Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Lo
confieso. El artículo de Cristian Segura en El País, me ha emocionado desde su
título casi existencialista "El niño lector que siempre está ahí".
Esa perspectiva del niño lector como una especie de dasein heideggeriano me ha cautivado como texto y como realidad.
Como
texto, se ve liberado de la tensión de las noticias que sacuden al mundo y
puede discurrir por los tranquilos meandros del estilo, por usar una expresión
flaubertiana; como realidad, conmueve por estar precisamente alejada de todo lo
que supone la novedad. "El niño lector que siempre está ahí"
convierte en noticia lo que no es novedad, creando una paradoja que no es tal,
dado el signo de los tiempos. Convertir en noticias (texto) lo que no es
noticia (en la realidad) es precisamente lo que distingue a la Literatura del
Periodismo, que se convierte en arte cuando sobrevive a su circunstancia. Y es
ahí donde el hecho se transforma en fábula, en lectura ejemplar elevando el
caso a una dimensión de significación universal.
Nos
cuenta el singular caso Cristian Segura con toques de realismo mágico:
Una tarde de agosto de 2017, aburrido de no
hacer nada, Hao Yu entró en la librería +Bernat de Barcelona, se sentó en la
que ahora dice que es su butaca, y empezó a leer. Un año y tres meses después,
Hao Yu, de 12 años, sigue ocupando cada día su butaca para leer y leer: lo hace
durante el parón del almuerzo en el colegio —de 13.30 a 14.30—y por la tarde
—de 18.00 a 20.00—. En el barrio le conocen como El Chino de la +Bernat. Lo
primero no es correcto, porque Hao Yu nació en Barcelona en 2006; lo segundo,
sí: Montse Serrano, la librera, se ha convertido en una suerte de segunda
madre.
"Yo no lo entiendo, no sé de dónde le
sale. En casa no hemos leído mucho", dice Lili, la madre de Hao Yu,
mientras recoge la terraza del bar que regenta con su marido en la calle de
Buenos Aires, frente a la librería. El bar Bocinet es un local de quintos de
cerveza, menú de mediodía y de tragaperras. Lo gestiona la familia Hao desde
hace cuatro años, de los 20 que llevan en España. El verano de 2017, Hao Yu
estaba harto de no hacer nada en el bar mientras sus padres faenaban y cuidaban
de él y de su hermano pequeño. Hao Yu se fugó a +Bernat. Y entonces empezó a
leer. "Es muy movido, en el colegio da problemas. Pero cuando lee, está
tranquilo. De verdad, no lo entiendo", insiste Lili.*
Un
texto polifónico en el que se entretejen las voces del barrio, la familia, la
librera y un silencio, el del imperturbable Hao Yu concentrado en su lectura. Y
es precisamente en ese silencio absorto en el que se nos revela el lector
empedernido.
El
texto, como decíamos, tiene algo de realismo mágico, de historia extraordinaria
contada con los mimbres de lo cotidiano. Gracias a la forma de expresarlo, el
simple hecho de un niño leyendo deja de ser simple y se convierte en un hecho
extraordinario, casi heroico, en una gesta contracorriente.
Y ese
es su secreto textual, llevarnos a lo mítico por la vía de lo que ha dejado ser
cotidiano. El asombro generado por el niño, merecedor de un título incorrecto,
"El Chino de la +Bernat", es precisamente el que nos muestra el vacío
lector que le rodea.
En
efecto, el niño lector que siempre está ahí se nos ofrece a la mirada del
barrio como una especie de prodigio, como si fuera un telekinésico que pasara
las páginas con el poder de la mente y viéramos volar el volumen terminado
camino de su estante. Sin embargo, Hao Yu simplemente lee. Lee sin parar, lee
para asombro de los que no leen o leen poco, de los que deslizan nerviosamente
sus dedos sobre la superficie grasienta de sus teléfonos modestamente
inteligentes, de los seguidores de realities con personajes triviales pero con
ínfulas, etc. Hao Yu no dobla cucharas o hace equilibrios con lapiceros en la
punta de la nariz. Solo lee, pasa páginas y está ahí.
Nos
dice Segura en el artículo:
Hao Yu no es un niño muy sociable. Para ser entrevistado
por EL PAÍS, aceptó a cambio lo que él considera un soborno de Montse Serrano:
el último libro de Brandon Sanderson, otro autor de best sellers de ciencia
ficción. Serrano tiene fotos de él devorando La transparencia del tiempo, de Leonardo Padura o partiéndose de
risa con La extraordinaria familia
Telemacus, de Daryl Gregory. También se han fotografiado con él escritores
como Enrique Vila-Matas —un habitual de la librería—, Antonio Muñoz Molina o
Ignacio Martínez de Pisón.
A Hao Yu parece que le traen sin cuidado
quiénes son, él solo quiere que le dejen tranquilo leyendo en su butaca. Se
queda absorto en un nivel de concentración admirable pese al trasiego a su
alrededor. En dos ocasiones ha detectado erratas en libros y se las ha hecho
llegar a la editorial. "A mí me gusta que esté aquí, y su madre me pide
que le ayude", comenta Serrano: "Él nos echa una mano en días como
Sant Jordi, o cuando hay que vender números de la cesta de Navidad. A veces
atiende a clientes; aprendió él solo a utilizar la caja registradora. Pero eso
es si quiere, porque es muy suyo. Pero ya es parte de nuestra vida, incluso los
comerciales lo adoran, le traen ejemplares de regalo".*
Vida
prodigiosa. Hao Yu adora los libros e ignora a los escritores, personas mucho
menos interesantes que sus obras. Cuando un autor es más interesante que sus
obras, malo. La imagen de los autores fotografiándose con un lector invierte
nuestro sentido de la realidad. Pero tiene su lógica: autores hay muchos;
lectores como Hao Yu, muy pocos. Es casi un prodigio, algo que fuera del barrio
se recibe con escepticismo. Esperemos que el artículo en el diario no genere
caravanas para fotografiarse con el lector, perturbando la única acción que le
define. Allí donde el autor busca la fama; el lector, por el contrario, ansía
la tranquilidad de la lectura, la paz del silencio que le permita perderse tras
las palabras. ¡Respetad la paz de Hao Yu!
La
historia del "niño lector que siempre estaba allí" ha coincido con
dos momentos, actuando a modo de guinda o remate. Uno es la lectura de un
maravilloso libro de escritos sueltos, artículos pequeñas conferencias,
reflexiones, etc. de la escritora de ciencia-ficción o escritora a secas,
Ursula K. Le Guin, titulado "Contar es escuchar" (2018), en el que se
nos desvela no solo como autora sino mostrando la otra cara de la moneda, como
lectora.
En el
breve texto titulado "Mis bibliotecas", escrito en 1997 con motivo de
la reforma de una biblioteca en Portland, Le Guin va haciendo un repaso su vida
según los momentos pasados en diferentes bibliotecas públicas. Otros cuentan la
vida en otras unidades de medida, pero Le Guin lo hace en bibliotecas, espacios
en los que pudo perderse en la lectura. Uno se puede perder físicamente, pero
la pérdida de la lectura es como la del sueño (con el que mantiene conexiones
interesantes): nuestro cuerpo se queda pero nuestros pensamientos están lejos,
imaginativamente hablando. Hao Yu está allí sentado, siempre; pero su mente
está por otros lugares, viajando, viviendo aventuras en planetas o islas
remotas. Los estímulos ya no le llegan del exterior, que ignora, sino de esa
estimulación imaginativa que producen las palabras adecuadas en su orden correcto.
Podemos verle reír, llorar o estarse quieto. Su mente está lejos o, si se
prefiere, en una capa interior más profunda estimulada por las palabras.
Milagro del lenguaje, milagro de la imaginación.
Al
final del escrito, Le Guin nos valora esa perspectiva de las bibliotecas en su
vida:
Les hablaré de mi definición personal de la
libertad. La libertad es el acceso a los estantes de la biblioteca
Widener.
Recuerdo que la primera vez que salí de
aquellos estantes interminables e increíbles apenas podía caminar bajo el peso
de unos veinticinco libros. Pero iba volando. Volví la vista y miré las anchas
escaleras del edificio y pensé: Es el cielo. Eso es el cielo para mí. Todas las
palabras del mundo, y todas esperando a que las lea. ¡Libre al fin, señor,
libre al fin!
No crean que cito esas nobles palabras a la
ligera. No es mi intención. El saber nos hace libres, el arte nos hace libres.
Una gran biblioteca es la libertad.
(U.K. Le Guin "Mis bibliotecas", en Contar es escuchar)**
La
libertad de la lectura es la que hace que estemos sentados, como Hao Yu, pero
podamos estar a la vez en cualquier otra parte, en un mundo más gratificante,
más interesante, en este caso, que el bar familiar en el que escuchar las historias
de un mundo aburrido lleno de gente aburrida.
Sí,
tiene razón Le Guin, ¡todas las palabras del mundo esperando para ser leídas! El
problema es que esas palabras se suelen quedar con las ganas antes la
desaparición de los lectores o, si se prefiere, de las ganas de leer o, todavía
más, ante la desaparición de la aventura lectora, de la exploración frente a la
prescripción de los libros a la carta.
El
mundo se ha llenado de falsas aventuras, de visitas guiadas a los sitios más insospechados,
incluidos los espacios mentales que han sido totalmente invadidos colonizando
nuestras mentes y convirtiéndolas en parques temáticos de riesgos controlados.
La aventura de recorrer estantes y encontrar un libro que te estaba esperando, solo a ti, en ese momento tan especial
de tu vida, ha desparecido frente al cerco de la persecución comercial, del
libro recomendado sin fe, solo como mercadotecnia.
Hay una
gran verdad en esa idea de la libertad construida desde las palabras, desde las
lecturas recibidas. Con el tiempo, la seducción de la lectura se convierte en
diálogo, en construcción conjunta. Ya no somos simplemente arrastrados en la
lectura como por un agujero negro del que no se sale; nos movemos con más
libertad en la lectura. Es la diferencia entre los lectores que matan el tiempo
leyendo y los que lo viven plenamente como experiencia vital y construcción de
esa libertad que nos hace más robustos frente al mundo. Es el efecto de los
buenos libros, porque leer leer es
leer buenos libros, que son los que te hacen crecer y te impulsan a nuevas
metas en un mundo inagotable. El buen lector sabe discriminar, señal de que ha
crecido como lector, que tiene criterio y gusto. Nada repugna más a los buenos
lectores que leer por leer, que leer cualquier cosa. Cuando has conocido buenos
libros, las malas lecturas, como se suele decir, se te caen de las manos.
El
segundo momento de coincidencia feliz, junto a la lectura de la obra de Ursula
K. Le Guin, en la que todavía sigo enfrascado (bonita expresión para la lectura)
es la coincidencia en la explicación de un texto en clase, en donde desgranamos
el texto de Nietzsche "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral",
un texto precisamente sobre el poder del lenguaje y las ficciones y sobre la
creatividad humana, sobre el milagro estético de la apropiación simbólica del
mundo a través del acto de poner nombre a lo que nos rodea, de poder empaquetar
la experiencia vital en palabras, darle forma.
Las ficciones son solo uno de los tipos de
ficciones que reconocemos como tales. Vivimos, como estableció Baudelaire, frente
a un bosque de símbolos (L'homme y passe à travers des forêts de symboles / Qui
l'observent avec des regards familiers). Ya no es la naturaleza de la que
huimos o fuimos expulsados, sino el bosque de la cultura, la semiosfera
lotmaniana, en la que somos arrojados ahí,
condenados felizmente a la aventura de la interpretación. Vivimos en un bosque de ficciones, la cultura. Vivimos leyendo, libros y todo tipo de signos que modelan y son modelados por nuestra cultura, una gigantesca biblioteca, un universo simbólico.
Hao Yu vive feliz en su parte del bosque, con sus ficciones
encuadernadas para mejor manejo de los símbolos. No vive aislado, perdido, como
algunos le pueden creer. Vive múltiples vidas, las que los textos le trasladan
como mirillas abiertas en los cráneos de otros a través de las que ver el
mundo.
Acusan a la librera, Montse Serrano, dice el artículo, de
tener a Hao Yu "muy mimado". Pero si una librera no mima a su mejor
lector, ¿quién lo hará? En otros espacios le habría dicho que si no paga no
lee, pero hoy las librerías dignas de ese nombre saben que tienen mucho de casa
de acogida ante el mal trato del mundo.
Respetemos la paz de Hao Yu, su tiempo de lectura, su estar
ahí, siempre. Habrá un día en que no esté, que tampoco esté su butaca en la que
deja el cartelito de ocupado cuando se va para cuando regrese. Y que tampoco
estén los libros ni la librería, convertida en local de comida rápida para
gente que no quiere perder su tiempo. Para Hao Yu, el tiempo es otra cosa y por
eso vuela a su butaca en cuanto que sus obligaciones infantiles se lo permiten.
Dicen que está muy tranquilo mientras lee, pero que en el resto de su otra vida
es muy inquieto. Quizá porque está deseando regresar a su butaca y seguir
leyendo. Le quedan mucho camino por recorrer, muchas obras que visitar sin moverse de si butaca.
Los escritores seguirán fotografiándose con él, que les
ignora. No valora la fama, sino la experiencia que sus obras le producen. Saben de su rareza, pero quizá los raros somos nosotros en nuestras vidas planas, llenas de ajetreo, sin butacas
que nos contengan.
*
Cristian Segura "El niño lector que siempre está ahí" El País
20/11/2018 https://elpais.com/ccaa/2018/11/19/catalunya/1542663077_499169.html
** Ursula K. Le Guin (2018) Contar es escuchar (The wave in the mind 2004). Ed. Círculo de Tiza. Trad. Martín Sciffino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.