Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En el
mismo número en el que el diario El País no informa de que se han encontrado
algunas posible evidencias de la posible sucesión de universos, de posibles
principios y fines encadenados, se publica un artículo de Javier Solana, el que
fuera ministro español de Educación y Ciencia, Cultura y Exteriores, Secretario
General de la OTAN, Alto Representante de Exteriores y Seguridad de la Unión Europea,
Comandante en Jefe de la EUROFORCE y profesor de Física del Estado Sólido en la
Universidad Complutense. No se trata de una simple enumeración, sino de la
constatación de quién es Javier Solana, de lo informado de su visión y del
conocimiento que posee de la situación
internacional desde esas perspectivas que van más allá de España y Europa, una
percepción realmente global de las situación internacional.
El
artículo que publica en el diario El País refleja, pues, una visión fundamentada
en el conocimiento de la situación global de la relaciones internacionales
pasadas, presentes y las perspectivas de futuro. Esto no garantiza su certeza,
pero sí al menos lo cualificado de su visión sobre los problemas actuales
En el inicio
de su escrito, titulado "", Javier Solana señala:
En la última semana de septiembre tuvo lugar
uno de los acontecimientos más señalados en el calendario diplomático
internacional: el debate anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Como es habitual, este debate reunió a una amplia nómina de líderes mundiales,
aunque en los tiempos que corren el término “líder mundial” tal vez no deba
utilizarse con tanta ligereza. Sin ir más lejos, el presidente de la primera
potencia global ha dejado bien claro que no alberga ninguna ambición de
implicarse en la resolución de nuestros problemas comunes y, desgraciadamente,
no es el único que exhibe este tipo de inclinaciones.
Para quienes confiamos en la cooperación
internacional como herramienta de progreso por su capacidad de ejercer de
necesario complemento de la globalización económica, el debate de la Asamblea
General dibujó un panorama desalentador. Salta a la vista que el interés
cortoplacista de ciertos dirigentes, a menudo revestido de “interés nacional”,
es uno de los factores que están sumiendo a las relaciones internacionales en
su período más convulso desde la Guerra Fría. Pero el auge de los populismos
nacionalistas no es tanto la causa, sino más bien la consecuencia, de las
fracturas que llevan tiempo gestándose.*
Se
puede analizar desde muchas perspectivas la situación actual del mundo, pero
las conclusiones son las mismas, dependiendo del natural de quien lo percibe el
considerarlo un desastre a corto, medio o largo plazo. En un mundo cada vez más
complejo e interrelacionado (por las propias interacciones), una visión tan
simplista, por un lado, y egoísta, por otro, no puede llevar a casi nada bueno.
Los
Estados Unidos de Donald Trump muestran el triunfo de una visión del mundo
contra la Historia misma, que —lejos de cualquier esencialismo o "destino
manifiesto"— es la que se ha ido construyendo entre todos para
precisamente poder convivir de la forma menos conflictiva, vivir de forma
solidaria en lo posible.
Hemos
pasado de las "guerras mundiales" a la globalización buscando evitar
conflictos directos y tratar de concebir el mundo no en términos coloniales o
imperialistas, no en términos de dominación y explotación, sino en términos de
desarrollo conjunto tratando de reducir distancias en lo que había sido hasta
el momento una Historia parcial, interesada y focalizada en los aspectos
propios, que servían de interpretación del conjunto.
El
retroceso a posiciones de aislacionismo interpretativo, basadas en la fuerza de
las potencias, vuelve a traernos los peores escenarios porque se implanta de
nuevo el unilateralismo para la toma de decisiones y para el análisis de las
situaciones.
El
desprecio mostrado por Donald Trump hacia cualquier tipo de foro internacional
que no coincida con su visión unilateral del mundo es un enorme retroceso para
todos. Es la vuelta a un mundo parcial, propio, cerrado, desde el que se toman
las decisiones que afectan al conjunto.
El
"panorama desalentador", al que se refiere Solana, en la ONU es la
constatación de que ese unilateralismo se está dando como una especie de
alternativa válida en la que todos pueden hacer lo mismo. Pero deshacer la idea
de cooperación volviendo a la idea de visión unilateral conlleva el peligro de
la dominación. Es decir, los que imitan las políticas de Donald Trump se
olvidan de un importante detalle: el uso de la fuerza está en función de la
propia fuerza. No tiene las mismas posibilidades de imposición Estados Unidos
que Polonia o Hungría o Brasil, por poner tres países en la misma senda.
Los que
imitan las políticas norteamericanas olvidan que su peso global puede ser muy
reducido cuando se desgajan de las políticas comunes, armonizadas, y empiezan
guerras comerciales por su cuenta.
De
hecho, lo primero que ha traído la salida de los Estados Unidos de Donald Trump
son las reorganizaciones de los que se pueden ver afectados. El primer efecto,
por ejemplo, de sus amenazas de usar la OTAN para "cobrar protección"
a los hasta el momento aliados europeos, ha sido la puesta en marcha de un
programa de Defensa europeo, con un aumento del gasto militar de los países
para hacer frente a su propia defensa, al dejar de ser los Estados Unidos.
No se
toman medidas más drásticas respecto a la política de Trump porque
probablemente todos alberguen la esperanza de que el actual presidente sea solo
un paréntesis que se debe cerrar en cualquier momento si se logra la sensatez
en los Estados Unidos. Sin embargo, esto es una interpretación de los
acontecimientos muy arriesgada. No sé si es la mejor en todos los ámbitos, pero
corre el peligro de provocar retrasos. Es mejor pensar que igual que Trump se
puede ir, puede seguir o volver su política a través de otro candidato que siga
la misma (o peor) política. No se ha logrado superar todavía el hecho de que
Donald Trump esté realmente ahí, que
no sea un mal sueño. Parecía imposible,
pero solo era improbable.
La
fuerza de un país en el contexto internacional no depende solo de él, sino de
los demás. Los movimientos de corte nacionalista o ultranacionalista no buscan
solo seguir una política propia, sino también la debilidad de sus oponentes. Es
lo que hace Trump apoyando el Brexit o Putin apoyando los movimientos separatistas
(incluido el secesionismo catalán), ultranacionalistas como Brasil o lo que
ocurre en Polonia y Hungría.
No se
trata solo de ser fuerte, sino de debilitar a los demás favoreciendo este tipo
de situaciones en las que se alienta la división interna (separatismos) y la
exterior nacionalismos. La lucha que se ha dado en el Brexit ha sido muy
reveladora del papel de los Estados Unidos de Trump o de Rusia en la creación
de las condiciones que lleven a la debilidad.
Lo que
se está es favoreciendo una nueva política de superpotencias y de países atomizados
con grandes egos, haciendo alianzas no con sus vecinos sino con países alejados
a los que les puedan vender de forma más ventajosa. La Unión Europea se
encuentra en el punto de mira de unos y de otros ya que tiene la fuerza
suficiente, como productora y como mercado, como para competir y negociar de
forma más sólida.
La
llegada de los nacionalismos no es solo un efecto negativo de la globalización;
es algo más que eso. Es una forma de debilitamiento de la fuerza de los que se
han configurado en nuevas entidades. Estas resistencias nacionalistas habían
existido, pero eran residuales en muchos países. El mantenimiento prolongado de
dos crisis, la económica y la migratoria, ha tenido este efecto social: recelo
ante los movimientos económicos y miedo ante la migración. Ha servido para que
muchos propongan con posibilidades el cierre de fronteras y mercados. Son estos
dos elementos los que están siendo utilizados por las políticas
ultranacionalistas que estamos viendo.
Sorprendentemente,
la percepción de la globalización que se impone no es la que responsabiliza a
los propios inversionistas, que son los grandes beneficiados al deslocalizar
los puestos de trabajo y reducir los costes aumentando los beneficios. Se acusa
a los países que han producido de forma más barata y tragando los efectos
nocivos de la producción. Es ahora, cuando estos países han alcanzado un nivel
de desarrollo y pueden producir y competir con sus propios productos (el caso
de China) y con una tecnología de desarrollo propio, cuando se cierran las
fronteras de los mercados.
Como
advierten muchos economistas, se puede producir un aumento de la producción
local, pero también un encarecimiento que lleve a que la inflación se trague
los beneficios y tenga un efecto reductor en los salarios, lo que también
afectaría al consumo. Pero los Estados Unidos de Trump parten del principio de
imposición de reglas como superpotencia. Los más débiles quedarán bajo su
"protección", es decir, como obligados a aceptar sus condiciones. En
el caso de Europa, se eleva el grado de conflicto con Rusia, lo que hace que se
tenga que depender más de los Estados Unidos y aceptar sus condiciones. Lo
mismo se puede decir de los aliados asiáticos (Japón, Corea del Sur) frente a
China.
Lo
ocurrido con la economía turca cuando el ego de Trump chocó con el de Recep
Tayyip Erdogan es una muestra leve de lo que puede ocurrirte en los mercados y
divisas. La posición en que ha quedado Reino Unido, flotando entre la Unión
Europea, y los Estados Unidos es peligrosa para los británicos, que pueden
perder las ventajas que han tenido por estar entre dos aguas. El tipo de
economía desarrollado les ha beneficiado en un sentido, pero sus propias estrategias
son ahora negativas. Han perdido ventajas y muchos se han dado cuenta de que
han quedado en un vacío peligroso y demasiado expuestos a los vaivenes
americanos, que simplemente los utilizarán. Trump pidió que le llamaran
"Mr Brexit" por algo, pero desde luego no porque quisiera beneficiar
a Reino Unido sino porque buscaba debilitar a la Unión Europea.
La
cuestión que se plantea ahora es cómo va a resolver Trump su crisis abierta
interna y sus conflictos exteriores, que abre y cierra para crear tensiones que
le beneficien a sabiendas que es la superpotencia. Trump puede amenazarte con
un bombardeo, crear una crisis, y a la semana siguiente abrazarte, llamarte
"good guy" entre abrazos para mostrar al mundo que ha resuelto la
crisis que él mismo creó.
Pero
¿cuánto tiempo puede ir el cántaro a la fuente crítica sin romperse? Sabe que solo
los locos buscarían un conflicto abierto con los Estados Unidos, por lo que se tensa
la cuerda al máximo. Sin embargo, esto crea un clima constante de
incertidumbre que afecta a la estabilidad general.
No se
trata de razonar, como hace finalmente Javier Solana, sobre el concepto de
"patriotismo". El patriotismo es la retórica usada, el tono con el
que se realizan y justifican las acciones uniltareales hacia el exterior y se divide
en el interior, como vemos cada día.
La
política de Trump no es "patriótica"; es agresiva y egoísta, basada
en la fuerza y en el miedo a las consecuencias que los demás han de tener, ya
que quien la pone en marcha no lo tiene en cuenta. Es esta incapacidad de ponerse en el lugar del otro para percibir las consecuencias de los actos, es ese encerramiento en la propia visión lo que da miedo de Trump. Es la ausencia de sentido de la responsabilidad ante lo que ocurra lo que asusta. No es patriotismo, en absoluto. Es solo torpeza e incapacidad de asumir responsabilidades en un mundo interconectado. Trump ha modificado la política norteamericana a su imagen y semejanza, con todo lo terrible que eso implica para todos, empezando por los propios norteamericanos.
"America First" no es patriotismo; es solo satisfacer las carencias o frustraciones de una parte de la población a la que se le ha dicho que hay que temer a los Estados Unidos, mejor que respetarlos. La consecuencia es la pérdida del liderazgo moral y político. Alguna prensa norteamericana dio la noticia de la retirada política de Angela Merkel hablando de ella como "la líder del mundo occidental". Era una forma de abofetear a Donald Trump.
La
esperanza está puesta en un cambio en los Estados Unidos. Son ellos los que han llevado a Trump, por los medios conocidos, hasta un poder que va más allá de los Estados Unidos.
Trump cuenta con una ventaja, jugar con blancas y con más fichas que el resto. Sobre el tablero —es
su objetivo— solo deben quedar peones, las piezas de menos valor. Cuanto más
débil sea Europa, los otros, más fácil le será conseguir sus objetivos de imposición. No es patriotismo hacer sentir a los norteamericanos cómo se humilla a países pequeños o se les obliga aceptar las condiciones del matón que amenaza.
En junio de este año, la prensa nos informó de que a Javier Solana, ex Secretario General de la OTAN, Alto Representante de la Unión Europea, etc. se le prohibía la entrada en los Estados Unidos. El motivo: haber visitado Irán. Así funciona el patriotismo. A Solana le cabe el honor de ser otra persona para la que se ha elevado un muro. Nada de esto hace a América más grande ni le devuelve gloria alguna.
*
Javier Solana "La impotencia de la primera potencia mundial" El País
2/11/2018 https://elpais.com/elpais/2018/11/01/opinion/1541093231_640886.html
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