viernes, 2 de noviembre de 2018

El falso patriotismo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En el mismo número en el que el diario El País no informa de que se han encontrado algunas posible evidencias de la posible sucesión de universos, de posibles principios y fines encadenados, se publica un artículo de Javier Solana, el que fuera ministro español de Educación y Ciencia, Cultura y Exteriores, Secretario General de la OTAN, Alto Representante de  Exteriores y Seguridad de la Unión Europea, Comandante en Jefe de la EUROFORCE y profesor de Física del Estado Sólido en la Universidad Complutense. No se trata de una simple enumeración, sino de la constatación de quién es Javier Solana, de lo informado de su visión y del conocimiento  que posee de la situación internacional desde esas perspectivas que van más allá de España y Europa, una percepción realmente global de las situación internacional.
El artículo que publica en el diario El País refleja, pues, una visión fundamentada en el conocimiento de la situación global de la relaciones internacionales pasadas, presentes y las perspectivas de futuro. Esto no garantiza su certeza, pero sí al menos lo cualificado de su visión sobre los problemas actuales
En el inicio de su escrito, titulado "", Javier Solana señala:

En la última semana de septiembre tuvo lugar uno de los acontecimientos más señalados en el calendario diplomático internacional: el debate anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Como es habitual, este debate reunió a una amplia nómina de líderes mundiales, aunque en los tiempos que corren el término “líder mundial” tal vez no deba utilizarse con tanta ligereza. Sin ir más lejos, el presidente de la primera potencia global ha dejado bien claro que no alberga ninguna ambición de implicarse en la resolución de nuestros problemas comunes y, desgraciadamente, no es el único que exhibe este tipo de inclinaciones.
Para quienes confiamos en la cooperación internacional como herramienta de progreso por su capacidad de ejercer de necesario complemento de la globalización económica, el debate de la Asamblea General dibujó un panorama desalentador. Salta a la vista que el interés cortoplacista de ciertos dirigentes, a menudo revestido de “interés nacional”, es uno de los factores que están sumiendo a las relaciones internacionales en su período más convulso desde la Guerra Fría. Pero el auge de los populismos nacionalistas no es tanto la causa, sino más bien la consecuencia, de las fracturas que llevan tiempo gestándose.*



Se puede analizar desde muchas perspectivas la situación actual del mundo, pero las conclusiones son las mismas, dependiendo del natural de quien lo percibe el considerarlo un desastre a corto, medio o largo plazo. En un mundo cada vez más complejo e interrelacionado (por las propias interacciones), una visión tan simplista, por un lado, y egoísta, por otro, no puede llevar a casi nada bueno.
Los Estados Unidos de Donald Trump muestran el triunfo de una visión del mundo contra la Historia misma, que —lejos de cualquier esencialismo o "destino manifiesto"— es la que se ha ido construyendo entre todos para precisamente poder convivir de la forma menos conflictiva, vivir de forma solidaria en lo posible.
Hemos pasado de las "guerras mundiales" a la globalización buscando evitar conflictos directos y tratar de concebir el mundo no en términos coloniales o imperialistas, no en términos de dominación y explotación, sino en términos de desarrollo conjunto tratando de reducir distancias en lo que había sido hasta el momento una Historia parcial, interesada y focalizada en los aspectos propios, que servían de interpretación del conjunto.
El retroceso a posiciones de aislacionismo interpretativo, basadas en la fuerza de las potencias, vuelve a traernos los peores escenarios porque se implanta de nuevo el unilateralismo para la toma de decisiones y para el análisis de las situaciones.

El desprecio mostrado por Donald Trump hacia cualquier tipo de foro internacional que no coincida con su visión unilateral del mundo es un enorme retroceso para todos. Es la vuelta a un mundo parcial, propio, cerrado, desde el que se toman las decisiones que afectan al conjunto.
El "panorama desalentador", al que se refiere Solana, en la ONU es la constatación de que ese unilateralismo se está dando como una especie de alternativa válida en la que todos pueden hacer lo mismo. Pero deshacer la idea de cooperación volviendo a la idea de visión unilateral conlleva el peligro de la dominación. Es decir, los que imitan las políticas de Donald Trump se olvidan de un importante detalle: el uso de la fuerza está en función de la propia fuerza. No tiene las mismas posibilidades de imposición Estados Unidos que Polonia o Hungría o Brasil, por poner tres países en la misma senda.
Los que imitan las políticas norteamericanas olvidan que su peso global puede ser muy reducido cuando se desgajan de las políticas comunes, armonizadas, y empiezan guerras comerciales por su cuenta.
De hecho, lo primero que ha traído la salida de los Estados Unidos de Donald Trump son las reorganizaciones de los que se pueden ver afectados. El primer efecto, por ejemplo, de sus amenazas de usar la OTAN para "cobrar protección" a los hasta el momento aliados europeos, ha sido la puesta en marcha de un programa de Defensa europeo, con un aumento del gasto militar de los países para hacer frente a su propia defensa, al dejar de ser los Estados Unidos.


No se toman medidas más drásticas respecto a la política de Trump porque probablemente todos alberguen la esperanza de que el actual presidente sea solo un paréntesis que se debe cerrar en cualquier momento si se logra la sensatez en los Estados Unidos. Sin embargo, esto es una interpretación de los acontecimientos muy arriesgada. No sé si es la mejor en todos los ámbitos, pero corre el peligro de provocar retrasos. Es mejor pensar que igual que Trump se puede ir, puede seguir o volver su política a través de otro candidato que siga la misma (o peor) política. No se ha logrado superar todavía el hecho de que Donald Trump esté realmente ahí, que no sea un mal sueño. Parecía imposible, pero solo era improbable.
La fuerza de un país en el contexto internacional no depende solo de él, sino de los demás. Los movimientos de corte nacionalista o ultranacionalista no buscan solo seguir una política propia, sino también la debilidad de sus oponentes. Es lo que hace Trump apoyando el Brexit o Putin apoyando los movimientos separatistas (incluido el secesionismo catalán), ultranacionalistas como Brasil o lo que ocurre en Polonia y Hungría.
No se trata solo de ser fuerte, sino de debilitar a los demás favoreciendo este tipo de situaciones en las que se alienta la división interna (separatismos) y la exterior nacionalismos. La lucha que se ha dado en el Brexit ha sido muy reveladora del papel de los Estados Unidos de Trump o de Rusia en la creación de las condiciones que lleven a la debilidad.


Lo que se está es favoreciendo una nueva política de superpotencias y de países atomizados con grandes egos, haciendo alianzas no con sus vecinos sino con países alejados a los que les puedan vender de forma más ventajosa. La Unión Europea se encuentra en el punto de mira de unos y de otros ya que tiene la fuerza suficiente, como productora y como mercado, como para competir y negociar de forma más sólida.
La llegada de los nacionalismos no es solo un efecto negativo de la globalización; es algo más que eso. Es una forma de debilitamiento de la fuerza de los que se han configurado en nuevas entidades. Estas resistencias nacionalistas habían existido, pero eran residuales en muchos países. El mantenimiento prolongado de dos crisis, la económica y la migratoria, ha tenido este efecto social: recelo ante los movimientos económicos y miedo ante la migración. Ha servido para que muchos propongan con posibilidades el cierre de fronteras y mercados. Son estos dos elementos los que están siendo utilizados por las políticas ultranacionalistas que estamos viendo.
Sorprendentemente, la percepción de la globalización que se impone no es la que responsabiliza a los propios inversionistas, que son los grandes beneficiados al deslocalizar los puestos de trabajo y reducir los costes aumentando los beneficios. Se acusa a los países que han producido de forma más barata y tragando los efectos nocivos de la producción. Es ahora, cuando estos países han alcanzado un nivel de desarrollo y pueden producir y competir con sus propios productos (el caso de China) y con una tecnología de desarrollo propio, cuando se cierran las fronteras de los mercados.
Como advierten muchos economistas, se puede producir un aumento de la producción local, pero también un encarecimiento que lleve a que la inflación se trague los beneficios y tenga un efecto reductor en los salarios, lo que también afectaría al consumo. Pero los Estados Unidos de Trump parten del principio de imposición de reglas como superpotencia. Los más débiles quedarán bajo su "protección", es decir, como obligados a aceptar sus condiciones. En el caso de Europa, se eleva el grado de conflicto con Rusia, lo que hace que se tenga que depender más de los Estados Unidos y aceptar sus condiciones. Lo mismo se puede decir de los aliados asiáticos (Japón, Corea del Sur) frente a China.


Lo ocurrido con la economía turca cuando el ego de Trump chocó con el de Recep Tayyip Erdogan es una muestra leve de lo que puede ocurrirte en los mercados y divisas. La posición en que ha quedado Reino Unido, flotando entre la Unión Europea, y los Estados Unidos es peligrosa para los británicos, que pueden perder las ventajas que han tenido por estar entre dos aguas. El tipo de economía desarrollado les ha beneficiado en un sentido, pero sus propias estrategias son ahora negativas. Han perdido ventajas y muchos se han dado cuenta de que han quedado en un vacío peligroso y demasiado expuestos a los vaivenes americanos, que simplemente los utilizarán. Trump pidió que le llamaran "Mr Brexit" por algo, pero desde luego no porque quisiera beneficiar a Reino Unido sino porque buscaba debilitar a la Unión Europea.
La cuestión que se plantea ahora es cómo va a resolver Trump su crisis abierta interna y sus conflictos exteriores, que abre y cierra para crear tensiones que le beneficien a sabiendas que es la superpotencia. Trump puede amenazarte con un bombardeo, crear una crisis, y a la semana siguiente abrazarte, llamarte "good guy" entre abrazos para mostrar al mundo que ha resuelto la crisis que él mismo creó.
Pero ¿cuánto tiempo puede ir el cántaro a la fuente crítica sin romperse? Sabe que solo los locos buscarían un conflicto abierto con los Estados Unidos, por lo que se tensa la cuerda al máximo. Sin embargo, esto crea un clima constante de incertidumbre que afecta a la estabilidad general.


No se trata de razonar, como hace finalmente Javier Solana, sobre el concepto de "patriotismo". El patriotismo es la retórica usada, el tono con el que se realizan y justifican las acciones uniltareales hacia el exterior y se divide en el interior, como vemos cada día.
La política de Trump no es "patriótica"; es agresiva y egoísta, basada en la fuerza y en el miedo a las consecuencias que los demás han de tener, ya que quien la pone en marcha no lo tiene en cuenta. Es esta incapacidad de ponerse en el lugar del otro para percibir las consecuencias de los actos, es ese encerramiento en la propia visión lo que da miedo de Trump. Es la ausencia de sentido de la responsabilidad ante lo que ocurra lo que asusta. No es patriotismo, en absoluto. Es solo torpeza e incapacidad de asumir responsabilidades en un mundo interconectado.  Trump ha modificado la política norteamericana a su imagen y semejanza, con todo lo terrible que eso implica para todos, empezando por los propios norteamericanos.


"America First" no es patriotismo; es solo satisfacer las carencias o frustraciones de una parte de la población a la que se le ha dicho que hay que temer a los Estados Unidos, mejor que respetarlos. La consecuencia es la pérdida del liderazgo moral y político. Alguna prensa norteamericana dio la noticia de la retirada política de Angela Merkel hablando de ella como "la líder del mundo occidental". Era una forma de abofetear a Donald Trump.
La esperanza está puesta en un cambio en los Estados Unidos. Son ellos los que han llevado a Trump, por los medios conocidos, hasta un poder que va más allá de los Estados Unidos. 
Trump cuenta con una ventaja, jugar con blancas y con más fichas que el resto. Sobre el tablero —es su objetivo— solo deben quedar peones, las piezas de menos valor. Cuanto más débil sea Europa, los otros, más fácil le será conseguir sus objetivos de imposición. No es patriotismo hacer sentir a los norteamericanos cómo se humilla a países pequeños o se les obliga aceptar las condiciones del matón que amenaza.
En junio de este año, la prensa nos informó de que a Javier Solana, ex Secretario General de la OTAN, Alto Representante de la Unión Europea, etc. se le prohibía la entrada en los Estados Unidos. El motivo: haber visitado Irán. Así funciona el patriotismo. A Solana le cabe el honor de ser otra persona para la que se ha elevado un muro. Nada de esto hace a América más grande ni le devuelve gloria alguna.


* Javier Solana "La impotencia de la primera potencia mundial" El País 2/11/2018 https://elpais.com/elpais/2018/11/01/opinion/1541093231_640886.html

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