política; es la coexistencia de universos paralelos que no se encuentran ni en el infinito.  Más de la mitad de Estados Unidos no percibe a su presidente como "su" presidente, sino como un agente invasor —de otra potencia, de otro planeta— haciendo realidad una pesadilla norteamericana: la ocupación de la Casa Blanca por un "manchurian candidate" o por un "ladrón de cuerpos" llegado de otra galaxia. Ese temor se ha hecho realidad. Trump no es un "mal presidente"; es un "no-presidente", una figura extraña en la que no encuentran muchos los valores que les pueden definir. Es algo más que discordancia; es rechazo, repulsión... Y Trump juega con todo ello. Cuanto menos "norteamericano" lo perciban, más caricatura del "patriota" será. Y más jaleado y odiado por unos y otros.
El futuro (el futuro existe como distinto del presente interminable) juzgará la figura de Donald Trump. No lo harán sobre sus decisiones, que ya lo hacen, sino sobre su misma existencia en la democracia de la primera potencia mundial.


La pregunta de muchos analistas políticos, de muchos comunicadores, de muchos periodistas es ¿hasta cuándo? Les parece más urgente que la del ¿cómo?, que ya es inevitable. Sin embargo, esta no se debe dejar de lado porque Trump no es una excepción, sino la punta de un iceberg mundial que debe ser conocido y puesto remedio en beneficio de un mundo más seguro. Las fuerzas tras él han estado ahí, creciendo, y ha sido la existencia de su figura junto a los condicionamientos históricos en un espacio de tecnologías de la comunicación sin filtro las que le han llevado hasta la Casa Blanca.
La pregunta debe ser corregida y ampliada a otras vinculadas: ¿en qué falla la democracia como convivencia, como vigilancia de los comportamientos autoritarios? ¿Por qué se ha creado un contexto que posibilite su llegada al poder? ¿Qué valores deben ser comunicados para evitar que el odio, la división social, se apodere de los países?
La paradoja a la que (todos) no vemos enfrentados es la de elegir entre el silencio y hablar de él. La tentación del silencio se debe alejar porque es dejarle el paso libre. Sin embargo, cuando le sometemos a crítica, hay una parte de energía que se libera, va hacia él y le recarga. Es la que hace que sus seguidores cierren filas a su alrededor y que él mismo la recicle contra sus detractores, sintiéndose víctima. No es fácil elegir.
Es la paradoja comunicativa del inevitable Trump.



* Nadine Schmidt y Angela Dewan "Trump's been president for two years. Germans still can't look away" 4/11/2018 https://edition.cnn.com/2018/11/04/media/germany-der-spiegel-trump-midterms-intl/index.html



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