Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace
mucho tiempo que hablamos de Donald Trump como el "luchador malo" en
la velada, el que provoca al público asistente con sus insultos, gritos y
aspavientos. Atrae la atención y acaba convirtiéndose en el centro. Los medios
de comunicación se enfrentan a este problema. Lo limitado del espacio
disponible y de los recursos periodísticos es consumido por Trump, una máquina
de producir titulares, de sembrar conflictos que necesitan ser cubiertos. Es un
problema real y un signo de unos tiempos
en que todo tiende a convertirse en espectáculo. Antes ocurrían cosas y los
medios las cubrían; ahora ya no es
así. El político es la noticia; lo
que hace, sus circunstancias. Los acontecimientos ocurren para ser cubiertos.
Forman parte de la estrategia del mantenimiento de la atención. Da igual que
sea por hacer cosas buenas o malas: lo importante es conseguir ser visto en
medios del caos espumoso de la actualidad. Trump es maestro en esto y los
medios no logran resolver el dilema en el que se encuentran: cómo ignorarle,
cómo ignorar al inquilino de la Casa Blanca.
Una
visita a las cadenas norteamericanas nos muestra claramente la capacidad de
Trump para ser "inevitable". Ya sea para defenderle o para
insultarle, ya sea al frente de un auditorio que le aclama o de
manifestación que le vilipendia, etc., Trump está ahí, como una Estatua de la
Libertad bailando claqué ante los ojos asombrados de visitantes y residentes.
La CNN
nos muestra en un reportaje los efectos mundiales de este fenómeno. El titular es "Trump's been
president for two years. Germans still can't look away" y lo firman Nadine
Schmidt y Angela Dewan. El reportaje comienza con una visita al
semanario Der Spiegel contando las
portadas (siempre negativas) con las que Trump ha conseguido hacerse.
Más adelante se señala:
The Pew Center for Research's spring survey on
global attitudes found a dramatic drop in confidence that Trump would do the
right thing for the world in most European countries, when compared with Barack
Obama.
At the end of Obama's presidency, Germany's
confidence in the US president was 86%. Now German confidence in Trump is 10%.
France went from 84% in Obama's final months to 9% now, while the United
Kingdom dipped from 79% to 28%.
Yet the volume of online searches for Trump in
the same countries is huge, according to data from analytics company
SimilarWeb, which shows that Trump was by far the most searched-for person in
the world over the past 12 months.
In the United Kingdom, more people searched for
the American President than their own prime minister, Theresa May, or even
Brexit, Google Trends data shows.
Back in Germany, Trump was also more searched
for than Merkel over the past year, according to SimilarWeb. This combination
of disapproval and enormous interest in the president suggests an interesting
dynamic — Germans love to hate Trump.*
Por encima de los desastres mundiales que Donald Trump está
provocando, esta perspectiva debería preocuparnos, pues Trump no es más que el
primero en pasar la puerta de una forma de liderazgo que será fácilmente
imitado, aunque (esperemos) no fácilmente superado. Desgraciadamente, las
formas y el fondo de Trump parecen proyectarse desde los Estados Unidos hacia
fuera, hacia países con diversos grados de democracias funcionando y perfeccionándose.
Lo que muestran los estudios es que, para bien o para mal,
Trump se ha convertido en una especie de horizonte referencial, en una figura
omnipresente. Como personaje público, Trump está curtido en mil batallas en su
contra. De Trump se han reído todos señalando sus carencias y vergüenzas. Esto
ha generado una serie de anticuerpos, por usar la analogía con las vacunas, que
le han inmunizado contra muchas cosas. Allí donde los políticos tradicionales
tapan sus vergüenzas, Trump está acostumbrado a abrir su gabardina sin tapujos,
enseñando las suyas.
Es, se nos dice, la persona más buscada en la redes
mundiales, algo al alcance de muy pocos con medios normales. La confianza del
mundo en él se ha hundido incluso en los países amigos de los Estados Unidos,
como se nos muestra en la Gran Bretaña de Theresa May, con quien salió de la
mano en su primer encuentro internacional. No hace falta mencionar en qué
situación se encuentran hoy los saudís, otros buenos amigos de Trump. El aura
que parece rodearle no abarca a los que le rodean, incluida la familia. En los
Estados Unidos, su erosión es lenta, a la espera de lo que ocurra en unos días
en las elecciones de mitad de mandato. Los fieles siguen manteniéndose a su
lado. Es algo que el propio Trump favorece al intensificar la división social,
que deja de ser una elección racional o pragmática y deriva hacia lo irracional
y lo emocional.
Estos dos últimos estados mentales y políticos están
blindados frente a la lógica. Se agarran, en cambio, a cualquier factor que
refuerce su posición. El debate existente sobre si el actual momento económico
se debe a Trump o si se están recogiendo los frutos de la etapa Obama es claro
para cada bando.
Este fin de semana se ha estrenado en nuestra cartelera el
filme de Spike Lee, "Infiltrado en el KKKlan" (BlacKkKlansman, 2018). Es difícil encontrar una película tan
crítica con un presidente en activo. Lo que hay en Estados Unidos ya no es una división
política; es la coexistencia de universos paralelos que no se encuentran ni en
el infinito. Más de la mitad de Estados
Unidos no percibe a su presidente como "su" presidente, sino como un
agente invasor —de otra potencia, de otro planeta— haciendo realidad una
pesadilla norteamericana: la ocupación de la Casa Blanca por un
"manchurian candidate" o por un "ladrón de cuerpos" llegado
de otra galaxia. Ese temor se ha hecho realidad. Trump no es un "mal
presidente"; es un "no-presidente", una figura extraña en la que
no encuentran muchos los valores que les pueden definir. Es algo más que
discordancia; es rechazo, repulsión... Y Trump juega con todo ello. Cuanto
menos "norteamericano" lo perciban, más caricatura del "patriota"
será. Y más jaleado y odiado por unos y otros.
El futuro (el futuro existe como distinto del presente
interminable) juzgará la figura de Donald Trump. No lo harán sobre sus
decisiones, que ya lo hacen, sino sobre su misma existencia en la democracia de
la primera potencia mundial.
La pregunta de muchos analistas políticos, de muchos
comunicadores, de muchos periodistas es ¿hasta cuándo? Les parece más urgente
que la del ¿cómo?, que ya es inevitable. Sin embargo, esta no se debe dejar de
lado porque Trump no es una excepción, sino la punta de un iceberg mundial que
debe ser conocido y puesto remedio en beneficio de un mundo más seguro. Las
fuerzas tras él han estado ahí, creciendo, y ha sido la existencia de su figura
junto a los condicionamientos históricos en un espacio de tecnologías de la
comunicación sin filtro las que le han llevado hasta la Casa Blanca.
La pregunta debe ser corregida y ampliada a otras vinculadas:
¿en qué falla la democracia como convivencia, como vigilancia de los
comportamientos autoritarios? ¿Por qué se ha creado un contexto que posibilite
su llegada al poder? ¿Qué valores deben ser comunicados para evitar que el
odio, la división social, se apodere de los países?
La paradoja a la que (todos) no vemos enfrentados es la de elegir entre el silencio y hablar de él. La tentación del silencio se debe alejar porque es dejarle el paso libre. Sin embargo, cuando le sometemos a crítica, hay una parte de energía que se libera, va hacia él y le recarga. Es la que hace que sus seguidores cierren filas a su alrededor y que él mismo la recicle contra sus detractores, sintiéndose víctima. No es fácil elegir.
Es la paradoja comunicativa del inevitable Trump.
* Nadine Schmidt y Angela Dewan "Trump's been president
for two years. Germans still can't look away" 4/11/2018
https://edition.cnn.com/2018/11/04/media/germany-der-spiegel-trump-midterms-intl/index.html
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