jueves, 1 de noviembre de 2018

Las identidades que habitamos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de los términos más usados en las últimas décadas es el de "identidad". Se usa en Filosofía, Sociología, Historia, Política, Psicología, Antropología, Estudios de Género... si bien con sentidos diferentes, incluso contradictorios. Se habla de "identidades" y de "pérdidas de identidad", de "encontrar la identidad"; de identidad personal y de identidad nacional, cultural, etc.
El diario estatal egipcio Ahram Online, por ejemplo, publicaba un artículo titulado "The pillars of Egyptian identity", firmado por Samir Sobhi, en donde se hace eco del libro " The Seven Pillars of Egyptian Identity", del copto Milad Hanna, en donde se dice que existen esos "siete pilares" que definen la "identidad egipcia". El articulista recomienda que la obra "will be a main reference at the World Youth Forum held in Sharm El-Sheikh from 3 to 6 November"*. Promoción política y promoción turística para crear una idea identitaria de "qué es ser egipcio". El libro, parece ser y según su lectura, el compendio aclarador de la esencia egipcia. Después de analizar cómo Egipto ha sido esencial para la humanidad en todo los periodos de su historia —faraónico, copto, islámico— el autor termina su artículo señalando: «As we rebuild Egypt after the 25 January Revolution, the Ministry of Education should take the initiative of setting this book for study in the country’s secondary schools.»*


El artículo, el libro origen del texto, la forma de interpretarlo y las sugerencias o recomendaciones son un ejemplo claro de la forma de construir identidades haciéndolas aparecer como "naturales" o mejor "ideales" en un sentido platónico. Es una muestra clara de la función de las identidades nacionales como definición de un dentro y una afuera que sirve como rasero para medir quiénes reúnen esos "siete pilares" y quiénes, por el contrario, carecen de ellos, quedando fuera de la "identidad" nacional. Por ejemplo, si se considera que uno de esos "pilares" es la religión —recordemos aquellas palabras de la autoridad de Al-Azhar diciendo que "los egipcios son religiosos por naturaleza"—, el "ateo" será definido como "no egipcio" o, peor, "anti egipcio".
El papel de la obra es "fijar" esos "siete pilares" (la metáfora es reveladora del concepto de "edificio" de la identidad) para que sean aceptados o reconocidos, para que sirvan para determinar no solo que es la identidad —quienes los cumplen o se reconocen en ellos— sino establecer esa diferenciación respecto al resto y señalar cuáles son los peligros que le acosan. Por ejemplo, Samir Sobhi señala que el último capítulo de la obra lleva por título “Egypt Will Not Turn into Another Lebanon”, lo que es revelador ya que establece el "negativo" de la identidad que se busca. "Líbano" pasa a ser un modelo negativo de lo que Egipto no quiere ser. Anteriormente, en muchas ocasiones, se propone como modelo negativo a "Siria" o a "Libia" como aquello que no debe "ser" Egipto. Coincide entonces, de forma clara, el discurso político con el discurso identitario.
Quien controla los discursos identitarios es el poder. No siempre es el gobierno el poder, si bien posee sus propios mecanismos para imponer el "orden de los discursos" (M. Foucault), para asignarles sentido, valor y fuerza coercitiva. El gobierno de al-Sisi, por ejemplo, usa a Al-Azhar para reforzar sus propios discursos identitarios y combatir así la influencia en la base de los Hermanos Musulmanes y otros grupos que disputan el sentido de la religión y su papel. Sabe que ese es un territorio complejo y la institución se refuerza como productora de discursos identitarios, "qué es ser un buen musulmán", negando que se sea "buen musulmán" y "buen egipcio" a los grupos que le disputan ese cambio.


En el mundo árabe musulmán hay tres grandes corrientes identitarias en conflicto: 1) la nacionalista; 2) la panárabe; y 3) la musulmana. Nasser jugó la "panárabe" y se olvida que Egipto y Siria formaron por un tiempo la "República Árabe Unida" (RAU) y que fue un fracaso por un golpe militar sirio. Duró de 1958 a 1961. Esa idea de centrar la esencia en "lo árabe" le da un sentido "étnico" a lo identitario. Fue la personalidad de Nasser la que sirvió como elemento aglutinante para esa idea identitaria. Pero, como hemos dicho, no duró mucho.
Los islamistas (en un sentido amplio), en cambio, dan poca importancia a lo "étnico" y se centran en el aspecto religioso. La identidad no viene de la condición de árabes, sino de la religión, de ser "musulmanes". Esto implica un tipo de discursos identitarios totalmente diferentes, centrados en los preceptos y en las creencias religiosas. En este sentido, no hay demasiado lugar para lo "árabe", ya que sus pretensiones son la extensión de las ideas religiosas al resto del mundo. Esto ocurre cuando las religiones abandonan (al menos, en apariencia) los vínculos con su origen y se convierten en sistemas de ideas exportables.
El nacionalismo egipcio tiene su propia definición de identidad, pero plantea un problema que está en la base de la mayoría de sus conflictos: no renuncia a los otros dos modelos identitarios. Es decir: Egipto se considera el centro de "lo árabe" y el centro de "lo musulmán", por más que el libro lo haya escrito un cristiano copto. Este último aspecto es lo que le permite percibirse identitariamente como ejemplo de "integración", aunque la realidad no sea lo que muestre. Añadirá entonces a sus "pilares" el de la "convivencia religiosa". Al definir la convivencia como un "deber musulmán", se integran las dos cosas: ser buen musulmán es proteger a los cristianos coptos, tal como dice el Corán.
El nacionalismo egipcio, tal como es interpretado por el actual régimen, difiere del pretendido por Nasser. Egipto es el centro, la referencia, la autoridad, etc. en todos los campos. No es de extrañar que el preámbulo de sus actual constitución hablé pretenciosamente de Egipto como un regalo para la Humanidad o que las campañas promocionales del turismo hablen de Egipto como "donde todo empezó". Eso encaja en la creación identitaria del régimen de al-Sisi. Y a eso contribuyen los medios de comunicación cuando hablan de sus viajes o encuentros con líderes extranjeros: Egipto es el eje del equilibrio mundial, todos respetan a Egipto, todos entiende sus posiciones. La realidad, de nuevo, no suele coincidir con las fantasías identitarias.


Los Estados Unidos ofrecen otra muestra clara de la intensidad identitaria. El "America First" de Donald Trump ha redefinido el discurso identitario que, al ser una sociedad abierta, ha provocado esa división social reflejada por todos los analistas en las que una mitad del país no se reconoce en la otra mitad. Es una división creada y fomentada desde los discursos del poder, esta vez, desde la Casa Blanca. Trump, por el contrario, considera a los medios como "los enemigos del pueblo". Ya estableció él mismo su propia agenda: el pueblo y yo. Curiosamente (o quizá no tanto) en esto coincide con la crítica a los medios (más censuras, cierres, detenciones, etc.) en Egipto, en donde el presidente al-Sisi pidió a los ciudadanos que solo le escucharan a él, como única fuente fiable. Trump hace lo mismo.
El papel de los medios es esencial. Lo ha sido siempre. La construcción de las identidades necesita de un tipo de discursos. Los conceptos identitarios del mundo de la oralidad fueron religiosos, la "cristiandad" frente al "islam", por ejemplo. Es con la ruptura de los imperios cuando se producen los discursos identitarios nacionalistas, en los que la imprenta y los recién nacido periódicos jugaron un papel esencial, como bien estudio Benedict Anderson.

Anderson había nacido en China (1936), hijo de padre anglo-irlandés y madre inglesa; se crió en California y estudió en Eton, en Cambridge y se doctoró en Cornell (USA). Con esa trayectoria, supongo que fue especialmente sensible a los procesos identitarios, pues debió de ser más de una vez visto como el "otro". Acabó siendo un experto en Indonesia, en donde falleció. Anderson comprendió perfectamente el papel unificador de los discursos (impresos) en la creación identitaria, especialmente aquellos que definen los aspectos de las nacionalidades.
Los movimientos populistas actuales se centran en la creación discursiva de la identidad nacional. Los símbolos (banderas, himnos, escudos, colores, etc.) sirven para extender esa idea visible de la identidad que sirve de envoltorio a otras de corte ideológico, como las ideas religiosas, sobre la familia, la historia, etc. Una cultura es realmente un conjunto de discursos que organizan el comportamiento asignando roles y valores, comportamientos lícitos e ilícitos. Crean sistemas de control que asignan límites, más allá de los cuales se corre el riesgo de la marginación o el castigo.
La eliminación del concepto penable de "blasfemia" en Irlanda, por ejemplo, revela un cambio identitario o al menos un conflicto que se mantendrá en el tiempo hasta que se normalices y el elemento "religioso" se atenúe en la identidad. Es indudable que el conflicto "católico-protestante" (lo irlandés frente a los llegado del protestante Reino Unido, el invasor) ha contribuido al reforzamiento de la identidad irlandesa en un sentido muy específico ante los invasores protestantes. La "blasfemia", por ejemplo, es un elemento esencial dentro del sistema de protección identitaria en el mundo islámico. El refuerzo de esa identidad lleva a que se consideran "blasfemias" muchas manifestaciones y que sean penalizadas como forma de defenderla frente a los ataque internos o externos.

Los ataques del terrorismo islamista han reforzado la identidad "cristiana" de algunos, estableciendo como un elemento básico algo que occidente había conseguido mantener como un elemento atenuado precisamente como forma de apertura que permite las ideas religiosas, pero también el agnosticismo o el ateísmo. Se puede ser "europeo" y "ateo" sin ningún conflicto, ¿se puede ser "ateo" y "árabe" en cualquier país? Los periódicos nos muestran cada día la consideración del "ateísmo" como una forma incompatible con la de árabe si esta es definida también como "naturalmente musulmana".
En Estados Unidos el avance del integrismo cristiano es importante y está contribuyendo cada vez más a la definición de la "identidad norteamericana", gracias al peso político que adquiere y a los discursos sobre la religión. La religión se asume como identidad, pero a esta se le unen otros rasgos específicos de la America de Trump, como por ejemplo, los discursos anti inmigración, o los ataques que hemos visto estos días contra ciudadanos afroamericanos o el crimen de la sinagoga en Pittsburg.
Junto al nacionalismo y la religión, la tercera fuente de rasgos identitarios son los construidos sobre la persona, son las identidades de género. La religión es un discurso que explica casi todo, el origen del mundo, lo que está bien o mal, etc. En ella se encierra un modelo "masculino", "femenino", de "pareja" y de "familia". Los cuatro están vinculados y se complementan. Esos modelos se integran dentro de los superiores de identidad nacional cuando se entremezclan, es decir, cuando el discurso nacionalista o populista gira en torno al mensaje religioso. Como veíamos en el ejemplo del nacionalismo egipcio, que tiende a concentrar todos los discursos para crear la identidad del "buen egipcio", se crea un ideal identitario para cada una de esas cuatro piezas que van encajando como matrioshkas, unas en las otras.


España vivió tras la guerra una fuerte identificación nacionalista y religiosa, dando lugar a lo que se llamó el "nacional-catolicismo". Al igual que en el ejemplo egipcio, este ideario incluía las identidades del "hombre español", la "mujer española", "el esposa" y la "esposa", el "matrimonio cristiano", "familia española" ( que se construye con los modelos de "hijos", "hijas"...). En los años ochenta, estos modelos se abrieron, dejando abiertos muchos aspectos de las identidades, especialmente aquellos referidos a la sexualidad, que habían sido especialmente regulados de forma estricta, incluso penalizados. El cambio social fue tan fuerte que se inició un imparable proceso de desmontaje de esa identidad mediante acciones como el divorcio, la despenalización del adulterio, el aborto, etc. todos ellos incompatibles con la identidad anterior. Podemos rastrear y reconstruir esas formas identitarias a través de noticias, programas de televisión, novelas, películas, leyes, etc.
Quizá sea la cuestión de las identidades de género la que se haya manifestado con mayor importancia puesto que se han fijado en los estratos más profundos de la mentalidad de una cultura o sociedad. La descripción de lo que es la identidad femenina o lo que debe ser el modelo de mujer está ya descrito en los textos religiosos básicos y se establece desde ellos una serie de limitaciones y dependencias del hombre, una serie de expectativas que han de ser satisfechas bajo pena de sanción u ostracismo.

El énfasis por ejemplo, en la idea de "virginidad" sigue vigente como un elemento determinante de la feminidad. Las religiones y la sociedad les conceden un valor identitario del estado de la mujer. Algunos países musulmanes practican todavía los exámenes de virginidad, como forma de control sobre las mujeres. Durante las sentadas en la plaza cairota de Tahrir, en la revolución de enero de 2011, los militares egipcios se dedicaron a realizar exámenes de virginidad a las manifestantes para, decía, asegurar a sus familias que seguían "intactas" o no. De ese elemento dependía su "valor" para "ser casadas·. En realidad, dejaban en evidencia el carácter patriarcal de la sociedad, en la que el ejército representaba simbólicamente al "padre" (al-Sisi sigue diciendo que habla a los egipcios como a sus "hijos"; Mubarak decía lo mismo) que controla y vigila el comportamiento de las mujeres-hijas. En Arabia Saudí no puede entrar una mujer sola; no se le permite entrar si no es con un "tutor" (marido, hijo, hermano, o tío) que se haga responsable de ella.
Esta imagen de la mujer le viene impuesta desde el exterior. Sus límites identitarios se encuentran impuestos por la sociedad, dice que se encuentran en los mandatos divinos o en las tradiciones. Una tradición es unja imposición de comportamientos, la fijación de unos límites para la acción de las personas. Los rituales refuerzan estas costumbres que de no realizarse estigmatizan a los que no los cumplen y los que nos los hacen cumplir.

El determinado países de Europa, en los Estados Unidos, se inició un cambio de modelo de la identidad de género, primero con las mujeres, que demandaron su propia "liberación" o dependencia de los modelos establecidos para ellas. Fue lo analizó Betty Friedan en la idea de "mítica de la feminidad", es decir, la construcción de un "ideal femenino" en el que deben encajar las mujeres. Ese ideal fija sus límites de acción, sus posibilidades existenciales, al igual que las leyes pueden fijar sus conductas reales de forma legal (administración y disposición de bienes, herencias, matrimonios, etc.) o regular su vestido, movimientos, forma de sentarse (así no se sienta una señorita), de hablar, de gesticular, etc.
Una parte del siglo XX ha sentado las bases para abrir las identidades. Son, en última instancia, los límites que la sociedad en su conjunto o aquellos que la controlan, impone a las personas. Es un intento de definir desde fuera mediante sanción (de diverso tipo, de lo legal a lo familiar) nuestro comportamiento para limitar nuestra autonomía. Bertand Russel señalaba que la verdadera educación es la que nos ayuda a ser independientes, a pensar por nosotros mismos para poder construir nuestra "propia" identidad. El dilema es, finalmente, vivir como deseamos o vivir dentro de los modelos construidos por la tradición o por el poder mismo.
Hay sociedades en las que se ha iniciado un proceso amplio de redefinición de las identidades. Hoy en las cuestiones de género se ha incluido ya la idea de "masculinidad" como revisable, en la medida en que obliga a ciertos comportamientos, que son los aceptados. No hace mucho tratamos aquí la revisión de la idea de "paternidad", otro elemento que ha sido sometido a prueba en la medida que resultaba insatisfactorio para muchas personas.
Los movimientos populistas juegan con las identidades volviendo muchas veces al refuerzo de la religión, al discurso romántico nacionalista de la esencia, al familiar, etc. Parten de la idea de que el tiempo ha destruido esa esencia que la historia había creado y que la modernidad ha destruido.
No sorprenden el odio que muchos mantienen hacia ideas de la posmodernidad, que se limitó a señalar el carácter "constructivo" de los discursos "deconstruyéndolos". Mostró cómo en la sociedades, la cultura, etc. no había nada "natural" o "divino", sino que todo era humano, demasiado humano", es decir, el resultado de las formas de control social para mantener el poder.
Las identidades fuertes son aquellas que exigen a las personas encuadrarse dentro de sus límites, actuar como se espera de ellas, expresión que muestra perfectamente su funcionamiento autoritario.
Vivir hoy significa enfrentarse a múltiples límites en lo que esperan de nosotros en cualquiera de nuestros roles. A la profesora egipcia Mona Prince (hemos visto el caso aquí), la despidieron de su universidad por bailar tranquilamente en la terraza de su casa y grabar un vídeo. La identidad de "profesora" no admitía, a los pacatos y autoritarios ojos de las autoridades académicas, estas libertades. Ella, como muchas otras mujeres, debe tomar decisiones en función de lo que otros esperan de ellas.


En China, muchas jóvenes son llamadas "mujeres sobrantes" porque no quiere someterse a un matrimonio que cumple las expectativas de sus familias y prefieren trabajar o estudiar para controlar su futuro. Los matrimonios infantiles en el mundo árabe son formas de condicionar el futuro de las niñas, que serán mujeres dependientes de sus maridos, sin estudios, sin ingresos que les permitan autonomía. En los Estados Unidos, la llegada de la familia Trump supuso un gran revuelo porque pretendían imponer un "estilo femenino" muy determinado frente a otras muchos otras posibilidades. El "dress like a woman!" de Trump significa una cosa en la Casa Blanca y significa otra en Arabia Saudí, pero ambas tiene en común la idea de "corrección" y de necesidad de ajustarse a un modelo, fuera del cual ocurren diversos efectos. En un ámbito te puede costar el empleo, en otro el encierro la muerte, incluso. Es su carácter imperativo, por un lado, y definitorio por otro lo que caracterizan esta forma dictada a la mujer.


No es fácil llegar a ser lo que se podría ser. El problema es si ese "ser" está definido, si nos encontramos rodeados de muros de cristal que nos impiden desplazarnos para poder vivir una vida propia, que suele ser más difícil que el camino fácil de la aceptación. Los pioneros, las pioneras, en cualquier campo han tenido que romper esas barreras al hacer lo que no se esperaba de ellas.
El peligro actual es que los discursos se están endureciendo, es decir, cada vez pretenden imponerse con nueva fuerza sobre las personas. Los discursos identitarios fuertes son utilizados de forma específica por el populismo para dejar fuera de ellos a lo que consideran "fuerzas disgregadoras", es decir, todo aquello que supone crítica a los sistemas de poder y reivindicación de la autonomía, en resumen, democracia.
Los discursos identitarios que surgen dentro de un sistema democrático deben ser más respetuosos con la diversidad, mientras que los populistas tienden a considerar "totalidades" (el "pueblo", la "nación", "los cristianos", los "musulmanes", etc.). Las "totalidades" son presionantes sobre las individualidades, que acaban enfrentándose o perdiendo la autonomía, plegándose al conjunto. Este proceso lo observamos claramente en aquellos espacios en lo que se mira hacia el pasado como auténtico y al presente como degradación, responsabilizando a la "modernidad" (democracia, feminismo, etc.) de la degradación. Este es el atractivo actual de los discursos autoritarios frente a los que defienden la autonomía de las personas para construir su propia forma de vida y establecer su propia identidad.


Puede que el régimen egipcio siga las sugerencias de Samir Sobhi en su artículo sobre los "siete pilares". El sistema educativo lo extenderá, reforzará y la sociedad posteriormente lo acogerá como parte de ella misma, dejando fuera al que no se identifique con ellos. ¿Existe mayor simplificación que definir a millones de personas con siete pilares? Como señalaba Edgar Morin, siguiendo a Gastón Bachelard, no existe un mundo simple, sino simplificado. Las identidades son formas de reduccionismo. Cuando dejan de ser propuestas para ser imposiciones, el mundo, el yo mismo se convierten en un encierro. 
Habitamos en las identidades que construimos, pero pueden ser hogares o prisiones. Hoy vivimos en un mundo con múltiples discursos identitarios rodeándonos, tentándonos a entra en ellos y quedar dentro. De algunos se sale, en otros se muere. Algunos nos permiten construir un nosotros afable; otros nos exigen odiar. Los hay en construcción y otros en ruinas. Si podemos, debemos hacerlos habitables para los tiempos que llegan; otros, en cambio, son anacronismos inhabitables, trampas de las que difícilmente se sale. 
Ser, vivir, es una aventura cada día. Podemos afrontarla abiertos o cerrados. Todo aquellos que me encierra, me frustra como persona, malgasta mis posibilidades. Más que ser, lo importante es poder llegar a ser, como explicaban los existencialistas, sentir que tu vida está en tus manos frente a discursos que te dicen lo contrario en cada momento, a lo largo de tu vida.
¿Quién soy? Hoy puedo decirte quién quiero ser; mañana lo que he sido.

[Dedicado A Ebbaba, con quien hablo de estas cosas]


* Samir Sobhi "The pillars of Egyptian identity" Ahram Online 28/10/2018 http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/4/315289/Opinion/The-pillars-of-Egyptian-identity.aspx

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